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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO XVIII Regrésase la Expedición a San Diego, sin haber hallado el Puerto de Monterrey, y los efectos que causó esta impensa da novedad. El día 24 de Enero de 1770 llegó de vuelta a San Diego la Expedición de tierra, que había salido el día 14 de Julio del año anterior, habiendo gastado seis meses y diez días, y pasado muchos trabajos (como refiere en su Diario mi amado Padre Condiscípulo Fr. Juan Crespí) trayendo la triste noticia de no haber hallado el Puerto de Monterrey, en que estuvo fondeada la Expedición marítima del Almirante D. Sebastián Vizcaíno el año de 1603, siendo Virrey de la N. E. el Conde de Monterrey, siendo así que habían llegado al Puerto de N. P. S. Francisco, cuarenta leguas más arriba al Noroeste. Escribióme esta noticia el P. Fr. Juan Crespí, que fue con la Expedición, añadiéndome, que se recelaban se había cegado el Puerto, pues hallaron unos grandes méganos o cerros de arena. Luego que leí esta noticia atribuía disposición divina el que no hallando la Expedición el Puerto de Monterrey en el paraje que lo señalaba el antiguo Derrotero, siguiese hasta llegar al Puerto de N. P. S. Francisco, por lo que voy a referir. Cuando el V. P. Fr. Junípero trató con el Illmô. Señor Visitador general sobre las tres Misiones primeras que le encargó fundar en esta nueva California, viendo los nombres y Patronos que les asignaba, le dijo "Señor, ¿para N. P. S. Francisco no hay una Misión?" A lo que respondió: Si San Francisco quiere Misión, que haga se halle su Puerto, y se le pondrá.
Subió la Expedición: llega al Puerto de Monterrey: paró y plantó en él una Cruz, sin que lo conociese ninguno de cuantos iban, siendo así que leían todas sus señas en la Historia: suben cuarenta leguas más arriba, se encuentran con el Puerto de San Francisco N. Padre, y lo conocen luego todos por la concordancia de las señas que llevaban. En vista de esto, ¿qué hemos de decir, sino que N. S. Padre quería Misión en su Puerto.? Así lo juzgaría el Illmô. Señor Visitador general, pues en cuanto recibió la noticia (que ya S. Illmâ. se hallaba en México) negoció con el Exmô. Señor Virrey que se fundase la Misión en el citado Puerto; y lo tomó con tanto empeño, que viniendo diez Ministros para cinco Misiones en el Paquebot San Antonio, encargó al Capitán, que si arribaba primero al Puerto de San Francisco que al de Monterrey, y dos de los Misioneros se animaban a quedarse allí para dar mano sin pérdida de tiempo a la fundación, los desembarcase con todos los avíos pertenecientes a aquella Misión; que les dejase un competente número de Marineros armados para resguardo; y que diese cuenta al Comandante de tierra, quien proporcionaría luego mandar Tropa que remudase a los Marineros. No se efectuó por entonces, pues fue primero el Paquebot a Monterrey, y se pasaron seis años para el establecimiento de la Misión de N. P. S. Francisco, por lo que diré adelante. La misma noticia que me escribió el P. Crespí, de no haber hallado el Puerto de Monterrey, me dieron otros individuos de la Expedición, y el Comandante de ella D.
Gaspar de Portalá, añadiéndome éste, que habiendo mandado registrar los víveres existentes, según el cómputo que se había hecho, administrados con toda economía, alcanzarían apenas hasta mediados de Marzo, reservando lo muy preciso para la retirada hasta la Frontera y nueva Misión de San Fernando, encargándome al propio tiempo que lo hiciese yo, a los Padres de las Misiones del Norte que tuviesen en aquel sitio algún repuesto, pues tenía determinado, que si para el día del Señor San José no llegaba a aquel Puerto alguno de los Paquebotes de S. Blas con víveres, el día 20 de Marzo se regresaría la Expedición, desamparando el Puerto de San Diego. Esta resolución, que luego se publicó allí, fue la penetrante flecha que hirió el celoso corazón de nuestro V. Fr. Junípero; y no hallando éste otro recurso que la oración, acudió a Dios por medio de ella, y estrechándose con su Majestad le pidió con los mas finos afectos de su encendida devoción, se compadeciese de tanta Gentilidad como había descubierta; porque si en esta ocasión se desamparaba el primer Establecimiento, quedaría esta Conquista espiritual, si no más, tan remota como antes. Cebándose cada día más su apostólico celo, a vista de tanta mies, que en su sentir estaba en sazón para recogerla ya a la Santa Iglesia, resolvió no desamparar el sitio, ni desistir de tan gloriosa empresa, aunque la Expedición se mudase, quedándose este Evangélico Ministro con alguno de sus Compañeros, confiado solamente en Dios, por cuyo amor se sacrificaba gustoso. Así me lo comunicó a mí por carta que recibí con las demás, de la cual es copia la siguiente, quedando la original en mi poder; y lo mismo haré con otras que convenga insertar, ya para prueba del ardiente celo en que se abrasaba mi V. P. Lector Junípero, o para hilar la Historia de esta California; y siento no haber hallado otras muchas cartas de las innumerables que me escribió, ínterin no vivimos juntos, pues con ellas nos consolábamos ambos; y el Siervo de Dios con las suyas, tan fervorosas y edificantes, despertaba mi tibieza y flojedad, como podrá advertir el Lector, si con atenta reflexión considera las que insertaré en esta Relación Histórica.
