La profunda inquietud espiritual bajomedieval, la popularización de las doctrinas de algunos reformadores, las duras críticas a la jerarquía eclesiástica, y la conexión de las propuestas reformadoras con problemas sociales o movimientos nacionalistas van a producir soluciones de reforma que se apartan de la ortodoxia, o que ofrecen aspectos heterodoxos que atraen sobre ellas la desconfianza o, simplemente, la acción represiva de la jerarquía. Es la respuesta heterodoxa a unas inquietudes muy generalizadas en la sociedad de la época; su heterodoxia es muchas veces fruto de la radicalidad en la exposición de críticas que muchos compartían, o de desafortunadas conexiones con problemas de índole política o social. En muchas ocasiones resulta extraordinariamente difícil distinguir la ortodoxia de algunas propuestas, de tal manera que experiencias de vida común de grupos de laicos, plenamente ortodoxas, fueron objeto de sospechas y medidas represivas; otras veces los grupos heterodoxos se confundían con las aceptadas por la jerarquía: todo ello justificó la prohibición del beguinaje, prohibido en 1311 por el Concilio de Vienne. A pesar de ello proliferaron ensayos de este tipo tanto ortodoxos como heterodoxos. Entre estos últimos los más importantes son los "Hermanos de Libre Espíritu", un movimiento minoritario pero que responde bien a las ansias de perfección espiritual de algunas personas. Radicalmente pobres, indiferentes al sexo, y duramente opuestos a la jerarquía, mezclan en un conjunto doctrinal, no expuesto armónicamente, ideas panteístas, gnósticas y maniqueas. Por su adecuación a las demandas de la época contaminaron muchas de las iniciativas laicas de reforma; por su falta de organización y lo difuso de sus doctrinas, su represión y localización fueron muy complejas. Debates doctrinales o disciplinarios aparentemente resueltos continuaron, sin embargo, planteando problemas, especialmente al conectar con movimientos de resistencia a la jerarquía. Tal es el caso de los grupos de valdenses que, aunque muy disminuidos, habían sobrevivido a la persecución inquisitorial; su importancia es muy pequeña, aunque su ejemplo de pobreza conecte muy bien con los sectores más radicales del franciscanismo. Los espirituales franciscanos parecían derrotados tras la abdicación de Celestino V y las medidas coercitivas adoptadas por Bonifacio VIII; sin embargo, añadieron un elemento de tensión al difícil pontificado de este Papa. La conexión de sectores espirituales con el milenarismo joaquinita dio nuevo impulso a sectores que se lanzaron hacia la heterodoxia y la subversión social -los apostólicos de Gerardo Segarelli o de Fra Dolcino de Novara- suscitando la represión de la jerarquía. Por el momento, los espirituales suman sus fuerzas a las de Luis de Baviera en su enfrentamiento con Juan XXII. Sometido el emperador, la mayor parte de los espirituales se reintegraron a la disciplina, constituyendo el sector más radical de los observantes franciscanos; sin embargo, algunos otros, como los fratricelli, radicalizaron sus posturas y su predicación antijerárquica, proliferando sobre todo en Italia, en particular gracias a las complicaciones derivadas del Cisma y al agitado panorama político italiano. Martín V adoptará medidas represivas contra estos grupos, especialmente desde 1428; además fueron perseguidos por los observantes franciscanos que deseaban distanciar convenientemente su postura de pobreza radical, pero dentro de la disciplina de la orden, de la heterodoxia antijerárquica de aquellas. Especial importancia por la repercusión de sus doctrinas tuvieron las figuras de John Wyclif y de Juan Hus. John Wyclif nace hacia 1524, en el condado de York; cursa estudios en Oxford, se ordena sacerdote y obtiene varios beneficios eclesiásticos de los que permaneció ausente durante toda su vida, lo que no impidió sus fuertes críticas contra los clérigos absentistas y acumuladores de beneficios. Sus doctrinas, no expuestas en un conjunto sistemático, aparecen con cierta oscuridad; sin embargo, tuvieron una gran influencia. Esta influencia se debe esencialmente al ambiente político en que le tocó vivir: el enfrentamiento franco-inglés y la postura francófila del Pontificado aviñonés hicieron muy populares sus ataques al Pontificado; sus propuestas acerca del derecho de los laicos a intervenir en la vida de la Iglesia fueron muy bien aceptadas por su protector, Juan de Gante, duque de Lancaster, tutor de Ricardo II y permanente aspirante al trono castellano. Para Wyclif, sólo Dios tiene el dominio sobre el universo, ya que él es su creador; únicamente la adecuación de la voluntad del hombre a la de Dios justifica la posesión de bienes, de forma que sólo los justos poseen legítimamente. Distingue entre jerarquía e Iglesia de los predestinados, los que han recibido la gracia de Dios, los justos, únicos a quienes corresponde el derecho de posesión. El pecado original, que ha dañado radicalmente al hombre, hace necesaria la ley civil, vigente para clérigos y laicos. La jerarquía eclesiástica, el Papa en primer lugar, no tienen autoridad, ya que pueden no ser predestinados; el único elemento de certeza es la Escritura, que los fieles deben conocer e interpretar personalmente, lo que requiere la traducción de la Biblia a los idiomas vulgares. En cuanto a los sacramentos, carecen de todo valor, salvo el simbólico, al igual que las indulgencias. La doble elección de 1378 y los escandalosos acontecimientos que la siguen tuvieron importancia decisiva en la radicalización de las posturas de Wyclif contra el Papado. Las ideas expuestas por Wyclif fueron denunciadas ya ante Gregorio XI que condenó 19 proposiciones heréticas, muy relacionadas con Ockham y con Marsilio de Padua. La violenta respuesta de Wyclif defendía el derecho del poder político para actuar contra los eclesiásticos que no actuarán con fines espirituales, y criticaba las actuaciones temporalistas del Pontificado que demostraban que no se hallaba entre el número de los predestinados. El comienzo del Cisma reforzó sus críticas y pareció demostrar lo ajustado de las mismas. Son de estos años las afirmaciones más radicales de Wyclif, lanzado hacia una heterodoxia de casi imposible rectificación; es ahora cuando niega la transubstanciación, el carácter sacrificial de la misa, y el valor del sacramento de la penitencia, y cuando expone su pensamiento más radical sobre la predestinación y acerca de la incapacidad del hombre para merecer y de la Iglesia para enseñar. Esa radicalización causó preocupación en la propia Corte, donde Wyclif contaba con sus principales apoyos. La revuelta de 