[De la cruda guerra que los tascaltecas dieron al marqués del Valle.]
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Desarrollo
De la cruda guerra que los tascaltecas dieron al marqués del Valle. Los indios venían ordinariamente a pelear con nosotros unas veces por la mañana y otras algo más tarde, y otras veces a la puesta del sol. Y como probasen esto los tres días primeros, acordaron de para saber el daño que hacían en nosotros venir a hablar al marqués, y dijéronle que les pesaba mucho de que en aquella tierra se le hiciese enojo, y que era no por voluntad de ellos sino que aquella gente que con nosotros peleaba era de otra nación, y que moraban tras de unas sierras que nos señalaban, y que ellos les decían que no lo hiciesen, y que no querían hacer menos. Y de esta manera ordinariamente venían y traían algunas tortillas de pan y algunas gallinas y cerezas, y luego preguntaban: "¿Qué daño han hecho estos bellacos en vosotros?". El marqués les decía que se lo agradecía, y que no era ninguno el daño que en nosotros hacían, y que le pesaba mucho del que ellos recibían. Y con tanto se volvían, y los veíamos entrar entre la gente de guerra que con nosotros peleaba. Por manera que ellos probaron su fortuna en todas las horas del día, y viendo que no les aprovechaba cosa alguna, dieron en nuestro real ciertas otras veces de noche e iban algo aflojando en nos acometer. Y el marqués, viendo que aflojaban, los iba a buscar por una y por otra parte del real, hacia donde de noche veíamos que había humos y podría haber población, y siempre hallábamos pueblos y gente en ellos con quien pelear, y ellos venían a nos buscar, aunque no tantas veces.
Con que luego que allí llegamos, en este tiempo dieron al marqués ciertas calenturas, y acordó de se purgar, y llevaba cierta masa de píldoras que en la isla de Cuba había hecho; y como no obiese quien las supiese desatar49 para las ablandar y hacer las píldoras, partió ciertos pedazos y tragóselos así duros; y otro día, comenzando a purgar, vimos venir mucho número de gente, y él cabalgó y salió a ellos y peleó todo ese día, y a la noche le preguntamos cómo le había ido con la purga, y díjonos que se le había olvidado de que estaba purgando, y purgó otro día como si entonces tomara la purga. Cómo el marqués fue a Zimpanzingo, y lo que pasó por el camino. El marqués posaba en la torre del ídolo, como ya hemos dicho, y algunas veces de noche, en lo que le cabía de dormir, miraba desde allí a todas partes para ver humos, y vio a algo más que cuatro leguas de allí, cabe50 unos peñoles51 de sierra y por entre cierto monte, cantidad de humos, por donde creyó haber mucha gente en aquella parte. Y otro día partió su gente y dejó en el real la que le pareció, y luego que fueron dos o tres horas de noche comenzó a caminar hacia los peñoles a tino52, porque la noche era oscura, y yendo como una legua del real, súpitamente53 dio en los caballos una manera de torozón54 que se caían en el suelo sin poderlos menear. Y con el primero que se cayó y se lo dijeron al marqués, dijo: "Pues vuélvase su dueño con él al real". Y al segundo dijo lo mismo, y comenzámosle a decir algunos de los españoles: "Señor, mirad que es mal pronóstico, y mejor será que dejemos amanecer; luego veremos por donde vamos".
Él decía: "¿Por qué mirais en agüeros? No dejaré la jornada, porque se me figura que de ella se ha de seguir mucho bien esta noche, y el diablo por lo estorbar pone estos inconvenientes". Y luego se le cayó a él su caballo como a los otros e hizo un poco alto, y de diestro llevaban los caballos55, que serían ocho. Y así caminamos hasta que perdimos el tino de la vía de los peñoles. Y dimos en una mala tierra de pedregales y barrancas, y atinando a una lumbrecilla que estaba en una choza, fuimos allá y tomamos dos mujeres. Y unos españoles que el marqués había puesto en un camino tomaron dos indios; éstos nos llevaron hacia los peñoles y llegamos allá al amanecer, y los caballos iban ya buenos, y llegando al, cabo a los peñoles, a un pueblo grande que allí estaba que se dice Zimpanzingo, como habíamos ido fuera de camino estaba la gente de él muy descuidada, y el marqués mandó que no matasen ningún indio, ni les tomasen cosa alguna, y cada uno de ellos salía de su casa y haciéndoles señas que no obiesen miedo se reposaron algún tanto, puesto que todavía huían. Y luego que comenzó a salir el sol, el marqués se puso en un alto a descubrir tierra y vio lo más de la población de Tascala, que dende allí se aparecía, y llamó a los españoles y dijo: "Ved qué hiciera al caso matar unos pocos de indios que había en este pueblo, donde tanta multitud de gente debe haber". Cómo los espías de los indios se entraron en nuestro real, y lo que sobre ello se hizo.
