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Capítulo LV Cómo Huanca Auqui y los demás orejones dieron la obediencia a la figura de Atao Hualpa Oída tan soberbia embajada por Huanca Auqui, que estaba en el Cuzco, y los demás orejones y capitanes que se habían escapado de las manos de los enemigos, entraron en Cabildo juntándose todos a tratar lo que les convenía sobre ello, y consultándolo y confiriéndolo duró tres días en confusión, si sería bueno obedecer el mandato de Chalco Chilma y salir a la obediencia de la figura de Atao Hualpa como se les decía, o salir juntos y dar batalla a los enemigos y morir y vencer. Al cabo, como se vieron tan pocos, y ésos tristes y quebrantados de tantas desdichas y vencimientos, acordaron de obedecer lo que se les mandaba y seguir su triste suerte, dando la obediencia a la figura de Atao Hualpa y a sus capitanes, que estaban esperando su última resolución. Así acordado, haciendo el semblante en la demostración más alegre que tenían el ánimo, con corazón afligido y triste, salieron por su orden, distinguiéndose en Ayllos. Todos los que se habían hallado en la batalla donde fue preso Huascar Ynga llevaban una borla, en señal de que habían sido perdonados por los capitanes de Atao Hualpa del delito de haber peleado contra él. Llegados al llano de Quiuipay se fueron sentando por su orden en el suelo, haciendo reverencia o la mocha, como ellos dicen, en señal de obediencia a la figura de Atao Hualpa, que allí estaba. Acabada esta ceremonia y asentados todos, la gente de Atao Hualpa, que a punto de guerra se había ordenado y puesto, por mandado de Quisquis y Chalco Chima, para lo que tenían intención de hacer, los rodearon a todos, porque ninguno hubiese que se pudiese escapar ni huir, viendo lo que hacían.

Desque los tuvieron cerrados prendieron a Huanca Auqui, que estaba, como el más principal, en medio de los orejones, y a Huapanti y a Paucar Usno, porque a estos tres traían sobre ojo con más cuidado, por las batallas que desde Tomebamba les habían dado. Por cumplir el mandato de Atao Hualpa, que, como dijimos, les había mandado en todo caso prender, y con éstos juntamente echaron mano de Apochalco, Yupanqui, Yarupac, sacerdotes del Sol, que eran deste ministerio los más principales y respetados, diciendo que porque habían dado la corona de Señor e Ynga a Huascar, poniéndole ellos la borla de su autoridad. Acabadas estas prisiones, se lavantó Quisquis de donde estaba sentado, y vuelto a la gente del Cuzco que había salido a dar la obediencia, y hablando con Huanca Auqui, y los que con él habían sido presos, les dijo estas razones: ya sabéis cómo vosotros me habéis dado tantas batallas en Tomebamba y otras partes y me habéis hecho detener en el camino con tanto trabajo como he venido, y también sabéis cómo Huascar Ynga no fue heredero legítimo de Huaina Capac, Nuestro Señor, porque cuando murió en Quito dejó por su sucesora Ninan Cuyuchi, el cual murió, y aunque esto no hubiera sido así, bien notorio es a todos que había otros hijos de Huaina Capac mejores que Huascar Ynga a quien más derechamente venía el señorío y reino, como era Tilca Yupanqui y otros y, sin mirar esto, alzastes por Señor y coronastes, poniéndole la borla en la cabeza, a Huascar Ynga, y mofastes y tuvistes en poco haciendo burla y escarnio de Atao Hualpa, mi Señor, que ahora os ha vencido y os tiene debajo de su mano y poder, al cual el Sol, su padre, le tenga de su mano y la tierra le sustente y ampare.

Y echándole otros mil géneros de bendiciones, prosiguió diciendo: y, asimismo, sabéis que por estas cosas que tengo referidas érades dignos y merecíades un castigo nunca oído y crueles muertes, para que a otros fuesen escarmiento en lo de adelante, pero usando de piedad y misericordia, porque no os quejéis ni me tangáis por hombre inhumano y enemigo vuestro, en nombre de Atao Hualpa, mi Señor, os he perdonado con tal que siempre le seáis muy obedientes y fieles vasallos, reconociéndole por Señor e Ynga. Y porque en alguna manera no os quedéis sin castigo y pena de lo mucho que merecistes os acordéis siempre, es justo que a todos se os dé algún castigo; y vuelto a su gente les mandó que les diesen golpes en las espaldas con las porras y champis, a cada uno diez golpes, ya menos ya más, conforme era su castigo. Luego mandó que sin remedio matasen de los más culpados a muchos, con lo cual puso en los demás que quedaron vivos un miedo y temor notable, pensando todos ir por aquel camino. Acabado lo susodicho mandó Quisquis a todos los orejones que allí estaban sentados, y a los demás de las otras naciones vencidas, que se hincasen de rodillas con mucha humildad y vueltos los rostros hacia Quito, en señal de sujeción hiciesen reverencia a Atao Hualpa, su Señor, pelándose las cejas y las pestañas y las ofreciesen por modo de don y ofrenda, y oído esto por los desdichados orejones, viendo no ser posible menos o haber de pasar por el rigor de la muerte, postrados en el suelo con profunda humildad cumplieron lo que se les mandó, y de miedo dijeron a voces: ¡Viva muchos años Atao Hualpa, Nuestro Señor e Ynga, el Sol, su padre, le acreciente la vida y le prospere y sujete a su mano sus enemigos y triunfe dellos y le haga Señor de todos los fines del mundo! En esta sazón estaba Rahua Ocllo, madre de Huascar Ynga y mujer que fue de Huaina Capac, entre los vencidos y con ella Chuqui Huipa, su mujer de Huascar, con la tristeza y dolor que cada uno podrá imaginar, viendo tan lamentable espectáculo de muertos allí delante de sus ojos, y oyendo aquellas voces acompañadas de tales ceremonias.

Consideraban su suerte amarga y su fortuna miserable, que de tan alto estado les había bajado a tan humilde y desdichado trance. Y como las vido Quisquis y Chalco Chima, no contentos con los pesares que les habían dado y palabras que de Huascar habían dicho en su presencia dellas, con palabras sucias y desvergonzadas las afrentó Quisquis, diciendo de Rahua Ocllo, que siendo ella manceba de Huaina Capac había parido a Huascar, y que de dónde había sido su legítima mujer ni principal entre sus mujeres, para que fuese Coya y reina, y su hijo Huascar viniese a ser Ynga y Señor. Tras éstas fue añadiendo otras razones de escarnio y afrenta contra ella y contra Chuqui Huipa, que todo fue añadir más dolor y consumirles los corazones, afligidos de las desdichas, que ni podían ni sabían qué responder a tantas sinrazones como les decían.

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