El cambio de gusto y el arte académico en el siglo XVIII
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Rango
Barroco18
Desarrollo
El establecimiento de la Academia de San Carlos en México, a semejanza de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, en 1781, supuso un vuelco en el arte oficial de la Nueva España. Inaugurada oficialmente en 1785, comenzaron los cursos ante la satisfacción de una elite de la que el virrey conde de Gálvez era la figura principal. Buscar la claridad frente al que ellos consideraban tenebroso Barroco, y construir una nueva y luminosa modernidad fueron sus objetivos bajo el dictado, por supuesto, de la razón. En palabras del ingeniero M. Costansó, en la Academia se procuraba dar a los "arquitectos aplicados instrucción y buen gusto" para acabar con las formas barrocas. De ella fue director Tolsá, del que se conserva un retrato que quintaesencia al artista de la Ilustración pintado por Jimeno, académico formado en España que llegó a ser director de pintura de la Academia de San Carlos de México.La llegada de artistas españoles formados en el nuevo gusto se dejó sentir en distintos lugares. El escultor, pintor, arquitecto y escritor de arte Matías Maestro, nacido en Vitoria, fue el iniciador del neoclasicismo en Perú y responsable de la destrucción de retablos barrocos. El madrileño José Salas fundó en Buenos Aires en 1801 una Escuela de Dibujo y Pintura que seguía el sistema de enseñanza de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. En Santiago de Chile trabajó el italiano Joaquín Toesca que llegó desde España, donde había trabajado con Sabatini ; se ocupó de las obras de la catedral entre 1780 y 1799, hizo planos de nuevas poblaciones y suya es también la Casa de Moneda, tan funcional en su arquitectura como representativa del nuevo espíritu de la Ilustración.
José Gutiérrez, pintor malagueño que consiguió una pensión para ir a estudiar en la Academia de San Carlos de México, fue discípulo allí de su director, A. González Velázquez , con quien colaboró en la reconstrucción de la Real Fábrica de Cigarros, y acabó estableciéndose en Guadalajara como arquitecto y profesor de dibujo y matemáticas.La labor de todos estos hombres, apoyada institucionalmente en las reglas emanadas de la Academia, pretendió educar el gusto siguiendo tanto modelos del clasicismo francés del siglo XVII -Bayón recuerda la existencia de dibujos realizados por indios de Moxos y Chiquitos en el siglo XVIII, bajo la dirección de Manuel de Oquendo, que siguen modelos del pintor Le Brun - como otros más lejanos todavía en el tiempo y el espacio e investidos por lo tanto de valores de universalidad. Las ciudades comenzaron a ver cómo sus edificios más representativos podían tomar la apariencia de templos griegos aunque fuera tamizada por el Clasicismo de los siglos XVI y XVII. La vuelta al Clasicismo del siglo XVI, muchas veces a través de tratados como el de Vignola , se manifiesta lo mismo en la obra de fray Domingo de Petrés (catedral de Bogotá) que en la obra del ingeniero militar C. de Sáa y Faria en la iglesia de la Santa Cruz de los Militares en Río de Janeiro. Fue especialmente relevante para la estética del Neoclasicismo en Nueva España la obra teórica del padre Pedro José Márquez, por haber valorado no sólo ese mundo clásico de valores universales, sino también la producción artística de los pueblos prehispánicos.La voluntad de embellecer las ciudades se plasmó en las alamedas, las obras de infraestructura o -en el caso de México- la estatua ecuestre realizada por Tolsá para la plaza de Armas, en la que Carlos IV resultaba ser casi un nuevo César. Pero los valores universales del Neoclasicismo, mediatizados en este caso por una concepción todavía barroca de la imagen ecuestre del poder centralizando un espacio público como era la plaza de México, pudieron sentirse demasiado ajenos por quienes poco después y con otros significados aceptaron ese lenguaje como propio.
José Gutiérrez, pintor malagueño que consiguió una pensión para ir a estudiar en la Academia de San Carlos de México, fue discípulo allí de su director, A. González Velázquez , con quien colaboró en la reconstrucción de la Real Fábrica de Cigarros, y acabó estableciéndose en Guadalajara como arquitecto y profesor de dibujo y matemáticas.La labor de todos estos hombres, apoyada institucionalmente en las reglas emanadas de la Academia, pretendió educar el gusto siguiendo tanto modelos del clasicismo francés del siglo XVII -Bayón recuerda la existencia de dibujos realizados por indios de Moxos y Chiquitos en el siglo XVIII, bajo la dirección de Manuel de Oquendo, que siguen modelos del pintor Le Brun - como otros más lejanos todavía en el tiempo y el espacio e investidos por lo tanto de valores de universalidad. Las ciudades comenzaron a ver cómo sus edificios más representativos podían tomar la apariencia de templos griegos aunque fuera tamizada por el Clasicismo de los siglos XVI y XVII. La vuelta al Clasicismo del siglo XVI, muchas veces a través de tratados como el de Vignola , se manifiesta lo mismo en la obra de fray Domingo de Petrés (catedral de Bogotá) que en la obra del ingeniero militar C. de Sáa y Faria en la iglesia de la Santa Cruz de los Militares en Río de Janeiro. Fue especialmente relevante para la estética del Neoclasicismo en Nueva España la obra teórica del padre Pedro José Márquez, por haber valorado no sólo ese mundo clásico de valores universales, sino también la producción artística de los pueblos prehispánicos.La voluntad de embellecer las ciudades se plasmó en las alamedas, las obras de infraestructura o -en el caso de México- la estatua ecuestre realizada por Tolsá para la plaza de Armas, en la que Carlos IV resultaba ser casi un nuevo César. Pero los valores universales del Neoclasicismo, mediatizados en este caso por una concepción todavía barroca de la imagen ecuestre del poder centralizando un espacio público como era la plaza de México, pudieron sentirse demasiado ajenos por quienes poco después y con otros significados aceptaron ese lenguaje como propio.