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Datos principales
Desarrollo
Que trata del buen acogimiento que tuvo Cortés en Tlaxcalan y todo lo que en ella hizo durante el tiempo que allí se reformó; muerte del rey Cuitlahuazin y elección de Quauhtémoc, de Coanacochtzin y de TetIepanquetzaltzin Habiendo descansado Cortés y los suyos en Hueyotlipan, Maxixcatzin con otros muchos señores y más de cincuenta mil hombres de los amigos, le apresuraron la ida a Tlaxcalan, en donde los cuatro señores principales con toda la Señoría le salieron a recibir y llevaron a su ciudad con muy gran regocijo, en donde le curaron y regalaron muy bien, según la relación que tengo citada de Tlaxcalan que es la que yo sigo y todo lo más que he escrito y adelante escribiré, es según las relaciones y pinturas que escribieron los señores naturales recién ganada la tierra, que se hallaron en los lances acontecidos en aquellos tiempos; porque en cuanto a las cosas de nuestros españoles y más notables en aquestos tiempos, Francisco de Gómara en su Historia de las Indias, Antonio de Herrera en su Crónica, el reverendo padre fray Juan Torquemada en su Monarquía indiana y como testigo de vista el invictísimo don Fernando Cortés, marqués del Valle, en las cartas y relaciones que envió a su majestad, todos tratan muy especificadamente, en donde los curiosos lectores hallarán a medida de sus deseos lo que quisieren. Prosiguiendo pueden la traducción de las dichas relaciones y pinturas, dice la de Tlaxcalan que se aposentó Cortés con los suyos en la casa de Xicoténcatl, en donde estuvo la primera cruz y entre otras pláticas que tuvo con él, en razón del buen suceso de la conquista de la ciudad de México y venganza de los agravios referidos, le dijo: "señor seáis bien venido, descansad que en vuestra casa y patria estáis; a mi me habían dicho que desde Hueyotlipan, habiéndoos reformado, queríades volver a México para sojuzgar a los culhuas castigándoles su rebeldía, que a vos, a los tlaxcaltecas y a otros de vuestros amigos les han hecho, lo cual por mi voto no hubiera sido buen acuerdo; pues ya que vinísteis a esta ciudad, os suplico descanséis en ella con los vuestros y os reforméis y soy de parecer, que ante todas cosas sojuzguéis a los Tepeyácac, que es una provincia grande y muy fortalecida, en donde tienen los mexicanos la fuerza de sus ejércitos para datos por las espaldas y hacer mal a vuestros amigos y así conviene allanar primero a éstos y a los demás que están en estos contornos, para que con más seguridad salgáis con vuestra empresa, que tanto importa a todos".
A Cortés le pareció muy bien y quedó determinado de poner por obra el consejo de Xicoténcatl. Mientras pasaban las cosas referidas en Tlaxcalan, fue en México tan grande y tan general el daño que hicieron las viruelas que pegó el negro de Narváez que perecieron muchos millares de naturales y entre ellos murió el rey Cuitlahuatzin , que había gobernado sólo cuarenta y siete días y asimismo murió Totoquihuatzin rey de Tlacopan. En lugar de estos dos, los mexicanos eligieron por su rey a Quauhtémoc de edad de dieciocho años, famosísimo capitán, cual convenía por el tiempo y trance en que se veían los mexicanos, que era sumo sacerdote de sus falsos dioses y señor de Tlatelulco y los de Tlacopan eligieron por su rey al príncipe heredero Tetlepanquetzaltzin y en la ciudad de Tetzcuco, por muerte del rey Cacama, a Coanacochtzin; todos tres hombres de valor y ánimo y que eran del apellido y bando mexicano; los cuales en sus juras y coronaciones hicieron muy solemnes fiestas y grandes sacrificios a sus falsos dioses con los cautivos españoles, tlaxcaltecas, huexotzincas, cholultecas y otros amigos de Cortés, que fueron habidos en los combates y retirada que hizo. Estando en este estado todos estos tres reyes, entraron de acuerdo y consejo de lo que debían hacer, para que de todo punto echasen de todas las tierras del imperio o matasen a los pocos españoles que quedaban con su caudillo Cortés y el mejor medio que para esto hallaban, era atraer a su devoción y amistad a todos aquellos que los favorecían y admitían en sus tierras y señoríos, ofreciéndoles muy grandes franquezas, libertades y paz perpetua entre ellos, porque no les aconteciese otra vez ver, que por sus medios viniesen gente de ellos y asimismo tratar de paces con los reyes y señores remotos (con quienes los ejércitos del imperio habían tenido continuas guerras), y estando de paz con os, con los partidos y capitulaciones que ellos quisiesen, aunque fuese restituirles algunas de las tierras y lugares que les tuviesen ganados, pedirles socorro y ayuda para destruir y consumir nuestra nación española; para lo cual enviaron sus embajadores a tratar con ellos con grande instancia lo que así tenían determinado, encareciendo las crueldades y tiranías que decían les hacían los cristianos, usurpándoles sus riquezas y señoríos y asimismo fortaleciendo la ciudad todo lo mejor que pudieran.