1381, que Wyclif no apoyó, manejó, sin embargo, algunas de las ideas de éste respecto a la propiedad y sobre la justicia de desposeer a quienes detentan los bienes; esto contribuyó a acentuar el temor a sus ideas y a las consecuencias de tales ideas. En 1382, el arzobispo de Canterbury presentó las obras de Wyclif ante un sínodo que halló heréticas 24 proposiciones contenidas en las mismas; la propia universidad de Oxford, en la persona de su canciller, ratificó la condena. La condena universal y solemne sería promulgada por el Concilio de Constanza sobre 45 proposiciones. Las ideas de Wyclif le sobrevivieron y aún tuvieron influencia después de su condena en Constanza, aun quizá más que en vida de su autor, aunque en muchas ocasiones distorsionadas. También le sobrevivió la organización de sacerdotes pobres o "lollardos", predicadores ambulantes ganados por las ideas de Wyclif, fácilmente asimilables con los agitadores sociales que conmueven a Inglaterra en 1381, 1414 y 1431; es difícil valorar la participación efectiva de estos predicadores en los citados movimientos, pero parece fuera de toda duda la deuda ideológica de estos con el radical reformador. Ese arsenal ideológico que contenía las ideas de Wyclif hizo que los "lollardos" fueran considerados como un peligro para la estabilidad social y, por ello, objeto de una fuerte represión; debido a ello, las ideas de Wyclif tuvieron muy poca influencia en Inglaterra y mayor en otros puntos de Europa, aunque otros movimientos religiosos revolucionarios posteriores están muy relacionados con él. Juan Hus pasará por ser uno de los principales discípulos de Wyclif; aunque realmente no lo fue, muchas de las ideas expuestas por Hus coincidían con las de Wyclif, especialmente en lo referente a las críticas a la jerarquía. El ambiente social y político checo tendría decisiva importancia en la evolución y repercusión de las ideas de Hus, cuyas formas radicales serían también de funestas consecuencias para el. Hus y sus predicaciones definen la orientación de un movimiento de Reforma que ya había sido iniciado, y son el cauce y ocasión de que se manifiesten un nacionalismo checo antigermano y una tensión social de carácter revolucionario La Reforma se había iniciado en el reinado de Carlos IV, con el objetivo de mejorar el nivel moral del clero y del pueblo, y una proximidad mayor de éste a la doctrina y a los sacramentos. En tomo al arzobispo de Praga se formó un núcleo de predicadores en checo, fórmula de aproximación de la doctrina al pueblo, también de manifestación de un nacionalismo checo; entre aquellos clérigos alguno difundía ideas heréticas: negación de la comunión de los santos, de la transubstanciación; se propugnaba, además, una reforma a fondo de la Iglesia, despojándola de sus bienes y de parte de la estructura jerárquica, es decir, se trataba de volver al cristianismo primitivo. En 1391 se funda la capilla de Belén, destinada a agrupar a esos predicadores en checo, germen de la Reforma. En ella era admitido, como predicador, Juan Hus, en 1402; sus predicaciones, perfectamente encuadrables en la línea de la "devotio moderna", deslizaban la idea de que la Iglesia verdadera era la de los predestinados. Para muchos de sus oyentes, entre quienes era muy popular Wyclif, las predicaciones de Hus eran identificables con las propuestas por el reformador inglés, aunque el checo nunca se consideró su discípulo. Sin embargo, en 1403, cuando ante la universidad de Praga fueron juzgadas las doctrinas de Wyclif, a propuesta de un maestro alemán, Hus actuó como defensor; no importa que no compartiese las tesis heréticas de aquél, -su defensa se basó esencialmente en que se atribuían al maestro inglés ideas que no eran suyas- para que fuese considerado, en el futuro, como su más estrecho discípulo. La disputa fue la ocasión para plantear abiertamente la situación de la universidad de Praga, gobernada por la minoría alemana; cuando los maestros alemanes se negaron a secundar la iniciativa de Wenceslao de una sustracción general de obediencia a los dos Papas, tras el fracaso de la "via conventionis", el soberano checo decidió terminar con la hegemonía alemana en Praga. Hus fue elegido rector de la universidad: los maestros alemanes desplazados de Praga serán quienes presenten a Hus como el más peligroso de los herejes. El tenso ambiente de Praga y los excesos verbales de Hus, especialmente en sus predicaciones contra Juan XXIII, cuando éste ordena la predicación de la Cruzada contra Ladislao de Nápoles, proporcionan las primeras afirmaciones claramente heréticas: el Papado no es necesario, es falible, la verdadera Iglesia es la de los predestinados, las indulgencias son un negocio criminal, etc. Estas predicaciones suscitan una reacción, incluso en la capilla de Belén, que produce el destierro de Hus durante dos años, en los que ahondara en sus proposiciones heréticas. Sin quererlo, Hus aparecía como expresión del wyclifismo, y como cabeza del nacionalismo checo y de la tensión social. En el Concilio de Constanza, al que acudió bajo salvoconducto imperial, su condena estaba decidida por unos conciliaristas que querían distanciar claramente su postura de la de los reformadores heterodoxos. Tenía su apoyo en Segismundo y en Juan XXIII, que únicamente consideraba inaceptables las ideas de Hus sobre el Primado; el alejamiento temporal de aquel del Concilio, y la destitución del Papa fueron fatales para Hus, que fue ejecutado en Constanza el 6 de julio de 1415. La muerte de Hus constituye el inicio de la revuelta checa; un arreglo pacífico de la misma, una vez concluido el Concilio de Constanza, se revela imposible. Cuando, en 1419, fallece Wenceslao, y Segismundo, a quien las husitas consideran responsable de la muerte de Hus, reclama la Corona checa, los revolucionarios se apoderan de Praga, instalan un nuevo régimen de gobierno y, en distintos grados, se oponen al soberano alemán. Contra los checos se estrellarán todos los intentos de fuerza realizados por el rey de romanos en 1421 y 1422, y varias cruzadas, la última de las cuales, en 1431, dirige el cardenal Julián Cesarini, ya entonces presidente designado del recién convocado Concilio de Basilea. Durante la guerra se consolidan los procesos revolucionarios que dan curso a todas las ideas que están surgiendo en torno al husismo, desde los más moderados hasta los "taboritas". La reacción a esos excesos, por parte del husismo moderado, permite la apertura de negociaciones en el seno del Concilio de Basilea, que también sirven para causar la alarma de Eugenio IV y constituirse en causa próxima de la ruptura entre Papa y Concilio.
