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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO VIII Llega la armada a Santiago de Cuba, y lo que a la nao capitana sucedió a la entrada del puerto Sin otro caso más que de contar sea, llegó el gobernador a los veinte y uno de abril de Pascua Florida a la Gomera, una de las islas de la Canaria, donde halló al conde señor de ella, que lo recibió con gran fiesta y regocijo. En este paso, dice Alonso de Carmona en su peregrinación estas palabras: "Salimos del puerto de San Lúcar, año treinta y ocho, por cuaresma, y fuimos navegando por las islas de la Gomera, que es adonde todas las flotas van a tomar agua y refresco de matalotaje, y, a los quince días andados, llegamos a vista de la Gomera. Y diré dos cosas que acaecieron aquel día en mi nao. La una fue que, peleando dos soldados, se asieron a brazo partido y dieron consigo en la mar, y así se sumieron, que no pareció pelo ni hueso de ellos. La otra fue que iba allí un hidalgo que se llamaba Tapia, natural de Arévalo, y llevaba un lebrel muy bueno y de mucho valor, y, estando como doce leguas del puerto, cayó a la mar. Y como llevábamos viento próspero, se quedó, que no lo pudimos tomar, y fuimos prosiguiendo nuestro viaje, y llegamos al puerto, y otro día de mañana, vio su amo el lebrel en tierra, y, admirándose de ello, fuelo con gran contento a tomar, y defendióselo el que lo llevaba, y averiguose que, viniendo un barco de una isla a otra, lo hallaron en la mar, que andaba nadando, y lo metieron en el barco, y averiguose que había nadado el lebrel cinco horas.
Y tomamos refresco, y lo demás, y proseguimos nuestro viaje, y a vista de la Gomera se llegó el amo del lebrel a bordo, y le dio la vela un envión que le echó a la mar, y así se sumió como si fuera plomo y nunca más pareció, de que nos dio mucha pesadumbre a todos los de la armada, etcétera". Todas son palabras de Alonso de Carmona sacadas a la letra, y púselas aquí, porque los tres casos que cuenta son notables, y también porque se vea cuán conforme va su relación con la nuestra, así en el año y en los primeros quince días de la navegación como en el temporal y en el puerto que tomaron, que todo se ajusta con nuestra historia. Por lo cual, pondré de esta manera otros muchos pasos suyos y de Juan Coles, que es el otro testigo de vista, los cuales se hallaron en esta jornada juntamente con mi autor. Pasados los tres días de Pascua, en que tomaron el refresco que habían menester, siguieron su viaje. El gobernador en aquellos días alcanzó del conde, con muchos ruegos y súplicas, le diese una hija natural que tenía, de edad de diez y siete años, llamada doña Leonor de Bobadilla, para llevarla consigo y casar y hacerla gran señora en su nueva conquista. La demanda del gobernador concedió el conde, confiado en su magnanimidad que cumpliría mucho más que le prometía; y así se la entregó a doña Isabel de Bobadilla, mujer del adelantado Hernando de Soto, para que, admitiéndola por hija, la llevase en su compañía. Con esta dama, cuya hermosura era extremada, salió el gobernador muy contento de la isla de la Gomera a los veinte y cuatro de abril, y, mediante el buen viento que siempre le hizo, dio vista a la isla de Santiago de Cuba a los postreros de mayo, habiendo doce días antes pedido licencia el fator Gonzalo de Salazar para apartarse con la armada de México y guiar su navegación a la Veracruz, que lo había deseado en extremo por salir de jurisdicción ajena (porque la voluntad humana siempre querría mandar más que no obedecer) y el gobernador se la había dado con mucha facilidad, por sentirle el deseo que de ella tenía.
El adelantado y los de su armada iban a tomar el puerto con mucha fiesta y regocijo de ver que se les había acabado aquella larga navegación y que llegaban a lugar por ellos tan deseado para tratar y apercibir de más cerca las cosas que convenían para su jornada y conquista, cuando he aquí vieron venir un hombre, que los de la ciudad de Santiago habían mandado salir a caballo, corriendo hacia la boca del puerto, dando grandes voces a la nao capitana que iba ya a entrar en él, y diciendo: "A babor, a babor" (que en lenguaje de marineros, para los que no lo saben, quiere decir a mano derecha del navío), con intención que la capitana y las demás que iban en pos de ella se perdiesen todas en unos bajíos y peñas que el puerto tiene muy peligrosas a aquella parte. El piloto y los marineros, que en la entrada de aquel puerto no debían de ser tan experimentados como fuera razón (para que se vea cuánto importa la práctica y experiencia en este oficio), encaminaron la nao adonde decía el de a caballo. El cual, como hubiese reconocido que la armada era de amigos y no de enemigos, volvió con mayores voces y gritos a decir, en contra: "A estribor (que es a mano izquierda del navío), que se pierden". Y, para darse a entender mejor, se echó del caballo abajo y corrió hacia su mano derecha, haciendo señas con los brazos y la capa, diciendo: "Volved, volved a la otra banda que os perderéis todos". Los de la nao capitana, cuando lo hubieron entendido, volvieron con toda diligencia a mano izquierda, mas por mucha que pusieron no pudieron excusar que la nao no diese en una peña un golpe tan grande que todos los que iban dentro entendieron que se había abierto y perdido, y, acudiendo a la bomba, sacaron a vueltas del agua mucho vino y vinagre, aceite y miel, que del golpe que la nao había dado en la roca se habían quebrado muchas vasijas de las que llevaban estos licores, y, con los ver, se certificaron en el temor que habían cobrado de que la nao era perdida.
