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Capítulo LIV Cómo otro día pelearon Quisquis y Chalco Chima con Huascar Ynga y le vencieron y prendieron Cuando el famoso y celebrado cartaginés Aníbal, que fue espanto y terror de la monarquía romana, venció la última batalla de las que más daño hicieron a los romanos con tan lamentable y nunca vista destrucción, le dijo un capitán suyo: sigue Aníbal la victoria, que al quinto día serás vencedor, y él, ciego con la buena fortuna sucedida, y también la buena fortuna de los romanos no quería su total miseria y acabamiento, le respondió: déjalos que lleven las nuevas de la victoria a Roma; a lo cual replicó el capitán: Ah cómo los dioses no pusieron todas las gracias en uno, que ha sabido vencer pero no gozar el fruto de la victoria. Esto mismo se puede decir ahora por Huascar Ynga, que aunque supo vencer con infinita mortandad del ejército de Atao Hualpa, su hermano, no supo seguir la victoria y dejó la buena ocasión que asida tenía por los cabellos, que fue la causa principal de la pérdida de su libertad y reinos y señoríos, de su muerte, de la de sus mujeres, hijos y hermanos y parientes y de todos los que bien le querían, que todos pasaron por el rigor del cuchillo del vencedor, y, finalmente, dijo bien el que dijo que las faltas y descuidos que en la guerra se cometían no llevaban enmienda, como por vista de ojos se ve hoy. Huascar, pues, alcanzada tan señalada victoria, muy ufano y contento que le sucedió tan a medida de su deseo, viendo que los enemigos se retiraban de la otra parte del río de Cotabamba, y su gente con el tesón de la pelea, que todo el día había durado, cansada, no la quiso fatigar más en seguir al alcance.

Así mandó hacer alto a los soldados y para otro día, con nuevo esfuerzo y ánimo, tornar a embestir a los enemigos y acabarlos de destruir. También por su mandado habían ido con Huanca Auqui y los demás capitanes a tomar las espaldas a Quisquis, para embestirle por todas partes, que con esto le pareció a Huascar Ynga que con toda la facilidad del mundo concluiría y asolaría a sus contrarios, y ninguno dellos se le escaparía sin ser muerto o preso, que era lo que más deseaba, para ejecutar su saña y apetito de venganza en ellos. Quisquis y Chalco Chima, cuando se retiraron de la otra parte del río, quisieron, viendo la destrucción y menoscabo tan grande que había en su ejército, que con mucho número no llegaba al de Huascar, retraerse poco a poco hacia Quito, pues, al fin, tan mal les había sucedido. Pero visto por ellos que Huascar ni su gente no los seguían, alentáronse con ello y cobraron esperanzas de mejorar su partido, y más cuando vieron que la noche los dejaron donde estaban retirados sosegar. Como hombres que en semejantes casos estaban industriados y expertos en la guerra, acordaron que otro día antes que el sol se manifestase, estuviese todo el ejército a pique y diesen sobre todo el ejército de Huascar Ynga, que con el regocijo de la victoria estaría descuidado, y que todos, pues no los iba menos que la vida en ello, peleasen valientemente, porque, sin duda, estos dos capitanes alcanzaron la verdad de lo que había sucedido, que estarían todos en fiestas y bailes descuidados, no entendiendo que en ellos habría quedado brío para acometerles.