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La victoria sobre los nobles en la guerra civil y la paz exterior habrían sido inútiles si los monarcas no hubieran logrado pacificar el reino y asentar su poder sobre bases firmes. En 1476, en las Cortes de Madrigal, los reyes trataron dos problemas fundamentales: la situación económica y el restablecimiento del orden; los ingresos de la monarquía eran inferiores a sus gastos y de esta insuficiencia correspondía una parte importante de culpa a la guerra y al bandidismo surgido a su sombra y endémico en Castilla durante los últimos ciento cincuenta años. La Contaduría o Hacienda fue reorganizada y se centralizó el cobro de los impuestos; fueron reguladas las atribuciones y salarios de los contadores; se dispuso la confección de un índice de las rentas pagadas por la Corona para anular las que no tuvieran razón de ser; se dejó al arbitrio de los reyes la situación (el lugar o tipo de ingresos de los que se pagarían las rentas)...; las Cortes intentaron llevar la reforma más adelante al pedir la supresión de los privilegios de hidalguía concedidos desde 1464 (los hidalgos estaban exentos de ciertas imposiciones cuyo pago recaía sobre los demás vecinos), que se pusiera fin a la enajenación de los bienes de la Corona y que se revocaran las mercedes hechas por los reyes desde 1464. Ninguna de las peticiones fue atendida por los monarcas, cuya política consistía en atraerse a la nobleza mediante concesiones económicas, al menos hasta que desapareciera el peligro de guerra civil. En lo referente a los hidalgos, los monarcas no podían ir contra sus propios intereses: en los momentos de dificultad, desde la época de Juan I, los reyes lograban reunir ejércitos ofreciendo la hidalguía a quienes, sin ser nobles ni estar obligados al servicio militar, les sirvieran con armas y caballo; Isabel había recurrido a este procedimiento durante la guerra civil y no podía prescindir de unos aliados cuyos servicios podían ser necesarios en cualquier momento. Las ciudades obtuvieron, en cambio, satisfacción en las demandas presentadas contra los judíos, con lo que los reyes no hacían sino mantenerse en la línea seguida por los últimos monarcas de Castilla. El mantenimiento del orden fue logrado mediante la creación de un ejército permanente, solicitado por la ciudad de Burgos para proteger su comercio, seriamente afectado por la proliferación de salteadores. La propuesta burgalesa coincidía con los intereses de la monarquía y quizá fue inspirada por los reyes, que restauraron la Hermandad general del reino pero modificándola considerablemente y poniéndola al servicio no de las ciudades sino de la Corona. La Hermandad será un instrumento de pacificación y también de centralización del reino. La organización municipal se mantuvo en los primeros momentos para facilitar el reclutamiento de los soldados: en cada lugar se elegirían dos alcaldes con autoridad absoluta en los delitos de saqueo, robo de bienes muebles y de ganado, muertes, heridas, incendios... Cada ciudad debería proporcionar un caballero por cada cien vecinos o por cada ciento cincuenta (según el tipo de armas que llevase el caballero)... El proyecto halló una fuerte oposición en las ciudades por cuanto suponía gastos considerables, pero los reyes mantuvieron la propuesta y para prevenir posibles desavenencias en el futuro se ordenó que a las juntas anuales de la Santa Hermandad acudieran por cada ciudad dos procuradores, uno de los cuales sería nombrado por los reyes, que tendrían así de antemano la mitad de los votos. Se prevén revistas anuales y la creación de una junta permanente o diputación de la Hermandad de la que formaría parte un representante de cada una de las ocho provincias en que se consideraba dividido el reino a estos efectos: Burgos, Palencia, Segovia, Ávila, Valladolid, Zamora, León y Salamanca, regiones en las que los reyes disponían de suficiente autoridad para obligar a aceptar sus decisiones; en Andalucía, donde la nobleza controlaba las ciudades, se mantuvo la exención de hidalgos y eclesiásticos, que en los demás lugares contribuyen como cualquier otro vecino al sostenimiento de la Hermandad. Estas medidas de pacificación se completan con una política respecto a los nobles que Suárez califica de realista: sin ellos, los reyes castellanos no pueden gobernar y, en consecuencia, buscan "la colaboración de dos poderes únicos: monarquía, y nobleza, a costa de aquellas instituciones -Cortes o municipios- que representaban un remanente de las antiguas libertades medievales en las que, no hay que olvidarlo, Fernando e Isabel veían solamente una rémora". Para atraer a todos los nobles e impedir que la monarquía se viera envuelta en las luchas nobiliarias, lo que llevaría de nuevo a un resurgimiento de las ciudades, los monarcas respetaron las propiedades y derechos de los nobles; el fortalecimiento de la autoridad real no se logra a expensas de la nobleza, sino de la Iglesia mediante el nombramiento de obispos y abades fieles y el control de las órdenes militares a través de maestres al servicio de la Corona como Rodrigo Manrique o permitiendo, a la muerte de éste, que se proceda a la elección de maestre después de haber negociado con el candidato mejor situado, que se comprometió a dar a la Corona tres millones de maravedís anuales como ayuda para la guerra granadina. En las Cortes de Toledo (1480) se reafirmó la autoridad monárquica de acuerdo con la nobleza y frente a las ciudades, cuya participación fue meramente simbólica: sólo diecisiete concejos estuvieron representados y sus procuradores formaban parte de los grupos nobiliarios o paranobiliarios de las ciudades. Toda posible resistencia fue anulada eligiendo cuidadosamente los procuradores, haciendo votar un crédito suplementario de cuatro millones de maravedís para pagarles y autorizándoles a trasmitir los oficios municipales a sus hijos. El primer tema tratado en estas Cortes afectaba directamente a las ciudades, aunque éstas no fueron consultadas por los reyes: se trataba de reducir los cuantiosos gastos provocados por la concesión de mercedes en tierras o en rentas a los nobles, lo que repercutiría en una mejora de la situación económica de los castellanos si el saneamiento de la Hacienda permitía suprimir impuestos extraordinarios como los concedidos en Toledo, que ascendieron a la fabulosa cantidad, nunca alcanzada antes, de ciento cuatro millones de maravedís. A pesar del interés directo de las ciudades, como quiera que los beneficiarios de las rentas eran los nobles y eclesiásticos, los reyes no permitieron que los concejos intervinieran en las discusiones; prefirieron llegar a un acuerdo con los nobles, que se mostraron conciliadores debido a que el abuso llegaba a tales límites que prácticamente era imposible cobrar las rentas oficialmente asignadas; era preferible disminuir su valor oficial y aumentar el real o al menos tener la seguridad de recibir algo al final de cada año. La reducción de los juros fue, pues, el resultado de un acuerdo