Subió la Expedición: llega al Puerto de Monterrey: paró y plantó en él una Cruz, sin que lo conociese ninguno de cuantos iban, siendo así que leían todas sus señas en la Historia: suben cuarenta leguas más arriba, se encuentran con el Puerto de San Francisco N. Padre, y lo conocen luego todos por la concordancia de las señas que llevaban. En vista de esto, ¿qué hemos de decir, sino que N. S. Padre quería Misión en su Puerto.? Así lo juzgaría el Illmô. Señor Visitador general, pues en cuanto recibió la noticia (que ya S. Illmâ. se hallaba en México) negoció con el Exmô. Señor Virrey que se fundase la Misión en el citado Puerto; y lo tomó con tanto empeño, que viniendo diez Ministros para cinco Misiones en el Paquebot San Antonio, encargó al Capitán, que si arribaba primero al Puerto de San Francisco que al de Monterrey, y dos de los Misioneros se animaban a quedarse allí para dar mano sin pérdida de tiempo a la fundación, los desembarcase con todos los avíos pertenecientes a aquella Misión; que les dejase un competente número de Marineros armados para resguardo; y que diese cuenta al Comandante de tierra, quien proporcionaría luego mandar Tropa que remudase a los Marineros. No se efectuó por entonces, pues fue primero el Paquebot a Monterrey, y se pasaron seis años para el establecimiento de la Misión de N. P. S. Francisco, por lo que diré adelante. La misma noticia que me escribió el P. Crespí, de no haber hallado el Puerto de Monterrey, me dieron otros individuos de la Expedición, y el Comandante de ella D.
Gaspar de Portalá, añadiéndome éste, que habiendo mandado registrar los víveres existentes, según el cómputo que se había hecho, administrados con toda economía, alcanzarían apenas hasta mediados de Marzo, reservando lo muy preciso para la retirada hasta la Frontera y nueva Misión de San Fernando, encargándome al propio tiempo que lo hiciese yo, a los Padres de las Misiones del Norte que tuviesen en aquel sitio algún repuesto, pues tenía determinado, que si para el día del Señor San José no llegaba a aquel Puerto alguno de los Paquebotes de S. Blas con víveres, el día 20 de Marzo se regresaría la Expedición, desamparando el Puerto de San Diego. Esta resolución, que luego se publicó allí, fue la penetrante flecha que hirió el celoso corazón de nuestro V. Fr. Junípero; y no hallando éste otro recurso que la oración, acudió a Dios por medio de ella, y estrechándose con su Majestad le pidió con los mas finos afectos de su encendida devoción, se compadeciese de tanta Gentilidad como había descubierta; porque si en esta ocasión se desamparaba el primer Establecimiento, quedaría esta Conquista espiritual, si no más, tan remota como antes. Cebándose cada día más su apostólico celo, a vista de tanta mies, que en su sentir estaba en sazón para recogerla ya a la Santa Iglesia, resolvió no desamparar el sitio, ni desistir de tan gloriosa empresa, aunque la Expedición se mudase, quedándose este Evangélico Ministro con alguno de sus Compañeros, confiado solamente en Dios, por cuyo amor se sacrificaba gustoso. Así me lo comunicó a mí por carta que recibí con las demás, de la cual es copia la siguiente, quedando la original en mi poder; y lo mismo haré con otras que convenga insertar, ya para prueba del ardiente celo en que se abrasaba mi V. P. Lector Junípero, o para hilar la Historia de esta California; y siento no haber hallado otras muchas cartas de las innumerables que me escribió, ínterin no vivimos juntos, pues con ellas nos consolábamos ambos; y el Siervo de Dios con las suyas, tan fervorosas y edificantes, despertaba mi tibieza y flojedad, como podrá advertir el Lector, si con atenta reflexión considera las que insertaré en esta Relación Histórica.