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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XII Que prosigue las fiestas que hicieron en la ciudad del Cuzco Falta. Capítulo XIII De la Ciudad de los Reyes y su descripción En segundo lugar habrá de entrar la descripción de la noble Ciudad de los Reyes, aunque primera en grandeza, majestad, multitud de gente y concurso, de todo el reino, lo uno por su asiento y población, y lo otro por la residencia continua de los visorreyes desde que se fundó. Así acuden de todas las ciudades y provincias de más de trescientas leguas arriba y abajo a ella, y se puede llamar madre y patria común. Antes que esta noble ciudad se fundase, el Marqués don Francisco Pizarro, bajando de la ciudad del Cuzco, pobló en el fertilísimo valle de Jauja una ciudad, dándole vecinos y encomenderos, encomendando en ellos los indios comarcanos, y estuvo algunos días en ella y después, habiendo tenido noticia del puerto del Callao y de el Valle de Lima, de su temple, abundancia y fertilidad, convidado de lo que le decían, pasó a verlo y, contentado en extremo, dio principio a la Ciudad de los Reyes, llamándola así, por haberla empezado día señalado de la Epifanía del Señor, trasplantando los moradores y vecinos de la otra ciudad, que estaba en jauja, a ella, como más apacible y llana, y que había de ser la mayor y más rica y, poblada del Perú. Tiene por armas esta nueva colonia tres coronas reales, y encima una estrella en memoria de su nombre y contemplación de lo tres Reyes Magos. Está la ciudad puesta en un llano espaciosísimo, descubierta por todas partes, sin tener cerro que la rodee ni le sea impedimento para gozar, desde el punto que el sol se muestra en el oriente, hasta que se oculta en la mar.
Por una parte tiene el río, nombrado antiguamente de los indios Rimac, que significa el que habla, por el grandísimo ruido que trae cuando viene de avenida. Nace este río en la cordillera de Pariacaca con bien poca agua, y después se le van juntando arroyos y acequias, que descienden de las sierras que, con no haber desde el lugar de su origen hasta la mar más de veinte y cinco leguas, cuando pasa por junto a la ciudad en el estío, va tan extendido y hondo, que es imposible vadearse ni aun atravesarle dos tiros de mosquete. Así tiene hecha una puente de maravillosa obra de cal y canto y ladrillo con nueve arcos, por donde pasa el río con un curso velocísimo. Deste río se saca una acequia tan grande y tan ancha, que se puede llamar río, la cual corre dividida en dos partes por todo el ancho y espacioso Valle de Lima. Con el agua de esta acequia se riegan las chácaras de todos los contornos en más de dos leguas, porque agua del cielo es rara y no suficiente, para engrasar y empapar la tierra. Así, con el agua que desde el río se saca por un lado y otro, se crían los panes, que son infinitas las haciendas y heredades que se han fundado, y cada día se van aumentando en los alrededores de esta ciudad, y así se coge infinito número de trigo, sin temer los labradores hielos ni heladas. El temple desta ciudad es caliente y húmedo, y así aparejadísimo para generación y crecimiento de las plantas. Cuantos géneros se ponen en todo el Valle, se dan abundantísimamente, de suerte que los moradores de esta ciudad en ninguna cosa desean las frutas regaladas de España, porque hay uvas de mil diferencias, higos, duraznos, peras, albaricoques, melocotones, membrillos, camuesas, manzanas, nueces, melones, calabazas, ciruelas, pepinos, aceitunas, en grandísima abundancia, de que hacen aceite, sin los demás géneros de frutas de la tierra que son muchas y muy regaladas.
Por los meses de diciembre, enero, febrero y aun marzo, suelen ser los calores y soles ardentísimos; pero remedianse, que desde medio día para abajo corre el viento sur de hacia la mar tan suave y regalado, que mitiga la furia del sol, y los hombres regidos y concertados, no corren riesgo en la salud, como los que tienen poco cuidado en la conservación de su vida, y se distraen con excesos en las comidas. Las mañanas y tardes son muy apacibles, y así es muy saludable en aquel tiempo pasearse por el pueblo. Los edificios de la ciudad no son muy suntuosos, a causa de no haber cerca de ella canteras, donde poder sacar piedra para ellos, y así son de adobe, y algunos de ladrillo, y los techos llanos, aunque algunos enmaderados por no usarse teja. Como no temen la furia de los aguaceros, vase cada día extendiendo esta ciudad, especialmente lo que mira al oriente, que se espera vendrá a ser tan grande como cualquiera de las populosas de España. Las calles son anchas y espaciosas y cuadradas, de manera que no hay ninguna mayor que otra. De la otra parte de la puente está otra población, tran grande que casi se puede llamar otra ciudad. Dícenla la Nueva Triana, a imitación de la Sevilla, y cada día se va aumentando con nuevos edificios y casas, y hay en ella todos los oficios; y como está allí el matadero y rastro, muchos vecinos gustan de habitar en ella. Tiene esta ciudad una plaza cuadrada y tan bien dispuesta y llana, que en España no se sabe de gira mejor.
