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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XVIII De las demás casas de recogidas que tenía el Ynga en su reino Por concluir de una vez con estas indias acllas, que el Ynga tenía en custodia y guarda en su Reino, haré este capítulo de las demás que restan. A las de la cuarta casa y recogimiento llamaban los indios taqui aclla, que eran cantoras y escogidas para efecto de cantar y tañer con unos atambores, y dar regocijo al Ynga y sus capitantes y gente principal cuando comían y había fiesta y borrachera. Entonces salían estas taqui acllas con sus instrumentos a darle placer, cantando sus arabies y músicas a su usanza. Eran también hermosas y tenían todas una voz, para que mejor sonasen en su canto. Estas indias habían de ser de nueve años hasta quince y, así, de seis a seis años se iban entresacando, y por la orden que las sacaban, tornaban a meterse de nuevo otras para este efecto. Sustentábanse de su trabajo y ellas mismas beneficiaban sus chácaras y hacían ropa para vestirse. También tenían sus guardas y porteros viejos, que las miraban y contaban cada día, porque no faltase alguna. Estas de la cuarta casa también eran pastoras del Ynga, de todos los ganados que el Ynga tenía para sus sacrificios, los cuales guardaban de noche en sus corrales, junto a estas casas de recogimiento, y de día los sacaban a pasear, con mucha cuenta y razón y con gran cuidado que tenían ellas. Tenían la tierra segura de las bestias fieras, y así podían andar por los pastos seguramente y, mientras repastaban el ganado, entendían en ensayarse en sus arabies y cantares que usaban, para cuando viniese el Ynga por donde ellas estaban.
La quinta Casa de Recogimiento; entraban en ella muchachas de cinco a seis años, pequeñuelas, y, así se decían vinachicuy, que significa criadas. Había con ellas indias de veinte años, que las regían y guardaban y enseñaban, a como habían de hilar delgado y tejer, y labraban sus chácaras. Este género de muchachas era de toda suerte, así de principales como de indios comunes, con tal fuesen hermosas sin nota ni fealdad ninguna, que para esto las mandaban desnudar, y tenían sus guardas y porteros con sus quipus donde asentaban cuántas eran, que por ser muchas niñas y de poca edad era necesario. Estaban siempre encerradas como en monasterio, donde jamás salían, ya que iban creciendo. Hilaban ropa de cumpi finísima para los ídolos. Los porteros eran capados y aun les cortaban las narices y bezos, para más disformidad, y si algún hombre entraba a estas muchachas, le colgaban de pies hasta que moría con grandísima pena. Las indias de la sexta Casa que también eran acllas y escogidas, eran extranjeras de la ciudad del Cuzco y eran hermosas y hacían ropa para sí y servían al Ynga de lo que las demás. Eran de quince años a veinte, y habían de ser sin fealdad ninguna. Ellas propias beneficiaban sus chácaras y tenían indios viejos y sin sospecha, que las guardaban como las demás. Cuando el Ynga quería entrar a visitarlas, estaba cada una en su aposento y el Ynga entraba a la que más quería, y después daba una vuelta, mirando a las demás. Estas acllas eran labradoras y gastaban el tiempo en cultivar las chácaras y huertos del Ynga, y todos las respetaban, considerando cuán provechosas eran las chácaras y cogían abundantemente de todas las cosas que el Ynga era aficionado para su mantenimiento.
Excedían a todas las de las otras cinco casas en multitud, como más necesarias a su oficio. Todas las seis Casas de Recogimiento estaban apartadas del consorcio de los demás indios o indias, y aparte, de suerte que no había ninguna comunicación con otro género de personas, hasta que de allí salían y se casaban, con orden del Ynga, como está dicho. El orden que el Ynga guardaba en repartir las mujeres de estas seis casas era que, de la primera, por maravilla daba algunas, y eso era a sus hermanos o parientes, o persona a quien él quería hacer grandísimo favor y le había servido notablemente en la guerra, o conquistado alguna provincia o apaciaguado alguna rebelión, o hecho alguna hazaña memorable, porque éstas eran exceptuadas para él. De la segunda casa repartía a los gobernadores y principales de su Consejo y de las provincias. De las de la tercera daba a los principalejos y mandones, y a los soldados que habían trabajado en las fronteras y conquistas. Las de la cuarta Casa repartía a los indios comunes, y de la quinta a los indios pobres, y las últimas y feas y desechadas, a los indios feos y viejos, conforme a ellas. Al indio que tenía atrevimiento para el Ynga, si era indio particular moría por ello y lo ahorcaban por los caminos, con graves penas a quien los quitase, y a ellas lo mismo para escarmiento de las demás, y si era cacique e indio principal, todos lo bienes que tenía se los quitaban y confiscaban para el Ynga, y si algún indio principal venía a rogar por el delincuente de este jaez, el Ynga le mandaba matar, diciendo que pues rogaba, era señal que había cometido el delito y tenía culpa, y si no la tenía que la justicia le favorecía.
