Compartir
Datos principales
Desarrollo
Que trata del orden que dio Cortés para ir sobre la ciudad de México y el viaje que hizo hasta llegar a la ciudad de Tetzcuco Los maestros y carpinteros a esta sazón andaban muy ocupados, haciendo la tablazón y ligazón necesaria para los bergantines que tenía Cortés ordenado hacer para la conquista de la ciudad de México y como vio que tenían hecho razonable obra, envió a la Veracruz por todo el fierro y clavazón que hubiese, velas, jarcia y otras cosas necesarias para ello y el segundo día de pascua de natividad del dicho año de 1520, hizo alarde y halló cuarenta caballos y quinientos cincuenta peones; repartió a los de a caballo en cuatro cuadrillas y de los peones hizo cuatro capitanías de sesenta peones cada una y porque no se le enfriasen los amigos y sus compañeros echó fama de que quería ir luego a cercar la ciudad de México, con determinación de no alzarse de ella hasta destruirla; de que se holgaron infinito los de Tlaxcalan y los demás sus amigos, porque deseaban mucho vengarse de aquella ciudad que los tenía tiranizados. Hizo a los suyos una larga plática, poniéndoles delante lo que otras veces y rogándoles, que pues habían comenzado a publicar la fe de Cristo nuestro señor entre aquellos gentiles idólatras, no desmayasen hasta que de todo punto hubiesen extirpado la idolatría y las abominaciones con que Dios era tan deservido en nuestras tierras tan ricas; porque demás del premio que les daría en el cielo, se les seguirían en este mundo grandísima honra, riquezas inestimables y descanso para la vejez.
Todos le mostraron grandísima voluntad, ofreciéndole las vidas y cuanto tenían y que guardarían inviolablemente ciertas ordenanzas que les constituyo convenientes al servicio de Dios y ley que profesaban, que eran todas cosas santísimas y de buen cristiano capitán. Hizo después otro razonamiento largo a la señoría de Tlaxcalan y todos los de ella y otros amigos que allí se hallaban le ofrecieron sus vidas y haciendas para la guerra de México. Antes que Cortés saliera de Tepeyácac, por ver si el rey de Tetzcuco (que a la sazón era Coanacochtzin) le era amigo, despachó a un caballero llamado Huitzcacamatzin, natural de aquesta ciudad, deudo suyo de los que fueron con Cortés a la retirada de Tlaxcalan, enviando a decir al rey Coanacochtzin que tenía presupuesto de seguir en la guerra hasta sojuzgar a los mexicanos y que así le hacía saber su última determinación para que tuviese por bien de admitirle en su reino, sin dar lugar a que hubiese ningunas contiendas, pues desde el principio él y los de su reino se habían dado de paz al rey don Carlos su señor y otras muchas razones, sólo a fin de traerse a su amistad, porque con esto fácilmente desde la ciudad de Tetzcuco podía sitiar la de México y tener las espaldas seguras. Despachado que fue Huitzcacamatzin, dio su embajada a Coanacochtzin y como era del bando de los mexicanos no le quiso oír, sino que antes lo mandó hacer pedazos y viendo Cortés que se detenía Huitzcacamatzin, despachó segundo mensajero y para que fuese creído y con su autoridad se despachase con brevedad, acordó de enviar a Tocpacxochitzin y por otro nombre Cuicuitzactzin (uno de los cuatro infantes, hijo del rey Nezahualpiltzintli, que se dieron en rehenes a Cortés), el cual llegado que fue a la ciudad de Tetzcuco y dada su embajada al rey su hermano, hizo con él lo mismo que con el primero mensajero Huitzcacamatzin.
