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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO II De lo que (se) pasó en el río de la Hacha Los cuatro navíos de que arriba hablamos, después que salieron de la Española, fueron hasta la vista del río de la Hacha, donde les sobrevino una fastidiosa calma, y como quedaron en aquel modo algunos días, los españoles de las costas que les reconocieron ser enemigos tuvieron lugar de prevenir el asalto; por lo menos guardando lo más precioso de sus bienes para que sin cuidado de su conservación, estuviesen más aptos a ausentarse, cuando (se) reconociesen no poder resistir a la fuerza de sus enemigos, de quienes ya, por la frecuencia de sus venidas, conocían lo que debían hacer en tales casos. Estaba en el tal río un buen navío de Cartagena, que había venido a cargar maíz y casi se disponía, por entonces, a partir cuando los piratas llegaron, de quienes los piratas la gente de él procuró escaparse; pero no pudiendo, cayeron en sus manos junto con el navío que les vino a pedir de boca, pues era parte de lo que para ella buscaban con tanto anhelo. Cerca del alba llegaron con sus navíos a la ribera y echaron su gente en tierra; aunque los españoles hicieron grande resistencia con una batería que habían formado en el lado que les era preciso a los piratas descender. No obstante toda esta resistencia se vieron obligados a retirarse a una aldea, hasta la cual los piratas les siguieron, mas, volviendo con furia los españoles, tuvieron un valeroso combate, que duró hasta el anochecer, que llegado, vieron dichos españoles, tenían grandes pérdidas de gente, y no poco menos los piratas, y así, temiendo, se retiraron a partes más ocultas.
El siguiente día, que veían los piratas no había quedado nadie en el lugar y que las casas estaban como salas de esgrimidores, les siguieron tanto que les fue posible, y dando con un partido de españoles, les subyugaron y aprisionaron, ejecutando en ellos cruelísimos tormentos para saber en qué parte tenían escondidos sus bienes; hubo algunos que a fuerza de los insufribles dolores confesaron; y otros que no lo haciendo fueron tratados más inhumana y bárbaramente que los precedentes. En el discurso de quince días que allí estuvieron, cogieron muchos prisioneros, plata, muebles, y todo lo que pudieron, con todo lo cual resolvieron volverse a la Española; pero, no contentos de lo que ya poseían, despacharon algunos prisioneros a buscar los otros cohabitantes para que pidiesen tributo de quema por su aldea; a que respondieron no tenían dinero, ni plata que dar; mas si querían contentarse con una proporcionada cantidad de maíz, darían cuanto les fuese posible. Aceptaron los piratas; pues les era más conveniente en aquella sazón lo ofrecido que dinero contante, y se acordaron en cuatro mil fanegas, que entregaron tres días después, por desear el verse libres de tan inhumana gente; repartiéronlas entre sus navíos, y con ellas las otras cosas que habían robado; se fueron a la isla Española buscando su flota para rendir cuenta a su caudillo Morgan de la comisión encargada. Habían pasado cinco semanas en la ejecución de la sobredicha comisión y así, cuando llegaron, oyeron como Morgan comenzaba a desesperar de su vuelta, temiendo que podrían haber caído en poder de españoles, puesto que el lugar donde habían ido, fácilmente sería socorrido de Cartagena y de Santa María, si los habitantes pusiesen un poco de cuidado en convocar gente.
De otra parte estaba perplejo en tímidas consideraciones, juzgando habrían hecho fortuna, y con ella escapándose a otra parte; pero visto desde lejos que sus navíos venían, y en mayor número que habían ido, recobró ánimo, causándole un gran regocijo, y a todos sus compañeros; fue aún mayor el regocijo cuando ya siendo llegados, los hallaron cargados tan ventajosamente de maíz, de que tanto necesitaban para el sustento del gran concurso de gente; con que esperaban grandes cosas por medio de buen orden. Después que Morgan dispuso el repartimiento de dicho maíz a todos los navíos de su flota, según las personas que cada uno tenía, y hecho llamar a todos los cazadores que estaban en los bosques, proveyó a proporción también de las carnes que trajeron, con que resolvió la partida, pues no faltaba otra cosa, habiendo sido cuidadoso en que los navíos estuviesen bien reparados y limpios. Púsose a la vela, dirigiendo el curso hacia el cabo de Tiburón, donde determinó tomar resolución de lo que se debía emprender; luego que allí llegaron, se les juntaron otros navíos que frescamente venían de Jamaica buscando a Morgan y su flota, que por entonces consistía en treinta y siete grandes velas con dos mil hombres militares bien armados, además del número de marineros y mozos. La almiranta era de 22 piezas de artillería altas, y 6 bajas de bronce; los otros de a 20, 18 y 16 y hasta 4 cañones la menor; tenían grande cantidad de granadas de mano y otras invenciones e ingenios de pólvora.