La quinta Casa de Recogimiento; entraban en ella muchachas de cinco a seis años, pequeñuelas, y, así se decían vinachicuy, que significa criadas. Había con ellas indias de veinte años, que las regían y guardaban y enseñaban, a como habían de hilar delgado y tejer, y labraban sus chácaras. Este género de muchachas era de toda suerte, así de principales como de indios comunes, con tal fuesen hermosas sin nota ni fealdad ninguna, que para esto las mandaban desnudar, y tenían sus guardas y porteros con sus quipus donde asentaban cuántas eran, que por ser muchas niñas y de poca edad era necesario. Estaban siempre encerradas como en monasterio, donde jamás salían, ya que iban creciendo. Hilaban ropa de cumpi finísima para los ídolos. Los porteros eran capados y aun les cortaban las narices y bezos, para más disformidad, y si algún hombre entraba a estas muchachas, le colgaban de pies hasta que moría con grandísima pena. Las indias de la sexta Casa que también eran acllas y escogidas, eran extranjeras de la ciudad del Cuzco y eran hermosas y hacían ropa para sí y servían al Ynga de lo que las demás. Eran de quince años a veinte, y habían de ser sin fealdad ninguna. Ellas propias beneficiaban sus chácaras y tenían indios viejos y sin sospecha, que las guardaban como las demás. Cuando el Ynga quería entrar a visitarlas, estaba cada una en su aposento y el Ynga entraba a la que más quería, y después daba una vuelta, mirando a las demás. Estas acllas eran labradoras y gastaban el tiempo en cultivar las chácaras y huertos del Ynga, y todos las respetaban, considerando cuán provechosas eran las chácaras y cogían abundantemente de todas las cosas que el Ynga era aficionado para su mantenimiento.
Excedían a todas las de las otras cinco casas en multitud, como más necesarias a su oficio. Todas las seis Casas de Recogimiento estaban apartadas del consorcio de los demás indios o indias, y aparte, de suerte que no había ninguna comunicación con otro género de personas, hasta que de allí salían y se casaban, con orden del Ynga, como está dicho. El orden que el Ynga guardaba en repartir las mujeres de estas seis casas era que, de la primera, por maravilla daba algunas, y eso era a sus hermanos o parientes, o persona a quien él quería hacer grandísimo favor y le había servido notablemente en la guerra, o conquistado alguna provincia o apaciaguado alguna rebelión, o hecho alguna hazaña memorable, porque éstas eran exceptuadas para él. De la segunda casa repartía a los gobernadores y principales de su Consejo y de las provincias. De las de la tercera daba a los principalejos y mandones, y a los soldados que habían trabajado en las fronteras y conquistas. Las de la cuarta Casa repartía a los indios comunes, y de la quinta a los indios pobres, y las últimas y feas y desechadas, a los indios feos y viejos, conforme a ellas. Al indio que tenía atrevimiento para el Ynga, si era indio particular moría por ello y lo ahorcaban por los caminos, con graves penas a quien los quitase, y a ellas lo mismo para escarmiento de las demás, y si era cacique e indio principal, todos lo bienes que tenía se los quitaban y confiscaban para el Ynga, y si algún indio principal venía a rogar por el delincuente de este jaez, el Ynga le mandaba matar, diciendo que pues rogaba, era señal que había cometido el delito y tenía culpa, y si no la tenía que la justicia le favorecía.