Entre los embajadores que despacharon, fueron seis a la Señoría de Tlaxcalan, personas de autoridad y respeto, los cuales dieron su embajada con muy grande elocuencia a la Señoría, persuadiéndola a que matasen o echasen de sus tierras a Cortés y a los suyos, pues era gente extraña, que venía con gran codicia de usurpar y quitar los señoríos y otras cosas que a su propósito alegaban, trayéndoles a la memoria ser todos deudos y de su linaje, por cuya causa, dejando aparte pasiones y contiendas pasadas, tenían más obligación de favorecer a los suyos, que no a aquellos pocos extranjeros que venían a embaucar la tierra; dándoles la fe y palabra de sus reyes, que entre ellos desde aquel tiempo en adelante tendrían perpetua paz y concordia inviolablemente y que entrarían en parte de todas las rentas de las provincias sujetas por el imperio. Tanto supieron decir a la Señoría estos embajadores, que casi toda ella después de tratado y altercado muy bien el negocio, la redujeron a su voluntad y deseo y comenzaron entre sí a decir que tenían razón los culhuas y sus consortes y quedando la cosa establecida de la manera que sus reyes se obligaban, les estaba más bien el favorecer y amparar su causa, que no la de los españoles, gente extraña y que aún no sabían en que vendrían a parar sus designios. Uno de los cuatro señores que más aficionado se mostró a esta opinión fue Xicoténcatl, que era el más antiguo de los cuatro supremos de la Señoría, trayéndoles a la memoria de los tiempos atrás, siendo él mancebo y capitán general, la grande paz y concordia que tuvieron con los reyes de Tetzcuco y México, como deudos y parientes tan cercanos que eran; que en las primeras guerras que tuvieron, así en sojuzgar al rey de Azcaputzalco que tenía tiranizado el imperio, como en conquistar algunas provincias remotas, andando en su favor siempre él y toda la Señoría, la hicieron participante de lo mejor de los despojos y entró en parte de las rentas y tierras conquistadas y después por dioses se vino a perder esta amistad y concordia, de donde nacieron las pasiones, enemistades y rencores que entre los unos y los otros había y que así estableciendo la cosa según y de la manera que los embajadores decían en nombre de los señores mexicanos, sin duda ninguna le estaría muy a cuenta a la Señoría hacer lo que se les pedía.
Maxixcatzin contradijo por todas instancias lo que Xicoténcatl alegaba y decía, favoreciendo muy hincadamente la parte de Cortés y de los suyos, alegando para ello muchas causas y razones y estando en esta contienda (que era en la sala y oratorio de Xicoténcatl en donde estaba puesta la cruz), milagrosamente todos los que estaban en ella, vieron entrar una nube que cubrió la cruz y quedó la sala oscura y triste; con que a Maxixcatzin viendo este milagro, se le aumentó el ánimo y brío con que defendía el partido de los cristianos, de tal manera que Xicoténcatl el mozo (que sustentaba con muy gran coraje el parecer de su padre) y él llegaron a las manos y Maxixcatzin le dio un reempujón, que lo echó de las gradas abajo que estaban a la entrada de esta sala. Todos los del consejo y junta viendo un milagro tan grande mudaron de intento y se volvieron de la parte y opinión de Maxixcatzin; con que despidieron a los embajadores de México diciéndoles, que ellos habían de defender y amparar a los cristianos y perder por ellos las vidas y las de sus mujeres e hijos y así que los despidieron salió aquella nube y quedó aquella sala muy clara y alegre y la cruz muy resplandeciente; por lo que desde entonces con muchas más veras servían, amparaban y favorecían a Cortés y a los suyos. Muy mal suceso tuvieron los embajadores; aunque los que fueron a la provincia y reino de Michoacan y otras partes trajeron muy buenas nuevas a los señores mexicanos, pues todos ofrecían socorro y ayuda contra Cortés y los suyos, hasta matarlos o echarlos de toda la tierra y castigar a todos aquellos que fueran en su favor; con cuyas nuevas se holgaron mucho y animaron a los de su bando y apellido.