Viéndose el caudillo con tan grande número de navíos, hizo separar su flota en dos escuadras debajo de dos distintas banderas, constituyendo vicealmirante y otros comandantes, además de los capitanes ordinarios, dando a cada uno letras de comisión para cometer toda hostilidad contra la nación española y tomarles los navíos que pudiesen; fuese en alta mar o en los puertos, del mismo modo que a enemigos declarados (como él decía) del rey de Inglaterra, su pretendido señor. Hizo después juntar todos sus oficiales para que firmasen una escritura de común acuerdo, donde se estipulaba que sacaría por sí solo la centésima parte de todo lo que ganaran, y cada capitán la porción de ocho marineros por los gastos de cada navío, además de la que le tocaba; para cada cirujano, fuera de sus gajes ordinarios, 200 pesos, por su caja de medicamentos; a cada carpintero 100 pesos, también de más a más de lo ordinario. Reglaron los premios más altamente que en la primera parte de este libro dijimos, pues, por la pérdida de las dos piernas, señalaron 1.500 pesos o 15 esclavos, dejándolo a su elección; por las dos manos, 1.800 pesos o 18 esclavos; por una pierna, fuese derecha o izquierda, 500 pesos o 6 esclavos; por cualquiera mano, otro tanto que por una pierna; por un ojo, 100 pesos o un esclavo; por el que en alguna batalla se señalara generosamente, como es: entrando en algún castillo, derribar la bandera española enarbolando la inglesa, 50 pesos. Asentaron por principio que todos estos adelantamientos, recompensas y gajes, se pagarían del primer expolio, según las ocurrencias de los que debían ser premiados o pagados.
Signada dicha escritura, mandó Morgan a todos sus vicealmirantes y capitanes, pusiesen todas las cosas en orden cada uno en su navío para ir a aprehender una de tres plazas, conviene a saber: Cartagena, Panamá o Veracruz; cuya suerte y resolución cayó en la de Panamá, porque creían era la más rica de todas tres; y como esta ciudad está situada en parte donde para llegar a ella no sabían bien las entradas y salidas convenientes, hallaron a propósito de ir previamente a tomar la isla de Santa Catalina, para hallar en ella personas que les pudiesen servir de guías, en consideración del camino que esperaban hacer a Panamá, sabiendo que en aquella isla están de ordinario en presidio muchos bandidos de las partes de Panamá y sus contornos, que son diestros en el conocimiento de aquella tierra. Antes que pasasen más adelante, publicaron entre toda la flota, que hallando algún navío español, el primer capitán que con su gente entrase en él y le tomase, tendrían por premio la décima parte de todo lo que en él hallaran.
El siguiente día, que veían los piratas no había quedado nadie en el lugar y que las casas estaban como salas de esgrimidores, les siguieron tanto que les fue posible, y dando con un partido de españoles, les subyugaron y aprisionaron, ejecutando en ellos cruelísimos tormentos para saber en qué parte tenían escondidos sus bienes; hubo algunos que a fuerza de los insufribles dolores confesaron; y otros que no lo haciendo fueron tratados más inhumana y bárbaramente que los precedentes. En el discurso de quince días que allí estuvieron, cogieron muchos prisioneros, plata, muebles, y todo lo que pudieron, con todo lo cual resolvieron volverse a la Española; pero, no contentos de lo que ya poseían, despacharon algunos prisioneros a buscar los otros cohabitantes para que pidiesen tributo de quema por su aldea; a que respondieron no tenían dinero, ni plata que dar; mas si querían contentarse con una proporcionada cantidad de maíz, darían cuanto les fuese posible. Aceptaron los piratas; pues les era más conveniente en aquella sazón lo ofrecido que dinero contante, y se acordaron en cuatro mil fanegas, que entregaron tres días después, por desear el verse libres de tan inhumana gente; repartiéronlas entre sus navíos, y con ellas las otras cosas que habían robado; se fueron a la isla Española buscando su flota para rendir cuenta a su caudillo Morgan de la comisión encargada. Habían pasado cinco semanas en la ejecución de la sobredicha comisión y así, cuando llegaron, oyeron como Morgan comenzaba a desesperar de su vuelta, temiendo que podrían haber caído en poder de españoles, puesto que el lugar donde habían ido, fácilmente sería socorrido de Cartagena y de Santa María, si los habitantes pusiesen un poco de cuidado en convocar gente.
