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Datos principales


Rango

Restauración

Desarrollo


El carlismo resultó profundamente dañado por la fundación de la Unión Católica y su integración en el partido conservador, en 1884, lo que puso fin a la identificación entre católicos y carlistas existente desde 1868. No era el único revés grave que habría de experimentar en aquellos años. En julio de 1888 se consumó la escisión integrista que venía larvándose desde tiempo atrás. El enfrentamiento entre quienes pretendían organizarse como partido y luchar en la legalidad, y los que defendían el retraimiento, esperando que la monarquía de Alfonso XII se hundiera por sí sola, data de los comienzos de la Restauración. Al principio, don Carlos apoyó a los partidarios del retraimiento -encabezados por Ramón Nocedal-, pero conforme fue estabilizándose la situación, fue adquiriendo conciencia de la necesidad de adoptar una postura más activa, y animó a quienes estaban dispuestos a impulsar la organización -el marqués de Cerralbo, especialmente-. En el fondo del dilema había una cuestión doctrinal y otra de carácter más material. Acomodarse al sistema -que no aceptarlo-, como indica Jordi Canal, implicaba un reconocimiento de la importancia del enemigo (el liberalismo, que como recordara en 1884 el sacerdote integrista Félix Sardá y Salvany, continuaba siendo pecado) que los más intransigentes se negaban a aceptar; en el fondo, era el mismo problema que afectaba a muchos católicos desde que León XIII aconsejara la participación en las instituciones liberales.

La cuestión más material tenía que ver con el papel que jugaba la prensa en el carlismo; en ausencia de otro tipo de organizaciones, los periodistas tenían una importancia y protagonismo que indudablemente perderían al crearse otras estructuras partidarias. La polémica entre don Carlos y la prensa carlista terminó adquiriendo un tono doctrinal, en relación con la jerarquización de los poderes religioso y político, y acabó en ruptura total. La mayoría de los periódicos carlistas, 24, se declararon integristas, pero las bases continuaron siendo carlistas. La escisión integrista supuso, por otra parte, algo muy positivo para el carlismo: soltar el lastre de quienes se oponían a la participación en la vida política. Ayudados por las nuevas leyes de asociaciones y electoral, habrían de conocer una gran expansión en la última década del siglo. En 1896, el periódico republicano El Globo reconocía en los carlistas una organización poderosa y completa; algo de que no pueden ufanarse en la actualidad ninguno de los partidos españoles. A través de una propaganda basada, como señala Jordi Canal, en la imagen, la palabra y el escrito, impulsaron la creación de una estructura de partido moderna -con espacios de convivencia e integración social- cuyo elemento más característico eran los círculos tradicionalistas.

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