Tres o cuatro días antes de esto habían venido ciertos indios al real y traído al marqués cinco indios, diciéndole: "Si eres dios de los que comen sangre y carne, cómete estos indios, y traerte hemos más; y si eres dios bueno, ves aquí incienso y plumas; y si eres hombre, ves aquí gallinas y pan y cerezas". El marqués siempre les decía: "Yo y mis compañeros hombres somos como vosotros; y yo mucho deseo tengo de que no me mintáis, porque yo siempre os diré verdad, y de verdad os digo que deseo mucho que no seáis locos ni peleéis, porque no recibáis daño". Y luego que éstos se fueron, a la tarde, pareció atravesar por cabo56 un cerro mucho número de gente, y desde a poco vinieron al marqués de hacia aquella parte quince o veinte indios en compañía de unos mensajeros que vinieron a decir que venían a saber cómo estábamos y qué pensábamos hacer. El marqués les dijo con los intérpretes dichos: "Os he ya avisado siempre que conmigo habláis que no me mintáis, porque yo nunca os miento, y agora venís por espías y con mentiras". Y apartolos unos de otros, y confesaron que era verdad y que aquella noche habían de dar en nosotros mucha cantidad de gente, y morir o matarnos. El marqués les hizo a algunos de ellos contar57 las manos, y así los envió diciendo que a todos los que hallase que eran espías haría lo mismo, y que luego iba a pelear con ellos. Y puesta su gente en orden hizo que los de caballo se pusiesen pretales de cascabeles58, y ya anochecía cuando salió hacia donde había visto pasar la gente, y con el ruido que llevaban y con haber visto sus espías sin manos, se pusieron en huida, y el marqués los siguió hasta dos horas de la noche.
Y este capítulo se había olvidado de poner antes59. Cómo el marqués del Valle hizo las paces con los tascaltecas. Pues como los indios vieron la buena obra que se les había hecho en no los querer matar, y el marqués los llamó y les dijo con los intérpretes que llamasen a los señores, y los esperó con toda su gente cabo una fuente grande que cabo aquel pueblo está. Vinieron algunos principales indios y trajeron cantidad de comida, y dijeron que agradecían mucho el daño que se les había dejado de hacer, y que servirían dende aquí en adelante en lo que se les mandase, y llamarían a los señores de toda aquella tierra. El marqués les certificó que sabía que aunque le llevaban de comer eran ellos los que con nosotros peleaban, y que todo se lo perdonaba y les rogaba fuesen amigos por excusar el daño que en ellos se hacía, pues veían lo poco que recibíamos. El marqués se volvió a su real, y mandó que no se hiciese daño a indio alguno dende aquí en adelante. Cómo el marqués se determinó de ir a México, y de las pláticas que en el real hubo sobre ello. Llegado el marqués al real muy alegre de lo sucedido dijo: "Yo creo que la guerra de esta provincia placerá a Dios que hoy la hemos acabado, y que éstos serán nuestros amigos de aquí adelante, y conviene que pasemos a la tierra de este gran señor, de quien nos dicen". Y llamó a un indio principal que con él andaba, y se había ido en nuestra compañía desde la costa por capitán de cierta gente, y llamábase este indio Teuche, y era hombre cuerdo, y según él decía criado en las guerras de entre ellos.
Este indio dijo al marqués: "Señor, no te fatigues en pensar pasar adelante de aquí, porque yo siendo mancebo fui a México, y soy experimentado en las guerras, y conozco de vos y de vuestros compañeros que sois hombres y no dioses, y que habéis hambre y sed y os cansáis como hombres; y hágote saber que pasado de esta provincia hay tanta gente, que pelearán contigo cien mil hombres agora, y muertos o vencidos éstos vendrán luego otros tantos, y así podrán remudarse o morir por mucho tiempo de cien mil en cien mil hombres, y tú y los tuyos, ya que seáis invencibles, moriréis de cansados de pelear, porque como te he dicho, conozco que sois hombres, y yo no tengo más que decir de que miréis en esto que he dicho; y si determináredes de morir, yo iré con vos". El marqués se lo agradeció y le dijo que con todo aquello quería pasar adelante porque sabía que Dios, que hizo el cielo y la tierra, les ayudaría, y que así él lo creyese. Antes de esto había habido plática entre los españoles, y se hablaba en que sería bien hablar al marqués para que no pasase adelante, antes se volviese a la costa, y dende allí poco a poco se tendría inteligencia con los indios, y se haría según el tiempo mostrase que era bien hacerse, y así se lo habían hablado al marqués algunos en secreto. Y él, estando una noche en la torre del ídolo, habiendo alrededor de ella algunas chozas donde los españoles se metían, oyó que en una de ellas hablaban ciertos soldados, diciendo: "Si el capitán quisiere ser loco e irse donde lo maten, váyase solo, y no lo sigamos".
Y otros decían que si se le siguiesen había de ser como Pedro Carbonero, que por entrarse en tierra de moros a hacer salto60, se había quedado él y todos los que con él iban, y habían sido muertos. El marqués hizo llamar dos amigos suyos, y les dijo: "Mirad qué están diciendo aquí; y quien lo osa decir, osarlo ha de lo hacer. Por tanto conviene irnos hacia donde está este señor que nos dicen". Y viniendo indios de Tascala, que es aquella provincia donde entonces estábamos, le dijeron: "Hecho hemos nuestro poder por te matar, y a tus compañeros, y nuestros dioses no valen nada para nos ayudar contra ti; determinamos de ser tus amigos y te servir, y rogámoste que porque estamos cercados de todas partes en esta provincia de enemigos nuestros nos ampares de ellos, y rogámoste te vayas a la ciudad de Tascala a descansar de los trabajos que te hemos dado". El marqués hizo poner cruces en el real y en la torre del ídolo y en otras partes alrededor, y mandó alzar el real y caminó con buen concierto61 para la ciudad de Tascala. De las guerras que los tascaltecas tenían con Muteczuma, y de lo que pasó cuando a ella llegamos. Llegados allí, el marqués se aposentó en unos aposentos de unos ídolos y mandó hacer señales y poner límites para donde los de su compañía llegasen, y nos mandó que de allí no pasásemos ni saliésemos, y así es verdad que lo cumplimos, y que para llegar a un arroyo a un tiro de piedra de allí le pedíamos licencia.
