El Bajo Imperio en la P. Ibérica
Compartir
Datos principales
Rango
Hispania Bajo Imperio
Desarrollo
Bajo Imperio está unido íntimamente en la historiografía moderna al término decadencia. La desaparición, en el año 476, del Imperio Romano Occidental como figura política y administrativa a cuyo frente estaba el emperador ha llevado a los estudiosos a investigar los antecedentes remotos de tal desaparición. Así, se ha establecido la curva descendente en este período que se iniciaría con las reformas de Diocleciano . El Bajo Imperio o Antigüedad Tardía ha sido definido como el fin del mundo antiguo en el título mismo de obras clásicas como la de Gibbon, Mazzarino, Chastagnol y Momigliano, entre otros. Hoy día se tiende a sustituir el término decadencia, que implica un juicio de valor, por el de transformación, esto es, la creación de una nueva realidad surgida a partir de la anterior, que coincidiría con la idea de Croce: "La historia -de esta época- no es la historia de su muerte, sino la historia de su vida". Una época marcada por las transformaciones que modificaron la vida política, económico-social y religiosa y por las trágicas circunstancias en que el Imperio Romano Occidental se debatió durante ese período. Tales circunstancias propiciaron la crisis de la unidad romana y su percepción aparece en muchos autores de la época: Lactancio (Inst. diu. VII,15), Ambrosio (Exp. in Lucam, 10, 10), Jerónimo (Don. II, 140), Sulpicio Severo (Chron. II, 3, 6) o Hidacio (Chron. XX) entre otros. Los autores antiguos tuvieron clara consciencia de la gravedad del hundimiento de la pars Occidentalis y, en cierto modo, la fecharon el 23 de agosto del 476, fecha en que un bárbaro, Odoacro , se proclamó rex tras deponer al último emperador romano que, ironía del destino, se llamaba Rómulo y, al ser un niño, Augústulo.
La idea de la recuperación, del renacimiento imperial, tal vez permaneció vigente en la esperanza de muchos durante algún tiempo, pero cuando en el 518 se habla de la caída del Imperio en el Chronicon del comes Marcelino o en la Vita di S. Severino, del monje Eugipio, tal caída se establece como una constatación. No hay nostalgia ni esperanzas de restauración. Habían pasado ya los años suficientes para vencer toda resistencia ideológica que pudiera acariciar la utopía de la reinstauración. Ciertamente, lo que en Italia acaeció en el 476 no era muy diferente a cuanto había sucedido en las Galias o Hispania bastantes años antes, pero la reducción de Italia, su sumisión a un germano, supuso sin duda una gran commoción, a pesar de que Odoacro adoptara durante su reinado el gentilicio de Flavius, aparentando así cierta romanidad y a que siguiera gobernando sin modificar las cancillerías anteriores, ni al senado romano, al que intentó complacer en compensación por su apoyo. Así, el Imperio sólo desapareció como entidad política, pero no hubo una ruptura inmediata desde el punto de vista administrativo. No obstante, el ejército era realmente un ejército de ocupación, integrado por bárbaros y fuertemente implantado. Casi desde entonces hasta nuestros días los estudiosos de la historia han reflexionado sobre las razones de la desaparición del Imperio Romano. Entre los autores modernos las teorías son múltiples. Para Montesquieu (Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence), la introducción del epicureísmo en Roma aceleró la corrupción de los romanos.
Para Gibbon (Decline and Fall of the Roman Empire), el triunfo del cristianismo y la acción de la Iglesia fueron el fermento de una civilización y un modo de gobierno diferentes y opuestos a la tradición y al espíritu clásico de Roma y un elemento determinante de la caída del Imperio. Para Piganiol (Historia de Roma), retomando la idea de los humanistas que contraponían civilización y barbarie, Roma habría sido asesinada por los bárbaros y el hecho externo de las invasiones bárbaras habría sido el elemento decisivo del hundimiento del Imperio Romano. Esta teoría, que hoy día es considerada, curiosamente, como marginal o superada es, en nuestra opinión, no la única, pero sí la más claramente determinante. Rostovzeff ve en los conflictos sociales un factor de desintegración definitiva (Historia económica y social del Imperio Romano). Tal vez sea la suma de todos estos factores que se habrían gestado muchos años antes del 476, los que determinaron el final del Imperio Occidental y el posterior surgimiento, en las antiguas provincias romanas, de estados particulares cuyo desarrollo ocupará toda la Edad Media.
La idea de la recuperación, del renacimiento imperial, tal vez permaneció vigente en la esperanza de muchos durante algún tiempo, pero cuando en el 518 se habla de la caída del Imperio en el Chronicon del comes Marcelino o en la Vita di S. Severino, del monje Eugipio, tal caída se establece como una constatación. No hay nostalgia ni esperanzas de restauración. Habían pasado ya los años suficientes para vencer toda resistencia ideológica que pudiera acariciar la utopía de la reinstauración. Ciertamente, lo que en Italia acaeció en el 476 no era muy diferente a cuanto había sucedido en las Galias o Hispania bastantes años antes, pero la reducción de Italia, su sumisión a un germano, supuso sin duda una gran commoción, a pesar de que Odoacro adoptara durante su reinado el gentilicio de Flavius, aparentando así cierta romanidad y a que siguiera gobernando sin modificar las cancillerías anteriores, ni al senado romano, al que intentó complacer en compensación por su apoyo. Así, el Imperio sólo desapareció como entidad política, pero no hubo una ruptura inmediata desde el punto de vista administrativo. No obstante, el ejército era realmente un ejército de ocupación, integrado por bárbaros y fuertemente implantado. Casi desde entonces hasta nuestros días los estudiosos de la historia han reflexionado sobre las razones de la desaparición del Imperio Romano. Entre los autores modernos las teorías son múltiples. Para Montesquieu (Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence), la introducción del epicureísmo en Roma aceleró la corrupción de los romanos.
Para Gibbon (Decline and Fall of the Roman Empire), el triunfo del cristianismo y la acción de la Iglesia fueron el fermento de una civilización y un modo de gobierno diferentes y opuestos a la tradición y al espíritu clásico de Roma y un elemento determinante de la caída del Imperio. Para Piganiol (Historia de Roma), retomando la idea de los humanistas que contraponían civilización y barbarie, Roma habría sido asesinada por los bárbaros y el hecho externo de las invasiones bárbaras habría sido el elemento decisivo del hundimiento del Imperio Romano. Esta teoría, que hoy día es considerada, curiosamente, como marginal o superada es, en nuestra opinión, no la única, pero sí la más claramente determinante. Rostovzeff ve en los conflictos sociales un factor de desintegración definitiva (Historia económica y social del Imperio Romano). Tal vez sea la suma de todos estos factores que se habrían gestado muchos años antes del 476, los que determinaron el final del Imperio Occidental y el posterior surgimiento, en las antiguas provincias romanas, de estados particulares cuyo desarrollo ocupará toda la Edad Media.