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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO VII Lo que sucedió a la armada la primera nocbe de su navegación El primer día que navegaron, poco antes de que anocheciese, llamó el general a un soldado de muchos que llevaba escogidos para traer cerca de su persona, llamado Gonzalo Silvestre, natural de Herrera de Alcántara, y le dijo: "Tendréis cuidado de dar esta noche orden a las centinelas cómo hayan de velar y apercibiréis al condestable, que es el artillero mayor, que lleve toda su artillería aprestada y puesta a punto, y, si pareciere algún navío de mal andar, haréis que le tiren, y en todo guardaréis el orden que la navegación buena requiere." Así se proveyó todo como el gobernador lo mandó. Siguiéndose, pues, el viaje con muy próspero tiempo, sucedió a poco más de media noche que los marineros de la nao que había de ser capitana de las de México, en que iba el fator Gonzalo de Salazar, o por mostrar la velocidad y ligereza de ella, o por presumir que también era capitana, como la de Hernando de Soto, o porque, como será lo más cierto, el piloto y el maestre con la bonanza del tiempo se hubiesen dormido y el marinero que gobernaba la nao no fuese plático de las reglas y leyes de navegar, la dejaron adelantarse de toda la armada e ir adelante de ella, a tiro de cañón y a barlovento que la capitana, que por cualquiera de estas dos cosas que los marineros hagan tienen pena de muerte. Gonzalo Silvestre, que por dar buena cuenta de lo que se le había encargado, aunque tenía sus centinelas puestas, no dormía (como lo debe hacer todo buen soldado e hijodalgo como él lo era), recordando al condestable, preguntó si aquel navío era de su armada y compañía o de mal andar.
Fuele respondido que no podía ser de la armada, porque, si lo fuera, no se atreviera a ir donde iba, por tener pena de muerte los marineros que tal hacían; por tanto, se afirmaba que era de enemigos. Con esto se determinaron ambos a le tirar, y al primer cañonazo le horadaron todas las velas por medio de proa a popa, y al segundo le llevaron de un lado parte de las obras muertas, y, yendo a tirarle más, oyeron que la gente de ella daba grandes gritos, pidiendo misericordia, que no les tirasen que eran amigos. El gobernador se levantó al ruido, y toda la armada se alborotó y puso en arma, y encaró hacia la nao mexicana. La cual, como se le iba el viento por las roturas que la pelota le había hecho en las velas, vino decayendo sobre la capitana, y la capitana, que iba en su seguimiento, la alcanzó presto, donde les hubiera de suceder otro mayor mal y desventura que la que se temía por lo pasado. Y fue que, como los unos con el temor y confusión de su delito atendiesen más a disculparse que a gobernar su navío, y los otros, con la ira y enojo que llevaban de pensar que el hecho hubiese sido desacato y no descuido, y con deseo de lo castigar o vengar, no mirasen cómo ni por dónde iban, hubieran de embestirse y encontrarse con los costados ambas naos. Y estuvieron tan cerca de ello que los de dentro, para socorrerse en este peligro, no hallando remedio mejor, a toda prisa sacaron muchas picas con las cuales entibando de la una en la otra nao, porque no diesen golpe, rompieron más de trescientas, que pareció una hermosísima folla de torneo de a pie, e hicieron buen efecto.
Mas, aunque con las picas y otros palos les estorbaron que no se encontrasen con violencia, no les pudieron estorbar que no se trabasen y asiesen con las jarcias, velas y entenas, de manera que se vieron en el último punto de ser ambas anegadas, porque el socorro de los suyos del todo las desamparó, que los marineros, turbados con el peligro tan eminente y repentino, desconfiaron de todo remedio, ni sabían cuál hacer que les fuese de provecho. Y, cuando pudieran hacer alguno, la vocería de la gente, que veía la muerte al ojo, era tan grande que no les dejaba oírse; ni la oscuridad de la noche, que acrecienta las tormentas, daba lugar a que viesen lo que les convenía hacer; ni los que tenían algún ánimo y esfuerzo podían mandar, porque no había quién les obedeciese ni escuchase, que todo era llanto, grita, voces, alaridos y confusión. En este punto estuvieron ambos generales y sus dos naos capitanas, cuando Dios Nuestro Señor las socorrió con que la del gobernador con los tajamares o navajas que en las entenas llevaba cortó a la del fator todos los cordeles, jarcias y velas con que las dos se habían asido, las cuales cortadas, pudo la del general, con el buen viento que hacía, apartarse de la otra, quedando ambas libres. Hernando de Soto quedó tan airado, así de haberse visto en el peligro pasado como de pensar que el hecho que lo había causado hubiese sido por desacato maliciosamente hecho, que estuvo por hacer un gran exceso en mandar cortar luego la cabeza al fator.