Los amigos de Cortés protestaron morir o vencer en la demanda por no venir a manos de sus enemigos, que tratarían a los que quedasen con vida peor que a esclavos y que así echarían el resto en favorecer y ayudar a Cortés. Estándose él curando en la ciudad de Tlaxcalan, cuando él menos pensaba, todos los suyos fueron a él bien alterados y con determinación de dejarle y le hicieron de parte de su majestad un requerimiento, pidiéndole que los sacase de aquella tierra; fue grandísima la pena que a Cortés le dio este motín; pero él se supo tan bien granjearlos y persuadirlos a que se asegurasen, que todos mudaron de intento y protestaron morir con él donde quiera que los guiase y llevase. Pasados veinte días, acordó Cortés de ir sobre los de Tepeyácac, según Xicoténcatl se lo tenía aconsejado y así habiéndose juntado más de cuatro mil tlaxcaltecas, huexotzincas y cholultecas y por caudillo principal de los tlaxcaltecas Tianquiztlatoatzin y los hijos de Xicoténcatl y otros señores de las cuatro cabezas, el primer día fue a hacer noche en Tzompantzinco, en donde puso en orden la gente que llevaba; se ocupó en esto un día y al tercero se juntó con los enemigos en Zacatépec, en donde tuvo una sangrienta batalla y murieron muchos de los mexicanos y tepeacas; al cuarto hizo noche en Acatzinco, en donde cautivó a los que se le fueron de las manos y al sexto día entró en la ciudad de Tepeaca sin contradicción ninguna, porque los moradores de ella y sus valedores los mexicanos la desampararon, habiendo venido a sus manos y dado por esclavos a muchos de ella.
Detúvose los que en ella halló y fundó una villa que llamó Segura de la Frontera y luego dio la vuelta por Chololan y de allí, después de haberse reformado, fue sobre los de Cuauhquecholan que luego se le rindieron, y echó de sus términos a los mexicanos y habiendo estado un día aquí reformándose, fue sobre Itzocan y aunque con dificultad los rindió y sujetó, porque se defendieron ellos y los mexicanos que estaban en su defensa y murieron muchos de ellos; detúvose aquí veinte días dando orden en las cosas convenientes a la prosecución de la conquista; posó en las casas de Ahuecatzin señor de aquella provincia, desde donde dio la vuelta por Tepeyácac y los tlaxcaltecas se volvieron a su tierra y habiendo estado algunos días en Tepeyácac, volviose a Tlaxcalan, en donde halló a muchos de los señores y caballeros de aquella república muertos por la enfermedad de las viruelas que pegó el negro de Narváez, (que ya habían cundido por toda la tierra), entre los cuales falleció su grande amigo Maxixcatzin; hizo por él grandísimo sentimiento y puso luto. Antes de partirse de la provincia de Tepeyácac, envió a sojuzgar las provincias de Zacatlan y Xalatzinco (que eran del bando mexicano, camino muy necesario para la Veracruz, que habían muerto algunos españoles), despachando para el efecto veinte de a caballo, doscientos eones y muchos de los amigos de Tlaxcalan y otras partes, que os fueron a sojuzgar.