Estos indios por todas partes de su provincia partían término62 con sus enemigos, vasallos de Muteczuma y de otros sus aliados; y cada vez que Muteczuma quería hacer alguna fiesta y sacrificio a sus ídolos, juntaba gente y enviaba sobre esta provincia a pelear con los de ella y a cautivar gentes para sacrificar, puesto que muchas veces los de la provincia mataban mucha gente de los contrarios; pero muy averiguado parecía que si Muteczuma y sus vasallos y aliados quisieran poner su poder a dar cada cual por su parte en esta provincia, los desbarataran en breve y feneciera la guerra con ellos; y así yo que esto escribo pregunté a Muteczuma y a otros sus capitanes qué era la causa porque teniendo aquellos enemigos en medio no los acababan en un día, y me respondían: "Bien lo pudiéramos hacer; pero luego no quedara donde los mancebos ejercitaran sus personas, sino lejos de aquí; y también queríamos que siempre obiese gente para sacrificar a nuestros dioses". Estos de esta provincia no alcanzaban sal, ni en su tierra la había, sino por grandes rescates63 la habían de sus enemigos comarcanos; y asimismo no alcanzaban oro ni ropa de algodón sino de rescate64. El marqués estuvo allí con su gente ciertos días, y de los naturales de la tierra se venían muchos a vivir con los españoles y mostraban ser verdadera el amistad; y el marqués siempre que con ellos hablaba les encargaba mucho que dejasen sus ídolos: algunos decían que el tiempo andando verían nuestra manera de vivir, y entenderían mejor nuestras condiciones y las razones que se les daban, y podría ser tornarse cristianos.
El marqués hacía poner cruces en todas las partes donde le parecía que estarían preeminentemente, y con licencia de los indios hizo una iglesia en una casa de un ídolo principal, donde puso imágenes de Nuestra Señora y de algunos santos, y a veces se ocupaba en les predicar a los indios, y les parecía bien nuestra manera de vivir, y de cada día se venían muchos a vivir con los españoles. El marqués se partió de aquí habiendo tomado la más noticia que pudo de la tierra de adelante, y los indios de aquellas provincias dijeron que irían con él a le mostrar hasta donde ellos sabían el camino; y dijeron cómo a cuatro leguas de ahí había una ciudad que se llama Chitrula, que eran sus contrarios y señoría por sí, aliada y amigos de Muteczuma, que era en nuestro camino, y así salieron para esta ciudad en compañía de los españoles hasta cuarenta mil hombres de guerra, apartados de nosotros, porque así se lo mandaba el marqués. Cómo el marqués entró en la ciudad de Chitrula, y lo que luego acaeció. Llegados a esta ciudad de Chitrula, un día por la mañana salieron en escuadrones diez o doce mil hombres, y traían pan de maíz y algunas gallinas, y cada escuadrón llegaba al marqués a le dar la norabuena65 de su llegada, y se apartaban a una parte, y rogaron con mucha instancia al marqués que no consintiese que los de Tascala entrasen por su tierra. El marqués les mandó que se volviesen y ellos siempre dijeron: "Mira que estos de esta ciudad son mercaderes, y no gente de guerra, y hombres que tienen un corazón y muestran otro, y siempre hacen sus cosas con mañas y con mentiras, y no te querríamos dejar, pues nos dimos por tus amigos".
Con todo esto el marqués les mandó que volviesen a enviar toda su gente, y si algunas personas principales se quisiesen quedar, se aposentasen fuera de la ciudad con algunos que los sirviesen, y así se hizo. Y entrando por la ciudad, salió la demás gente que en ella había, por sus escuadrones, saludando a los españoles que topaban, los cuales íbamos en nuestra orden; y luego, tras esta gente, salió toda la gente de ministros de las que servían a los ídolos, vestidos con ciertas vestimentas, algunas cerradas por delante como capuces66 y los brazos fuera de las vestiduras, y muchas madejas de algodón hilado por orla de las dichas vestiduras, y otros vestidos de otras maneras. Muchos de ellos llevaban cornetas y flautas tañendo, y ciertos ídolos cubiertos y muchos incensarios; y así llegaron al marqués y después a los demás echando de aquella resina en los incensarios, y en esta ciudad tenían por su principal dios a un hombre que fue en los tiempos pasados, y le llamaban Quezalquate, que según se dice fundó éste aquella ciudad y les mandaba que no matasen hombres, sino que al criador del sol y del cielo le hiciesen casas a donde le ofreciesen codornices y otras cosas de caza, y no se hiciesen mal unos a otros ni se quisiesen mal; y diz67 que éste traía una vestidura blanca, como túnica de fraile, y encima una manta cubierta con cruces coloradas por ella. Y aquí tenían ciertas piedras verdes, y la una de ellas era una cabeza de una mona, y decían que aquéllas habían sido de este hombre, y las tenían por reliquias68.
En este pueblo el marqués y su gente estuvieron ciertos días, y de aquí envió a ciertos que de su voluntad quisieron ir a ver un volcán que se aparecía en una sierra alta, cinco leguas de ahí, de donde salía mucho humo; y para que de allí mirasen a una y a otra parte y trajesen nueva de la disposición de la tierra69. A esta ciudad vinieron ciertas personas principales por mensajeros de Muteczuma, e hicieron su plática una y muchas veces. Y unas veces decían que a qué íbamos y a dónde, porque ellos no tenían donde vivían bastimento70 que pudiésemos comer; y otras veces decían que decía Muteczuma que no le viésemos, porque se moriría de miedo; y otras decían que no había camino para ir. Y visto que a todo esto el marqués les satisfacía71, hicieron a los mismos del pueblo que dijesen que donde Muteczuma estaba había mucho número de leones y tigres72 y otras fieras, y que cada vez que Muteczuma quería las hacía soltar, y bastaban para comernos y despedazarnos. Y visto que no aprovechaba nada todo lo que decían para estorbar el camino, se concertaron los mensajeros de Muteczuma con los de aquella ciudad para nos matar; y la manera que para ello daban era llevarnos por un camino sobre la mano izquierda del camino de México, donde había mucho número de malos pasos que se hacían de las aguas que bajaban de la sierra donde el volcán está; y como la tierra es arenisca y tierra liviana, poca agua hace gran quebrada, y hay algunas de más de cien estados73 en hondo, y son angostas, tanto que hay madera tan larga que basta a hacer de ella puentes en las dichas quebradas, y así las había, porque después las vimos.