Ixtlilxóchitl por grandes inconvenientes que halló en la ciudad y en lo más del reino de Tetzcuco desde la rebelión de los mexicanos y retirada de Cortés, se estuvo en unas labranzas que tenía en términos de Tepepulco, una de las provincias que le eran sujetas y cuando supo que Coanacochtzin su hermano había matado los dos mensajeros de Cortés y que le impedía la entrada en su reino, se vino a la ciudad de Tetzcuco, sólo a fin de oponerse y favorecer a Cortés y llegó a tiempo que ya estaba de partida y apercibiéndose en Tlaxcalan. Salió de ella en nombre de Dios, día señalado de los Inocentes del año de mil quinientos veinte, con veinte mil hombres de guerra de los amigos y siguiendo la relación de Tlaxcalan que tengo citada, fue por el camino de Tetzmelocan que va a salir a Tlepehuacan, con tan buen pie, que sin acontecerle ningún desmán al pie de la sierra, llegó en las vertientes de agua; y en la parte referida, Tlepehuacan, le salió a recibir Ixtlilxóchitl, dándole en señal de paz y confirmación de la amistad antigua, un pendón de oro, dándole la bienvenida y rogándole se fuese a la ciudad de Tetzcuco, que allí sería servido y regalado; que le pesaba mucho de sus trabajos, de los bandos y rebeliones que habían causado sus tíos y deudos los señores mexicanos y los que seguían su bando y que por esta causa hallaba que el rey su hermano y los de su corte tuviesen alguna culpa, pero que los perdonase, que en su nombre vendría a disculparos y ofrecérsele en su servicio.
Mucho se holgó Cortés de ver a Ixtlilxóchitl y recibióle en nombre de su hermano con tanto amor que era lo más que él deseaba. Aquel día hicieron noche en Coatépec, sujeto a la ciudad de Tetzcuco y otro día lunes, último de diciembre, fueron siguiendo su camino hasta entrar en la ciudad de Tetzcuco, en donde fueron aposentados Cortés y los suyos por Ixtlilxóchitl y se les dio todo lo necesario; mas el rey sabiendo que Cortés traía queja de que hubiesen muerto cuarenta y cinco españoles y trescientos tlaxcaltecas por orden, y que les habían quitado los despojos que llevaban de la ciudad de México y que podía redundarle algún daño de esto y de otras cosas y porque siempre fue del bando de los mexicanos, luego aquella tarde se embarcó con todos los señores y caballeros que eran de su opinión; llevando consigo sus haciendas y mujeres se fueron a la ciudad de México, desamparando la de Tetzcuco, con cuyo desmán los ciudadanos se comenzaron a alborotar, entrándose unos tras del rey por la laguna y otros por la montaña, quedándose solo y desamparado Ixtlilxóchitl deteniendo la gente y esto no se pudo hacer, sin que Cortés y los suyos lo echasen de ver y así visto el desmán que había, entendiendo que había algún trato doble, quiso saquear la ciudad y castigar a los que la alborotaban. Ixtlilxóchitl le detuvo y fue a la mano, rogándole que mirase y se condoliese de la gente mísera y sin culpa y por mucho que hizo; todavía los tlaxcaltecas y otros amigos que Cortés traía, saquearon algunas de las casas principales de la ciudad y dieron fuego a lo más principal de dos palacios del rey Nezahualpiltzintli, de tal manera que se quemaron todos los archivos reales de toda la Nueva España, que fue una de las mayores pérdidas que tuvo esta tierra, porque con esto toda la memoria de sus antiguallas y otras cosas que eran como escrituras y recuerdos, perecieron desde este tiempo; la obra de las casas era la mejor y la más artificiosa que hubo en esta tierra.
Habiéndose aquietado la ciudad y despachado a los tlaxcaltecas y nuexotzincas y otros amigos para sus tierras, en Tlepehuacan (que es a la subida de la sierra), los ejércitos mexicanos les dieron alcance y mataron a muchos de ellos y si no tuvieran socorro de Cortés, lo pasaran muy mal y así el socorro los puso hasta las vertientes de Texmelocan, desde donde fueron seguros a sus casas. Cortés teniendo gran voluntad a Tecocoltzin (que había quedado solo de los cuatro infantes hijos del rey Nezahualpiltzintli que le dieron en rehenes), le nombró por señor de aquella ciudad y Ixtlilxóchitl se holgó e hizo que todos lo reconociesen y respetasen, pues su hermano el rey había desamparado la ciudad y a él no le estaba a cuento, conforme a su reputación y honra, gobernarla estando vivo su hermano, porque le tendrían por tirano; mas con todo, el reino siempre a él le reconoció por cabeza principal. Según las relaciones y pinturas de la provincia de Chalco parece que los señores y principales de ella, que eran Omacatzin, Itzcahuetzin, Necuametzin, Quetzalcoatzin, Zitlaltzin, Yaoxiuhcatzin y otros, se juntaron y trataron de lo que se debía hacer en razón de si recibirían de paz a Cortés y a los suyos, o si juntarían sus gentes en favor de los mexicanos, para lo cual enviaron a la ciudad de Tetzcuco por sus embajadores a Zitlaltzin y Yaoxiuhcatzin, a que de su parte se informasen de Ixtlilxóchitl de lo que debían hacer. Ixtlilxóchitl habiendo oído su embajada, les dijo que dijesen a los señores de la provincia de Chalco, que de ninguna manera levantasen armas contra Cortés y sus compañeros, porque sería muy gran mengua y afrenta de su provincia si tal hiciesen; sino que antes procurasen el bien y favor de los cristianos y que se quietasen todos y de paz recibiesen la santa fe católica.
