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Desarrollo
CAPITULO XIX Carta del V. Padre, y lo que en su vista practiqué. Viva Jesús, María y José=R. P. Lector Presidente Fr. Francisco Palou. =Amantísimo Compañero y muy Señor mío: En el discurso de diez meses y diez días que han pasado desde que di a V. R. el último abrazo en su Misión de San Xavier, hasta el día de la fecha, sobre la frecuente memoria de V. R. que es consiguiente a nuestra antigua amistad y sus favores, me ha ocupado el amor que le profeso, en largos ratos, de pensar como le habrá ido de trabajos, para allanar los asuntos, que en mi salida no quedaban muy en su lugar; y aunque todo lo ignoro, me he compadecido bastante de lo que tengo por muy verosímil haya sucedido. Quiera la infinita bondad de Dios, que siquiera ahora esté ya todo en buen estado, y V. R. goce paz y todo consuelo. Yo, gracias a Dios, he tenido y tengo salud, y con esto lo digo todo. Ultra de las Cartas que últimamente escribí desde una jornada más acá de San Juan de Dios, escribí también a V. R. acabado de llegar a este Puesto de San Diego, a principios de Julio del año pasado. Si recibió, como supongo, aquella Carta, ya por ella vería cómo me fue bien en el camino, que es bien poblado de Gentilidad; y que pasadas algunas jornadas de San Juan de Dios, así que comienzan, prosiguen los parajes, no sólo buenos, sino excelentes para muchas Misiones, que podrán formar una bella Cordillera para ésta de San Diego, que se fundó día del Triunfo de la Santa Cruz, y nuestra Señora del Carmen 16 de Julio, asentándonos de Ministros de ella el Padre Fr.
Fernando, y yo, como que el P. Crespí y el P. Gómez habían salido dos días antes para Monterrey, dejando en ésta al P. Fr. Fernando con el Padre Murguía, que en breve esperaba con el Paquebot San José; pero hoy es el día en que ni hay Barcos, ni San Buenaventura, ni Monterrey; y de lo que más hablan algunos, es del desamparo y abolición de esta mi pobre Misión de San Diego. No permita Dios que tal suceda. Los que salieron de acá día del Señor San Buenaventura para Monterrey, volvieron día 24 de Enero del presente año, con el mérito de haber padecido, comido mulas y mulos, y no haber hallado tal Monterrey; que juzgan se habrá cegado tal Puerto, por los grandes méganos que de arena hallaron en el sitio donde se había de encontrar; y yo ya casi lo he creído también. Y porque he visto las Cartas que escriben a V. R. el P. Fr. Juan Crespí y el Sargento Ortega, omito todo lo tocante a la peregrinación de ellos, y sólo me queda el lamentarme de ver los lentos pasos con que se anda, y de los recelos de que no se quede tanta mies, que parece que no puede estar de más sazón, sin poner mano a ella, acabándola tantos de ver y palpar con tantas circunstancias. V. R. por amor de Dios, desde ahí procure hacer todos los buenos oficios que pueda, para que esto vaya adelante. Si yo supiese como se halla eso, y si han venido o no los de la Misión de España, sabría lo que puedo pedir; pero ahora, y más ignorando si vendrán o no, o cuando vendrán Barcos, nada puedo determinadamente pedir; y esta negación de comunicación con V.
R. y esas Misiones, es (sin duda) uno de los grandes trabajos de por acá, y lo menos para lo que la deseo es para algún socorro, aunque las necesidades sean bastantes, ¿qué mientras hay salud, una tortilla y yerbas del campo, más nos queremos? Sólo el estarnos sin noticia de nada, y a todos para poder pasar adelante, y aún con dudas de si se habrá de desamparar lo ganado, es lo que aflige; aunque yo, por la misericordia de Dios, me hallo bien sosegado y contento con lo que Dios dispusiere. Aquí tres ocasiones me he considerado y hallado en peligro de muerte de mano de estos pobres Gentiles, que fue el día de la Seráfica Madre Santa Clara, el día de S. Hipólito, y el día de la Asunción de nuestra Señora, en que me mata este asunto en sus santas oraciones, pidiéndole el arribo del Barco antes que llegase el día señalado para la retirada, para que no se perdiese la ocasión de convertirse a Dios tantas almas como Gentiles tenían a la vista; y que si entonces no se lograba la reducción, podría imposibilitarse, o a lo menos dilatarse por muchos años. Acordábase que había ciento sesenta y seis, que nuestros Españoles habían estado en aquel Puerto, por mar solamente, y que desde entonces no se había vuelto a ver; y que si ahora, habiendo tomado de él jurídica posesión, y empezado a poblar, se desamparaba, podrían pasarse muchos siglos sin lograr otro tanto. Estas consideraciones, y los ardientes deseos de convertir almas para Dios, hicieron resolver a su Siervo la subsistencia en San Diego, aunque la Expedición saliese; y para esto convidó a su Discípulo el P.