Está delante la iglesia mayor, por una parte, y, por otra, las Casas Reales y Palacio, morada de los virreyes; y a una esquina, las casas del Cabildo y por los dos lados llena de portales, donde asisten los escribanos y los jueces de provincia, que son los alcaldes de Corte, que conocen allí de causas civiles y, lor ordinarios, y, a otro lado, tiendas de mercaderes y oficiales, y de la esquina principal de la plaza que llaman de los mercaderes, salen dos calles, las más ricas que hay en las Indias, porque en ellas están las tiendas de los mercaderes, donde se vende todas las cosas preciosas y de estima, que Inglaterra, Flandes, Francia, Alemania, Italia y España producen, labran y tejen, porque todas las envían y van a parar a esta ciudad, de donde se distribuyen por todo el Reino, de suerte que, cuando el hombre pudiere desear de telas, brocados, terciopelos, paño finos, rajas, damascos, rasos, sedas, pasamanos, franjones, todo lo hallarán allí a medida de su voluntad, como si estuviera en las muy ricas y frecuentadísimas ferias de Amberes, Londres, León, (en Francia), Medina del Campo, Sevilla y Lisboa. Así es tanto el concurso que hay de gente y negociantes en estas calles, que no caben a andar por ellas, y se hallarán allí de todas las naciones de Europa y de las indias, de México y de la gran China, que, como dicho es, traen lo más rico y de valor que hay en sus tierras, para sacar las barras de plata y tejuelos de fino oro de este Reino. Hay sin ésta, otra calle de oficiales plateros españoles y, con ellos, muchos indios, donde se venden ricas cadenas de oro, cintillos de esmeraldas, rubíes y camafeos, ricas piezas hechas de piedras preciosas, anillos, pinjantes, punzones, collares, cintos, aguamaniles, jarros, salvillas, bernegales, fuentes, saleros y otras piezas de oro y plata grabadas, que no hay más que pedir el pensamiento.
Que los oficiales de los demás oficios sastres, calceteros, jubeteros, cederos, tintores, zapateros, silleros, herreros son infinitos, y todos ricos y siempre con obra que hacer, porque es cierto y, sin duda, que los gastos que en esta ciudad se hacen de vestidos y aderezos de hombres y mujeres, en fiestas y regocijos, son tantos, tan excesivos y ricos, que no creo hay ciudad en España que le iguale, porque así se gasta la seda, brocado, tela y terciopelo y el oro y franjas, como antiguamente se gastaban los paños en españa y aún con más ánimo. Y no sólo en esto, sino en todos los aderezos de caballos, de mulas, de carrozas se hace con tanta pompa y majestad, como si la plata y oro brotara cada año con las plantas, y se sembrara para que se muntiplicara. Así se hecha de ver en los alardes y reseñas que ordinariamente se hacen en esta ciudad, para ejercitar la gente de ella y tener aprestada, cuando se ofreciere, que con ser continuos no hay hombre que salga sin vestido de seda, y muchos con cadenas de oro al cuello y cintillos en los sombreros ricos, que todo es indicio del menosprecio en que tienen el oro y plata. Hay en esta ciudad sobre veinte mil piezas de esclavos negros y negras, traídos de Guinea y nacidos en ella, infinito número de indios de los Llanos y de la Sierra, oficiales de diversos oficios, que ayudan a los españoles, y que vienen a ella a negocios y pleitos. En los aderezos y vestidos imitan notablemente a los españoles, y se tiene por negocio, sin duda, que encierra en sí esta noble ciudad más de cuarenta mil personas de todos estados y condiciones.
