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Datos principales


Rango

Prehistoria Balear

Desarrollo


Las prácticas de carácter mágico o religioso debieron existir, lógicamente, desde los primeros tiempos de la prehistoria balear. La existencia de construcciones funerarias en donde es posible reconstruir ciertos rituales de enterramiento así lo atestiguan, al menos desde comienzos del segundo milenio a. C. Sin embargo, lugares destinados específicamente a prácticas de culto no se conocen hasta entrado el último milenio a. C., probablemente porque hasta entonces la sociedad talayótica no precisó esos recintos, con lo que ello significa a la hora del análisis de sus formas de organización. En Menorca, el lugar de culto por excelencia es la taula, con su espacio sacro delimitado por un muro, mientras que en Mallorca se construyen unos santuarios de planta cuadrada, también cerrados por una pared que limita el área religiosa, en cuyo centro se levanta en ocasiones una gran pilastra. La taula es sin duda el monumento de la prehistoria balear sobre el que más se ha escrito. La singularidad de estas construcciones han llamado la atención a cuantos se han ocupado de la isla de Menorca y no solamente desde la óptica de la investigación arqueológica. De tal manera que, al margen de su tratamiento científico, se han convertido en frecuente objeto de deseo por parte de investigadores y aficionados desde que, a fines del siglo XVII, se describiera como altar para sacrificios, una hipótesis que, alternando con la de su función como pilastra central de un edificio o representación de la divinidad, ha llegado hasta nuestros días.

Una taula es una construcción relativamente sencilla hecha a base de una piedra soporte, dispuesta verticalmente sobre el suelo, encima de la cual se coloca otra horizontal, a modo de capitel, con amplio vuelo. En torno a la taula se levanta un recinto cuya fachada principal es recta o ligeramente cóncava, mientras que el resto de la estructura tiende a la forma absidal. La taula se alza en el interior del recinto, frente a la puerta de acceso abierta en el centro aproximado de la fachada principal. El paramento interno del muro que delimita el recinto alterna lienzos de mampostería con grandes lajas y pilastras dispuestas sobre basas de piedra. Es frecuente que entre cada dos de esas pilastras el lienzo de la pared tienda a una disposición ligeramente curva, formando una especie de recinto que en su nivel inferior presenta en ocasiones bancos corridos. A veces, en las paredes se abren nichos cuidadosamente dispuestos. La orientación de la mayoría de estos monumentos oscila entre Sur-Sudeste y Sur-Sudoeste. Tanto el tamaño de las taulas como el de los recintos que las acogen son muy variables. La taula de Torralba d'en Salort sobrepasa los cinco metros de altura, mientras que otras no alcanzan la mitad de esa dimensión. Recintos como el de Binimassó tienen aproximadamente 135 metros cuadrados, pero el más pequeño conocido, So Na Caçana 2, no llega a los 40. La cuestión más debatida sobre estos recintos es la de su función. La hipótesis de la taula como pilar principal de un edificio cubierto fue planteada ya a fines del siglo pasado.

Sin embargo, la mayoría de los investigadores se ha inclinado por considerarla como un monumento dentro de un recinto sin otra función que la de identificar a la divinidad objeto de culto, así como la evidencia de éste último desprendida de los hallazgos arqueológicos. Los partidarios de la taula como pilar central de una amplia construcción sostienen su argumentación en el supuesto de que las pilastras que rodean a la central, embutidas en el muro de cierre del recinto, fueran auténticos puntos de apoyo para desde ellos, a través de adintelados pétreos o soluciones leñosas, cubrir la totalidad del espacio. Las excavaciones efectuadas hasta ahora ni han permitido documentar tales alturas en las pilastras laterales y muros, ni tampoco los materiales derruidos necesarios para ellas o sus cubiertas. Por otro lado, la taula nunca se alza en el centro de la superficie del recinto y en ocasiones lo hace con desviaciones notables respecto de los muros. La forma que adopta la piedra capitel, así como la estructura compositiva general del monumento, tampoco parecen las más adecuadas para soportar fuertes cargas, dado que los dinteles, ya fuesen pétreos o leñosos, tendrían que cubrir luces de dimensiones muy notables, a veces hasta de siete metros. En lo que respecta a la interpretación de estos monumentos en su conjunto, lo más razonable es suponer que son santuarios en cuyo interior se desarrollaron determinados rituales en honor a una divinidad representada por los propios bloques pétreos que constituyen la taula.