entre los reyes y los estamentos nobiliario y eclesiástico. Se mantenían las concesiones hechas antes de 1464 -recuérdense las peticiones de las Cortes de 1476- y se sometían a revisión las posteriores, de las que serían aceptadas las otorgadas por servicios auténticamente importantes y se anularían las demás. En otros casos, los juros equivalían a rentas obtenidas mediante préstamos a los reyes en momentos de apuro y éstos serían comprados por la Corona. De este modo se saneó la administración, al descender, según Matilla Tascón, las rentas empeñadas por la Corona de algo más de sesenta millones de maravedís a poco más de treinta, es decir a casi el cincuenta por ciento. Siguiendo la política esbozada en Madrigal (reforma de la Contaduría), en Toledo fueron reformadas la Audiencia y el Consejo Real en el que, en adelante, predominarán los letrados (seis) sobre los caballeros (tres) y los eclesiásticos (uno). El Consejo será un organismo de técnicos que deciden la actuación en política interna y exterior, aunque muchos asuntos queden reservados a los reyes. También el gobierno de las ciudades fue modificado al prohibir la hereditariedad de los cargos, excepto para los hijos de los procuradores asistentes a las Cortes, y al ordenar la supresión de los cargos creados innecesariamente desde 1448. El sistema de corregidores fue mantenido íntegramente aunque obligando a éstos a someterse a una inspección o juicio de residencia al finalizar su mandato. En estas mismas Cortes, los reyes tomaron claramente postura a favor de la ganadería (era la principal fuente de ingresos del país y se hallaba controlada por la nobleza) al prohibir el cobro de los impuestos sobre el ganado creados después de 1464. A petición de las Cortes se renovó la solicitud a Roma de que no concediera beneficios eclesiásticos a los extranjeros, y los reyes fueron más allá: pidieron que ningún cargo eclesiástico fuera provisto sin el consentimiento de los reyes que, de esta forma, controlaban al clero castellano, en connivencia con los obispos, que en 1482 se quejan a Roma, según Suárez, de la "frecuencia con que eran impuestas décimas al clero alegando el peligro turco; (de) la reserva de beneficios a nombramiento directo desde Roma, lo que sustraía a su decisión los oficios y rentas de sus catedrales, y el gran número de curiales romanos que, favorecidos por nombramientos de esta naturaleza, detentaban beneficios sin ocuparse de otra cosa que de la percepción de rentas". Los reyes se hacen eco de estas protestas cuya solución redunda en beneficio de la monarquía, por cuanto significa un mayor control del clero al ser elegido éste en el reino y de acuerdo con las propuestas hechas por los reyes, y porque se evita o se reduce la salida de oro y plata con destino a la corte pontificia. Durante la guerra italiana entre Nápoles y Roma el embajador castellano no se limitó a mediar entre los combatientes sino que llevó instrucciones precisas de los monarcas para insistir en la necesidad de que el Papa reconociera a los reyes de Castilla el derecho de presentación para todos los arzobispados, obispados, maestrazgos, arcedianato de Toledo, priorazgos y dignidades de las iglesias catedrales. El 15 de mayo de 1486, Inocencio VIII aceptaba el regio patronato por el que al producirse una vacante el monarca podía expresar su opinión sobre los candidatos idóneos para el cargo y entre éstos y sólo entre ellos se procedería al nombramiento; bastaba designar un solo candidato idóneo para que el nombramiento fuera automático. El control de la Iglesia se completa con el de las órdenes militares, controladas de hecho por los reyes o por los grupos nobiliarios en el poder desde el siglo XIV pero teóricamente independientes hasta que Isabel y Fernando lograron el nombramiento de administradores de las Ordenes: en 1485 consiguieron que los caballeros de Calatrava los aceptaran como administradores para después del fallecimiento del maestre García López de Padilla; ocho años más tarde Fernando era nombrado administrador de Santiago y reducía la importancia de los priores al disponer que los dos más importantes (Uclés y San Marcos de León) desempeñaran sus cargos sólo durante tres años, tras los cuales a él correspondería el nombramiento de los sucesores; la renuncia del maestre de Alcántara fue negociada en 1494 y obtenida mediante la concesión de un amplio señorío, de rentas por valor de trescientos cincuenta mil maravedís y de una cantidad global de seis millones...
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Durante la primera parte del reinado de Abd al-Rahman III asistimos a la sumisión metódica de Andalucía. Podemos considerar que ésta llegó a su término con la caída de Bobastro, tras la cual, como se había hecho en todas las regiones sometidas progresivamente, se destruyeron los castillos y se obligó a la población a bajar a los valles: "Luego envió a los caides con diversos contingentes a todas las fortalezas (husun) de la cora de Rayyo, con orden de destruirlas todas, derribar sus muros y derruir sus alcazabas, quitándoles los cimientos y dispersando sus piedras, y obligando a sus moradores a bajar al llano y habitar en él en alquerías, como lo habían hecho cuando pertenecían a la comunidad (Muqtabis)". En la Marca Inferior, los dos núcleos urbanos más importantes reconocieron rápidamente la autoridad del nuevo califa. Mérida, gobernada por Masud b. Tayit, un beréber, de hecho ya se había sometido en el momento de la proclamación del califato. A lo largo de los años 316/928, un ejército dirigido por el general -también beréber- Ahmad b. Muhammad b. Ilyas se apoderó de la fortificación de Mojáfar, centro de poder de los beréberes Nafza, cuyo jefe era un miembro del clan de los Banu Warayul (Bani Urriaghel). Luego Ibn Ilyas se lanzó a apoderarse del hisn de Alanje tras haber derrotado a la caballería de los rebeldes. Las gentes de Mérida enviaron entonces como embajador a Córdoba a un faqih beréber influyente, Ibn Mundhir, de quien sabemos que mantenía buenas relaciones con el hayib Musa b. Muhammad b. Hudayr. Se aceptó la rendición honorable de la ciudad, se eximió a los habitantes (designados como qawm, es decir, los miembros del clan de Ibn Mundhir) de ciertos impuestos (probablemente los impuestos ilegales), se inscribió a los fursan (caballeros, probablemente, los guerreros beréberes que formaban la aristocracia tribal), en el diwan (registro militar), y se nombró a Ibn Mundhir, que recibió muchas muestras de honores, cadí mientras que Masud b. Tayit con sus primos (banu amm) y los suyos (ahlihi) había ido a residir en Córdoba donde él y el jefe nafza de Mojáfar, que había llegado a la capital poco antes, ocuparon puestos en la administración y recibieron pensiones. Una fuerte guarnición se estableció en la qasaba de Mérida, y los distritos tribales beréberes, Nafza, Miknasa, Hawwara y Laqant, fueron puestos bajo la administración del nuevo gobernador. Los muladíes de Badajoz y su emir Abd al-Rahman b. Marwan, tataranieto de Abd al-Rahman