Vista por los señores de Chalco la determinación de Ixtlilxóchitl, luego enviaron otros mensajeros a Cortés, dándosele por amigos. Asimismo se redujeron algunos pueblos que habían estado de la parte del rey Coanacochtzin, como fueron Otumpan, Huexutla, Coatlichan, Chimalhuacan y Atenco, con que de todo punto el reino de Tetzcuco quedó de la parte de Ixtlilxóchitl en favor de Cortés y de los suyos y echaron de sus tierras y términos los ejércitos mexicanos, yendo donde fue necesario algunos españoles en su favor para el efecto, como el capitán Gonzalo de Sandoval que vino en favor de los de la provincia de Chalco, hasta que de todo punto echaron de sus tierras y términos a los mexicanos. Estuvo Cortés pertrechándose en la ciudad de Tetzcuco de todo lo necesario para sitiar y sujetar la ciudad de México e hizo traer la tablazón y ligazón que había dejado en la ciudad de Tlaxcalan para los bergantines, sin la que se cortó en la ciudad de Tetzcuco para el efecto en uno de los bosques de los reyes de ella, que los de la provincia de Tolantzinco plantaron en tiempo de Nezahualcoyotzin ; con que hubo bastantísima madera y se comenzaron a aderezar y armar los bergantines y para poderlos sentar en la laguna, por traza y orden de Cortés, mandó hacer Ixtlilxóchitl una zanja profunda que tenía más de media legua de longitud, con la profundidad necesaria, que corría desde dentro de los jardines y palacios del rey Nezahualcoyotzin su abuelo, hasta dentro de la laguna y para esta obra mandó, que en cincuenta días que duró trabajasen un xipiuipil, que son ocho mil hombres cada día y que éstos fuesen hombres suficientes para la milicia, que fue un tanteo sólo por ver qué cantidad de gente podía poner en campaña de sola una provincia de Tetzcuco, la que se llama Aculhuacan y halló doscientos mil hombres por copia, de que se holgó mucho, para las ocasiones que se habían de ofrecer en favor de los cristianos y dio de ello parte a Cortés, que no menos se holgó de ver el gran poder que el reino de Tetzcuco tenía, pues de sólo lo que era parte de la nación aculhua se podían poner doscientos mil hombres en campaña.
Asimismo hizo juntar todos los bastimentos que fueron necesarios para sustentar el ejército y guarniciones de gente que andaban en favor de Cortés y así hizo traer a la ciudad de Tetzcuco el maíz y fríjoles que había en los trojes y graneros de las provincias sujetas al reino de Tetzcuco y fortaleció muy bien esta ciudad y particularmente las casas y grandes palacios de su abuelo el rey Nezahualcoyotzin, que era en donde posaban Cortés y los suyos, para que si acaso los mexicanos los vencían, viniesen a guarecerse en ella. Por otra parte el rey Quauhtémoc, Coanacochtzin y Tetlepanquetzaltzin sus aliados, con mucha diligencia y cuidado se pertrechaban y fortalecían en su ciudad, de gente, vituallas y todo lo necesario para defenderse de sus enemigos y aun ofenderlos si pudiesen; y así andaban sus embajadores requiriendo a todos los señores que eran de su bando y los que habían atraído a su voluntad, que (corno atrás queda referido) fue uno de ellos el rey de Michoacan, que era poderosísimo y su gente muy belicosa y si Dios por su infinita misericordia no guiara las cosas de Cortés por su mano, sin duda que con el favor y ayuda de este rey, no consiguiera su intento; mas hizo Dios un caso milagroso y fue que cuando fueron a ver la primera vez los embajadores de estos reyes al de Michoacan, Tangajuan, le dieron por extenso relación de lo que Cortés y los suyos habían hecho con los de Cholula y el capitán Pedro de Alvarado con los de México, tratándolos de crueles y tiranos, que se alzaban con los estados y señoríos; se halló presente la hermana del rey y oyendo decir las crueldades que los embajadores significaban de Cortés y de los suyos y teniendo por cosa cierta profetizada por sus mayores, que los de esta nación habían de poseer y ser señores de la tierra, desesperadamente por no oírlos ni verlos, se dejó morir de hambre y fallecida que fue, como era costumbre en aquella tierra a los reyes y grandes señores meterlos en un sótano del templo mayor, velarlos allí ciertos días y al cabo de ellos quemarles el cuerpo y guardar sus cenizas, haciendo con ella la misma ceremonia como hermana que era del rey, al cabo de cuatro días que había fallecido, resucitó y mandó a los que la velaban llamasen al rey su