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Datos principales
Rango
Hiroshima L2
Desarrollo
El empleo de contramedidas electrónicas -ya se ha citado el interceptador- vio nacer una nueva modalidad bélica: el reconocimiento electrónico. Para poder interceptar o perturbar un radar era preciso conocer sus características técnicas y operativas. Ello suponía la vigilancia constante de las emisoras electromagnéticas procedentes del enemigo. Después de la guerra se convertiría en una de las más importantes actividades de los ejércitos en tiempo de paz. Las Fuerzas Armadas contemporáneas necesitan disponer de un archivo de datos, siempre puesto al día, sobre las emisiones de los sistemas de guerra electrónica amigos o enemigos, con el fin de poder identificar instantáneamente cualquier emisión que se produzca en un hipotético conflicto. Los alemanes y los aliados occidentales -la URSS estaba en mantillas por aquel entonces- desarrollaron sistemas de perturbación, tanto para anular el funcionamiento de una estación enemiga como para producir falsos ecos. Este recurso fue utilizado ampliamente por los aliados durante el desembarco de Normandía, con el fin de confundir a los alemanes sobre la zona a la que se dirigía la flota de invasión. Los alemanes construyeron transpondedores para instalar sistemas IFF -Identification Friend or Foe, o identificación amigo-enemigo-, que se basan en la respuesta automática a una señal codificada. Los británicos emplearon, a partir de julio de 1943, lo que entonces denominaron Windows y que en la jerga tecnológica militar contemporánea se conoce como chaff -paja.
Se trata de la dispersión de millares de trillas, metalizadas, cortadas en la mitad de la longitud de onda del radar de la defensa aérea enemiga, donde produce una tal multiplicación de ecos que anula la eficacia del sistema, No obstante, se desarrollaron muy pronto contramedidas mediante una ampliación de la anchura de banda de los radares y la utilización del efecto Doppler, que distingue la variación de frecuencia producida por el movimiento de la fuente emisora en relación con el receptor, o viceversa. Este recurso era útil porque, al ser lanzadas las laminillas window por los bombarderos, perdían inmediatamente velocidad, en tanto que los aviones continuaban aproximándose. Al poco tiempo, la nube de chaff había quedado muy retrasada en comparación con la formación atacante. El uso del espectro electromagnético se extendió también a las técnicas de radionavegación empleadas por ambos bandos, y que permitió el bombardeo a ciegas, así como el retorno a la base en condiciones meteorológicas adversas. Se fundaba en la emisión permanente de haces muy estrechos, susceptibles de ser captados por las formaciones aéreas. Como es lógico, este sistema provocó una respuesta a base de contramedidas. Dentro de este capítulo hay que referirse también al empleo del sonar dentro de la lucha antisubmarina. Su denominación británica inicial fue ASDIC, siglas del comité que promovió la invención de este sistema, a finales de la Primera Guerra Mundial, aunque su uso operativo no se consiguió hasta varios años después, gracias en buena medida a progresos científicos realizados en Alemania.
El sonar, que se basa en la reflexión que experimentan las ondas acústicas transmitidas bajo el agua en un obstáculo sumergido, tenía severas limitaciones: no era útil contra submarinos navegando en superficie -que por eso atacaban de esta forma durante la noche- y se desconocían por entonces algunas cuestiones básicas, como el fenómeno de la capa -las diferencias de temperaturas y de salinidad entre distintas capas de agua de mar distorsionan la propagación de la onda acústica- y el de las zonas de convergencia -la prolongación no es recta, sino curva, y se producen zonas intermedias donde un submarino es detectado. Con todo, el sonar tenía cuando menos una eficacia parcial, aunque la verdadera derrota del arma submarina alemana se produjo a causa del radar, en el momento -1943- en que Gran Bretaña y Estados Unidos dispusieron de suficientes aviones de patrulla cuyo alcance les permitía cubrir todo el Atlántico Norte, desde las bases situadas en ambos extremos. Como se ha explicado ya, los submarinos navegaban normalmente en superficie y sólo se sumergían para el ataque diurno. Su autonomía en inmersión era de unas pocas horas y su velocidad muy reducida. Los aviones de patrulla podían localizarlos con su radar a varios kilómetros de distancia y los submarinos descubrían al aeroplano casi cuando ya lo tenían encima. Para conseguir una alerta precoz que les permitiese efectuar la inmersión en 1942 los submarinos fueron dotados con un interceptador de radar -el Metox-, que permitía captar las emisiones del radar enemigo antes de que este último descubriese el submarino.