A mucha prisa echaron al agua el batel y sacaron a tierra la mujer del gobernador y sus dueñas y doncellas. Y a vueltas de ellas, salieron algunos caballeros mozos, no experimentados en semejantes peligros, los cuales se daban tanta prisa a entrar en el batel que, perdido el respeto que a las damas se les debe, no se comedían ni daban lugar a que ellas entrasen primero, pareciéndoles que no era tiempo de comedimientos. El general, como buen capitán y plático, no quiso, aunque se lo importunaron, salir de la nao hasta ver el daño que había recibido, y también por la socorrer de más cerca, si fuese menester, y por obligar con su presencia a que no desamparasen todos. Acudiendo, pues, muchos marineros a lo bajo de ella, hallaron que no había sido más el daño que la quiebra de las botijas y que la nao estaba sana y buena, como lo certificaba la bomba en no sacar más agua, con que se alegraron todos, y los que habían sido mal comedidos y muy diligentes en salir a tierra quedaron corridos.
Y tomamos refresco, y lo demás, y proseguimos nuestro viaje, y a vista de la Gomera se llegó el amo del lebrel a bordo, y le dio la vela un envión que le echó a la mar, y así se sumió como si fuera plomo y nunca más pareció, de que nos dio mucha pesadumbre a todos los de la armada, etcétera". Todas son palabras de Alonso de Carmona sacadas a la letra, y púselas aquí, porque los tres casos que cuenta son notables, y también porque se vea cuán conforme va su relación con la nuestra, así en el año y en los primeros quince días de la navegación como en el temporal y en el puerto que tomaron, que todo se ajusta con nuestra historia. Por lo cual, pondré de esta manera otros muchos pasos suyos y de Juan Coles, que es el otro testigo de vista, los cuales se hallaron en esta jornada juntamente con mi autor. Pasados los tres días de Pascua, en que tomaron el refresco que habían menester, siguieron su viaje. El gobernador en aquellos días alcanzó del conde, con muchos ruegos y súplicas, le diese una hija natural que tenía, de edad de diez y siete años, llamada doña Leonor de Bobadilla, para llevarla consigo y casar y hacerla gran señora en su nueva conquista. La demanda del gobernador concedió el conde, confiado en su magnanimidad que cumpliría mucho más que le prometía; y así se la entregó a doña Isabel de Bobadilla, mujer del adelantado Hernando de Soto, para que, admitiéndola por hija, la llevase en su compañía. Con esta dama, cuya hermosura era extremada, salió el gobernador muy contento de la isla de la Gomera a los veinte y cuatro de abril, y, mediante el buen viento que siempre le hizo, dio vista a la isla de Santiago de Cuba a los postreros de mayo, habiendo doce días antes pedido licencia el fator Gonzalo de Salazar para apartarse con la armada de México y guiar su navegación a la Veracruz, que lo había deseado en extremo por salir de jurisdicción ajena (porque la voluntad humana siempre querría mandar más que no obedecer) y el gobernador se la había dado con mucha facilidad, por sentirle el deseo que de ella tenía.
El adelantado y los de su armada iban a tomar el puerto con mucha fiesta y regocijo de ver que se les había acabado aquella larga navegación y que llegaban a lugar por ellos tan deseado para tratar y apercibir de más cerca las cosas que convenían para su jornada y conquista, cuando he aquí vieron venir un hombre, que los de la ciudad de Santiago habían mandado salir a caballo, corriendo hacia la boca del puerto, dando grandes voces a la nao capitana que iba ya a entrar en él, y diciendo: "A babor, a babor" (que en lenguaje de marineros, para los que no lo saben, quiere decir a mano derecha del navío), con intención que la capitana y las demás que iban en pos de ella se perdiesen todas en unos bajíos y peñas que el puerto tiene muy peligrosas a aquella parte. El piloto y los marineros, que en la entrada de aquel puerto no debían de ser tan experimentados como fuera razón (para que se vea cuánto importa la práctica y experiencia en este oficio), encaminaron la nao adonde decía el de a caballo. El cual, como hubiese reconocido que la armada era de amigos y no de enemigos, volvió con mayores voces y gritos a decir, en contra: "A estribor (que es a mano izquierda del navío), que se pierden". Y, para darse a entender mejor, se echó del caballo abajo y corrió hacia su mano derecha, haciendo señas con los brazos y la capa, diciendo: "Volved, volved a la otra banda que os perderéis todos". Los de la nao capitana, cuando lo hubieron entendido, volvieron con toda diligencia a mano izquierda, mas por mucha que pusieron no pudieron excusar que la nao no diese en una peña un golpe tan grande que todos los que iban dentro entendieron que se había abierto y perdido, y, acudiendo a la bomba, sacaron a vueltas del agua mucho vino y vinagre, aceite y miel, que del golpe que la nao había dado en la roca se habían quebrado muchas vasijas de las que llevaban estos licores, y, con los ver, se certificaron en el temor que habían cobrado de que la nao era perdida.
A mucha prisa echaron al agua el batel y sacaron a tierra la mujer del gobernador y sus dueñas y doncellas. Y a vueltas de ellas, salieron algunos caballeros mozos, no experimentados en semejantes peligros, los cuales se daban tanta prisa a entrar en el batel que, perdido el respeto que a las damas se les debe, no se comedían ni daban lugar a que ellas entrasen primero, pareciéndoles que no era tiempo de comedimientos. El general, como buen capitán y plático, no quiso, aunque se lo importunaron, salir de la nao hasta ver el daño que había recibido, y también por la socorrer de más cerca, si fuese menester, y por obligar con su presencia a que no desamparasen todos. Acudiendo, pues, muchos marineros a lo bajo de ella, hallaron que no había sido más el daño que la quiebra de las botijas y que la nao estaba sana y buena, como lo certificaba la bomba en no sacar más agua, con que se alegraron todos, y los que habían sido mal comedidos y muy diligentes en salir a tierra quedaron corridos.