Combates que unos a otros se daban
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Datos principales
Desarrollo
Combates que unos a otros se daban Muerto que fue Moctezuma, envió a decir Cortés a sus sobrinos y a los otros señores y capitanes que sustentaban la guerra, que les quería hablar. Vinieron, y él les dijo desde aquella misma azotea donde le mataran, que puesto que había muerto Moctezuma, dejasen las armas y atendiesen a elegir otro rey y a enterrar el difunto, que se quería hallar en las honras como amigo. Y que supiesen cómo, por cariño a Moctezuma, que se lo rogaba, no les había ya derribado y asolado la ciudad, como a rebelde y obstinada. Mas puesto que ya no tenía a quién tener respeto, les quemaría las casas y los castigaría si no cesaba la guerra y eran sus amigos. Ellos respondieron que no dejarían las armas hasta verse libres y vengados; y que sin su consejo sabrían tomar el rey que por derecho les venía, pues los dioses les habían llevado su querido Moctezuma. Que del cuerpo harían lo que con otros reyes muertos. Y que si él quería ir a morar con los dioses y hacer compañía a su amigo, que saliese y lo matarían. Y que más querían guerra que paz, si había de estar en la ciudad. Y si se enojaba, que tendría dos males; pues ellos no eran como otros, que se rendían a palabras. Que también ellos, puesto que había muerto su señor, por cuya reverencia no les habían quemado las casas y a ellos asado y comido, le matarían si no se iba. Y una vez por todas, que saliese fuera, y que después hablarían de amistad. Cortés, como los halló duros, comprendió que iba malo su partido, y que le decían que se fuese para cogerlo entre puentes.
Tanto les rogaba por el daño que recibía como por el que hacía. Así que, viendo que las vidas y el mandar consistían en los puños y en tener fuerte corazón, salió una mañana con los tres ingenios, con cuatro tiros, con más de quinientos españoles y con tres mil tlaxcaltecas, a pelear con los enemigos, a derribar y quemar las casas. Arrimaron los ingenios a unas grandes casas que estaban junto a un puente. Echaron escalas para subir a las azoteas, que estaban llenas de gente, y comenzaron a combatirlas; mas pronto se volvieron al fuerte sin hacer cosa que dañase mucho a los contrarios, y con un español muerto y otros muchos heridos, y con los ingenios rotos. Fueron tantos los indios que al ruido cargaron, y apretaron de tal forma a los nuestros, que no les dieron lugar ni tiempo de soltar los tiros. Y los de aquella casa tiraron tantas piedras y tan grandes de las azoteas, que desbarataron los ingenios y los ingenieros. Y los hicieron volver más que a paso en poco tiempo. Cuando los hubieron encerrado, recobraron todas las casas y calles perdidas, y el templo mayor, en cuya torre se encastillaron quinientos hombres principales. Metieron muchos bastimentos, muchas piedras, muchas lanzas largas y con puntas de pedernal, anchas y agudas. Y en verdad, con ninguna arma hacían tanto daño como con piedras, ni tan a su salvo. Era fuerte aquella torre y alta, según ya dije, y estaba tan cerca del fuerte de los nuestros, que les hacía muy gran daño. Cortés, aunque con mucha tristeza, animaba siempre a los suyos, y siempre iba delante a las afrentas y peligros.
Y por no estar acorralado, que no lo sufría su corazón, coge trescientos españoles y va a combatir aquella torre. La acometió tres o cuatro veces y otros tantos días, mas nunca la pudo subir, porque era muy alta y había muchos defensores con buenas piedras y armas, con las que por detrás le fatigaban mucho. Antes por el contrario, siempre acababan rodando gradas abajo y huyendo, de lo que, orgullosos los indios, seguían a los nuestros hasta las puertas del real. Y los españoles iban de hora en hora desmayando más, y muchos murmurando. Estaba su corazón con estas cosas como podéis pensar. Y porque los indios, con tener la torre y victorias, andaban más bravos que nunca, así en obras como en palabras, decide Cortés salir, y no volver sin ganarla. Se ató la rodela al brazo que tenía herido; fue, cercó y combatió la torre con muchos españoles, tlaxcaltecas y amigos; y aunque los de arriba la defendieron mucho y duramente, y derribaron a tres o cuatro españoles por las escaleras, y vinieron muchos a socorrerla, la subió y ganó, Pelearon arriba con los indios hasta que los hicieron saltar a unos pretiles y andenes que tenía la torre alrededor, un paso o más de anchos; los cuales eran tres, y uno dos estados más alto que otro, conforme a los sobrados de las capillas. Algunos indios cayeron al suelo por saltar de uno en otro, que además del golpe llevaron muchas estocadas de los nuestros que quedaron abajo. Españoles hubo que, abrazados con los enemigos, se arrojaron a los pretiles, y hasta de uno a otro, por matarlos o tirarlos al suelo; y así, no dejaron a ninguno vivo. Pelearon tres horas allá arriba, pues, como eran muchos indios, ni los podían vencer ni acabar de matar. Al fin, murieron los quinientos indios como valientes hombres. Y si hubiesen tenido armas iguales, más mataran que murieran, según el lugar y corazón tenían. No se halló la imagen de nuestra Señora, que al principio de la rebelión no podían quitar; y Cortés prendió fuego a las capillas y a otras tres torres, en las que se quemaron muchos ídolos. No perdieron coraje aunque perdieron la torre; con el cual, y por la quema de sus dioses, que les llegó al alma, hacían muchas arremetidas a la casa fuerte de los nuestros.