hermano, que tenía negocios graves que comunicar con él, muy importantes al bien de todo su reino y de sus súbditos y vasallos; de que quedaron todos espantados y admirados y fueron a llamar al rey, al cual venido que fue le dijo, que se quietase, no se alborotase y con toda atención le escuchase todas las cosas que de parte del verdadero Dios señor del cielo y de la tierra le quería anunciar y revelar y estando el rey su hermano atento, le dijo, que luego de parte de Dios le mandaba dejase las armas y despidiese las gentes que tenía juntas en dos llanos que llaman de Avallos, para ir a favorecer a los de México, porque de ninguna manera convenía impedir la entrada de aquellas nuevas gentes que venían a plantar la ley del verdadero Dios y que antes procurase admitirlos y recibirlos de paz en su reino, para que asimismo en él se plantase esta ley y fuese conocido y adorado este Dios y que en testimonio de todo (demás del gran milagro que había usado con ella en resucitarla y darla otros quince años de vida), el día de la feria principal de la ciudad que era cabeza de su reino, vería por la religión del aire venir por la parte del oriente un mancebo con una luz en la una mano que excedería a la del sol y en la otra una espada que era la arma que esta nación recién venida usaba y pasando por encima de la ciudad iría a perderse por la de occidente y que de ninguna manera porfiase en ser contra esta nación que traía por d tensa y amparo una cruz, que todos los enemigos en viéndola se le rendían y que ella había visto el lugar donde iban a parar todos los que no conocían al verdadero Dios, que era de penas intolerables y eternas, donde estaban todos sus padres y abuelos padeciendo y asimismo vio la gloria donde estaban gozando de la presencia de este Dios todos aquellos que se salvaban, mediante la fe y ley que estas nuevas gentes traían. El rey Tangajuan quedó admirado de oír todas estas razones y ver a su hermana resucitada hasta la visión que le dijo y así dejó las armas y no quiso socorrer a los mexicanos, despidiendo doscientos mil hombres que había juntado en campaña para irlos a socorrer, que los cien mil eran michoaques que llaman tarascos y los otros cien mil eran los teochichimecas, gente la más belicosa que ha habido en esta Nueva España. Todo esto que aquí se ha escrito fue sacado de las relaciones y pinturas del reino de Michoacan, y se lo oí contar muchas veces a don Constantino Huitzimengari, nieto de este rey, que era cacique y señor de aquella provincia.
Todos le mostraron grandísima voluntad, ofreciéndole las vidas y cuanto tenían y que guardarían inviolablemente ciertas ordenanzas que les constituyo convenientes al servicio de Dios y ley que profesaban, que eran todas cosas santísimas y de buen cristiano capitán. Hizo después otro razonamiento largo a la señoría de Tlaxcalan y todos los de ella y otros amigos que allí se hallaban le ofrecieron sus vidas y haciendas para la guerra de México. Antes que Cortés saliera de Tepeyácac, por ver si el rey de Tetzcuco (que a la sazón era Coanacochtzin) le era amigo, despachó a un caballero llamado Huitzcacamatzin, natural de aquesta ciudad, deudo suyo de los que fueron con Cortés a la retirada de Tlaxcalan, enviando a decir al rey Coanacochtzin que tenía presupuesto de seguir en la guerra hasta sojuzgar a los mexicanos y que así le hacía saber su última determinación para que tuviese por bien de admitirle en su reino, sin dar lugar a que hubiese ningunas contiendas, pues desde el principio él y los de su reino se habían dado de paz al rey don Carlos su señor y otras muchas razones, sólo a fin de traerse a su amistad, porque con esto fácilmente desde la ciudad de Tetzcuco podía sitiar la de México y tener las espaldas seguras. Despachado que fue Huitzcacamatzin, dio su embajada a Coanacochtzin y como era del bando de los mexicanos no le quiso oír, sino que antes lo mandó hacer pedazos y viendo Cortés que se detenía Huitzcacamatzin, despachó segundo mensajero y para que fuese creído y con su autoridad se despachase con brevedad, acordó de enviar a Tocpacxochitzin y por otro nombre Cuicuitzactzin (uno de los cuatro infantes, hijo del rey Nezahualpiltzintli, que se dieron en rehenes a Cortés), el cual llegado que fue a la ciudad de Tetzcuco y dada su embajada al rey su hermano, hizo con él lo mismo que con el primero mensajero Huitzcacamatzin.
