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Desarrollo


Capítulo XX Del orden que guardó el Ynga en saber la gente que tenía en su reino No hubo medio necesario para el aumento y ser de su Reino que no le usase y guardase el Ynga, y como uno de los más eficaces, para conservación de él y las conquistas y guerras, que tenía, era el número de gente y los oficios en que se podían ocupar. Tuvo gran cuidado y astucia en ello, así para saber la gente de que se podía servir en las guerras, como para acomodarlos y repartirles las ocupaciones de labrar la piedra, con que se hacían las fortalezas y edificios, que los fabricó de excelente cantería en diversas partes, unos por necesidad y defensa y otros para majestad y muestra de su poder. Unos indios señalaba para llevarle en andas a él y la Coya, su mujer. Otros ocupaba y repartía en hacer munición de lanzas, arcos, flechas, hondas, champis y macanas para la gente de guerra. Otros tenían por oficio hacer ojotas y vestidos, y sembrar y coger y acarrear los mantenimientos de los depósitos, que el Ynga tenía prevenidos en todas las provincias para el sustento de la gente de guerra, que asistían en las guarniciones y estaba puesto así en los pueblos como en los despoblados, y para otros mil géneros de oficios en que los ocupaba, porque ninguno había ocioso en este Reino, so pena que lo pagaba no menos que con la vida, porque este vicio castigaba con excesivo rigor, como origen y fuente de los demás vicios e insultos. La orden que el Ynga guardaba era que cada cinco años enviaba desde el Cuzco por todas las provincias y pueblos un tucuc ricuc, como ya dijimos, que es a modo de veedor y visitador que representaba su persona y llevaba bastantes comisiones y poderes suyos.

Estos venían por las provincias que les cabían y, en llegando al pueblo con el gobernador y curaca ordinario que allí residía, hacía juntar toda la gente, desde los viejos decrépitos hasta los indios niños de teta y, en una pampa fuera del pueblo, o si en él había una plaza capaz de toda la gente, hacía sentar la gente, la cual dividían en diez calles para los indios y otras diez para las indias, con mucha orden y concierto. Por las edades los iban asentando, y de aquí iban, visto el número y cantidad de gente que había, sacando todos los indios oficiales para el Ynga, de cuantos oficios eran necesarios en su casa y corte y los que eran suficientes para la milicia. Por la misma orden se entresacaban de las indias, las que eran suficientes para el servicio de la Coya y de su palacio, chácaras y sementeras, porque entre estos indios en aquellos tiempos no hubo tributos ni tasas que pagasen de oro ni de plata al Ynga, sino le daban lo necesario que guardase las chácaras y sementeras, y los ganados y para la guerra y los bastimentos necesarios. La orden en que ponían la gente en las diez calles es la que sigue: En la primera había indios que llamaban aucacama, que eran para todo trabajo dispuestos y aparejados, desde edad de veinte y cinco años hasta cincuenta, de los cuales se sacaba para la guerra los que eran hábiles y suficientes y los demás se destinaban en otros oficios y ministerios de trabajo, y ésta era la calle principal. La segunda era de viejos que se llamaban Puriroco, que eran viejos de más de cincuenta años y llegaban hasta sesenta.