De otra parte estaba perplejo en tímidas consideraciones, juzgando habrían hecho fortuna, y con ella escapándose a otra parte; pero visto desde lejos que sus navíos venían, y en mayor número que habían ido, recobró ánimo, causándole un gran regocijo, y a todos sus compañeros; fue aún mayor el regocijo cuando ya siendo llegados, los hallaron cargados tan ventajosamente de maíz, de que tanto necesitaban para el sustento del gran concurso de gente; con que esperaban grandes cosas por medio de buen orden. Después que Morgan dispuso el repartimiento de dicho maíz a todos los navíos de su flota, según las personas que cada uno tenía, y hecho llamar a todos los cazadores que estaban en los bosques, proveyó a proporción también de las carnes que trajeron, con que resolvió la partida, pues no faltaba otra cosa, habiendo sido cuidadoso en que los navíos estuviesen bien reparados y limpios. Púsose a la vela, dirigiendo el curso hacia el cabo de Tiburón, donde determinó tomar resolución de lo que se debía emprender; luego que allí llegaron, se les juntaron otros navíos que frescamente venían de Jamaica buscando a Morgan y su flota, que por entonces consistía en treinta y siete grandes velas con dos mil hombres militares bien armados, además del número de marineros y mozos. La almiranta era de 22 piezas de artillería altas, y 6 bajas de bronce; los otros de a 20, 18 y 16 y hasta 4 cañones la menor; tenían grande cantidad de granadas de mano y otras invenciones e ingenios de pólvora.
Viéndose el caudillo con tan grande número de navíos, hizo separar su flota en dos escuadras debajo de dos distintas banderas, constituyendo vicealmirante y otros comandantes, además de los capitanes ordinarios, dando a cada uno letras de comisión para cometer toda hostilidad contra la nación española y tomarles los navíos que pudiesen; fuese en alta mar o en los puertos, del mismo modo que a enemigos declarados (como él decía) del rey de Inglaterra, su pretendido señor. Hizo después juntar todos sus oficiales para que firmasen una escritura de común acuerdo, donde se estipulaba que sacaría por sí solo la centésima parte de todo lo que ganaran, y cada capitán la porción de ocho marineros por los gastos de cada navío, además de la que le tocaba; para cada cirujano, fuera de sus gajes ordinarios, 200 pesos, por su caja de medicamentos; a cada carpintero 100 pesos, también de más a más de lo ordinario. Reglaron los premios más altamente que en la primera parte de este libro dijimos, pues, por la pérdida de las dos piernas, señalaron 1.500 pesos o 15 esclavos, dejándolo a su elección; por las dos manos, 1.800 pesos o 18 esclavos; por una pierna, fuese derecha o izquierda, 500 pesos o 6 esclavos; por cualquiera mano, otro tanto que por una pierna; por un ojo, 100 pesos o un esclavo; por el que en alguna batalla se señalara generosamente, como es: entrando en algún castillo, derribar la bandera española enarbolando la inglesa, 50 pesos. Asentaron por principio que todos estos adelantamientos, recompensas y gajes, se pagarían del primer expolio, según las ocurrencias de los que debían ser premiados o pagados.
Signada dicha escritura, mandó Morgan a todos sus vicealmirantes y capitanes, pusiesen todas las cosas en orden cada uno en su navío para ir a aprehender una de tres plazas, conviene a saber: Cartagena, Panamá o Veracruz; cuya suerte y resolución cayó en la de Panamá, porque creían era la más rica de todas tres; y como esta ciudad está situada en parte donde para llegar a ella no sabían bien las entradas y salidas convenientes, hallaron a propósito de ir previamente a tomar la isla de Santa Catalina, para hallar en ella personas que les pudiesen servir de guías, en consideración del camino que esperaban hacer a Panamá, sabiendo que en aquella isla están de ordinario en presidio muchos bandidos de las partes de Panamá y sus contornos, que son diestros en el conocimiento de aquella tierra. Antes que pasasen más adelante, publicaron entre toda la flota, que hallando algún navío español, el primer capitán que con su gente entrase en él y le tomase, tendrían por premio la décima parte de todo lo que en él hallaran.