Ixtlilxóchitl por grandes inconvenientes que halló en la ciudad y en lo más del reino de Tetzcuco desde la rebelión de los mexicanos y retirada de Cortés, se estuvo en unas labranzas que tenía en términos de Tepepulco, una de las provincias que le eran sujetas y cuando supo que Coanacochtzin su hermano había matado los dos mensajeros de Cortés y que le impedía la entrada en su reino, se vino a la ciudad de Tetzcuco, sólo a fin de oponerse y favorecer a Cortés y llegó a tiempo que ya estaba de partida y apercibiéndose en Tlaxcalan. Salió de ella en nombre de Dios, día señalado de los Inocentes del año de mil quinientos veinte, con veinte mil hombres de guerra de los amigos y siguiendo la relación de Tlaxcalan que tengo citada, fue por el camino de Tetzmelocan que va a salir a Tlepehuacan, con tan buen pie, que sin acontecerle ningún desmán al pie de la sierra, llegó en las vertientes de agua; y en la parte referida, Tlepehuacan, le salió a recibir Ixtlilxóchitl, dándole en señal de paz y confirmación de la amistad antigua, un pendón de oro, dándole la bienvenida y rogándole se fuese a la ciudad de Tetzcuco, que allí sería servido y regalado; que le pesaba mucho de sus trabajos, de los bandos y rebeliones que habían causado sus tíos y deudos los señores mexicanos y los que seguían su bando y que por esta causa hallaba que el rey su hermano y los de su corte tuviesen alguna culpa, pero que los perdonase, que en su nombre vendría a disculparos y ofrecérsele en su servicio.
Mucho se holgó Cortés de ver a Ixtlilxóchitl y recibióle en nombre de su hermano con tanto amor que era lo más que él deseaba. Aquel día hicieron noche en Coatépec, sujeto a la ciudad de Tetzcuco y otro día lunes, último de diciembre, fueron siguiendo su camino hasta entrar en la ciudad de Tetzcuco, en donde fueron aposentados Cortés y los suyos por Ixtlilxóchitl y se les dio todo lo necesario; mas el rey sabiendo que Cortés traía queja de que hubiesen muerto cuarenta y cinco españoles y trescientos tlaxcaltecas por orden, y que les habían quitado los despojos que llevaban de la ciudad de México y que podía redundarle algún daño de esto y de otras cosas y porque siempre fue del bando de los mexicanos, luego aquella tarde se embarcó con todos los señores y caballeros que eran de su opinión; llevando consigo sus haciendas y mujeres se fueron a la ciudad de México, desamparando la de Tetzcuco, con cuyo desmán los ciudadanos se comenzaron a alborotar, entrándose unos tras del rey por la laguna y otros por la montaña, quedándose solo y desamparado Ixtlilxóchitl deteniendo la gente y esto no se pudo hacer, sin que Cortés y los suyos lo echasen de ver y así visto el desmán que había, entendiendo que había algún trato doble, quiso saquear la ciudad y castigar a los que la alborotaban. Ixtlilxóchitl le detuvo y fue a la mano, rogándole que mirase y se condoliese de la gente mísera y sin culpa y por mucho que hizo; todavía los tlaxcaltecas y otros amigos que Cortés traía, saquearon algunas de las casas principales de la ciudad y dieron fuego a lo más principal de dos palacios del rey Nezahualpiltzintli, de tal manera que se quemaron todos los archivos reales de toda la Nueva España, que fue una de las mayores pérdidas que tuvo esta tierra, porque con esto toda la memoria de sus antiguallas y otras cosas que eran como escrituras y recuerdos, perecieron desde este tiempo; la obra de las casas era la mejor y la más artificiosa que hubo en esta tierra.