al-Yilliqi, el fundador de la ciudad, resistieron un poco más de tiempo. A principios del año 317/929, Abd al-Rahman III inició el asedio, luego confiado a sus generales y que duró varios meses antes de que desembocara en la rendición de la ciudad, cuyo emir fue entonces invitado a residir en Córdoba como lo había hecho el jefe beréber de Mérida. Toledo se sometió dos años más tarde, en el 932. El Muqtabís de Ibn Hayyan contiene testimonios muy precisos e interesantes, de primera mano según parece, sobre la rendición de la ciudad. Al-Razi, en el que se apoya, había recogido el testimonio de un toledano de avanzada edad sobre el "aman" que el soberano había concedido a los toledanos: "a pesar de nuestra forzada situación, en los términos que quisimos, con la condición de ser libres de tributos, colectas y de las desagradables alcabalas e impuestos de alojamiento, pues no se nos cobraría sino el azaque impuesto por la tradición conocida, ni se destituiría a nuestro encargado de las plegarias, ni se nombraría sino a los mejores de los nuestros por acuerdo de nuestra comunidad". Obviamente, era una comunidad musulmana la que reconocía la autoridad del poder central y lograba que se observaran las normas coránicas en materia de impuestos y se respetara cierta autonomía de la comunidad en materia religiosa. No se trata en absoluto de mozárabes, cuya existencia no se puede poner en duda, por supuesto, pero que no aparecen en ningún momento en los acontecimientos toledanos después de mediados del siglo IX, cuando los cristianos de Toledo quisieron llevar a San Eulogio al episcopado de su ciudad. La región que siguió preocupando al poder omeya en los años siguientes era la Marca Superior, donde la familia árabe de los Banu Tuyib conservaba su independencia después de la extinción o la sumisión de los últimos jefes muladíes Banu Qasi y de la mayoría de los Banu Amrus en los primeros decenios del X (en el año 936 encontramos a gobernadores nombrados directamente por Córdoba en Bobastro y Tudela, así como en Huesca donde, sin embargo, los Banu Shabrit reaparecerían más tarde). El tuyibí Muhammad b. Hashim, que en la primera época tras su acceso al gobierno de Zaragoza en el 930 había reconocido la soberanía de Córdoba como lo habían hecho su padre y su abuelo antes que él, se había aliado con el rey de León y había dejado de pagar tributos. Asediado por vez primera en el 935, se vio obligado a someterse. En el 936, los habitantes de Huesca expulsaron de su ciudad al gobernador omeya y Muhammad b. Hashim les envió a su hermano Hudhayl para ocupar el puesto. En la misma época, otras familias poderosas de la región nororiental, en principio sometidas pero conservando su posición de hecho, como los Banu Dhu I-Nun de Santaver (en la lista de gobernadores del año 324/936 al-Fath b. Dhi I-Nun fue sustituido por un tal Salama b. Ahmad, en el puesto de gobernador) dieron señal de agitación. Tal vez, como afirma Eduardo Manzano, estos movimientos coincidieran con la ambición de llegar al califato que tenía Ahmad b. Ishaq al-Qurashi, un general omeya de la dinastía, que estaba destinado en la Marca y que terminaría encarcelado y ejecutado. A pesar de que los gobernadores leales -dos miembros de la familia beréber andalusí de los Banu Ilyas- se esforzaban en luchar contra la revuelta tuyibí, el califa llegó a la región con un importante ejército para atacar primero Calatayud, gobernada como muchas otras ciudades de la zona por un tuyibí, Sulayman b. Mundhir, primo del gobernador de Zaragoza. La ciudad se rindió y se asesinó al gobernador, que fue sustituido por su hermano, al-Hakam, nombrado por el califa. Después de lograr la rendición de la capital de la Marca (noviembre de 937), éste firmó con Muhammad b. Hashim un largo tratado que le garantizaba fidelidad y prometía al tuyibí que le devolvería el gobierno de la ciudad, cosa que cumplió al año siguiente. Concedía, por otro lado, a su hermano Yahya el gobierno de Lérida. Parece, a juzgar por las fuentes, que los tuyibíes representaban una potencia mucho más grande que los señores muladíes que habían sido descartados, sin demasiado esfuerzo, de sus gobiernos locales o se les había parado los pies durante los años precedentes. Desafortunadamente, es muy difícil saber cuál era la base de esta fuerte implantación local, la riqueza en tierras o los lazos clánicos o tribales. Apoyarían esta hipótesis los nombres de quienes firmaron el tratado del 937 por parte tuyibí y, también, por parte omeya.
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La grave crisis del final del siglo IX y comienzos del X no derribó al poder omeya, que logró mantenerse a pesar de la división política del país y del considerable debilitamiento del poder central hasta su restauración por Abd al-Rahman III. En opinión de Levi-Provençal el emir Abd Allah fue, aunque su poder se había debilitado enormemente, el sostén de una dinastía que se apoyaba todavía en Córdoba y su región, y en una aristocracia estatal constituida por familias omeyas, especialmente de clientes de la dinastía de origen oriental, descendientes de los que habían sido el apoyo inicial de Abd al-Rahman I. Alrededor del emir se movía un alto funcionariado gubernamental en el que figuraban familiares del príncipe como Abd al-Malik b. Abd Allah b. Umayya, clientes omeyas como los hijos del general Hashim b. Abd al-Aziz, el jefe de la cancillería Ubayd Allah b. Muhammad b. Abi Abda, su hayib, Abd al-Rahman b. Umaya b. Shuhayd y algunos esclavones como el eunuco Badr. En el momento decisivo, cuando Ibn Hafsun se había apoderado de Poley (Aguilar) y amenazaba directamente Córdoba, pudo todavía agrupar un ejército de 14.000 hombres de a caballo -compuesto en su mayoría de cordobeses voluntarios aparte de 4.000 soldados regulares- con el que obtuvo la victoria que salvó definitivamente la capital (278/891). Reducido a la mínima expresión, el poder cordobés se siguió considerando el único sultan o poder central legítimo, hecho que llevó a la mayoría de los rebeldes -aparte de lbn Hafsun- a buscar en él su propia legitimación y a reconocer, al fin y al cabo, su soberanía teórica. Una ciudad tan alejada como Tortosa recibió gobernadores en los años 275/888-889, 278/891-892 y 280/893-894. Cuando en el año 902 Isam al-Jawlani emprende a su costa la expedición naval con el objetivo de someter las Baleares al dominio del Islam, la empresa se hizo en nombre del emir de Córdoba. Aparte del caso de Ibn Hafsun, el más peligroso sin duda de estos poderes locales y de los que se limitaban a la preponderancia de un jefe de banda, los jefes locales se preocupaban sobre todo de administrar -la mayoría de las veces concienzudamente- su región y de pelearse eventualmente con sus vecinos, pero nunca pensaron en atacar al poder central y, mucho menos, pusieron en duda su pertenencia a la comunidad islámica. Muhammad al-Tawil, señor muladí de Huesca y de la Barbitania, que ejerció el poder en esta región desde el año 887 hasta su muerte en el 913, luchó enérgicamente contra