Estando para nos partir, una india de esta ciudad de Cherula, mujer de un principal de allí, dijo a la india que llevamos por intérprete con el cristiano que se quedase allí, porque ella la quería mucho y le pesaría si la matasen, y le descubrió lo que estaba acordado; y así el marqués lo supo y dilató dos días su partida, y siempre les decía que de pelear los hombres no se maravillaba ni recibía enojo, aunque peleasen con él; pero que de decirle mentiras le pesaría mucho, y que les avisaba en cosa que con él tratasen no le mintiesen, ni trajesen maneras de traición. Ellos se le ofrecían que eran sus amigos y lo serían, y que no le mentirían ni le habían mentido, y le preguntaron que cuándo se quería ir. Él les dijo que otro día, y le dijeron que querían allegar74 mucha gente para se ir con él, y les dijo que no quería más de algunos esclavos para que le llevasen el hato de los españoles. Ellos porfiaron que todavía sería bien que fuese gente, y el marqués no quiso, antes les dijo que no quería más que los que le bastasen para llevar las cargas. Y otro día de mañana sin se lo rogar vino mucha gente con armas de las que ellos usan, y según pareció éstos eran los más valientes que entre ellos había, y decían que eran esclavos y hombres de carga. El marqués dijo que se quería despedir de todos los señores de la ciudad; por tanto, que se los llamasen; y en esta ciudad no había ningún señor principal, salvo capitanes de la república, porque eran a manera de señoría, y así se regían75.
Y luego vinieron todos los más principales, y a los que pareció ser señores, hasta treinta de ellos metió el marqués en un patio pequeño de su aposento, y les dijo: "Dicho os he verdad en todo lo que con vosotros he hablado, y mandado he a todos los cristianos de mi compañía que no os hagan mal, ni se os ha hecho, y con la mala intención que tenéis me dijisteis que los de Tascana76 no entrasen en vuestra tierra; y magüer no me habéis dado de comer, como fuera razón, no he consentido que se os tome una gallina, y he os avisado que no me mintáis; y en pago de estas buenas obras tenéis concertado de matarme, y a mis compañeros, y habéis traído gente para que peleen conmigo, desde que esté en el mal camino por donde me pensáis llevar; y por esta maldad que teníais concertada, moriréis todos, y en señal de que sois traidores, destruiré vuestra ciudad, sin que más quede memoria de ella; y no hay para qué negarme esto, pues lo sé como os lo digo". Ellos se maravillaron, y se miraban unos a otros, y había guardas porque no pudiesen huir, y también había guarda en la otra gente que estaba fuera en los patios grandes de los ídolos para nos llevar las cargas. El marqués les dijo a estos señores: "Yo quiero que vosotros me digáis la verdad, puesto que yo la sé, para que estos mensajeros y todos los demás la oigan de vuestra boca, y no digan que os lo levanté77". Y apartados cinco o seis de ellos, cada uno a su parte, confesaron cada uno por sí, sin tormento alguno, que así era verdad como el marqués se lo había dicho; y viendo que conformaban unos con otros, los mandó volver a juntar, y todos lo confesaron así; y decían unos a otros: "Este es como nuestros dioses, que todo lo saben; no hay para qué negárselo".
El marqués hizo llamar allí a los mensajeros de Muteczuma, y les dijo: "Estos me querían matar, y dicen que Muteczuma era en ello, y yo no lo creo, porque lo tengo por amigo, y sé que es gran señor, y que los señores no mienten; y creo que éstos me querían hacer este daño a traición, y como bellacos y gente sin señor que son, y por eso morirán, y vosotros no hayáis miedo, que además de ser mensajeros, soislo de ese señor a quien tengo por amigo, y tengo creído que es muy bueno, y no bastará cosa que en contrario se me diga". Y luego mandó matar los más de aquellos señores, dejando ciertos de ellos aprisionados, y mandó hacer señal para que los españoles diesen en los que estaban en los patios y muriesen todos, y así se hizo. Y ellos se defendían lo mejor que podían, y trabajaban de ofender; pero como estaban en los patios cercados y tomadas las puertas, todavía murieron los más de ellos. Y hecho esto, los españoles e indios que con nosotros estaban salimos en nuestras escuadras por muchas partes por la ciudad, matando gente de guerra y quemando las casas; y en poco rato vino gran número de gente de Tascala, y robaron la ciudad y destruyeron todo lo posible y quedaron con asaz despojo, y ciertos sacerdotes del diablo se subieron en lo alto de la torre del ídolo mayor y no quisieron darse presos, antes se dejaron allí quemar, lamentándose y diciendo a su ídolo cuán mal lo hacía en no los favorecer. Así es que se hizo todo lo posible por destruir aquella ciudad, y el marqués mandaba que se guardasen de no matar mujeres ni niños; y duró dos días el trabajar por destruir la ciudad, y muchos de los de ella se fueron a esconder por los montes y campos, y otros se iban a valer a la tierra de sus enemigos comarcanos78.