Habiéndose aquietado la ciudad y despachado a los tlaxcaltecas y nuexotzincas y otros amigos para sus tierras, en Tlepehuacan (que es a la subida de la sierra), los ejércitos mexicanos les dieron alcance y mataron a muchos de ellos y si no tuvieran socorro de Cortés, lo pasaran muy mal y así el socorro los puso hasta las vertientes de Texmelocan, desde donde fueron seguros a sus casas. Cortés teniendo gran voluntad a Tecocoltzin (que había quedado solo de los cuatro infantes hijos del rey Nezahualpiltzintli que le dieron en rehenes), le nombró por señor de aquella ciudad y Ixtlilxóchitl se holgó e hizo que todos lo reconociesen y respetasen, pues su hermano el rey había desamparado la ciudad y a él no le estaba a cuento, conforme a su reputación y honra, gobernarla estando vivo su hermano, porque le tendrían por tirano; mas con todo, el reino siempre a él le reconoció por cabeza principal. Según las relaciones y pinturas de la provincia de Chalco parece que los señores y principales de ella, que eran Omacatzin, Itzcahuetzin, Necuametzin, Quetzalcoatzin, Zitlaltzin, Yaoxiuhcatzin y otros, se juntaron y trataron de lo que se debía hacer en razón de si recibirían de paz a Cortés y a los suyos, o si juntarían sus gentes en favor de los mexicanos, para lo cual enviaron a la ciudad de Tetzcuco por sus embajadores a Zitlaltzin y Yaoxiuhcatzin, a que de su parte se informasen de Ixtlilxóchitl de lo que debían hacer. Ixtlilxóchitl habiendo oído su embajada, les dijo que dijesen a los señores de la provincia de Chalco, que de ninguna manera levantasen armas contra Cortés y sus compañeros, porque sería muy gran mengua y afrenta de su provincia si tal hiciesen; sino que antes procurasen el bien y favor de los cristianos y que se quietasen todos y de paz recibiesen la santa fe católica.
Vista por los señores de Chalco la determinación de Ixtlilxóchitl, luego enviaron otros mensajeros a Cortés, dándosele por amigos. Asimismo se redujeron algunos pueblos que habían estado de la parte del rey Coanacochtzin, como fueron Otumpan, Huexutla, Coatlichan, Chimalhuacan y Atenco, con que de todo punto el reino de Tetzcuco quedó de la parte de Ixtlilxóchitl en favor de Cortés y de los suyos y echaron de sus tierras y términos los ejércitos mexicanos, yendo donde fue necesario algunos españoles en su favor para el efecto, como el capitán Gonzalo de Sandoval que vino en favor de los de la provincia de Chalco, hasta que de todo punto echaron de sus tierras y términos a los mexicanos. Estuvo Cortés pertrechándose en la ciudad de Tetzcuco de todo lo necesario para sitiar y sujetar la ciudad de México e hizo traer la tablazón y ligazón que había dejado en la ciudad de Tlaxcalan para los bergantines, sin la que se cortó en la ciudad de Tetzcuco para el efecto en uno de los bosques de los reyes de ella, que los de la provincia de Tolantzinco plantaron en tiempo de Nezahualcoyotzin ; con que hubo bastantísima madera y se comenzaron a aderezar y armar los bergantines y para poderlos sentar en la laguna, por traza y orden de Cortés, mandó hacer Ixtlilxóchitl una zanja profunda que tenía más de media legua de longitud, con la profundidad necesaria, que corría desde dentro de los jardines y palacios del rey Nezahualcoyotzin su abuelo, hasta dentro de la laguna y para esta obra mandó, que en cincuenta días que duró trabajasen un xipiuipil, que son ocho mil hombres cada día y que éstos fuesen hombres suficientes para la milicia, que fue un tanteo sólo por ver qué cantidad de gente podía poner en campaña de sola una provincia de Tetzcuco, la que se llama Aculhuacan y halló doscientos mil hombres por copia, de que se holgó mucho, para las ocasiones que se habían de ofrecer en favor de los cristianos y dio de ello parte a Cortés, que no menos se holgó de ver el gran poder que el reino de Tetzcuco tenía, pues de sólo lo que era parte de la nación aculhua se podían poner doscientos mil hombres en campaña.
