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Capítulo LV De lo que más pasó en Caxamalca, muerto Atabalipa, y cómo Soto volvió sin ver ni topar ninguna gente de guerra Son tan prestos los hombres de acá en contar lo que ha pasado, que en tiempo breve derrama la fama de unos en otros la nueva de lo que quieren. Afirmando ellos mismos por muy cierto, que con gran velocidad corrió por todas partes como Atabalipa era muerto por los cristianos; nunca ellos tal creyeron, porque decían que se estaban en sus tierras seguros y quietos, sin jamás haber ofendido a los españoles, y que si habían prendido a Atabalipa, que por el rescate lo soltarían. Mas como se entendió el fin, muchos hicieron grandes lloros por el difunto, llamando bienaventurados los incas que murieron sin conocimiento de gente tan cruel, sanguinaria, viciosa. Inflamábanse en ira, tornando a pensar en el caso, determinaban de hacer liga contra ellos, para les dar guerra, la cual no habían dado, porque Atabalipa les mandaba siempre que los sirviesen y proveyesen. Venían de, algunas partes muchas cargas de oro y plata para los mismos cristianos; adonde les tomaba la voz paraban, y los más se lo llevaron, y otros lo dejaron. Matáronse muchos hombres y mujeres creyendo que le irían a servir su ánima a los altos cielos donde creen que van los incas. El cuerpo dicen que desenterraron de aquel lugar y lo pusieron en el Cuzco en rico sepulcro. Nunca los cristianos han podido alcanzar en qué parte se puso; porque para sacar el tesoro que con él meterían, lo procuraron.

El Quizquiz con algunos se fue la vuelta del Quito; y de todo punto se alzaron hombres poderosos con haciendas y señoríos que no eran suyos; quedó todo el Perú revuelto: porque muchos que estaban mal con Atabalipa se holgaron con su muerte. Los españoles conquistadores que se hallaron con Pizarro, y otros algunos que vinieron con Almagro, hubieron gran lástima con la muerte de este señor y muchos derramaban lágrimas, suspirando con gemidos, diciendo, que holgaran no haberlo visto a él ni a su oro, pues tanta pena con su muerte habían de recibir. Y el sentimiento fue mayor de todos en general, cuando Soto, habiendo ido adonde estaba la junta y no hallando más que algunos indios que venían a servir a los cristianos, volvió a Caxamalca, y sabido lo que había pasado, se fatigó mucho él y los que habían ido con él, maldiciéndose porque más presto no habían llegado. Culpaban al gobernador, porque no había aguardado a que ellos volviesen a dar razón de lo que les mandó. Esto pasado, Pizarro y los principales que con él estaban, en lugar de favorecer a aquellas señoras del linaje real de los incas, hijas de Guayna Capac, príncipe que fue tan potente y famoso, y casarse con ellas, para con tal ayuntamiento ganar la gracia de los naturales, tomábanlas por mancebas, comenzando la desorden del mismo gobernador. Y así se fueron teniendo en poco estas gentes en tanto grado, que hoy día los tenemos en tan poco como veis los que estáis acá. Dicen que después de haber pasado lo que la crónica ha contado, Pizarro preguntó a los principales orejones que allí estaban, quién sería digno entre ellos de merecer la borla y tener la dignidad del inca, porque quería dar favor a quien de derecho le viniese, y lo fuese.

Coronarse por rey, si no era en la ciudad del Cuzco, teníanlo por cosa de aire, y a quien venía el señorío era al hijo mayor de Guasear, mas habíanlos muertos a todos, que pocos quedaron vivos de Guayna Capac, había muchos que pretendían el señorío, mas, siendo aficionados los que estaban en Caxamalca a Atabalipa, dijeron a Pizarro que nombrase por Inca a un hijo suyo llamado Toparpa. Pizarro fue contento, y juntos los señores principales naturales, al modo de sus antepasados le saludaron por nuevo rey matando por sacrificio un cordero de una color sin mancha, poniéndose algunas diademas de plata por le honrar. Y determinado Pizarro salir con brevedad de Caxamalca, proveyó por su teniente de la ciudad de San Miguel en "los llanos", al capitán Sebastián de Belalcázar, al cual mandó que luego se partiese a tener en justicia aquella ciudad. Y porque en este tiempo se movió el adelantado don Pedro de Alvarado, gobernador de Guatemala, a venir al Perú, quiero contar qué fue la causa de ello, según lo entendí de algunos de aquella tierra que con él vinieron. Y es el cuento, que en Nicaragua hicieron cierta compañía Belalcázar y el piloto Juan Hernández, y en Caxamalca llegaron a tener algunas palabras el uno y el otro sobre el interés habido de las partes, y como el piloto Juan Hernández volviese a Nicaragua, fue de allí donde estaba el adelantado Alvarado a quien contó las grandezas del Perú y la mucha tierra que era, adonde decían, sin lo del Cuzco, grandes cosas de los tesoros de Quito, aconsejándole, pues tenía licencia del emperador para descubrir, fuese con su armada a aquellas tierras.

Tanto fue lo que éste dijo al adelantado, que por su dicho y por la gran fama que ya volaba del Perú, determinó Alvarado de sacar de su gobernación gente y caballos para ocupar lo que pudiese de la tierra que estuviese fuera de los términos que tenía señalados por gobernación don Francisco Pizarro. Y luego se divulgó cómo querían hacer esta jornada. El licenciado Castañeda, juez de residencia de Nicaragua, como supo que estaba Alvarado con determinación de pasar con gente de armada, deseando ganar la amistad y gracia de Pizarro, hizo secretamente una probanza con testigos que sabían el negocio y la envió al Perú a que la pusiesen en sus manos, encargando que la llevase un caballero llamado Gabriel de Rojas, que después fue principal en este reino y vecino del Cuzco, el cual, con deseo de verse en él, partió en una nao de Nicaragua.

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