los condes cristianos de los Pirineos que le rodeaban. Después de él, su hijo Abd al-Malik pidió al emir de Córdoba la confirmación de su gobierno. Puede hablarse, por tanto, de una especie de crisis profunda del poder central, en un país islamizado y casi con seguridad arabizado, pero fragmentado en células heterogéneas autónomas unas respecto de las otras y todavía organizadas según un modelo completamente tribal en el caso de ciertos grupos beréberes. Levi Provençal consideraba que la conversión de Ibn Hafsun al cristianismo le costó el apoyo decisivo de las poblaciones urbanas que habían seguido su epopeya con no disimulada simpatía. ¿Podríamos, tal vez, llegar más lejos -como hizo recientemente Manuel Acién Almansa en su obra sobre Ibn Hafsun- e intentar reinterpretar el episodio de Ibn Hafsun, y detrás de él, la fitna del final del IX y comienzos del X, como una especie de crisis de crecimiento de la organización socio-política omeya? ¿Se habría enfrentado con las resistencias que suscitó su reforzamiento, tanto en el entorno arabo-beréber, cuyas estructuras sociales eran todavía marcadas por el tribalismo, como entre los autóctonos cuya organización era de tipo prefeudal? He defendido en mi Al-Andalus la idea de una coexistencia de dos estructuras sociales antagónicas -que he calificado de occidental y de oriental- en al-Andalus de los primeros siglos. Creo, por otro lado, que se comprende mejor la formación socio-política andalusí si utilizamos para describirla la noción neo-marxista de sociedad tributaria. Se trata de una estructura estatal, de tipo musulmán en este caso, superpuesta a comunidades rurales y urbanas relacionadas con el Estado por el pago de un impuesto o tributo, sin que hubiera apropiación masiva de tierras por la aristocracia cuyos medios de existencia dependían en gran medida de la recaudación fiscal. Hay que tener en cuenta el paso de la estructura socio-política visigótica -que podemos definir, en principio, como prefeudal, en la que la aristocracia vivía de la renta que se le pagaba por ser propietaria del suelo y por dominar a los hombres-, al sistema tributario en al-Andalus de los siglos X-XIII, que cada vez se afirma más. Por otro lado, no podemos negar que los elementos árabes y beréberes llegados en el siglo VIII introdujeron en la Península a la vez modos de organización todavía cercanos al tribalismo -las estructuras orientales a las que hice referencia anteriormente- y el sistema de organización político-religiosa islámica que favorecía la emergencia de una sociedad de tipo tributario. El procedimiento se inicia con el comienzo de la implantación del régimen musulmán en la Península. Vimos la preocupación de los primeros gobernadores por configurar la nueva sociedad según las normas fiscales del sistema islámico. Sobre un gráfico de las emisiones monetarias se puede seguir fácilmente el reforzamiento de una estructura centralizada a la vez emisora de moneda y receptora de impuestos. Podemos admitir por tanto, como Manuel Acién, que se produjo en el último cuarto del siglo IX la ruptura de los antiguos equilibrios cada vez más contradictorios. Coincidirían el reforzamiento del Estado y el aumento de la presión fiscal, el descontento de la población indígena, tanto en el sector aristocrático beneficiario de la renta del suelo como entre las clases dominadas expuestas a la doble presión rentista y fiscal, la crisis de las antiguas solidaridades tribales en las que se afirma el peso de los jefes de linaje. Estas tensiones habrían provocado la crisis política y social en la que se encontraba inmersa la parte musulmana de la Península en los años 880-920.
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Las tendencias descentralizadoras del sistema tributario palacial habían ocasionado la caída del Antiguo Reino. Tras una etapa de confusión y caos, las ambiciones de los distintos gobernadores provinciales generan un nuevo proceso de lucha por la hegemonía que terminará cuajando en torno al nomarca de Tebas. Precisamente, la obra de Montuhotep II será la restauración del sistema central que durante algo más de un siglo había quedado alterado. Y aunque la realidad resultante era diferente al pasado, no podía ser considerada más que como el retorno de Maat. Pero la restauración tiene también un costo histórico: arrebata a Egipto la posibilidad de experimentar un recorrido diferente, caracterizado por la ausencia de un poder central, que hubiera permitido la consolidación de reinos independientes. La unidad, que no tiene necesariamente connotaciones éticas positivas, no era inexorable, pero se impuso. Una tendencia cercenada fue la expresión del arte provincial, considerado por algunos como una desviación de los cánones del arte del Antiguo Reino, que iba introduciendo una cierta independencia expresiva -motivada quizá por la falta de habilidad- y que desaparece cuando la restauración política opta por la recuperación de los cánones reales. Sin duda, el pensamiento colectivo también se había visto alterado por la reciente experiencia histórica. No podemos tomar el pulso de la mentalidad de los iletrados. Algunos textos, en cambio, transmiten la forma en que el grupo dominante observa el tránsito hacia el nuevo orden de cosas. No tenemos garantía de que los textos que se mencionan como referentes de este período hayan sido compuestos inspirándose justamente en aquellos acontecimientos, pero resultan apropiados para la imagen que nosotros mismos queremos obtener de la época, y eso podría suficiente, pues la historia se conforma de manera subjetiva según quien la analiza. En este sentido resulta sugestiva la interpretación que sobre el Periodo Intermedio proporciona un conjunto de textos literarios que probablemente nada tienen que ver entre sí, pero en conexión podrían darnos ciertas claves sobre la forma en que los egipcios letrados percibieron aquellos momentos. Ni siquiera estamos seguros de que todos ellos hagan alusión al Primer Periodo Intermedio, pero buena parte de la critica así los acepta. Quienes leyeran aquellos textos, desde el Reino Medio, podían tener la impresión de que a pesar del caos, había regresado el orden; los tiempos lo demostraban, la literatura lo narraba. El primero de los textos hace referencia a la insurrección social, a la subversión de los órdenes; Ipuer lo dice gráficamente: el país gira como el torno de un alfarero... Su negativa percepción ya ha sido señalada. "Las lamentaciones del sabio Ipuer" se limitan a constatar el efecto del conflicto social. El caos conduce a la desesperación al buen egipcio y puesto que el desorden reina no hay esperanza. Ese es el contenido de la segunda composición, "El diálogo del desesperado con su ba". Se entiende por ba el alma; en realidad es el diálogo de un desesperado consigo mismo, en el que el alter ego está representado por la fuerza interior que dicta la conducta concorde con lo bueno y lo justo, es decir, con maat. Pero el propio ba es una conquista popular arrebatada al grupo aristocrático, único poseedor