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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO LVII Ultima Visita que hizo en estas Misiones del Norte En cuanto se vio desocupado el V. P. Presidente de los precisos quehaceres de su Misión, principalmente del cumplimiento de la Iglesia, salió para estas Misiones a hacer las últimas Confirmaciones, y a bendecir la Iglesia de la Misión de Santa Clara, para lo que lo tenían convidado los Ministros de ella, que tenían determinado dedicarla el 16 de mayo. Salió S. R. de su Misión a últimos de Abril, y no deteniéndose en Santa Clara, reservando para la vuelta el hacer Confirmaciones, se vino para esta de N. P. San Francisco, la más interna, a donde llegó el 4 de mayo sin novedad en la salud. Fue para mí su llegada de extraordinario gozo el ver en esta Misión, la más interna de lo Conquistado, a mi amado y siempre Venerado P. Maestro y Lector, que nueve meses antes se había por carta despedido de mí, como si no nos volviésemos a ver: deseaba lograr la dicha de gozar su compañía tan amable por algunos días en esta Misión; pero Dios dispuso no fuese como deseábamos, pues a los dos días de llegados hube de salir a toda prisa para la de Santa Clara, por haber venido la noticia por posta, de hallarse muy malo el principal Ministro de ella el R. P. Fr. José Antonio Murguía. En cuanto recibí la Carta, tomada la bendición del Venerable Prelado, que quedó para las Confirmaciones, me puse en camino, y hallé al enfermo con una fuerte calentura: dispúsose con todos los Santos Sacramentos, y el día 11 de dicho mes de mayo entregó su alma al Criador, de quien píamente creemos todos iría a descansar en la Iglesia Triunfante, y recibir del Señor el premio de su fervoroso celo de la conversión de las almas, en cuyo ejercicio se empleó treinta y seis años: los veinte en las Misiones de los Pames de la Sierra Gorda, en las que convirtió a muchas almas, fabricó una Suntuosa Iglesia, que fue la primera que en aquellas Conquistas se hizo de cal y canto.
Vino desde aquellas Misiones para las Californias: en la antigua trabajó cinco años, y entregadas aquellas Misiones a los RR. Padres Dominicos, subió para esta nueva California, en la que fundó la Misión de N. Seráfica Madre Santa Clara, dejando en ella bautizados cuando murió más de seiscientos Gentiles. En esta su Misión acababa de fabricar una grande Iglesia (que según dijo el R. P. Presidente es la mejor y más grande de todos estos Establecimientos) de cuya fábrica había sido el difunto, no sólo Maestro, Director y Sobrestante, sino también Peón, enseñando a los Indios Neófitos; teniéndola concluida para celebrar la Dedicación el día 16 de mayo, fue Dios servido de llevarlo para sí el día 11 de dicho mes, sin duda, como píamente creemos, para que tuviese más premio en el Cielo. El especial afecto que siempre tuve a este Religioso desde el año de 50 que nos conocimos, y empezamos a ser Compatriotas en el ministerio, hasta su muerte, que quiso Dios fuese Yo, y le administrase los Santos Sacramentos, y ayudase, y la correspondencia de su afecto, no me da lugar a omitir esta memoria. No era menor el afecto que le tenía el V. P. Junípero, pues siempre lo tuvo por perfecto Religioso y grande Operario para la Viña del Señor, y por esto lo solicitaba con grandes ansias para estas nuevas Misiones, como se puede ver en las Cartas que quedan copiadas en su lugar. No obstante el cordial afecto que le tenía, no pudo S. R. asistir a su muerte, pues no dio lugar lo agudo de la fiebre, y lo distante de quince leguas que se hallaba confirmando en esta Misión de N.