Asimismo hizo juntar todos los bastimentos que fueron necesarios para sustentar el ejército y guarniciones de gente que andaban en favor de Cortés y así hizo traer a la ciudad de Tetzcuco el maíz y fríjoles que había en los trojes y graneros de las provincias sujetas al reino de Tetzcuco y fortaleció muy bien esta ciudad y particularmente las casas y grandes palacios de su abuelo el rey Nezahualcoyotzin, que era en donde posaban Cortés y los suyos, para que si acaso los mexicanos los vencían, viniesen a guarecerse en ella. Por otra parte el rey Quauhtémoc, Coanacochtzin y Tetlepanquetzaltzin sus aliados, con mucha diligencia y cuidado se pertrechaban y fortalecían en su ciudad, de gente, vituallas y todo lo necesario para defenderse de sus enemigos y aun ofenderlos si pudiesen; y así andaban sus embajadores requiriendo a todos los señores que eran de su bando y los que habían atraído a su voluntad, que (corno atrás queda referido) fue uno de ellos el rey de Michoacan, que era poderosísimo y su gente muy belicosa y si Dios por su infinita misericordia no guiara las cosas de Cortés por su mano, sin duda que con el favor y ayuda de este rey, no consiguiera su intento; mas hizo Dios un caso milagroso y fue que cuando fueron a ver la primera vez los embajadores de estos reyes al de Michoacan, Tangajuan, le dieron por extenso relación de lo que Cortés y los suyos habían hecho con los de Cholula y el capitán Pedro de Alvarado con los de México, tratándolos de crueles y tiranos, que se alzaban con los estados y señoríos; se halló presente la hermana del rey y oyendo decir las crueldades que los embajadores significaban de Cortés y de los suyos y teniendo por cosa cierta profetizada por sus mayores, que los de esta nación habían de poseer y ser señores de la tierra, desesperadamente por no oírlos ni verlos, se dejó morir de hambre y fallecida que fue, como era costumbre en aquella tierra a los reyes y grandes señores meterlos en un sótano del templo mayor, velarlos allí ciertos días y al cabo de ellos quemarles el cuerpo y guardar sus cenizas, haciendo con ella la misma ceremonia como hermana que era del rey, al cabo de cuatro días que había fallecido, resucitó y mandó a los que la velaban llamasen al rey su hermano, que tenía negocios graves que comunicar con él, muy importantes al bien de todo su reino y de sus súbditos y vasallos; de que quedaron todos espantados y admirados y fueron a llamar al rey, al cual venido que fue le dijo, que se quietase, no se alborotase y con toda atención le escuchase todas las cosas que de parte del verdadero Dios señor del cielo y de la tierra le quería anunciar y revelar y estando el rey su hermano atento, le dijo, que luego de parte de Dios le mandaba dejase las armas y despidiese las gentes que tenía juntas en dos llanos que llaman de Avallos, para ir a favorecer a los de México, porque de ninguna manera convenía impedir la entrada de aquellas nuevas gentes que venían a plantar la ley del verdadero Dios y que antes procurase admitirlos y recibirlos de paz en su reino, para que asimismo en él se plantase esta ley y fuese conocido y adorado este Dios y que en testimonio de todo (demás del gran milagro que había usado con ella en resucitarla y darla otros quince años de vida), el día de la feria principal de la ciudad que era cabeza de su reino, vería por la religión del aire venir por la parte del oriente un mancebo con una luz en la una mano que excedería a la del sol y en la otra una espada que era la arma que esta nación recién venida usaba y pasando por encima de la ciudad iría a perderse por la de occidente y que de ninguna manera porfiase en ser contra esta nación que traía por d tensa y amparo una cruz, que todos los enemigos en viéndola se le rendían y que ella había visto el lugar donde iban a parar todos los que no conocían al verdadero Dios, que era de penas intolerables y eternas, donde estaban todos sus padres y abuelos padeciendo y asimismo vio la gloria donde estaban gozando de la presencia de este Dios todos aquellos que se salvaban, mediante la fe y ley que estas nuevas gentes traían. El rey Tangajuan quedó admirado de oír todas estas razones y ver a su hermana resucitada hasta la visión que le dijo y así dejó las armas y no quiso socorrer a los mexicanos, despidiendo doscientos mil hombres que había juntado en campaña para irlos a socorrer, que los cien mil eran michoaques que llaman tarascos y los otros cien mil eran los teochichimecas, gente la más belicosa que ha habido en esta Nueva España. Todo esto que aquí se ha escrito fue sacado de las relaciones y pinturas del reino de Michoacan, y se lo oí contar muchas veces a don Constantino Huitzimengari, nieto de este rey, que era cacique y señor de aquella provincia.