de ella durante el Reino Antiguo; por ello, este diálogo sólo es posible gracias al conflicto, que paradójicamente conduce al suicidio. Ba se niega a aceptar los argumentos del desesperado que, en un monólogo bellísimo, entre otras cosas afirma: "la muerte es hoy para mí como el deseo de un hombre por volver a ver su casa tras largos anos de cautiverio". Pero es obvio que la propuesta suicida no puede ser compartida por todos los hombres de bien. Entonces se propone otra conducta no menos extrema, la hedonista de "La canción del arpista": "los dioses que existieron antes y reposaban en sus pirámides, los nobles y claros varones que también fueron sepultados en sus pirámides y se construyeron templos, sus sepulcros ya no existen ¿Qué se ha hecho de ellos?... Nadie vuelve del otro mundo a decirnos qué hay por allí, a decirnos como les va, a poner fin a nuestras dudas, hasta que nosotros lleguemos también a donde ellos se han marchado ¡Sigue tus deseos mientras vivas! ¡Ponte mirra en la cabeza! ¡Viste telas preciosas! ¡Úngete con las verdaderas delicias de las ofrendas divinas!... ¡Resuelve tus asuntos en la tierra y no te martirices con preguntas!... ¡Sé feliz y no te canses de ello! ¡Mira, nadie se llevó sus bienes consigo! ¡Mira, no ha vuelto nadie de los que se fueron!" Si el suicidio no era solución, tampoco podía serlo el brutal hedonismo al alcance de unos pocos. Ninguna de las dos alternativas era culturalmente aceptable. Es entonces cuando surge la respuesta adecuada a los problemas, un análisis realista de la situación y unas propuestas de actuación firmes y moderadas como corresponden a un buen gobernante. Son las "Instrucciones a Merikaré", un compendio de desconfianza hacia todos los subordinados, de atención directa a todos los asuntos y de sumisa aceptación del juicio de Osiris: "el hombre permanece solo después de la muerte y sus hechos son amontonados a su lado. Pero la eternidad acredita que se está allí y loco es quien se oponga a ello". Aquí no caben ni la desesperación ni la huera alegría. Es el punto correcto, desde la perspectiva del poder central, para emprender la restauración no sólo política, sino también en la mentalidad colectiva. Las transformaciones afectaron igualmente al ámbito religioso. El auge provincial trajo consigo la recuperación y exaltación de divinidades locales que habían quedado oscurecidas en el primitivo proceso de integración que desemboca en el Antiguo Reino. De entre esos dioses cabría destacar, lógicamente, al de Tebas, Montu, que había tenido un papel insignificante a lo largo del III Milenio. Por otra parte, Osiris, que había participado en los ciclos centrales de las cosmogonías, adquiere una popularidad insospechada en la época anterior, quizá por una modificación en las consideraciones éticas, según las cuales, no sólo ya el monarca, sino todos los mortales serían sopesados en la balanza de Osiris. Por medio de este dios, la divina eternidad era accesible para todos los egipcios y no ya sólo para un reducido número de privilegiados. Estas innovadoras tendencias tienen una función integradora de primera magnitud, pues rompen con el hieratismo del Antiguo Reino e implican a todos los individuos en un orden religioso común que es fuente de equilibrio para el estado. Abidos, lugar central en el culto del dios, se convierte en un lugar de peregrinaje popular y referente ideológico para el control político. Al mismo tiempo se produce otro fenómeno de gran alcance, como es la aplicación de los "Textos de las Pirámides" al ritual funerario de los nobles, llamados ahora "Textos de los Sarcófagos"; se ha dicho, con evidente laxitud que se trata de una democratización de la religión funeraria. Si tenemos en cuenta que los antiguos textos reservados a los faraones aparecen ahora en el interior de los sarcófagos de los nobles, no en la totalidad de las tumbas, habremos de convenir que el término democratización es un exceso; hubiera sido mejor hablar de un empleo oligárquico del antiguo ritual funerario del monarca. En efecto, esa dimensión parece más ajustada, pues responde a la realidad de una época en la que los nomarcas han usurpado las funciones reales en cada localidad e igualmente se han apropiado de la supraestructura que justificaba su poder. Era la tendencia lógica en el proceso de descentralización que podría haber culminado con el triunfo de las monarquías locales. Sin embargo, la constitución de dos bloques, uno en torno a Tebas y otro aglutinado por Heracleópolis, había devuelto la situación a unas condiciones parecidas a las que se dieron cuando se implantó la monarquía tinita. Ahora el agente de la unidad será Montuhotep, que había accedido al poder en Tebas a la muerte de Antef III hacia 2030. Durante tres décadas desarrolla una política hegemónica en la que Heracleópolis prácticamente no interviene. La unificación definitiva tiene lugar en 2000, cuando adopta el nombre de Horus Semataui (El que ha unido las Dos Tierras). Y desde la capital, Tebas, emprende una intensa actividad de construcción, que sorprende por la mala situación en que habían de hallarse las tesorerías. Paralelamente restaura la administración territorial designando para los puestos de mayor confianza a funcionarios tebanos y actúa con firmeza para proteger las fronteras y garantizar las relaciones comerciales. Nubia va a ser escenario de múltiples expediciones que tienen como objetivo doblegar el reino allí establecido y facilitar el acceso a los productos tradicionalmente importados desde aquellas regiones, esencialmente oro. No se trataba pues de un deseo de ocupación, sino más bien de subordinación; esa es probablemente la razón por la que el reino nubio no desaparece. Por otra parte, la corona busca la sumisión de los nómadas del desierto libio y del Sinaí, en este caso además podía obtener pingües beneficios por la importación de cobre y turquesas. En el comercio de largo alcance hay documentación de sus relaciones con el Líbano. De este modo Montuhotep había restaurado el esplendor egipcio de la VI dinastía y para expresar con mayor contundencia el alcance del nuevo orden inaugura una necrópolis real en Tebas. En el circo natural de Deir el-Bahari hizo erigir su monumento funerario, prácticamente destruido cuando se construye a su lado -y no por casualidad- el de la reina Hatshepsut. Se afirma, desde la reconstrucción de su excavador, que estaba rematado por una pirámide, pero no hay certeza al respecto, por lo que no sabemos exactamente cuál sería su referente arquitectónico. Desde el punto de vista funcional es diferente a los templos funerarios del Reino Antiguo porque no está destinado en exclusividad al faraón, sino que tiene como misión dar cabida a toda la corte. Si la interpretación fuera correcta nos proporcionaría una dimensión extraordinaria sobre el programa político del monarca y sus deseos de integración en el ámbito ideológico de todo el grupo dominante. Montuhotep II muere, tras un extenso reinado, hacia 1990, dejando como herencia un país próspero y organizado.