Tanto les rogaba por el daño que recibía como por el que hacía. Así que, viendo que las vidas y el mandar consistían en los puños y en tener fuerte corazón, salió una mañana con los tres ingenios, con cuatro tiros, con más de quinientos españoles y con tres mil tlaxcaltecas, a pelear con los enemigos, a derribar y quemar las casas. Arrimaron los ingenios a unas grandes casas que estaban junto a un puente. Echaron escalas para subir a las azoteas, que estaban llenas de gente, y comenzaron a combatirlas; mas pronto se volvieron al fuerte sin hacer cosa que dañase mucho a los contrarios, y con un español muerto y otros muchos heridos, y con los ingenios rotos. Fueron tantos los indios que al ruido cargaron, y apretaron de tal forma a los nuestros, que no les dieron lugar ni tiempo de soltar los tiros. Y los de aquella casa tiraron tantas piedras y tan grandes de las azoteas, que desbarataron los ingenios y los ingenieros. Y los hicieron volver más que a paso en poco tiempo. Cuando los hubieron encerrado, recobraron todas las casas y calles perdidas, y el templo mayor, en cuya torre se encastillaron quinientos hombres principales. Metieron muchos bastimentos, muchas piedras, muchas lanzas largas y con puntas de pedernal, anchas y agudas. Y en verdad, con ninguna arma hacían tanto daño como con piedras, ni tan a su salvo. Era fuerte aquella torre y alta, según ya dije, y estaba tan cerca del fuerte de los nuestros, que les hacía muy gran daño. Cortés, aunque con mucha tristeza, animaba siempre a los suyos, y siempre iba delante a las afrentas y peligros.
Y por no estar acorralado, que no lo sufría su corazón, coge trescientos españoles y va a combatir aquella torre. La acometió tres o cuatro veces y otros tantos días, mas nunca la pudo subir, porque era muy alta y había muchos defensores con buenas piedras y armas, con las que por detrás le fatigaban mucho. Antes por el contrario, siempre acababan rodando gradas abajo y huyendo, de lo que, orgullosos los indios, seguían a los nuestros hasta las puertas del real. Y los españoles iban de hora en hora desmayando más, y muchos murmurando. Estaba su corazón con estas cosas como podéis pensar. Y porque los indios, con tener la torre y victorias, andaban más bravos que nunca, así en obras como en palabras, decide Cortés salir, y no volver sin ganarla. Se ató la rodela al brazo que tenía herido; fue, cercó y combatió la torre con muchos españoles, tlaxcaltecas y amigos; y aunque los de arriba la defendieron mucho y duramente, y derribaron a tres o cuatro españoles por las escaleras, y vinieron muchos a socorrerla, la subió y ganó, Pelearon arriba con los indios hasta que los hicieron saltar a unos pretiles y andenes que tenía la torre alrededor, un paso o más de anchos; los cuales eran tres, y uno dos estados más alto que otro, conforme a los sobrados de las capillas. Algunos indios cayeron al suelo por saltar de uno en otro, que además del golpe llevaron muchas estocadas de los nuestros que quedaron abajo. Españoles hubo que, abrazados con los enemigos, se arrojaron a los pretiles, y hasta de uno a otro, por matarlos o tirarlos al suelo; y así, no dejaron a ninguno vivo. Pelearon tres horas allá arriba, pues, como eran muchos indios, ni los podían vencer ni acabar de matar. Al fin, murieron los quinientos indios como valientes hombres. Y si hubiesen tenido armas iguales, más mataran que murieran, según el lugar y corazón tenían. No se halló la imagen de nuestra Señora, que al principio de la rebelión no podían quitar; y Cortés prendió fuego a las capillas y a otras tres torres, en las que se quemaron muchos ídolos. No perdieron coraje aunque perdieron la torre; con el cual, y por la quema de sus dioses, que les llegó al alma, hacían muchas arremetidas a la casa fuerte de los nuestros.