Este vocablo puriroco significa que eran viejos que no podían andar, ni hacer nada fuera de sus pueblos, sino sólo entendían en las sementeras y cosechas. En la calle tercera estaban los indios muy viejos de sesenta años arriba, que no eran para ningún género de trabajo y sólo entendían en guardar la casa y comer y dormir, y así les llamaban puñuiroco, "viejo que duerme". En la cuarta calle se sentaban los mancos, cojos y ciegos y tullidos, que se decían ancacuna, que significa cojos y contrahechos y entre éstos había de todos géneros de edades: chicos y grandes. En la quinta calle había mancebetes de diez y ocho a veinte y cinco años, que se decían Saya Paya, que significa acompañador de los indios de guerra, porque era su oficio ayudar a llevar los pertrechos y armas a los soldados. La sexta calle era de muchachos grandes, de doce a diez y ocho años, que llamaban macta cuna, que significa "mancebetes". Su oficio era guardar las ovejas, aprendían oficio y hacían plumajes y otras cosas fáciles del servicio del Ynga. La séptima calle era de muchachos de nueve hasta doce años, que decían toclla, que significa "cazadores de pájaros", los cuales tomaban con lazos y liga para sacar la pluma de que hacían plumajes y otras curiosidades. La octava calle era de niños de cinco a nueve años, que llamaban puclla-cuna, que quiere decir muchachos que andan jugando. Estos servían en todo lo que podían a sus padres y madres en este tiempo. La novena calle era de niños, que decían lluclla cuna, que era que empezaban a anclar, hasta los cinco años.

La última calle era de niños de teta, que decían quirao picac o yacapicac, que es los que estaban en la cuna. Tardaba en visitar estas diez calles tres o cuatro días el tucuc ricuc, y dellas sacaban lo indios que querían, y luego pasaban a visitar las otras diez calles de mujeres. En la primera había mujeres de veinte y cinco años hasta cincuenta, casadas y viudas, que dicen auca camay o guarmi, porque eran mujeres de los indios que podían trabajar en la guerra y otros ministerios. En la segunda calle estaban indias viejas, que tenían fuerzas para andar y entender en algo en el pueblo. En la tercera calle se ordenaban las viejas de más de sesenta años, que decían puñuc chacuas, viejas que no eran de provecho más de para dormir, sin hacer otra cosa de consideración. En la cuarta calle estaban las viejas ciegas y cojas y mancas, que ellos llamaban hanca cuna. En la quinta calle, que era la de más gente, había mozas casaderas, quellos decían cipas. Estas se repartían en tres partes. De la primera escogían y sacaban las más hermosas y de mejor talle y cuerpo para el Ynga, las cuales tenían en depósito y llamaban acllas, como dijimos arriba. La segunda parte escogían entre las otras para hacer chicha al Sol y a los huacas y al Ynga. La tercera parte de mujeres era para dar el Ynga a sus capitanes, caciques y principales, y a otros indios que le habían servido en la guerra, porque no las podían tomar si no era por su licencia, como está dicho.

De la sexta calle eran muchachas de doce a diez y ocho años, coro cuna, que significa "motiloncillas". Estas servían a sus padres y madres en todo lo que podían, y lo más era en guarda de los ganados. En la séptima estaban muchachas de nueve a doce años, que ellos decían pau aupallac, que significa "las que cogían flores", con que se teñían las lanas de diversos colores para hacer las ropas de cumbi del Sol, ídolos y del Ynga. La octava calle era de niñas de cinco a nueve años, que llaman pullac, porque andaban jugando y es la edad dello. Estas entendían en ayudar a sus padres a traer leña, agua y otras cosas. En la novena calle había niñas chiquitas que dicen lloclla, porque empezaban a andar. En la última estaban las niñas de teta, que dicen quirao picac, que aún no habían salido de la cuna. Pasados los cinco años en que se hacía esta visita, tornaba a volver el mismo tucuc ricuc, u otro que nombraba el Ynga, y miraban por todas las calles por su orden, y el que en la visita pasada era niño, lo ponían en la otra calle adelante, y el que era muchacho que andaba jugando, pasábanlo a la de los muchachos mayores, y así los iban subiendo hasta la calle primera de los varones perfectos. A los muertos quitábanlos de la cuenta y, lo mismo guardaba con las mujeres, y así sabía el Ynga cuántos indios podía sacar de cada provincia y pueblos aptos para la guerra, y cuántos para otros oficios y lo propio de las mujeres. Con esto no había persona en todo este Reyno que no estuviese matriculada, que fue maravillosa traza y sagacidad prudentísima.

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