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Datos principales
Desarrollo
De los aviarios, jaulas y arsenales de Motecçuma Motecçuma tenía una casa amplísima con un terrado sobre columnas de piedra talladas en hermosísimo jaspe, desde donde se contemplaba un huerto muy amplio y notable por diez estanques, de los cuales algunos estaban llenos de agua salada para que las aves marinas que allí se criaban para recreo, tuvieran bebida conveniente y comida congruente; otros de agua dulce, para que fuesen del gusto de las aves fluviales y lacustres. Todos éstos, en cuanto que se vaciaban para limpiarlos de la inmundicia de las plumas, se llenaban una y otra vez con agua limpidísima. Estaban poblados de tan varias diferencias de aves extrañas y desconocidas para nuestro mundo, que apenas parecerá creíble. Trescientos hombres, a los que estaba encomendado su cuidado, echaban la comida acostumbrada y conocida a cada uno de los géneros. De las plumas caídas tejían hermosos mantos, tapetes, escudos, penachos, abanicos y otras cosas preciosas con oro entretejido, hermosas a la vista y obra digna de la regia Majestad. Tenía también otra casa no menos amplia, la que recibía su nombre de las aves, aun cuando de la que ya se ha hablado estuviera también dedicada a ellas, ya sea porque las que se criaban en los aviarios de la segunda eran más abundantes, o porque sería para la cacería de aves. Y no sólo se mantenían allí aves, sino, para entretenimiento, también hombres que desde su nacimiento eran albinos, enanos, jorobados, lisiados, convulsos o los que de cualquiera manera presentaran una forma monstruosa o una conformación del cuerpo rara y no vulgar.
Entre los cuales dicen que había muchos que no habían nacido así, sino que habían degenerado hasta esta deformidad por injuria a su naturaleza. Había allí muchas jaulas hechas de vigas en las que estaban encerrados leones, tigres, panteras, osos y lobos de tierra coyotes y además casi todo género de fieras y de cuadrúpedos. No faltaban serpientes multicolores encerradas en ánforas, lagartijas, cocodrilos y otros no pocos animales de esta clase. Había todo género de gavilanes y de águilas, a las cuales criaban, amansaban y cuidaban trescientos hombres, fuera de los pajareros cazadores de pájaros, los que apenas pudieran esmerarse. Y también géneros de aves desconocidas para nosotros y no menos apropiadas para la cacería que las nuestras. Dicen que había una aula ornada con oro y piedras preciosas, con la cual se retraía Motecçuma de noche para hablar familiarísimamente con los demonios y recibir sus respuestas acerca de acontecimientos futuros. Había también otros edificios reales en los cuales se guardaban las plumas y los cereales. En los mismos habitaban los mayordomos, tesoreros, recaudadores, contadores y otros a los que se confiaban los bienes de familia del rey. Ninguna de aquellas casas carecía de oratorios execrables en los cuales se adoraba a los demonios, porque creían que nada podía ser emprendido o llevado a cabo sin auxilio y numen. Había además otra casa en la que se almacenaban los instrumentos bélicos y a cuya puerta estaban clavados como indicios e insignias de su empleo, un arco y dos aljabas.
Las armas principales eran en el arco, las flechas, hondas, clavas, lanzas, dardos y espadas de piedra, cascos y escudos, los que como en su mayor parte eran de madera y forrados por encima con plumas y con oro, eran más vistosos que fuertes. Además cáligas militares y brazales fabricados de la misma materia forrados de cuero. Lanzas y espadas de espinas de pescados venenosos o de piedra de iztli de la cual formaban gladios con arte admirable; la piedra se adhiere al palo y se pega con un pegamento tenacísimo, como tal vez lo describiremos entre las cosas naturales. No era permitido a los mexicanos usar estas espadas en la ciudad, a no ser que estuvieran en guerra o que fueran de caza. Tenía además otras muchas moradas para su diversión y gusto, adornadas con jardines en los cuales había sembradas muchas diferencias de yerbas medicinales o perfumadas. Era admirable y placentero sobre todo lo que se puede decir, ver tantas flores y tantos árboles que exhalaban un olor divino, dispuestos en grupos varios y hermosos para la vista. No se permitía sembrar entre ellos árboles frutales ni ningún género de legumbres en los huertos arriba indicados. Tenía bosques grandísimos fuera de la ciudad, en los cuales estaban prisioneros todo género de animales entre muros o entre acequias y esos bosques parecían más hermosos por la vítrea corriente de las aguas que los circundaban en su circuito artificial. Había estanques, piscinas, viveros y cerrillos escabrosos artificiales.