Con ser la tierra de suyo tan fértil y abundosa, y el valle tan grande, no es suficiente a dar lo necesario para ella, porque de Cañete, del Valle de Guaura, de la Barranca, de Chancay, de Santa y aún del Reino de Chile, le meten a millares las hanegas de trigo de Trujillo y Saña, miel, azúcar, conservas, jabón, sebo y cordobanes, de la villa de Yca y de la Nasca infinito número de vino, que viene a ser muy abastado y llena de todas las cosas que ha menester, sin que jamás se sienta falta. Carne no los cría por el temple, pero desde Quito le traen infinita multitud de vacas, sin que las que se crían en los contornos de la ciudad, e cuatro o cinco leguas de ella, carneros de Bombón, veinte leguas de la ciudad, donde no hay suma que los pueda numerar, puercos de diferentes partes y tocinos, los mejores del Valle de jauja. En la plaza principal y en otras de menor nombre, se venden todas las cosas que se pueden desear, sin que nada falte. Pescados de la mar son tantos y tantas la suerte, que cada día entra de diez y doce leguas arriba y abajo de la costa, que la cena más ordinaria de la ciudad es pescado, ya que pobres y ricos se satisfacen con él, y la cuaresma suele ser tan regalada de él y de las comidas de aquel tiempo, que tiene fama en el Reino y aún en España. De agua tiene sobra, porque de un nacimiento y manantial que hay una legua de la ciudad hacia el Oriente, se trae encañada y se reparte en la fuente principal, que está en la plaza, que mandó hacer el virrey don Francisco de Toledo, y en las Casas Reales y en todos los conventos y hospitales y en muchas partes de la ciudad en fuentes y caños, de más de la que en acequias pasa por todas las casas limpiándolas.
La leña tiene a tres leguas de la ciudad pero, aunque esté lejos, son tantos los esclavos que ganan para sus amos jornales en el acarreto de ella, en caballos y mulas, que, sin duda, deben de entrar cada día por la puente casi dos mil bestias cargadas de leña para guisar, y de cañas para calentar los hornos; y así sobra siempre comida en los bodegones y mesones y pastelerías para los pobres forasteros que allí se recogen. Pues cosas de regalos, de dulces y conservas las hay en gran multitud por las calles y las tiendas, y de la misma manera que en Sevilla y en las ciudades frecuentadas de España, se venden por las calles, así en esta ciudad, creciendo cada día más, de modo que es comparada con la famosísima Sevilla. Cada día, al reir de alba, entran en ella cincuenta y más carretas que vienen del Callao, que está dos leguas, muchas recuas cargadas de mantenimientos de pan, vino, azúcar, miel, sebo y otras cosas, que todo se consume y gasta dentro, sin que cosa tocante a bastimento se saque de la ciudad para otras partes, sino sólo las mercaderías, que como tengo dicho, de aquí se reparten para las ciudades de todo el Reino, como de madre común que viste sus hijos e hijas. Como en esta ciudad hay tanta multitud de gente de todos oficios, el año de mil y seiscientos y seis, a las fiestas que celebró del nacimiento del príncipe don Felipe nuestro señor, las dividieron para solemnizarlas más aventajadamente por todos los oficios de regocijo y solemnidad, con diferentes invenciones, trajes y libreas. Así fueron los gastos mayores que ninguna ciudad, y las más célebres fiestas y miradas del reino a la cual, y a su orden y trazsa asistió el muy noble caballero don Diego de Portugal, alcalde que era aquel año, y todas se hicieron por su industria consumadísimamente, sin que cosa que pudiese desdorar hubiese en ellas, ni faltase regocijo e invención, que fuese causa de mayores que ninguna ciudad, y las más célebres fiestas y mifección que se deseaba.
Por una parte tiene el río, nombrado antiguamente de los indios Rimac, que significa el que habla, por el grandísimo ruido que trae cuando viene de avenida. Nace este río en la cordillera de Pariacaca con bien poca agua, y después se le van juntando arroyos y acequias, que descienden de las sierras que, con no haber desde el lugar de su origen hasta la mar más de veinte y cinco leguas, cuando pasa por junto a la ciudad en el estío, va tan extendido y hondo, que es imposible vadearse ni aun atravesarle dos tiros de mosquete. Así tiene hecha una puente de maravillosa obra de cal y canto y ladrillo con nueve arcos, por donde pasa el río con un curso velocísimo. Deste río se saca una acequia tan grande y tan ancha, que se puede llamar río, la cual corre dividida en dos partes por todo el ancho y espacioso Valle de Lima. Con el agua de esta acequia se riegan las chácaras de todos los contornos en más de dos leguas, porque agua del cielo es rara y no suficiente, para engrasar y empapar la tierra. Así, con el agua que desde el río se saca por un lado y otro, se crían los panes, que son infinitas las haciendas y heredades que se han fundado, y cada día se van aumentando en los alrededores de esta ciudad, y así se coge infinito número de trigo, sin temer los labradores hielos ni heladas. El temple desta ciudad es caliente y húmedo, y así aparejadísimo para generación y crecimiento de las plantas. Cuantos géneros se ponen en todo el Valle, se dan abundantísimamente, de suerte que los moradores de esta ciudad en ninguna cosa desean las frutas regaladas de España, porque hay uvas de mil diferencias, higos, duraznos, peras, albaricoques, melocotones, membrillos, camuesas, manzanas, nueces, melones, calabazas, ciruelas, pepinos, aceitunas, en grandísima abundancia, de que hacen aceite, sin los demás géneros de frutas de la tierra que son muchas y muy regaladas.
