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Datos principales


Desarrollo


Capítulo XIX De otra casa que había de indias dedicadas al sol Sin las Casas referidas en los dos capítulos de antes de este, tenía dado el Ynga otra más principal y guardada, en la cual estaban encerradas las acllas que se decían hijas del Sol. Allí vivían siempre con grandísimo recogimiento y clausura, guardando castidad perpetua. No conocían jamás varón, ni aun el mesmo Ynga se atrevía a llegar a ellas, porque solamente estaban dedicadas para el Sol. Llamábanlas señora de toda la tierra; tratábanse más aventajadamente, que las ñustas reservadas para el Ynga. Estas hijas del sol eran traídas de las cuatro provincias sujetas al Ynga, que fueron Chinchaisuio, Contisuio, Antisuio, y Collasuio; para estas ñustas hacían grandes y bizarros palacios en muchas partes, y especial hizo el Ynga uno famoso y suntuosísimo en la sierra nevada, que está junto a Yucay, llamada Sauasirai y Pitusiray, donde después sucedió un caso desastrado a un pastor llamado Acoitapra, que guardaba el ganado blanco de el sacrificio del Sol, con una hija de esta de el Sol llamada Chuqui Llanto, como dijimos en el capítulo noventa, y dos del primer libro. Estas ñustas, dicen fabulosamente los indios, que ninguna necesidad tenían de manjares ni mantenimientos para sustentarse y que solamente bebían del olor de una cierta comida y fruta que tenían silvestre. Cuando salían de la dicha casa de camino, llevaban para su provisión aquella fruta para sustentarse del olor de ella, y si acaso acertaban a oler alguna cosa hedionda y asquerosa era cierto que sin ningún remedio habían de morir.

Podíanse salir estas hijas del Sol a su voluntad de la casa a recrearse y pasearse por las sierras y valles que junto a ella estaban, acompañadas de otra porque no había indio por atrevido y deshonesto que fuese que tuviese osadía de hacerles algún desacato, antes, como cosa divina, eran veneradas y temidas, donde quiera que las encontraban, y a Coitapra que se atrevió a envolverse con Chuqui Llanto, refieren que se volvieron los dos en piedra en la sierra de Pitusiray y Sauasiray, para castigo de su delito y escarmiento de su osadía. Así lo refieren los indios viejos, contando esta fábula que ya tengo dicha. Demás de las ñustas, hijas del Sol, había otras dedicadas él con título de mujeres suias, porque desde que se comenzó a adorar el Sol luego le aplicaron estas mamaconas de servicio y por sus mujeres, lo cual dicen que instituyó Pacha Cuti Ynga, mandando que entre los otros sacerdotes del Sol hubiese estas doncellas, las cuales eran hijas de los orejones y principales de las provincias. Estas, que eran las primeras, tenían otras criadas y aun otras sirvientas de las criadas. Servían estas mujeres del Sol de hacerles ropas de cumbi muy delicadas y preciosas, hilando la lana y haciendo en las ropas labores vistosas y ricas y, demás de esto, hacían excelentísima y regalada chicha, mucho más aventajada que la del Ynga, para que se ofreciesen los sacrificios al Sol y asistían de día y de noche en el templo del Sol, cuidando de los sacrificios, aseo y perfección de ello. Estas mujeres y ñustas, hijas del Sol, se renovaban de tres a tres años y de las más hermosas y de mejor talle y nobleza del Reino se escogían para este ministerio, como el supremo y más de cuidado. Guardaban estas Mamaconas perpetua e inviolable castidad exteriormente, y afirman los indios viejos que jamás ninguna de estas mujeres de el Sol se supo ni oyó que la quebrantáse, porque si tal se sospechara, el Ynga y los sacerdotes mayores la mandaran enterrar viva, como los antiguos romanos hacían en las vírgenes vestales que caían en semejante flaqueza.

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