A Cortés le pareció muy bien y quedó determinado de poner por obra el consejo de Xicoténcatl. Mientras pasaban las cosas referidas en Tlaxcalan, fue en México tan grande y tan general el daño que hicieron las viruelas que pegó el negro de Narváez que perecieron muchos millares de naturales y entre ellos murió el rey Cuitlahuatzin , que había gobernado sólo cuarenta y siete días y asimismo murió Totoquihuatzin rey de Tlacopan. En lugar de estos dos, los mexicanos eligieron por su rey a Quauhtémoc de edad de dieciocho años, famosísimo capitán, cual convenía por el tiempo y trance en que se veían los mexicanos, que era sumo sacerdote de sus falsos dioses y señor de Tlatelulco y los de Tlacopan eligieron por su rey al príncipe heredero Tetlepanquetzaltzin y en la ciudad de Tetzcuco, por muerte del rey Cacama, a Coanacochtzin; todos tres hombres de valor y ánimo y que eran del apellido y bando mexicano; los cuales en sus juras y coronaciones hicieron muy solemnes fiestas y grandes sacrificios a sus falsos dioses con los cautivos españoles, tlaxcaltecas, huexotzincas, cholultecas y otros amigos de Cortés, que fueron habidos en los combates y retirada que hizo. Estando en este estado todos estos tres reyes, entraron de acuerdo y consejo de lo que debían hacer, para que de todo punto echasen de todas las tierras del imperio o matasen a los pocos españoles que quedaban con su caudillo Cortés y el mejor medio que para esto hallaban, era atraer a su devoción y amistad a todos aquellos que los favorecían y admitían en sus tierras y señoríos, ofreciéndoles muy grandes franquezas, libertades y paz perpetua entre ellos, porque no les aconteciese otra vez ver, que por sus medios viniesen gente de ellos y asimismo tratar de paces con los reyes y señores remotos (con quienes los ejércitos del imperio habían tenido continuas guerras), y estando de paz con os, con los partidos y capitulaciones que ellos quisiesen, aunque fuese restituirles algunas de las tierras y lugares que les tuviesen ganados, pedirles socorro y ayuda para destruir y consumir nuestra nación española; para lo cual enviaron sus embajadores a tratar con ellos con grande instancia lo que así tenían determinado, encareciendo las crueldades y tiranías que decían les hacían los cristianos, usurpándoles sus riquezas y señoríos y asimismo fortaleciendo la ciudad todo lo mejor que pudieran.
Entre los embajadores que despacharon, fueron seis a la Señoría de Tlaxcalan, personas de autoridad y respeto, los cuales dieron su embajada con muy grande elocuencia a la Señoría, persuadiéndola a que matasen o echasen de sus tierras a Cortés y a los suyos, pues era gente extraña, que venía con gran codicia de usurpar y quitar los señoríos y otras cosas que a su propósito alegaban, trayéndoles a la memoria ser todos deudos y de su linaje, por cuya causa, dejando aparte pasiones y contiendas pasadas, tenían más obligación de favorecer a los suyos, que no a aquellos pocos extranjeros que venían a embaucar la tierra; dándoles la fe y palabra de sus reyes, que entre ellos desde aquel tiempo en adelante tendrían perpetua paz y concordia inviolablemente y que entrarían en parte de todas las rentas de las provincias sujetas por el imperio. Tanto supieron decir a la Señoría estos embajadores, que casi toda ella después de tratado y altercado muy bien el negocio, la redujeron a su voluntad y deseo y comenzaron entre sí a decir que tenían razón los culhuas y sus consortes y quedando la cosa establecida de la manera que sus reyes se obligaban, les estaba más bien el favorecer y amparar su causa, que no la de los españoles, gente extraña y que aún no sabían en que vendrían a parar sus designios. Uno de los cuatro señores que más aficionado se mostró a esta opinión fue Xicoténcatl, que era el más antiguo de los cuatro supremos de la Señoría, trayéndoles a la memoria de los tiempos atrás, siendo él mancebo y capitán general, la grande paz y concordia que tuvieron con los reyes de Tetzcuco y México, como deudos y parientes tan cercanos que eran; que en las primeras guerras que tuvieron, así en sojuzgar al rey de Azcaputzalco que tenía tiranizado el imperio, como en conquistar algunas provincias remotas, andando en su favor siempre él y toda la Señoría, la hicieron participante de lo mejor de los despojos y entró en parte de las rentas y tierras conquistadas y después por dioses se vino a perder esta amistad y concordia, de donde nacieron las pasiones, enemistades y rencores que entre los unos y los otros había y que así estableciendo la cosa según y de la manera que los embajadores decían en nombre de los señores mexicanos, sin duda ninguna le estaría muy a cuenta a la Señoría hacer lo que se les pedía.