Mas él se disculpaba con gran humildad diciendo que no había tenido culpa en cosa alguna de lo sucedido, y así le testificaron todos los de su nao. Con lo cual, y con buenos terceros que no faltaron en la del gobernador que excusaron y abonaron al fator, se aplacó la ira del general, y le perdonó, y olvidó todo lo pasado, aunque el fator Gonzalo de Salazar, después de llegado a México, siempre que se ofrecía plática sobre el suceso de aquella noche, como hombre sentido del hecho, solía decir que holgara toparse con igual fortuna con Hernando de Soto para le retar y desafiar sobre las palabras demasiadas que con sobra de enojo le había dicho en lo que él no había tenido culpa. Y así era verdad que no la había tenido; mas tampoco el general le había dicho cosa de que él pudiese ofenderse. Pero como el uno sospechó que el hecho había sido malicioso, así el otro se enojó, entendiendo que las palabras habían sido ofensivas, no habiendo pasado ni lo uno ni lo otro, mas la sospecha y la ira tienen grandísima fuerza y dominio sobre los hombres, principalmente poderosos, como lo eran nuestros dos capitanes. Los marineros de la nao del fator, habiendo remendado las roturas de las velas y las jarcias con toda la presteza, diligencia y buena maña que en semejantes casos suelen tener, siguieron su viaje, dando gracias a Nuestro Señor que los hubiese librado de tanto peligro.
Fuele respondido que no podía ser de la armada, porque, si lo fuera, no se atreviera a ir donde iba, por tener pena de muerte los marineros que tal hacían; por tanto, se afirmaba que era de enemigos. Con esto se determinaron ambos a le tirar, y al primer cañonazo le horadaron todas las velas por medio de proa a popa, y al segundo le llevaron de un lado parte de las obras muertas, y, yendo a tirarle más, oyeron que la gente de ella daba grandes gritos, pidiendo misericordia, que no les tirasen que eran amigos. El gobernador se levantó al ruido, y toda la armada se alborotó y puso en arma, y encaró hacia la nao mexicana. La cual, como se le iba el viento por las roturas que la pelota le había hecho en las velas, vino decayendo sobre la capitana, y la capitana, que iba en su seguimiento, la alcanzó presto, donde les hubiera de suceder otro mayor mal y desventura que la que se temía por lo pasado. Y fue que, como los unos con el temor y confusión de su delito atendiesen más a disculparse que a gobernar su navío, y los otros, con la ira y enojo que llevaban de pensar que el hecho hubiese sido desacato y no descuido, y con deseo de lo castigar o vengar, no mirasen cómo ni por dónde iban, hubieran de embestirse y encontrarse con los costados ambas naos. Y estuvieron tan cerca de ello que los de dentro, para socorrerse en este peligro, no hallando remedio mejor, a toda prisa sacaron muchas picas con las cuales entibando de la una en la otra nao, porque no diesen golpe, rompieron más de trescientas, que pareció una hermosísima folla de torneo de a pie, e hicieron buen efecto.
Mas, aunque con las picas y otros palos les estorbaron que no se encontrasen con violencia, no les pudieron estorbar que no se trabasen y asiesen con las jarcias, velas y entenas, de manera que se vieron en el último punto de ser ambas anegadas, porque el socorro de los suyos del todo las desamparó, que los marineros, turbados con el peligro tan eminente y repentino, desconfiaron de todo remedio, ni sabían cuál hacer que les fuese de provecho. Y, cuando pudieran hacer alguno, la vocería de la gente, que veía la muerte al ojo, era tan grande que no les dejaba oírse; ni la oscuridad de la noche, que acrecienta las tormentas, daba lugar a que viesen lo que les convenía hacer; ni los que tenían algún ánimo y esfuerzo podían mandar, porque no había quién les obedeciese ni escuchase, que todo era llanto, grita, voces, alaridos y confusión. En este punto estuvieron ambos generales y sus dos naos capitanas, cuando Dios Nuestro Señor las socorrió con que la del gobernador con los tajamares o navajas que en las entenas llevaba cortó a la del fator todos los cordeles, jarcias y velas con que las dos se habían asido, las cuales cortadas, pudo la del general, con el buen viento que hacía, apartarse de la otra, quedando ambas libres. Hernando de Soto quedó tan airado, así de haberse visto en el peligro pasado como de pensar que el hecho que lo había causado hubiese sido por desacato maliciosamente hecho, que estuvo por hacer un gran exceso en mandar cortar luego la cabeza al fator.
Mas él se disculpaba con gran humildad diciendo que no había tenido culpa en cosa alguna de lo sucedido, y así le testificaron todos los de su nao. Con lo cual, y con buenos terceros que no faltaron en la del gobernador que excusaron y abonaron al fator, se aplacó la ira del general, y le perdonó, y olvidó todo lo pasado, aunque el fator Gonzalo de Salazar, después de llegado a México, siempre que se ofrecía plática sobre el suceso de aquella noche, como hombre sentido del hecho, solía decir que holgara toparse con igual fortuna con Hernando de Soto para le retar y desafiar sobre las palabras demasiadas que con sobra de enojo le había dicho en lo que él no había tenido culpa. Y así era verdad que no la había tenido; mas tampoco el general le había dicho cosa de que él pudiese ofenderse. Pero como el uno sospechó que el hecho había sido malicioso, así el otro se enojó, entendiendo que las palabras habían sido ofensivas, no habiendo pasado ni lo uno ni lo otro, mas la sospecha y la ira tienen grandísima fuerza y dominio sobre los hombres, principalmente poderosos, como lo eran nuestros dos capitanes. Los marineros de la nao del fator, habiendo remendado las roturas de las velas y las jarcias con toda la presteza, diligencia y buena maña que en semejantes casos suelen tener, siguieron su viaje, dando gracias a Nuestro Señor que los hubiese librado de tanto peligro.