Padre. Y en cuanto concluyó, dejando confirmados a todos los Neófitos, caminó para Santa Clara en compañía del Señor Gobernador, que estaba convidado para Padrino de la Dedicación de la Iglesia. Llegaron a aquella Misión el 15 de dicho mes por la mañana; en donde los recibimos cuasi sin podernos hablar, por la pena que nos embargó las palabras, considerando la muerte del Padre, que había trabajado tanto para fabricar la Iglesia que venían a bendecir, y cinco días antes de la Dedicación se lo había llevado Dios para premiarlo en el Cielo. Por la tarde se hizo con toda la solemnidad posible la bendición según el Ritual Romano, con asistencia de todo el Pueblo de Neófitos, y muchos Gentiles que asistieron, como también la Tropa y del Vecindario del Pueblo de San José de Guadalupe. Y el día siguiente, que fue el Domingo quinto después de Pascua, día de la Consagración de la Basílica de N. S. P. San Francisco, cantó el R. P. Presidente la Misa, en la que predicó al Pueblo con aquel espíritu y fervor que acostumbraba; y concluida la Misa hizo Confirmaciones en los que estaban ya preparados. Aunque pensaba retirarme a mi Misión, me detuvo S. P. diciéndome se quería disponer para morir, por si no nos viésemos más, pues se hallaba ya postrado, y que ya no le podía quedar mucho tiempo de vida. Hizo unos días de ejercicios espirituales y su confesión general, o repitió la que otras veces había hecho, derramando muchas lágrimas, no siendo menos las mías reclamando no fuese ésta la última vez que nos viésemos: no logrando lo que ambos deseábamos de morir juntos, o a lo menos que el último asistiese al que se adelantase, y mirando el que S.
P. se iba para su Misión, y Yo para la mía, distantes cuarenta y dos leguas, y todas de Gentilidad, no sería muy fácil el conseguirlo; pero quiso el Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación darme este consuelo, que diré en el siguiente Capítulo. Los días que se detuvo en Santa Clara se empleó en disponerse para morir, como también en el santo ejercicio de bautizar a algunos que concurrieron, (de que fue siempre muy goloso y jamás se vio harto) y confirmar a los Neófitos que no habían recibido este Santo Sacramento; y habiendo algunos, que por enfermos no pudieron venir a la Iglesia, fue S. P. a su Ranchería a confirmarlos en sus casas, para que no se privasen de este bien: y no dejando a Cristiano alguno sin confirmar, el mismo día que hizo las últimas Confirmaciones se puso en camino para su Misión de Monterrey, dejándome con aquella pena que se deja considerar de un filial afecto. En cuanto llegó a su Misión, que fue a principios de junio, envió para la de Santa Clara para Ministro en lugar del difunto P. Murguía, al que estaba en Monterrey de Supernumerario Fr. Diego Noboa: y S. P. entabló de nuevo su Apostólico ejercicio, instruyendo de nuevo a los que faltaba de confirmar, antes que se cumpliese el decenio de la Comisión y facultad, que era el 16 de julio de dicho año de 84, y para dicho día tuvo ya confirmados a todos los de su Misión, sin quedar Neófito alguno por confirmar. Y al ver S. P. expirada la facultad, dejando confirmados cinco mil trescientos y siete, parece que aquel mismo día 16 de julio dijo lo que el Apóstol de las Gentes a los Gentiles: Cursum consumavi, fidem servavi: pues parece que aquel mismo día llegó el Nuncio de su cercana muerte, como ya digo.