Por los meses de diciembre, enero, febrero y aun marzo, suelen ser los calores y soles ardentísimos; pero remedianse, que desde medio día para abajo corre el viento sur de hacia la mar tan suave y regalado, que mitiga la furia del sol, y los hombres regidos y concertados, no corren riesgo en la salud, como los que tienen poco cuidado en la conservación de su vida, y se distraen con excesos en las comidas. Las mañanas y tardes son muy apacibles, y así es muy saludable en aquel tiempo pasearse por el pueblo. Los edificios de la ciudad no son muy suntuosos, a causa de no haber cerca de ella canteras, donde poder sacar piedra para ellos, y así son de adobe, y algunos de ladrillo, y los techos llanos, aunque algunos enmaderados por no usarse teja. Como no temen la furia de los aguaceros, vase cada día extendiendo esta ciudad, especialmente lo que mira al oriente, que se espera vendrá a ser tan grande como cualquiera de las populosas de España. Las calles son anchas y espaciosas y cuadradas, de manera que no hay ninguna mayor que otra. De la otra parte de la puente está otra población, tran grande que casi se puede llamar otra ciudad. Dícenla la Nueva Triana, a imitación de la Sevilla, y cada día se va aumentando con nuevos edificios y casas, y hay en ella todos los oficios; y como está allí el matadero y rastro, muchos vecinos gustan de habitar en ella. Tiene esta ciudad una plaza cuadrada y tan bien dispuesta y llana, que en España no se sabe de gira mejor.
Está delante la iglesia mayor, por una parte, y, por otra, las Casas Reales y Palacio, morada de los virreyes; y a una esquina, las casas del Cabildo y por los dos lados llena de portales, donde asisten los escribanos y los jueces de provincia, que son los alcaldes de Corte, que conocen allí de causas civiles y, lor ordinarios, y, a otro lado, tiendas de mercaderes y oficiales, y de la esquina principal de la plaza que llaman de los mercaderes, salen dos calles, las más ricas que hay en las Indias, porque en ellas están las tiendas de los mercaderes, donde se vende todas las cosas preciosas y de estima, que Inglaterra, Flandes, Francia, Alemania, Italia y España producen, labran y tejen, porque todas las envían y van a parar a esta ciudad, de donde se distribuyen por todo el Reino, de suerte que, cuando el hombre pudiere desear de telas, brocados, terciopelos, paño finos, rajas, damascos, rasos, sedas, pasamanos, franjones, todo lo hallarán allí a medida de su voluntad, como si estuviera en las muy ricas y frecuentadísimas ferias de Amberes, Londres, León, (en Francia), Medina del Campo, Sevilla y Lisboa. Así es tanto el concurso que hay de gente y negociantes en estas calles, que no caben a andar por ellas, y se hallarán allí de todas las naciones de Europa y de las indias, de México y de la gran China, que, como dicho es, traen lo más rico y de valor que hay en sus tierras, para sacar las barras de plata y tejuelos de fino oro de este Reino. Hay sin ésta, otra calle de oficiales plateros españoles y, con ellos, muchos indios, donde se venden ricas cadenas de oro, cintillos de esmeraldas, rubíes y camafeos, ricas piezas hechas de piedras preciosas, anillos, pinjantes, punzones, collares, cintos, aguamaniles, jarros, salvillas, bernegales, fuentes, saleros y otras piezas de oro y plata grabadas, que no hay más que pedir el pensamiento.