Maxixcatzin contradijo por todas instancias lo que Xicoténcatl alegaba y decía, favoreciendo muy hincadamente la parte de Cortés y de los suyos, alegando para ello muchas causas y razones y estando en esta contienda (que era en la sala y oratorio de Xicoténcatl en donde estaba puesta la cruz), milagrosamente todos los que estaban en ella, vieron entrar una nube que cubrió la cruz y quedó la sala oscura y triste; con que a Maxixcatzin viendo este milagro, se le aumentó el ánimo y brío con que defendía el partido de los cristianos, de tal manera que Xicoténcatl el mozo (que sustentaba con muy gran coraje el parecer de su padre) y él llegaron a las manos y Maxixcatzin le dio un reempujón, que lo echó de las gradas abajo que estaban a la entrada de esta sala. Todos los del consejo y junta viendo un milagro tan grande mudaron de intento y se volvieron de la parte y opinión de Maxixcatzin; con que despidieron a los embajadores de México diciéndoles, que ellos habían de defender y amparar a los cristianos y perder por ellos las vidas y las de sus mujeres e hijos y así que los despidieron salió aquella nube y quedó aquella sala muy clara y alegre y la cruz muy resplandeciente; por lo que desde entonces con muchas más veras servían, amparaban y favorecían a Cortés y a los suyos. Muy mal suceso tuvieron los embajadores; aunque los que fueron a la provincia y reino de Michoacan y otras partes trajeron muy buenas nuevas a los señores mexicanos, pues todos ofrecían socorro y ayuda contra Cortés y los suyos, hasta matarlos o echarlos de toda la tierra y castigar a todos aquellos que fueran en su favor; con cuyas nuevas se holgaron mucho y animaron a los de su bando y apellido.
Los amigos de Cortés protestaron morir o vencer en la demanda por no venir a manos de sus enemigos, que tratarían a los que quedasen con vida peor que a esclavos y que así echarían el resto en favorecer y ayudar a Cortés. Estándose él curando en la ciudad de Tlaxcalan, cuando él menos pensaba, todos los suyos fueron a él bien alterados y con determinación de dejarle y le hicieron de parte de su majestad un requerimiento, pidiéndole que los sacase de aquella tierra; fue grandísima la pena que a Cortés le dio este motín; pero él se supo tan bien granjearlos y persuadirlos a que se asegurasen, que todos mudaron de intento y protestaron morir con él donde quiera que los guiase y llevase. Pasados veinte días, acordó Cortés de ir sobre los de Tepeyácac, según Xicoténcatl se lo tenía aconsejado y así habiéndose juntado más de cuatro mil tlaxcaltecas, huexotzincas y cholultecas y por caudillo principal de los tlaxcaltecas Tianquiztlatoatzin y los hijos de Xicoténcatl y otros señores de las cuatro cabezas, el primer día fue a hacer noche en Tzompantzinco, en donde puso en orden la gente que llevaba; se ocupó en esto un día y al tercero se juntó con los enemigos en Zacatépec, en donde tuvo una sangrienta batalla y murieron muchos de los mexicanos y tepeacas; al cuarto hizo noche en Acatzinco, en donde cautivó a los que se le fueron de las manos y al sexto día entró en la ciudad de Tepeaca sin contradicción ninguna, porque los moradores de ella y sus valedores los mexicanos la desampararon, habiendo venido a sus manos y dado por esclavos a muchos de ella.
Detúvose los que en ella halló y fundó una villa que llamó Segura de la Frontera y luego dio la vuelta por Chololan y de allí, después de haberse reformado, fue sobre los de Cuauhquecholan que luego se le rindieron, y echó de sus términos a los mexicanos y habiendo estado un día aquí reformándose, fue sobre Itzocan y aunque con dificultad los rindió y sujetó, porque se defendieron ellos y los mexicanos que estaban en su defensa y murieron muchos de ellos; detúvose aquí veinte días dando orden en las cosas convenientes a la prosecución de la conquista; posó en las casas de Ahuecatzin señor de aquella provincia, desde donde dio la vuelta por Tepeyácac y los tlaxcaltecas se volvieron a su tierra y habiendo estado algunos días en Tepeyácac, volviose a Tlaxcalan, en donde halló a muchos de los señores y caballeros de aquella república muertos por la enfermedad de las viruelas que pegó el negro de Narváez, (que ya habían cundido por toda la tierra), entre los cuales falleció su grande amigo Maxixcatzin; hizo por él grandísimo sentimiento y puso luto. Antes de partirse de la provincia de Tepeyácac, envió a sojuzgar las provincias de Zacatlan y Xalatzinco (que eran del bando mexicano, camino muy necesario para la Veracruz, que habían muerto algunos españoles), despachando para el efecto veinte de a caballo, doscientos eones y muchos de los amigos de Tlaxcalan y otras partes, que os fueron a sojuzgar.