Y luego, pasados dos días, mandó el marqués que cesase la destrucción, y así cesó. Y dende a otros dos o tres días, según pareció, se debieron de juntar muchos de los naturales del dicho pueblo, y enviaron a suplicar al marqués que los perdonase y les diese licencia para se venir a la ciudad, y para esto tomaron por valedores79 a los de Tascala. El marqués los perdonó y les dijo que por la traición que tenían pensada había hecho en ellos aquel castigo y tenía voluntad de asolar la ciudad sin dejar en ella cosa enhiesta, y que así lo haría dende en adelante en todas las partes donde viese que no le mostraban buena voluntad y le procuraban de hacer malas obras, porque esto tenía por muy malo, y no tenía en tanto que peleasen con él dende luego80 que a alguna parte llegase. Y así se tornó la ciudad a poblar y le prometieron de ser amigos leales dende en adelante.
Con que luego que allí llegamos, en este tiempo dieron al marqués ciertas calenturas, y acordó de se purgar, y llevaba cierta masa de píldoras que en la isla de Cuba había hecho; y como no obiese quien las supiese desatar49 para las ablandar y hacer las píldoras, partió ciertos pedazos y tragóselos así duros; y otro día, comenzando a purgar, vimos venir mucho número de gente, y él cabalgó y salió a ellos y peleó todo ese día, y a la noche le preguntamos cómo le había ido con la purga, y díjonos que se le había olvidado de que estaba purgando, y purgó otro día como si entonces tomara la purga. Cómo el marqués fue a Zimpanzingo, y lo que pasó por el camino. El marqués posaba en la torre del ídolo, como ya hemos dicho, y algunas veces de noche, en lo que le cabía de dormir, miraba desde allí a todas partes para ver humos, y vio a algo más que cuatro leguas de allí, cabe50 unos peñoles51 de sierra y por entre cierto monte, cantidad de humos, por donde creyó haber mucha gente en aquella parte. Y otro día partió su gente y dejó en el real la que le pareció, y luego que fueron dos o tres horas de noche comenzó a caminar hacia los peñoles a tino52, porque la noche era oscura, y yendo como una legua del real, súpitamente53 dio en los caballos una manera de torozón54 que se caían en el suelo sin poderlos menear. Y con el primero que se cayó y se lo dijeron al marqués, dijo: "Pues vuélvase su dueño con él al real". Y al segundo dijo lo mismo, y comenzámosle a decir algunos de los españoles: "Señor, mirad que es mal pronóstico, y mejor será que dejemos amanecer; luego veremos por donde vamos".
Él decía: "¿Por qué mirais en agüeros? No dejaré la jornada, porque se me figura que de ella se ha de seguir mucho bien esta noche, y el diablo por lo estorbar pone estos inconvenientes". Y luego se le cayó a él su caballo como a los otros e hizo un poco alto, y de diestro llevaban los caballos55, que serían ocho. Y así caminamos hasta que perdimos el tino de la vía de los peñoles. Y dimos en una mala tierra de pedregales y barrancas, y atinando a una lumbrecilla que estaba en una choza, fuimos allá y tomamos dos mujeres. Y unos españoles que el marqués había puesto en un camino tomaron dos indios; éstos nos llevaron hacia los peñoles y llegamos allá al amanecer, y los caballos iban ya buenos, y llegando al, cabo a los peñoles, a un pueblo grande que allí estaba que se dice Zimpanzingo, como habíamos ido fuera de camino estaba la gente de él muy descuidada, y el marqués mandó que no matasen ningún indio, ni les tomasen cosa alguna, y cada uno de ellos salía de su casa y haciéndoles señas que no obiesen miedo se reposaron algún tanto, puesto que todavía huían. Y luego que comenzó a salir el sol, el marqués se puso en un alto a descubrir tierra y vio lo más de la población de Tascala, que dende allí se aparecía, y llamó a los españoles y dijo: "Ved qué hiciera al caso matar unos pocos de indios que había en este pueblo, donde tanta multitud de gente debe haber". Cómo los espías de los indios se entraron en nuestro real, y lo que sobre ello se hizo.
Tres o cuatro días antes de esto habían venido ciertos indios al real y traído al marqués cinco indios, diciéndole: "Si eres dios de los que comen sangre y carne, cómete estos indios, y traerte hemos más; y si eres dios bueno, ves aquí incienso y plumas; y si eres hombre, ves aquí gallinas y pan y cerezas". El marqués siempre les decía: "Yo y mis compañeros hombres somos como vosotros; y yo mucho deseo tengo de que no me mintáis, porque yo siempre os diré verdad, y de verdad os digo que deseo mucho que no seáis locos ni peleéis, porque no recibáis daño". Y luego que éstos se fueron, a la tarde, pareció atravesar por cabo56 un cerro mucho número de gente, y desde a poco vinieron al marqués de hacia aquella parte quince o veinte indios en compañía de unos mensajeros que vinieron a decir que venían a saber cómo estábamos y qué pensábamos hacer. El marqués les dijo con los intérpretes dichos: "Os he ya avisado siempre que conmigo habláis que no me mintáis, porque yo nunca os miento, y agora venís por espías y con mentiras". Y apartolos unos de otros, y confesaron que era verdad y que aquella noche habían de dar en nosotros mucha cantidad de gente, y morir o matarnos. El marqués les hizo a algunos de ellos contar57 las manos, y así los envió diciendo que a todos los que hallase que eran espías haría lo mismo, y que luego iba a pelear con ellos. Y puesta su gente en orden hizo que los de caballo se pusiesen pretales de cascabeles58, y ya anochecía cuando salió hacia donde había visto pasar la gente, y con el ruido que llevaban y con haber visto sus espías sin manos, se pusieron en huida, y el marqués los siguió hasta dos horas de la noche.