De éstos quedan hoy Chapultepec, El Peñol y el de Huastepec, selvas artificiales adornadas con árboles de regiones longincuas, traídos no sin gran trabajo de los indios y gasto; los alegraban dulcísimas fuentes y ríos limpidísimos que regaban el bosque por todas partes; desfiladeros y ruinas opacas y sombrías por los altísimos árboles. Y si no quieres llamar vergel a todos los campos que pertenecen a los herederos de Cortés, cuando no hay nada más hermoso, más alegre o más verde que ellos en el mundo, juzgarlos has otro paraíso terrestre, donde todas las tierras son de riego y sembradas con árboles grandísimos; donde nada se ofrece a los ojos que con maravillosa alegría y amenidad no plazca, deleite y halague.
Entre los cuales dicen que había muchos que no habían nacido así, sino que habían degenerado hasta esta deformidad por injuria a su naturaleza. Había allí muchas jaulas hechas de vigas en las que estaban encerrados leones, tigres, panteras, osos y lobos de tierra coyotes y además casi todo género de fieras y de cuadrúpedos. No faltaban serpientes multicolores encerradas en ánforas, lagartijas, cocodrilos y otros no pocos animales de esta clase. Había todo género de gavilanes y de águilas, a las cuales criaban, amansaban y cuidaban trescientos hombres, fuera de los pajareros cazadores de pájaros, los que apenas pudieran esmerarse. Y también géneros de aves desconocidas para nosotros y no menos apropiadas para la cacería que las nuestras. Dicen que había una aula ornada con oro y piedras preciosas, con la cual se retraía Motecçuma de noche para hablar familiarísimamente con los demonios y recibir sus respuestas acerca de acontecimientos futuros. Había también otros edificios reales en los cuales se guardaban las plumas y los cereales. En los mismos habitaban los mayordomos, tesoreros, recaudadores, contadores y otros a los que se confiaban los bienes de familia del rey. Ninguna de aquellas casas carecía de oratorios execrables en los cuales se adoraba a los demonios, porque creían que nada podía ser emprendido o llevado a cabo sin auxilio y numen. Había además otra casa en la que se almacenaban los instrumentos bélicos y a cuya puerta estaban clavados como indicios e insignias de su empleo, un arco y dos aljabas.
Las armas principales eran en el arco, las flechas, hondas, clavas, lanzas, dardos y espadas de piedra, cascos y escudos, los que como en su mayor parte eran de madera y forrados por encima con plumas y con oro, eran más vistosos que fuertes. Además cáligas militares y brazales fabricados de la misma materia forrados de cuero. Lanzas y espadas de espinas de pescados venenosos o de piedra de iztli de la cual formaban gladios con arte admirable; la piedra se adhiere al palo y se pega con un pegamento tenacísimo, como tal vez lo describiremos entre las cosas naturales. No era permitido a los mexicanos usar estas espadas en la ciudad, a no ser que estuvieran en guerra o que fueran de caza. Tenía además otras muchas moradas para su diversión y gusto, adornadas con jardines en los cuales había sembradas muchas diferencias de yerbas medicinales o perfumadas. Era admirable y placentero sobre todo lo que se puede decir, ver tantas flores y tantos árboles que exhalaban un olor divino, dispuestos en grupos varios y hermosos para la vista. No se permitía sembrar entre ellos árboles frutales ni ningún género de legumbres en los huertos arriba indicados. Tenía bosques grandísimos fuera de la ciudad, en los cuales estaban prisioneros todo género de animales entre muros o entre acequias y esos bosques parecían más hermosos por la vítrea corriente de las aguas que los circundaban en su circuito artificial. Había estanques, piscinas, viveros y cerrillos escabrosos artificiales.
De éstos quedan hoy Chapultepec, El Peñol y el de Huastepec, selvas artificiales adornadas con árboles de regiones longincuas, traídos no sin gran trabajo de los indios y gasto; los alegraban dulcísimas fuentes y ríos limpidísimos que regaban el bosque por todas partes; desfiladeros y ruinas opacas y sombrías por los altísimos árboles. Y si no quieres llamar vergel a todos los campos que pertenecen a los herederos de Cortés, cuando no hay nada más hermoso, más alegre o más verde que ellos en el mundo, juzgarlos has otro paraíso terrestre, donde todas las tierras son de riego y sembradas con árboles grandísimos; donde nada se ofrece a los ojos que con maravillosa alegría y amenidad no plazca, deleite y halague.