Que los oficiales de los demás oficios sastres, calceteros, jubeteros, cederos, tintores, zapateros, silleros, herreros son infinitos, y todos ricos y siempre con obra que hacer, porque es cierto y, sin duda, que los gastos que en esta ciudad se hacen de vestidos y aderezos de hombres y mujeres, en fiestas y regocijos, son tantos, tan excesivos y ricos, que no creo hay ciudad en España que le iguale, porque así se gasta la seda, brocado, tela y terciopelo y el oro y franjas, como antiguamente se gastaban los paños en españa y aún con más ánimo. Y no sólo en esto, sino en todos los aderezos de caballos, de mulas, de carrozas se hace con tanta pompa y majestad, como si la plata y oro brotara cada año con las plantas, y se sembrara para que se muntiplicara. Así se hecha de ver en los alardes y reseñas que ordinariamente se hacen en esta ciudad, para ejercitar la gente de ella y tener aprestada, cuando se ofreciere, que con ser continuos no hay hombre que salga sin vestido de seda, y muchos con cadenas de oro al cuello y cintillos en los sombreros ricos, que todo es indicio del menosprecio en que tienen el oro y plata. Hay en esta ciudad sobre veinte mil piezas de esclavos negros y negras, traídos de Guinea y nacidos en ella, infinito número de indios de los Llanos y de la Sierra, oficiales de diversos oficios, que ayudan a los españoles, y que vienen a ella a negocios y pleitos. En los aderezos y vestidos imitan notablemente a los españoles, y se tiene por negocio, sin duda, que encierra en sí esta noble ciudad más de cuarenta mil personas de todos estados y condiciones.
Con ser la tierra de suyo tan fértil y abundosa, y el valle tan grande, no es suficiente a dar lo necesario para ella, porque de Cañete, del Valle de Guaura, de la Barranca, de Chancay, de Santa y aún del Reino de Chile, le meten a millares las hanegas de trigo de Trujillo y Saña, miel, azúcar, conservas, jabón, sebo y cordobanes, de la villa de Yca y de la Nasca infinito número de vino, que viene a ser muy abastado y llena de todas las cosas que ha menester, sin que jamás se sienta falta. Carne no los cría por el temple, pero desde Quito le traen infinita multitud de vacas, sin que las que se crían en los contornos de la ciudad, e cuatro o cinco leguas de ella, carneros de Bombón, veinte leguas de la ciudad, donde no hay suma que los pueda numerar, puercos de diferentes partes y tocinos, los mejores del Valle de jauja. En la plaza principal y en otras de menor nombre, se venden todas las cosas que se pueden desear, sin que nada falte. Pescados de la mar son tantos y tantas la suerte, que cada día entra de diez y doce leguas arriba y abajo de la costa, que la cena más ordinaria de la ciudad es pescado, ya que pobres y ricos se satisfacen con él, y la cuaresma suele ser tan regalada de él y de las comidas de aquel tiempo, que tiene fama en el Reino y aún en España. De agua tiene sobra, porque de un nacimiento y manantial que hay una legua de la ciudad hacia el Oriente, se trae encañada y se reparte en la fuente principal, que está en la plaza, que mandó hacer el virrey don Francisco de Toledo, y en las Casas Reales y en todos los conventos y hospitales y en muchas partes de la ciudad en fuentes y caños, de más de la que en acequias pasa por todas las casas limpiándolas.
La leña tiene a tres leguas de la ciudad pero, aunque esté lejos, son tantos los esclavos que ganan para sus amos jornales en el acarreto de ella, en caballos y mulas, que, sin duda, deben de entrar cada día por la puente casi dos mil bestias cargadas de leña para guisar, y de cañas para calentar los hornos; y así sobra siempre comida en los bodegones y mesones y pastelerías para los pobres forasteros que allí se recogen. Pues cosas de regalos, de dulces y conservas las hay en gran multitud por las calles y las tiendas, y de la misma manera que en Sevilla y en las ciudades frecuentadas de España, se venden por las calles, así en esta ciudad, creciendo cada día más, de modo que es comparada con la famosísima Sevilla. Cada día, al reir de alba, entran en ella cincuenta y más carretas que vienen del Callao, que está dos leguas, muchas recuas cargadas de mantenimientos de pan, vino, azúcar, miel, sebo y otras cosas, que todo se consume y gasta dentro, sin que cosa tocante a bastimento se saque de la ciudad para otras partes, sino sólo las mercaderías, que como tengo dicho, de aquí se reparten para las ciudades de todo el Reino, como de madre común que viste sus hijos e hijas. Como en esta ciudad hay tanta multitud de gente de todos oficios, el año de mil y seiscientos y seis, a las fiestas que celebró del nacimiento del príncipe don Felipe nuestro señor, las dividieron para solemnizarlas más aventajadamente por todos los oficios de regocijo y solemnidad, con diferentes invenciones, trajes y libreas. Así fueron los gastos mayores que ninguna ciudad, y las más célebres fiestas y miradas del reino a la cual, y a su orden y trazsa asistió el muy noble caballero don Diego de Portugal, alcalde que era aquel año, y todas se hicieron por su industria consumadísimamente, sin que cosa que pudiese desdorar hubiese en ellas, ni faltase regocijo e invención, que fuese causa de mayores que ninguna ciudad, y las más célebres fiestas y mifección que se deseaba.