Otro día antes que amaneciese, puestos en buena ordenanza y con presteza maravillosa, conociendo que en ella estaba todo el toque de la batalla, bajaron a pasar el río presentando la batalla a los de Huascar, que estaban holgándose muy descuidados de tan repentino acometimiento. Visto todo por Huascar y sus capitanes, a la mayor prisa que pudieron se comenzaron a ordenar, y pasaron el río a toparse con sus enemigos que ya bajaban, y llegaron a una media ladera llamada Chinta Capa, y allí se juntaron los escuadrones y empezaron con gran denuedo su batalla. Y Huascar Ynga iba armado ricamente de sus armas de oro y plata, que resplandecían bizarramente, y le llevaban en sus andas, que iba animando a sus soldados. Fue la batalla muy reñida y porfiada, y murieron tantos de la una parte y otra, que había montones infinitos en el lugar de la batalla, y a la hora de vísperas, como la fortuna, que hasta allí había favorecido a Huascar, le quisieron mostrar su poca firmeza y estabilidad, y los ardides de Chalco Chima eran tantos en la guerra, diose tan gentil maña, que desbarató el ejército de Huascar, aunque era doblado que ellos, prendiendo a Huascar Ynga, que había peleado valerosamente y hecho oficio de valiente capitán, y con él fue preso su hermano Tito Atauchi y Topa Atao, y otros muchos parientes y capitanes suyos. Esta prisión de Huascar Ynga la refieren algunos indios antiguos desta manera: dicen que habiendo peleado con gran valor todo el día él y sus soldados, que a la hora de vísperas, llevando lo mejor de la batalla, para animar mejor a su gente se puso en la delantera en sus andas, y como Chalco Chima le viese y conociese que su gente declinaba a vencimiento, pareciéndole que el toque de repararse era prender o matar a Huascar, juntó muchos soldados valientes y con ellos aremetió adonde estaba Huascar en sus andas.

Y con unos instrumentos con que enlazan los venados, que tienen unas pelotas de plomo, tiraron a gran priesa a los que llevaban las andas, y arremetiendo entonces Chalco Chilma con otros indios, le prendió. Visto por los orejones y demás gente el desbarate y prisión de Huascar Ynga, su señor, desbaratáronse por diversas partes y pusieron el remedio en la huida, y así, vencidos, huyendo llegaron al Cuzo, donde dieron las tristes nuevas a Rahua Ocllo, Madre de Huascar, y a su mujer, Chuaui Huipa, y a la estatua del Sol, las cuales oídas en el Cuzco todo fue confusión y alboroto, y se empezó el más lastimoso y terrible llanto que hasta allí se hubiese hecho en muerte de ningún inga, cuyos alaridos y voces penetraban los cielos. Preso Huascar Ynga, llegó a noticia de los ejércitos que habían ido a tomar las espaldas a sus enemigos. Sabido esto, como gente sin consejo, en lugar de rehacerse y con presteza ir sobre Quisquis y Chalco Chima, que según la gente habían perdido en las batallas pasadas y en la última, estaban faltísimos della, a los cuales pudieran fácilmente vencer, en especial estando ocupados con el regocijo y descuido de la victoria, todos se desbarataron, y cada nación de por sí dividida se encaminó hacia su tierra, pareciéndoles que ya no había que esperar en la fortuna de Huascar Ynga, pues tan al descubierto se mostraba en favor de Atao Hualpa y sus capitanes. Quisquis y Chalco Chima, alegres, con la nunca pensada victoria, recogieron con sus soldados los despojos de los vencidos, que fueron riquísimos, y poniendo a buen recaudo a Huascar y sus hermanos y los demás presos, partieron con todo el ejército al Cuzco, haciendo en el camino innumerables crueldades en los vencidos.

Llegados a Quiuipay, que es media legua del Cuzco, asentaron su real, y algunos soldados de Quisquis se adelantaron, hasta llegar a dar una vista al Cuzco en lo alto de Yauira, y allí oyeron el llanto y gritos que en el Cuzco había entre las mujeres de Huascar y demás prisioneros, y todo el común pensando ser muerto Huascar y sus hermanos. Oído esto por Chalco Chima, envió un mensajero a Rahua Ocllo, madre de Huascar, y a su mujer y a los demás principales, diciendo que se juntasen todos y que no tuviesen miedo, pues ellos no tenían culpa de aquellas guerras que habían sido causadas por disensiones de los dos hermanos, y que no merecían ninguna pena ni daño, y que así se sosegasen y cesase el llanto, porque Huascar Inga, su señor, estaba bueno y sano y los demás presos. Desque los tuvo algo quietos, envió otro mensajero para sólo los orejones, diciéndoles que todos, sin faltar ninguno, saliesen del Cuzco y viniesen luego a dar la obediencia a la figura de Atao Hualpa Ynga, su señor, que consigo traía y le reconociesen por Ynga y rey, adorando su figura, a la cual llamaban Ticci Capac, que quiere decir señor de los fines del universo, y que con esto escusarían los daños y destrucción que sobre ellos y la ciudad podría venir, siendo rebeldes a lo que se les mandaba, pues no tenían defensa ni serían bastantes a defenderse.

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