Dicho sistema neutralizó la amenaza, pero poco tiempo después, en los primeros meses de 1943, los aliados tuvieron un golpe de suerte: la invención del magnetrón permitió dotar a los aviones de patrulla con un radar mejorado, más preciso y que trabajaba en una nueva banda. Los alemanes podían haber realizado un nuevo interceptador ajustado a las características del nuevo radar, pero sus científicos -que ignoraban la existencia del magnetrón- creyeron que la ineficacia del Metox se debía a que los británicos estaban utilizando otra región del espectro electromagnético, en concreto la del infrarrojo, y dirigieron sus investigaciones en ese sentido. Este error les permitió efectuar progresos en el campo del infrarrojo, pero significó el fin de los submarinos del Eje. Por último, hay que citar el inicio de una de las grandes revoluciones de nuestros días, la informática. Los dos primeros ordenadores del mundo se construyeron en la Segunda Guerra Mundial para fines militares -criptografía y dirección de tiro. La primera máquina -la Colossu- se construyó en Gran Bretaña en 1943, con el fin de descifrar la codificadora alemana Enigma, utilizada por los nazis para el envío radiado de mensajes alto secreto. El segundo ordenador, mucho más complejo, se instaló a fines de 1944 en el acorazado norteamericano Missouri, de la clase Iowa, con el fin de dirigir el tiro de los cañones de 16 pulgadas (406 mm). Debido a que se empleaba tecnología de válvulas (o lámparas) -el transistor no se inventó hasta 1948-, las averías resultaban muy frecuentes y el sistema se recalentaba con rapidez (era necesario emplear, en el segundo caso, varios miles de válvulas). Por encima de las aplicaciones en sistemas de arma individuales, la herencia última de la Segunda Guerra Mundial en el campo de la tecnología bélica es la conversión de la industria de la defensa en la vanguardia científica. Se trata de una herencia que pervive en nuestros días, por obra y gracia del enfrentamiento entre los dos grandes bloques y que sólo en parte ha sido sustituida por la exploración del espacio. Un indicio poco estimulante de que el marco político nacido en la última gran guerra todavía no ha sido superado.
Se trata de la dispersión de millares de trillas, metalizadas, cortadas en la mitad de la longitud de onda del radar de la defensa aérea enemiga, donde produce una tal multiplicación de ecos que anula la eficacia del sistema, No obstante, se desarrollaron muy pronto contramedidas mediante una ampliación de la anchura de banda de los radares y la utilización del efecto Doppler, que distingue la variación de frecuencia producida por el movimiento de la fuente emisora en relación con el receptor, o viceversa. Este recurso era útil porque, al ser lanzadas las laminillas window por los bombarderos, perdían inmediatamente velocidad, en tanto que los aviones continuaban aproximándose. Al poco tiempo, la nube de chaff había quedado muy retrasada en comparación con la formación atacante. El uso del espectro electromagnético se extendió también a las técnicas de radionavegación empleadas por ambos bandos, y que permitió el bombardeo a ciegas, así como el retorno a la base en condiciones meteorológicas adversas. Se fundaba en la emisión permanente de haces muy estrechos, susceptibles de ser captados por las formaciones aéreas. Como es lógico, este sistema provocó una respuesta a base de contramedidas. Dentro de este capítulo hay que referirse también al empleo del sonar dentro de la lucha antisubmarina. Su denominación británica inicial fue ASDIC, siglas del comité que promovió la invención de este sistema, a finales de la Primera Guerra Mundial, aunque su uso operativo no se consiguió hasta varios años después, gracias en buena medida a progresos científicos realizados en Alemania.