Fr. Juan Crespí, quien se ofreció gustoso a acompañarlo, confiando en Dios que algún día llegase Barco con socorro; y que dejándole algunos Marineros para suplir de Soldados, podrían convertir a Dios alguna alma, ínterin los Señores Superiores mandaban que volviese a subir la Expedición y Tropa para poner en planta la espiritual Conquista. Corría ya el mes de Marzo, y no parecía Barco alguno de dos que se esperaban; y permaneciendo constante el V. Padre en el ánimo de quedarse, se fue al Barco a tratar este asunto con el Comandante de mar D. Vicente Vila, y le habló de esta manera: "Señor: el Comandante de tierra, y Señor Gobernador, tiene determinado retirarse y desamparar este Puerto para el día 20, si antes no llega alguno de los Barcos con socorro; impeliéndolo a esto así la escasez de víveres, como la opinión común de que se ha cegado el Puerto; aunque yo sospecho que no lo conocieron. Lo mismo pienso yo (respondió el Comandante) según les he oído, y he leído en las Cartas: el Puerto está allí mismo donde pusieron la Cruz. Pues, Señor (dijo el V. Padre) yo estoy resuelto a quedarme, aunque se vaya la Expedición, y en mi compañía el P. Crespí; si Vm. quiere, vendremos aquí luego que salga la Expedición, y en llegando el otro Paquebot, subiremos por mar en busca de Monterrey." Convino gustoso el Comandante, y quedando de acuerdo, se retiró el V. Padre a su Misión, guardando para sí aquel secreto. Viendo el V. Siervo de Dios lo inmediata que estaba ya la festividad del Santísimo Patriarca Señor S.
José, propuso al citado Comandante y Gobernador se hiciese la Novena a este Santo Patrón de las Expediciones; y convenido a ello, se verificó con general asistencia de todos, después de concluido el rezo diario de la Corona. Llegó el día de Señor S. José, y se celebró la fiesta de este gran Santo con Misa cantada y Sermón, teniéndolo ya dispuesto todo para la retirada que el día siguiente había de hacer para la California antigua toda la Expedición. Pero aquella tarde misma quiso Dios satisfacer los ardientes deseos de su Siervo, por intercesión del Santísimo Patriarca, y dar a todos el consuelo, de que viesen clara y distintamente un Barco, que ocultándose de la vista el día siguiente, no dio fondo hasta el cuarto día en el Puerto de S. Diego. Esta visión fue bastante para suspender el desamparo de aquel sitio y Misión, animándose todos a la subsistencia, y atribuyendo a milagro del Patriarca Santo el que en su propio día, en que a la Expedición se terminaba el plazo de su salida, se dejase ver el Barco: y mayor fue la admiración, cuando se tuvo noticia de las circunstancias que para esto concurrieron; pero entretanto paso a referirlas, remito a la consideración piadosa del Lector, el singular gozo y alegría que poseía el corazón de nuestro V. Padre, que incesantemente repetía a Dios las gracias, y asimismo al bendito Santo, consuelo de afligidos, Señor San José, a quien confesaba a boca llena, por tan especialísimo beneficio, al que manifestándose agradecido, correspondía con una Misa cantada al Santo, que celebraba con la mayor solemnidad el día 19 de cada mes; cuya devoción santa continuó hasta el último de su vida, como diré a su tiempo.
Fernando, y yo, como que el P. Crespí y el P. Gómez habían salido dos días antes para Monterrey, dejando en ésta al P. Fr. Fernando con el Padre Murguía, que en breve esperaba con el Paquebot San José; pero hoy es el día en que ni hay Barcos, ni San Buenaventura, ni Monterrey; y de lo que más hablan algunos, es del desamparo y abolición de esta mi pobre Misión de San Diego. No permita Dios que tal suceda. Los que salieron de acá día del Señor San Buenaventura para Monterrey, volvieron día 24 de Enero del presente año, con el mérito de haber padecido, comido mulas y mulos, y no haber hallado tal Monterrey; que juzgan se habrá cegado tal Puerto, por los grandes méganos que de arena hallaron en el sitio donde se había de encontrar; y yo ya casi lo he creído también. Y porque he visto las Cartas que escriben a V. R. el P. Fr. Juan Crespí y el Sargento Ortega, omito todo lo tocante a la peregrinación de ellos, y sólo me queda el lamentarme de ver los lentos pasos con que se anda, y de los recelos de que no se quede tanta mies, que parece que no puede estar de más sazón, sin poner mano a ella, acabándola tantos de ver y palpar con tantas circunstancias. V. R. por amor de Dios, desde ahí procure hacer todos los buenos oficios que pueda, para que esto vaya adelante. Si yo supiese como se halla eso, y si han venido o no los de la Misión de España, sabría lo que puedo pedir; pero ahora, y más ignorando si vendrán o no, o cuando vendrán Barcos, nada puedo determinadamente pedir; y esta negación de comunicación con V.