Dicho día 16 de julio dio fondo en este Puerto de N. S. P. San Francisco uno de los Barcos que venían de San Blas, con los víveres y avíos; y por el recibo de las Cartas, cuando vio que los Operarios que habían de venir en este Barco, y que no vino alguno para las fundaciones de la Canal, se halló con la Carta del R. P. Guardián, en la que le decía la causa porque no enviaba Misioneros, que era por el corto número de Religiosos que actualmente tenía el Colegio, por los que habían fallecido, y otros que se habían regresado para España cumplido el tiempo y de la Misión, que años había esperaban de España no se tenía la menor noticia. Esta nueva fue muy sensible para e1 fervoroso corazón del V. P. Junípero viendo frustrados sus deseos de dichas fundaciones, que anhelaba ver antes de morir; y leyendo la imposibilidad para el efecto, parece que leyó el aviso de su cercana muerte, si no que digamos, que por otro más seguro conducto tuvo aviso de ella, pues según obró esperaba en breve su muerte, pues en cuanto recibió las Cartas del Barco, escribió como acostumbraba a las Misiones, dando noticia a los Ministros de la llegada del Barco, remitiéndoles las Cartas. A los más retirados del rumbo Sur, escribió despidiéndose de ellos para la eternidad, que lo supe a los quince días de su muerte, por Carta que le contestaban a esta cláusula de despedida. A los Padres de las Misiones más cercanas de San Antonio veinte y cinco leguas, y San Luis cincuenta, escribió, que estimaría viniese un Padre de cada Misión para los avíos que traía el Barco, que lo deseaba mucho para hablarles y despedirse por si fuese la última vista; y a mí me escribió que fuese para Monterrey, o con el Barco, o por tierra, como me pareciese; y según el efecto, todo esto se dirigía a que asistiésemos a su muerte, y así habría sucedido, si así como yo recibí la carta la hubiesen recibido los otros Padres de San Antonio y San Luis.
Vino desde aquellas Misiones para las Californias: en la antigua trabajó cinco años, y entregadas aquellas Misiones a los RR. Padres Dominicos, subió para esta nueva California, en la que fundó la Misión de N. Seráfica Madre Santa Clara, dejando en ella bautizados cuando murió más de seiscientos Gentiles. En esta su Misión acababa de fabricar una grande Iglesia (que según dijo el R. P. Presidente es la mejor y más grande de todos estos Establecimientos) de cuya fábrica había sido el difunto, no sólo Maestro, Director y Sobrestante, sino también Peón, enseñando a los Indios Neófitos; teniéndola concluida para celebrar la Dedicación el día 16 de mayo, fue Dios servido de llevarlo para sí el día 11 de dicho mes, sin duda, como píamente creemos, para que tuviese más premio en el Cielo. El especial afecto que siempre tuve a este Religioso desde el año de 50 que nos conocimos, y empezamos a ser Compatriotas en el ministerio, hasta su muerte, que quiso Dios fuese Yo, y le administrase los Santos Sacramentos, y ayudase, y la correspondencia de su afecto, no me da lugar a omitir esta memoria. No era menor el afecto que le tenía el V. P. Junípero, pues siempre lo tuvo por perfecto Religioso y grande Operario para la Viña del Señor, y por esto lo solicitaba con grandes ansias para estas nuevas Misiones, como se puede ver en las Cartas que quedan copiadas en su lugar. No obstante el cordial afecto que le tenía, no pudo S. R. asistir a su muerte, pues no dio lugar lo agudo de la fiebre, y lo distante de quince leguas que se hallaba confirmando en esta Misión de N.
Padre. Y en cuanto concluyó, dejando confirmados a todos los Neófitos, caminó para Santa Clara en compañía del Señor Gobernador, que estaba convidado para Padrino de la Dedicación de la Iglesia. Llegaron a aquella Misión el 15 de dicho mes por la mañana; en donde los recibimos cuasi sin podernos hablar, por la pena que nos embargó las palabras, considerando la muerte del Padre, que había trabajado tanto para fabricar la Iglesia que venían a bendecir, y cinco días antes de la Dedicación se lo había llevado Dios para premiarlo en el Cielo. Por la tarde se hizo con toda la solemnidad posible la bendición según el Ritual Romano, con asistencia de todo el Pueblo de Neófitos, y muchos Gentiles que asistieron, como también la Tropa y del Vecindario del Pueblo de San José de Guadalupe. Y el día siguiente, que fue el Domingo quinto después de Pascua, día de la Consagración de la Basílica de N. S. P. San Francisco, cantó el R. P. Presidente la Misa, en la que predicó al Pueblo con aquel espíritu y fervor que acostumbraba; y concluida la Misa hizo Confirmaciones en los que estaban ya preparados. Aunque pensaba retirarme a mi Misión, me detuvo S. P. diciéndome se quería disponer para morir, por si no nos viésemos más, pues se hallaba ya postrado, y que ya no le podía quedar mucho tiempo de vida. Hizo unos días de ejercicios espirituales y su confesión general, o repitió la que otras veces había hecho, derramando muchas lágrimas, no siendo menos las mías reclamando no fuese ésta la última vez que nos viésemos: no logrando lo que ambos deseábamos de morir juntos, o a lo menos que el último asistiese al que se adelantase, y mirando el que S.