El sonar, que se basa en la reflexión que experimentan las ondas acústicas transmitidas bajo el agua en un obstáculo sumergido, tenía severas limitaciones: no era útil contra submarinos navegando en superficie -que por eso atacaban de esta forma durante la noche- y se desconocían por entonces algunas cuestiones básicas, como el fenómeno de la capa -las diferencias de temperaturas y de salinidad entre distintas capas de agua de mar distorsionan la propagación de la onda acústica- y el de las zonas de convergencia -la prolongación no es recta, sino curva, y se producen zonas intermedias donde un submarino es detectado. Con todo, el sonar tenía cuando menos una eficacia parcial, aunque la verdadera derrota del arma submarina alemana se produjo a causa del radar, en el momento -1943- en que Gran Bretaña y Estados Unidos dispusieron de suficientes aviones de patrulla cuyo alcance les permitía cubrir todo el Atlántico Norte, desde las bases situadas en ambos extremos. Como se ha explicado ya, los submarinos navegaban normalmente en superficie y sólo se sumergían para el ataque diurno. Su autonomía en inmersión era de unas pocas horas y su velocidad muy reducida. Los aviones de patrulla podían localizarlos con su radar a varios kilómetros de distancia y los submarinos descubrían al aeroplano casi cuando ya lo tenían encima. Para conseguir una alerta precoz que les permitiese efectuar la inmersión en 1942 los submarinos fueron dotados con un interceptador de radar -el Metox-, que permitía captar las emisiones del radar enemigo antes de que este último descubriese el submarino.
Dicho sistema neutralizó la amenaza, pero poco tiempo después, en los primeros meses de 1943, los aliados tuvieron un golpe de suerte: la invención del magnetrón permitió dotar a los aviones de patrulla con un radar mejorado, más preciso y que trabajaba en una nueva banda. Los alemanes podían haber realizado un nuevo interceptador ajustado a las características del nuevo radar, pero sus científicos -que ignoraban la existencia del magnetrón- creyeron que la ineficacia del Metox se debía a que los británicos estaban utilizando otra región del espectro electromagnético, en concreto la del infrarrojo, y dirigieron sus investigaciones en ese sentido. Este error les permitió efectuar progresos en el campo del infrarrojo, pero significó el fin de los submarinos del Eje. Por último, hay que citar el inicio de una de las grandes revoluciones de nuestros días, la informática. Los dos primeros ordenadores del mundo se construyeron en la Segunda Guerra Mundial para fines militares -criptografía y dirección de tiro. La primera máquina -la Colossu- se construyó en Gran Bretaña en 1943, con el fin de descifrar la codificadora alemana Enigma, utilizada por los nazis para el envío radiado de mensajes alto secreto. El segundo ordenador, mucho más complejo, se instaló a fines de 1944 en el acorazado norteamericano Missouri, de la clase Iowa, con el fin de dirigir el tiro de los cañones de 16 pulgadas (406 mm). Debido a que se empleaba tecnología de válvulas (o lámparas) -el transistor no se inventó hasta 1948-, las averías resultaban muy frecuentes y el sistema se recalentaba con rapidez (era necesario emplear, en el segundo caso, varios miles de válvulas). Por encima de las aplicaciones en sistemas de arma individuales, la herencia última de la Segunda Guerra Mundial en el campo de la tecnología bélica es la conversión de la industria de la defensa en la vanguardia científica. Se trata de una herencia que pervive en nuestros días, por obra y gracia del enfrentamiento entre los dos grandes bloques y que sólo en parte ha sido sustituida por la exploración del espacio. Un indicio poco estimulante de que el marco político nacido en la última gran guerra todavía no ha sido superado.