Su orientación quizá esté hablando de la existencia de un culto solar. Desde luego los hallazgos hasta ahora efectuados en los recintos de taula, tanto en los diversos espacios acotados en el suelo como sobre los bancos adosados a la cara interior del muro de cerramiento, no tienen otra explicación que la de ser ofrendas. Las excavaciones llevadas a cabo en el poblado de Torralba d'en Salort permiten algunas precisiones en torno al ritual religioso desarrollado. Dentro del recinto, a la derecha de la puerta de ingreso, apareció una aglomeración muy compacta de cenizas. Parece prueba indiscutible de que allí ardió un fuego reactivado en múltiples ocasiones. En la base, sobre el suelo de roca virgen, el área de las cenizas está delimitada por un murete. Estas compartimentaciones aparecen en otros lugares del recinto, unas veces cerrando por el interior los cubículos de sus paredes y otras dispuestas a continuación de ellos. Una semicircular enmarca la cara delantera de la propia taula. En el interior de esos pequeños recintos, y también en el ocupado por las cenizas, se depositaron cerámicas y huesos troceados de animales, normalmente ovicápridos, cerdos o bóvidos. Esas ofrendas se repiten sobre los bancos corridos de los cubículos individualizados, en el paramento interno del muro. Los hallazgos más espectaculares se realizaron tras la taula y a su izquierda. Consisten en un altar de piedra, con huellas evidentes en su cara superior de haber portado una figurilla de animal hecha en bronce, y a sus pies varios vasos de cerámica indígena, dos pebeteros tipo Tanit, seguramente de fabricación ibicenca, y una escultura de toro fundida en bronce a la cera perdida.

Las facciones y el tratamiento de los rasgos de la cara recuerdan a los conocidos ejemplares mallorquines de Costitx. En sus patas conserva adheridos restos de plomo, lo que parece indicar que la pieza estuvo colocada sobre otro altar o pedestal. Un área ceremonial relevante que coincide con la zona en que se encontró la estatuilla ptolemaica del dios Imhotep en las excavaciones de Torre d'en Gaumés. Los hallazgos de Torralba d'en Salort aumentan la complejidad del significado de estos monumentos e introducen la posibilidad de que se haya producido una simbiosis entre la divinidad principal -o el principio religioso abstracto objeto de adoración- y un ritual zoolátrico que es bien conocido en las dos Baleares y que gira en torno precisamente al toro como símbolo de fuerza y poder. Otros elementos detectados en las excavaciones plantean diferentes hipótesis, siempre hacia la interpretación del recinto como lugar religioso, donde se concentran distintas creencias, probablemente complementarias. Por ejemplo, la repetida aparición de tapaderas de ánfora o de fragmentos de esos recipientes en elevadísimo número tal vez pudiera reflejar la existencia de un ritual libatorio. Diodoro escribió sobre la afición de los baleares al vino, del que carecían en su propia tierra y por tanto debían importar. Quizá tal deseo no fuera otra cosa que la realidad de una práctica cultual incomprensible en parte para Diodoro -o tal vez deliberadamente ridiculizada- que refleja la adopción de rituales frecuentes por todo el Mediterráneo. En fin, la presencia de estatuas-pebetero de Tanit-Deméter en Torralba d'en Salort o los espacios donde el fuego arde permanentemente en el interior de los recintos, pueden descubrir nuevas conexiones religiosas, con ritos en torno a la vida y la muerte conectados con la práctica de ofrendas a través del fuego, quizá al modo de los altares de cenizas. Desde Ibiza, o quizá desde la península italiana y Sicilia, todas esas tradiciones religiosas debieron sincretizarse y encontrar su lugar específico de expresión dentro de estos monumentos.

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