Y este capítulo se había olvidado de poner antes59. Cómo el marqués del Valle hizo las paces con los tascaltecas. Pues como los indios vieron la buena obra que se les había hecho en no los querer matar, y el marqués los llamó y les dijo con los intérpretes que llamasen a los señores, y los esperó con toda su gente cabo una fuente grande que cabo aquel pueblo está. Vinieron algunos principales indios y trajeron cantidad de comida, y dijeron que agradecían mucho el daño que se les había dejado de hacer, y que servirían dende aquí en adelante en lo que se les mandase, y llamarían a los señores de toda aquella tierra. El marqués les certificó que sabía que aunque le llevaban de comer eran ellos los que con nosotros peleaban, y que todo se lo perdonaba y les rogaba fuesen amigos por excusar el daño que en ellos se hacía, pues veían lo poco que recibíamos. El marqués se volvió a su real, y mandó que no se hiciese daño a indio alguno dende aquí en adelante. Cómo el marqués se determinó de ir a México, y de las pláticas que en el real hubo sobre ello. Llegado el marqués al real muy alegre de lo sucedido dijo: "Yo creo que la guerra de esta provincia placerá a Dios que hoy la hemos acabado, y que éstos serán nuestros amigos de aquí adelante, y conviene que pasemos a la tierra de este gran señor, de quien nos dicen". Y llamó a un indio principal que con él andaba, y se había ido en nuestra compañía desde la costa por capitán de cierta gente, y llamábase este indio Teuche, y era hombre cuerdo, y según él decía criado en las guerras de entre ellos.
Este indio dijo al marqués: "Señor, no te fatigues en pensar pasar adelante de aquí, porque yo siendo mancebo fui a México, y soy experimentado en las guerras, y conozco de vos y de vuestros compañeros que sois hombres y no dioses, y que habéis hambre y sed y os cansáis como hombres; y hágote saber que pasado de esta provincia hay tanta gente, que pelearán contigo cien mil hombres agora, y muertos o vencidos éstos vendrán luego otros tantos, y así podrán remudarse o morir por mucho tiempo de cien mil en cien mil hombres, y tú y los tuyos, ya que seáis invencibles, moriréis de cansados de pelear, porque como te he dicho, conozco que sois hombres, y yo no tengo más que decir de que miréis en esto que he dicho; y si determináredes de morir, yo iré con vos". El marqués se lo agradeció y le dijo que con todo aquello quería pasar adelante porque sabía que Dios, que hizo el cielo y la tierra, les ayudaría, y que así él lo creyese. Antes de esto había habido plática entre los españoles, y se hablaba en que sería bien hablar al marqués para que no pasase adelante, antes se volviese a la costa, y dende allí poco a poco se tendría inteligencia con los indios, y se haría según el tiempo mostrase que era bien hacerse, y así se lo habían hablado al marqués algunos en secreto. Y él, estando una noche en la torre del ídolo, habiendo alrededor de ella algunas chozas donde los españoles se metían, oyó que en una de ellas hablaban ciertos soldados, diciendo: "Si el capitán quisiere ser loco e irse donde lo maten, váyase solo, y no lo sigamos".
Y otros decían que si se le siguiesen había de ser como Pedro Carbonero, que por entrarse en tierra de moros a hacer salto60, se había quedado él y todos los que con él iban, y habían sido muertos. El marqués hizo llamar dos amigos suyos, y les dijo: "Mirad qué están diciendo aquí; y quien lo osa decir, osarlo ha de lo hacer. Por tanto conviene irnos hacia donde está este señor que nos dicen". Y viniendo indios de Tascala, que es aquella provincia donde entonces estábamos, le dijeron: "Hecho hemos nuestro poder por te matar, y a tus compañeros, y nuestros dioses no valen nada para nos ayudar contra ti; determinamos de ser tus amigos y te servir, y rogámoste que porque estamos cercados de todas partes en esta provincia de enemigos nuestros nos ampares de ellos, y rogámoste te vayas a la ciudad de Tascala a descansar de los trabajos que te hemos dado". El marqués hizo poner cruces en el real y en la torre del ídolo y en otras partes alrededor, y mandó alzar el real y caminó con buen concierto61 para la ciudad de Tascala. De las guerras que los tascaltecas tenían con Muteczuma, y de lo que pasó cuando a ella llegamos. Llegados allí, el marqués se aposentó en unos aposentos de unos ídolos y mandó hacer señales y poner límites para donde los de su compañía llegasen, y nos mandó que de allí no pasásemos ni saliésemos, y así es verdad que lo cumplimos, y que para llegar a un arroyo a un tiro de piedra de allí le pedíamos licencia.
Estos indios por todas partes de su provincia partían término62 con sus enemigos, vasallos de Muteczuma y de otros sus aliados; y cada vez que Muteczuma quería hacer alguna fiesta y sacrificio a sus ídolos, juntaba gente y enviaba sobre esta provincia a pelear con los de ella y a cautivar gentes para sacrificar, puesto que muchas veces los de la provincia mataban mucha gente de los contrarios; pero muy averiguado parecía que si Muteczuma y sus vasallos y aliados quisieran poner su poder a dar cada cual por su parte en esta provincia, los desbarataran en breve y feneciera la guerra con ellos; y así yo que esto escribo pregunté a Muteczuma y a otros sus capitanes qué era la causa porque teniendo aquellos enemigos en medio no los acababan en un día, y me respondían: "Bien lo pudiéramos hacer; pero luego no quedara donde los mancebos ejercitaran sus personas, sino lejos de aquí; y también queríamos que siempre obiese gente para sacrificar a nuestros dioses". Estos de esta provincia no alcanzaban sal, ni en su tierra la había, sino por grandes rescates63 la habían de sus enemigos comarcanos; y asimismo no alcanzaban oro ni ropa de algodón sino de rescate64. El marqués estuvo allí con su gente ciertos días, y de los naturales de la tierra se venían muchos a vivir con los españoles y mostraban ser verdadera el amistad; y el marqués siempre que con ellos hablaba les encargaba mucho que dejasen sus ídolos: algunos decían que el tiempo andando verían nuestra manera de vivir, y entenderían mejor nuestras condiciones y las razones que se les daban, y podría ser tornarse cristianos.