P. se iba para su Misión, y Yo para la mía, distantes cuarenta y dos leguas, y todas de Gentilidad, no sería muy fácil el conseguirlo; pero quiso el Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación darme este consuelo, que diré en el siguiente Capítulo. Los días que se detuvo en Santa Clara se empleó en disponerse para morir, como también en el santo ejercicio de bautizar a algunos que concurrieron, (de que fue siempre muy goloso y jamás se vio harto) y confirmar a los Neófitos que no habían recibido este Santo Sacramento; y habiendo algunos, que por enfermos no pudieron venir a la Iglesia, fue S. P. a su Ranchería a confirmarlos en sus casas, para que no se privasen de este bien: y no dejando a Cristiano alguno sin confirmar, el mismo día que hizo las últimas Confirmaciones se puso en camino para su Misión de Monterrey, dejándome con aquella pena que se deja considerar de un filial afecto. En cuanto llegó a su Misión, que fue a principios de junio, envió para la de Santa Clara para Ministro en lugar del difunto P. Murguía, al que estaba en Monterrey de Supernumerario Fr. Diego Noboa: y S. P. entabló de nuevo su Apostólico ejercicio, instruyendo de nuevo a los que faltaba de confirmar, antes que se cumpliese el decenio de la Comisión y facultad, que era el 16 de julio de dicho año de 84, y para dicho día tuvo ya confirmados a todos los de su Misión, sin quedar Neófito alguno por confirmar. Y al ver S. P. expirada la facultad, dejando confirmados cinco mil trescientos y siete, parece que aquel mismo día 16 de julio dijo lo que el Apóstol de las Gentes a los Gentiles: Cursum consumavi, fidem servavi: pues parece que aquel mismo día llegó el Nuncio de su cercana muerte, como ya digo.
Dicho día 16 de julio dio fondo en este Puerto de N. S. P. San Francisco uno de los Barcos que venían de San Blas, con los víveres y avíos; y por el recibo de las Cartas, cuando vio que los Operarios que habían de venir en este Barco, y que no vino alguno para las fundaciones de la Canal, se halló con la Carta del R. P. Guardián, en la que le decía la causa porque no enviaba Misioneros, que era por el corto número de Religiosos que actualmente tenía el Colegio, por los que habían fallecido, y otros que se habían regresado para España cumplido el tiempo y de la Misión, que años había esperaban de España no se tenía la menor noticia. Esta nueva fue muy sensible para e1 fervoroso corazón del V. P. Junípero viendo frustrados sus deseos de dichas fundaciones, que anhelaba ver antes de morir; y leyendo la imposibilidad para el efecto, parece que leyó el aviso de su cercana muerte, si no que digamos, que por otro más seguro conducto tuvo aviso de ella, pues según obró esperaba en breve su muerte, pues en cuanto recibió las Cartas del Barco, escribió como acostumbraba a las Misiones, dando noticia a los Ministros de la llegada del Barco, remitiéndoles las Cartas. A los más retirados del rumbo Sur, escribió despidiéndose de ellos para la eternidad, que lo supe a los quince días de su muerte, por Carta que le contestaban a esta cláusula de despedida. A los Padres de las Misiones más cercanas de San Antonio veinte y cinco leguas, y San Luis cincuenta, escribió, que estimaría viniese un Padre de cada Misión para los avíos que traía el Barco, que lo deseaba mucho para hablarles y despedirse por si fuese la última vista; y a mí me escribió que fuese para Monterrey, o con el Barco, o por tierra, como me pareciese; y según el efecto, todo esto se dirigía a que asistiésemos a su muerte, y así habría sucedido, si así como yo recibí la carta la hubiesen recibido los otros Padres de San Antonio y San Luis.