R. y esas Misiones, es (sin duda) uno de los grandes trabajos de por acá, y lo menos para lo que la deseo es para algún socorro, aunque las necesidades sean bastantes, ¿qué mientras hay salud, una tortilla y yerbas del campo, más nos queremos? Sólo el estarnos sin noticia de nada, y a todos para poder pasar adelante, y aún con dudas de si se habrá de desamparar lo ganado, es lo que aflige; aunque yo, por la misericordia de Dios, me hallo bien sosegado y contento con lo que Dios dispusiere. Aquí tres ocasiones me he considerado y hallado en peligro de muerte de mano de estos pobres Gentiles, que fue el día de la Seráfica Madre Santa Clara, el día de S. Hipólito, y el día de la Asunción de nuestra Señora, en que me mata este asunto en sus santas oraciones, pidiéndole el arribo del Barco antes que llegase el día señalado para la retirada, para que no se perdiese la ocasión de convertirse a Dios tantas almas como Gentiles tenían a la vista; y que si entonces no se lograba la reducción, podría imposibilitarse, o a lo menos dilatarse por muchos años. Acordábase que había ciento sesenta y seis, que nuestros Españoles habían estado en aquel Puerto, por mar solamente, y que desde entonces no se había vuelto a ver; y que si ahora, habiendo tomado de él jurídica posesión, y empezado a poblar, se desamparaba, podrían pasarse muchos siglos sin lograr otro tanto. Estas consideraciones, y los ardientes deseos de convertir almas para Dios, hicieron resolver a su Siervo la subsistencia en San Diego, aunque la Expedición saliese; y para esto convidó a su Discípulo el P.
Fr. Juan Crespí, quien se ofreció gustoso a acompañarlo, confiando en Dios que algún día llegase Barco con socorro; y que dejándole algunos Marineros para suplir de Soldados, podrían convertir a Dios alguna alma, ínterin los Señores Superiores mandaban que volviese a subir la Expedición y Tropa para poner en planta la espiritual Conquista. Corría ya el mes de Marzo, y no parecía Barco alguno de dos que se esperaban; y permaneciendo constante el V. Padre en el ánimo de quedarse, se fue al Barco a tratar este asunto con el Comandante de mar D. Vicente Vila, y le habló de esta manera: "Señor: el Comandante de tierra, y Señor Gobernador, tiene determinado retirarse y desamparar este Puerto para el día 20, si antes no llega alguno de los Barcos con socorro; impeliéndolo a esto así la escasez de víveres, como la opinión común de que se ha cegado el Puerto; aunque yo sospecho que no lo conocieron. Lo mismo pienso yo (respondió el Comandante) según les he oído, y he leído en las Cartas: el Puerto está allí mismo donde pusieron la Cruz. Pues, Señor (dijo el V. Padre) yo estoy resuelto a quedarme, aunque se vaya la Expedición, y en mi compañía el P. Crespí; si Vm. quiere, vendremos aquí luego que salga la Expedición, y en llegando el otro Paquebot, subiremos por mar en busca de Monterrey." Convino gustoso el Comandante, y quedando de acuerdo, se retiró el V. Padre a su Misión, guardando para sí aquel secreto. Viendo el V. Siervo de Dios lo inmediata que estaba ya la festividad del Santísimo Patriarca Señor S.
José, propuso al citado Comandante y Gobernador se hiciese la Novena a este Santo Patrón de las Expediciones; y convenido a ello, se verificó con general asistencia de todos, después de concluido el rezo diario de la Corona. Llegó el día de Señor S. José, y se celebró la fiesta de este gran Santo con Misa cantada y Sermón, teniéndolo ya dispuesto todo para la retirada que el día siguiente había de hacer para la California antigua toda la Expedición. Pero aquella tarde misma quiso Dios satisfacer los ardientes deseos de su Siervo, por intercesión del Santísimo Patriarca, y dar a todos el consuelo, de que viesen clara y distintamente un Barco, que ocultándose de la vista el día siguiente, no dio fondo hasta el cuarto día en el Puerto de S. Diego. Esta visión fue bastante para suspender el desamparo de aquel sitio y Misión, animándose todos a la subsistencia, y atribuyendo a milagro del Patriarca Santo el que en su propio día, en que a la Expedición se terminaba el plazo de su salida, se dejase ver el Barco: y mayor fue la admiración, cuando se tuvo noticia de las circunstancias que para esto concurrieron; pero entretanto paso a referirlas, remito a la consideración piadosa del Lector, el singular gozo y alegría que poseía el corazón de nuestro V. Padre, que incesantemente repetía a Dios las gracias, y asimismo al bendito Santo, consuelo de afligidos, Señor San José, a quien confesaba a boca llena, por tan especialísimo beneficio, al que manifestándose agradecido, correspondía con una Misa cantada al Santo, que celebraba con la mayor solemnidad el día 19 de cada mes; cuya devoción santa continuó hasta el último de su vida, como diré a su tiempo.