El marqués hacía poner cruces en todas las partes donde le parecía que estarían preeminentemente, y con licencia de los indios hizo una iglesia en una casa de un ídolo principal, donde puso imágenes de Nuestra Señora y de algunos santos, y a veces se ocupaba en les predicar a los indios, y les parecía bien nuestra manera de vivir, y de cada día se venían muchos a vivir con los españoles. El marqués se partió de aquí habiendo tomado la más noticia que pudo de la tierra de adelante, y los indios de aquellas provincias dijeron que irían con él a le mostrar hasta donde ellos sabían el camino; y dijeron cómo a cuatro leguas de ahí había una ciudad que se llama Chitrula, que eran sus contrarios y señoría por sí, aliada y amigos de Muteczuma, que era en nuestro camino, y así salieron para esta ciudad en compañía de los españoles hasta cuarenta mil hombres de guerra, apartados de nosotros, porque así se lo mandaba el marqués. Cómo el marqués entró en la ciudad de Chitrula, y lo que luego acaeció. Llegados a esta ciudad de Chitrula, un día por la mañana salieron en escuadrones diez o doce mil hombres, y traían pan de maíz y algunas gallinas, y cada escuadrón llegaba al marqués a le dar la norabuena65 de su llegada, y se apartaban a una parte, y rogaron con mucha instancia al marqués que no consintiese que los de Tascala entrasen por su tierra. El marqués les mandó que se volviesen y ellos siempre dijeron: "Mira que estos de esta ciudad son mercaderes, y no gente de guerra, y hombres que tienen un corazón y muestran otro, y siempre hacen sus cosas con mañas y con mentiras, y no te querríamos dejar, pues nos dimos por tus amigos".
Con todo esto el marqués les mandó que volviesen a enviar toda su gente, y si algunas personas principales se quisiesen quedar, se aposentasen fuera de la ciudad con algunos que los sirviesen, y así se hizo. Y entrando por la ciudad, salió la demás gente que en ella había, por sus escuadrones, saludando a los españoles que topaban, los cuales íbamos en nuestra orden; y luego, tras esta gente, salió toda la gente de ministros de las que servían a los ídolos, vestidos con ciertas vestimentas, algunas cerradas por delante como capuces66 y los brazos fuera de las vestiduras, y muchas madejas de algodón hilado por orla de las dichas vestiduras, y otros vestidos de otras maneras. Muchos de ellos llevaban cornetas y flautas tañendo, y ciertos ídolos cubiertos y muchos incensarios; y así llegaron al marqués y después a los demás echando de aquella resina en los incensarios, y en esta ciudad tenían por su principal dios a un hombre que fue en los tiempos pasados, y le llamaban Quezalquate, que según se dice fundó éste aquella ciudad y les mandaba que no matasen hombres, sino que al criador del sol y del cielo le hiciesen casas a donde le ofreciesen codornices y otras cosas de caza, y no se hiciesen mal unos a otros ni se quisiesen mal; y diz67 que éste traía una vestidura blanca, como túnica de fraile, y encima una manta cubierta con cruces coloradas por ella. Y aquí tenían ciertas piedras verdes, y la una de ellas era una cabeza de una mona, y decían que aquéllas habían sido de este hombre, y las tenían por reliquias68.
En este pueblo el marqués y su gente estuvieron ciertos días, y de aquí envió a ciertos que de su voluntad quisieron ir a ver un volcán que se aparecía en una sierra alta, cinco leguas de ahí, de donde salía mucho humo; y para que de allí mirasen a una y a otra parte y trajesen nueva de la disposición de la tierra69. A esta ciudad vinieron ciertas personas principales por mensajeros de Muteczuma, e hicieron su plática una y muchas veces. Y unas veces decían que a qué íbamos y a dónde, porque ellos no tenían donde vivían bastimento70 que pudiésemos comer; y otras veces decían que decía Muteczuma que no le viésemos, porque se moriría de miedo; y otras decían que no había camino para ir. Y visto que a todo esto el marqués les satisfacía71, hicieron a los mismos del pueblo que dijesen que donde Muteczuma estaba había mucho número de leones y tigres72 y otras fieras, y que cada vez que Muteczuma quería las hacía soltar, y bastaban para comernos y despedazarnos. Y visto que no aprovechaba nada todo lo que decían para estorbar el camino, se concertaron los mensajeros de Muteczuma con los de aquella ciudad para nos matar; y la manera que para ello daban era llevarnos por un camino sobre la mano izquierda del camino de México, donde había mucho número de malos pasos que se hacían de las aguas que bajaban de la sierra donde el volcán está; y como la tierra es arenisca y tierra liviana, poca agua hace gran quebrada, y hay algunas de más de cien estados73 en hondo, y son angostas, tanto que hay madera tan larga que basta a hacer de ella puentes en las dichas quebradas, y así las había, porque después las vimos.
