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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO XV Los españoles salen de Tula y entran en Utiangue; alojándose en ella para invernar Los españoles estuvieron en el pueblo llamado Tula veinte días curando los muchos heridos que de la batalla pasada habían quedado. En este tiempo hicieron muchas correrías por toda la provincia, que era bien poblada de gente, y prendieron muchos indios e indias de todas edades, mas no fue posible por halagos o amenazas que les hiciesen que ninguno de ellos quisiese ir con los castellanos y, cuando querían llevarlos por fuerza, se dejaban caer en el suelo sin hablar palabra, dando a entender que los matasen o los dejasen, lo que más quisiesen. Tan emperrados e indómitos, como decimos, se mostraron estos indios, de cuya causa era forzoso matar los varones que eran para pelear. Las mujeres, muchachos y niños dejaban ir libres, ya que no podían llevarlos consigo. Sola una india de esta provincia quedó en servicio de un español natural de León, llamado Juan Serrano, la cual era tan mal acondicionada, brava y soberbia que si su amo, o cualquiera de los de su camarada, le decía algo sobre lo que ella había de hacer, así en la comida como en otra cosa de su servicio, le tiraba a la cara la olla, o los tizones del fuego, o lo que podía haber a las manos. Quería que la dejasen hacer su voluntad o que la matasen, porque, como ella decía, no había de obedecer ni hacer lo que mandasen, y así la dejaban y sufrían, y con todo eso se huyó, de que el amo holgó mucho por verse libre de una mujer brava.

Por esta fiereza e inhumanidad que los indios de esta provincia tienen consigo son temidos de todos los de su comarca que, solamente de oír el nombre de Tula, se escandalizan y con él asombran los niños para hacerles callar cuando lloran. Y para prueba de esto, bajándonos de la ferocidad de los viejos, contaremos un juego de niños. Es así que de esta provincia Tula, cuando los españoles salieron de ella, no sacaron más de un muchacho de nueve o diez años, y era de un caballero natural de Badajoz, llamado Cristóbal Mosquera, que yo después conocí en el Perú. En los pueblos que los cristianos descubrieron adelante, donde los indios salían de paz, se juntaban los muchachos a hacer sus juegos y niñerías, que casi siempre eran darse batalla unos a otros dividiéndose o por apellidos o por barrios, y muchas veces se encendían en su pelea de manera que salían muchos de ellos mal descalabrados. Los castellanos mandaban al muchacho tula se pusiese a una parte y pelease contra la otra, el cual salía con mucho contento de que le mandasen entrar en batalla. Los de su banda le hacían luego capitán y con sus soldados arremetía a los contrarios con gran alarido y grita apellidando el nombre de Tula, y esto solo bastaba para que huyesen los contrarios. Luego mandaban los españoles que el muchacho tula se pasase a la parte vencida y pelease contra la vencedora. Él lo hacía así, y con el mismo apellido los vencía, de manera que siempre salía victorioso. Y los indios decían que sus padres hacían lo mismo, porque eran cruelísimos con sus enemigos y no tomaban ninguno a vida.

Y el deformarse las cabezas, que algunos las tenían de media vara en largo, y el pintarse las caras y las bocas por de dentro, y de fuera, decían sus vecinos que lo hacían por hacerse más feos de lo que de suyo lo son, porque igualase la fealdad de sus rostros con la maldad de sus ánimos y con la fiereza de su condición, que en toda cosa eran inhumanísimos. Pasados veinte días que los castellanos estuvieron en el pueblo Tula, más por necesidad de curar los heridos que por gusto que hubiesen tenido de parar en tierra de tan mala gente, salieron del pueblo y en dos días de camino salieron de su jurisdicción y entraron en otra provincia llamada Utiangue. Llevaban los nuestros intención de invernar en ella, si hallasen comodidad, porque se les iba ya acercando el invierno. Caminaron por ella cuatro días y notaron que la tierra era de suyo buena y fértil, empero mal poblada y de poca gente, y ésa muy belicosa, porque siempre fueron por el camino inquietando a los españoles con armas y rebatos continuos, que a cada media legua les daban juntándose de ciento en ciento, y, cuando más se juntaban, no llegaban a doscientos. Hacían poco daño a los cristianos, porque, habiendo echado de lejos una rociada o dos de flechas con gran alarido, se ponían en huida y, los caballos con mucha facilidad, por ser tierra llana, los alcanzaban y alanceaban a toda su voluntad. Mas los indios no escarmentaban, que, en pudiendo juntarse veinte hombres, luego volvían a hacer lo mismo, y, para salir más de improviso y causar mayor sobresalto, se echaban en tierra y se cubrían con la hierba porque no los viesen, mas ellos pagaban bien su atrevimiento.

Con estos rebatos, más dañosos para los indios que para los castellanos, caminó el ejército los cuatro días, y al fin de ellos llegó al pueblo principal de la provincia que había el mismo nombre Utiangue, de quien toda su tierra lo tomaba, donde se alojaron sin contradicción alguna porque sus moradores lo habían desamparado. Los indios de esta provincia son mejor agestados que los de Tula y no se pintan las caras ni ahúsan las cabezas. Mostráronse belicosos, porque nunca quisieron aceptar la paz y la amistad que el gobernador les envió a ofrecer muchas veces, con los propios indios de la provincia que acertaban a prender. El general y sus capitanes, habiendo visto el pueblo, que era grande y de buenas casas, con mucha comida en ellas, asentado en un buen llano con dos arroyos a los lados, los cuales tenían mucha hierba para los caballos, y que era cercado, se determinaron de invernar en él porque era ya mediado octubre del año mil y quinientos y cuarenta y uno y no sabían si pasando adelante hallarían tan buena comodidad como la que tenían presente. Resueltos en esta determinación, repararon la cerca del pueblo, que era de madera y estaba por algunas partes desportillada; juntaron con toda diligencia mucho maíz, aunque es verdad que en el pueblo había tanto que casi hubo recaudo para todo el invierno. Apercibiéronse de mucha leña y de mucha fruta seca, como nueces, pasas, ciruelas pasadas y otras suertes de frutas y semillas incógnitas en España.

Hallaron por los campos gran cantidad de conejos como los de España, que, aunque los había por todo aquel gran reino, en ninguna provincia había tantos como en la comarca de este pueblo de Utiangue. Donde asimismo había muchos venados y corzos, de los cuales, así los españoles como sus criados, los indios domésticos, mataban muchos saliendo a caza por fiesta y regocijo, aunque iban apercibidos para pelear si topasen enemigos. Y muchas veces se convertía la cacería de los venados en batalla de buenos flechazos y lanzadas, mas siempre era con más daño de los indios que de los españoles. Nevó aquel invierno bravísimamente en esta provincia, que hubo temporada de mes y medio que, por la mucha nieve, no pudieron salir al campo. Empero, con los muchos regalos de leña y bastimento, tuvieron el mejor invierno de cuantos pasaron en la Florida, que ellos mismos confesaban que en casa de sus padres, en España, no pudieran pasarlo más regaladamente, ni aun tanto.

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