Estando para nos partir, una india de esta ciudad de Cherula, mujer de un principal de allí, dijo a la india que llevamos por intérprete con el cristiano que se quedase allí, porque ella la quería mucho y le pesaría si la matasen, y le descubrió lo que estaba acordado; y así el marqués lo supo y dilató dos días su partida, y siempre les decía que de pelear los hombres no se maravillaba ni recibía enojo, aunque peleasen con él; pero que de decirle mentiras le pesaría mucho, y que les avisaba en cosa que con él tratasen no le mintiesen, ni trajesen maneras de traición. Ellos se le ofrecían que eran sus amigos y lo serían, y que no le mentirían ni le habían mentido, y le preguntaron que cuándo se quería ir. Él les dijo que otro día, y le dijeron que querían allegar74 mucha gente para se ir con él, y les dijo que no quería más de algunos esclavos para que le llevasen el hato de los españoles. Ellos porfiaron que todavía sería bien que fuese gente, y el marqués no quiso, antes les dijo que no quería más que los que le bastasen para llevar las cargas. Y otro día de mañana sin se lo rogar vino mucha gente con armas de las que ellos usan, y según pareció éstos eran los más valientes que entre ellos había, y decían que eran esclavos y hombres de carga. El marqués dijo que se quería despedir de todos los señores de la ciudad; por tanto, que se los llamasen; y en esta ciudad no había ningún señor principal, salvo capitanes de la república, porque eran a manera de señoría, y así se regían75.
Y luego vinieron todos los más principales, y a los que pareció ser señores, hasta treinta de ellos metió el marqués en un patio pequeño de su aposento, y les dijo: "Dicho os he verdad en todo lo que con vosotros he hablado, y mandado he a todos los cristianos de mi compañía que no os hagan mal, ni se os ha hecho, y con la mala intención que tenéis me dijisteis que los de Tascana76 no entrasen en vuestra tierra; y magüer no me habéis dado de comer, como fuera razón, no he consentido que se os tome una gallina, y he os avisado que no me mintáis; y en pago de estas buenas obras tenéis concertado de matarme, y a mis compañeros, y habéis traído gente para que peleen conmigo, desde que esté en el mal camino por donde me pensáis llevar; y por esta maldad que teníais concertada, moriréis todos, y en señal de que sois traidores, destruiré vuestra ciudad, sin que más quede memoria de ella; y no hay para qué negarme esto, pues lo sé como os lo digo". Ellos se maravillaron, y se miraban unos a otros, y había guardas porque no pudiesen huir, y también había guarda en la otra gente que estaba fuera en los patios grandes de los ídolos para nos llevar las cargas. El marqués les dijo a estos señores: "Yo quiero que vosotros me digáis la verdad, puesto que yo la sé, para que estos mensajeros y todos los demás la oigan de vuestra boca, y no digan que os lo levanté77". Y apartados cinco o seis de ellos, cada uno a su parte, confesaron cada uno por sí, sin tormento alguno, que así era verdad como el marqués se lo había dicho; y viendo que conformaban unos con otros, los mandó volver a juntar, y todos lo confesaron así; y decían unos a otros: "Este es como nuestros dioses, que todo lo saben; no hay para qué negárselo".
El marqués hizo llamar allí a los mensajeros de Muteczuma, y les dijo: "Estos me querían matar, y dicen que Muteczuma era en ello, y yo no lo creo, porque lo tengo por amigo, y sé que es gran señor, y que los señores no mienten; y creo que éstos me querían hacer este daño a traición, y como bellacos y gente sin señor que son, y por eso morirán, y vosotros no hayáis miedo, que además de ser mensajeros, soislo de ese señor a quien tengo por amigo, y tengo creído que es muy bueno, y no bastará cosa que en contrario se me diga". Y luego mandó matar los más de aquellos señores, dejando ciertos de ellos aprisionados, y mandó hacer señal para que los españoles diesen en los que estaban en los patios y muriesen todos, y así se hizo. Y ellos se defendían lo mejor que podían, y trabajaban de ofender; pero como estaban en los patios cercados y tomadas las puertas, todavía murieron los más de ellos. Y hecho esto, los españoles e indios que con nosotros estaban salimos en nuestras escuadras por muchas partes por la ciudad, matando gente de guerra y quemando las casas; y en poco rato vino gran número de gente de Tascala, y robaron la ciudad y destruyeron todo lo posible y quedaron con asaz despojo, y ciertos sacerdotes del diablo se subieron en lo alto de la torre del ídolo mayor y no quisieron darse presos, antes se dejaron allí quemar, lamentándose y diciendo a su ídolo cuán mal lo hacía en no los favorecer. Así es que se hizo todo lo posible por destruir aquella ciudad, y el marqués mandaba que se guardasen de no matar mujeres ni niños; y duró dos días el trabajar por destruir la ciudad, y muchos de los de ella se fueron a esconder por los montes y campos, y otros se iban a valer a la tierra de sus enemigos comarcanos78.
Y luego, pasados dos días, mandó el marqués que cesase la destrucción, y así cesó. Y dende a otros dos o tres días, según pareció, se debieron de juntar muchos de los naturales del dicho pueblo, y enviaron a suplicar al marqués que los perdonase y les diese licencia para se venir a la ciudad, y para esto tomaron por valedores79 a los de Tascala. El marqués los perdonó y les dijo que por la traición que tenían pensada había hecho en ellos aquel castigo y tenía voluntad de asolar la ciudad sin dejar en ella cosa enhiesta, y que así lo haría dende en adelante en todas las partes donde viese que no le mostraban buena voluntad y le procuraban de hacer malas obras, porque esto tenía por muy malo, y no tenía en tanto que peleasen con él dende luego80 que a alguna parte llegase. Y así se tornó la ciudad a poblar y le prometieron de ser amigos leales dende en adelante.