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El empuje árabe que provocó a comienzos del siglo VIII el hundimiento de la España visigoda, coincidió con firmes intentos de reagrupación territorial en otras partes de la Cristiandad: en el Oriente bizantino; en la Italia lombarda gracias a la labor del rey Luitprando; en la Inglaterra anglosajona y, sobre todo, en la Galia Franca. No fueron aquí los monarcas (los peyorativamente designados como reyes holgazanes) los protagonistas del proceso sino las familias que, desde algunas generaciones, ostentaban el titulo de Mayordomos de Palacio. De entre todas ellas, una había de adquirir especial fama: los pipínidas o carolingios. Uno de sus más cualificados representantes -Pipino de Heristal, mayordomo de Austrasia- se impondría a sus rivales en la batalla de Tertry (687) implantando su autoridad también sobre Neustria y Borgoña. Sin embargo, las reunificaciones territoriales en el mundo franco amenazaban siempre con no sobrepasar la vida de quienes las habían promovido. Así, cuando en el 714 Pipino de Heristal muere, la anarquía retoña en la Galia.
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1.La Restauración. La formación del sistema político. El proyecto político de Cánovas. Las bases del sistema: Constitución y partidos. La Constitución de 1876. Los partidos de gobierno. El partido conservador. El partido liberal. La Corona y las elecciones. El recurso al fraude electoral. Las fuerzas contrarias al sistema: republicanos. El carlismo. El movimiento obrero. Economía, sociedad y cultura de la Restauración. La población: volumen y distribución. La economía. La agricultura. La industria y la minería. Las infraestructuras. Comercio y relaciones económicas exteriores. La sociedad: clases altas y medias. Clases trabajadoras rurales y urbanas. La educación y la Institución Libre de Enseñanza. Proyección social de la Iglesia católica. Construcción de una identidad nacional española. El espíritu de la época. El sistema en funcionamiento. Primera experiencia liberal. Paréntesis conservador. El "Parlamento largo". Giro proteccionista de los conservadores. La difícil unidad de los liberales. Las oposiciones al sistema. Los Republicanos. Carlistas e integristas. El problema anarquista. El Partido Socialista Obrero Español. La crisis de fin de siglo. El problema cubano. La situación internacional de España. La guerra de Cuba. La independencia de Filipinas. Después del 98. Bibliografía sobre el reinado de Alfonso XII. 2.El reinado de Alfonso XIII. España a comienzos del reinado. El primer regeneracionismo en el poder. Regeneracionismo y movimientos regionalistas. Viejo y nuevo republicanismo. El gobierno de Maura. El gobierno de Canalejas. La movilización de los católicos. Transformación económica y social. El movimiento obrero: socialistas y anarquistas. España y la Primera Guerra Mundial. Gobiernos de Dato y Romanones. La crisis de la monarquía constitucional. La crisis de 1917. Los gobiernos de concentración. La crisis social de la posguerra. El turno de los conservadores. El catolicismo. Marruecos y Annual. La crisis del sistema. La generación del 98. La generación de 1914 y las artes. La dictadura de Primo de Rivera. El golpe de Estado de Primo de Rivera. El dictador regeneracionista. La reforma política. La Unión Patriótica y los colaboradores de la Dictadura. La persecución del catalanismo. Marruecos y la política exterior de la Dictadura. El Gobierno de 1925: el Directorio Civil. La política económica y social. La Dictadura y los movimientos obreros. Los opositores a la Dictadura. El colapso de la Dictadura. El gobierno Berenguer. El Gobierno Aznar y las elecciones de abril de 1931. La agonía de la Monarquía de Alfonso XIII. Bibliografía sobre el reinado de Alfonso XIII.
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El 29 de diciembre de 1874, en las cercanías de Sagunto (Valencia), el general Martínez Campos, ante una brigada del Ejército, proclamó rey de España al príncipe Alfonso de Borbón. Al éxito del golpe contribuyó la aceptación pasiva por parte de la gran mayoría del Ejército y el escaso apoyo civil que encontró el gobierno presidido por Sagasta. La restauración de los Borbones en el trono de España iniciaba una nueva época, etapa que, aun con más luces que sombras, constituye el sistema más estable y duradero de la historia contemporánea de España. Alfonso XII gobierna entre 1874 y 1885; entre esta fecha y 1902, le sigue la regencia de María Cristina de Austria. Alfonso XIII, hijo de ambos, reinará entre 1902 y 1931, cuando finaliza el periodo con la proclamación de la II República. La Restauración tuvo a su principal figura en Cánovas del Castillo. Excelente orador, su objetivo fue crear un gobierno parlamentario estable en España. Su ideal era el sistema bipartidista inglés, por lo que, en adelante, los conservadores de Cánovas y los liberales de Sagasta se turnarán en el poder. De esta forma, una mayoría gobernará tanto tiempo como le sea posible, cediendo después el puesto a su rival. El sistema liberal propio de la Restauración hubo de enfrentarse a graves enemigos, tanto internos como externos. Entre los primeros, su propia dinámica de pactos falseaba la utilidad de las elecciones, pues el voto estaba controlado por los caciques, con lo que el sistema parlamentario era pura fachada. El cada vez más corrupto y desacreditado sistema engendró antipatía entre las masas de la gente. La respuesta fue la orientación masiva hacia movimientos políticos radicales, como el separatismo, el socialismo o el anarquismo. Especialmente reivindicativo fue el movimiento proletario. Las duras jornadas de trabajo de campesinos y obreros, con jornadas de hasta 14 horas y salarios de miseria, favorecen el surgimiento del movimiento obrero español. La agitación social alcanzó su punto culminante en 1919. Las huelgas se sucedieron, siendo cada vez más radicales y violentas. Frente a esta violencia, la patronal reaccionó creando su propio pistolerismo. El resultado fue catastrófico, radicalizando aun más el conflicto. Uno de los problemas de mayor impacto en la conciencia de la época es la pérdida de los últimos reductos coloniales: Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Carolinas. Especialmente dolorosa es la sublevación de la primera, la "perla del Caribe". Iniciada en 1895, con líderes como José Martí, las tropas al mando de Martínez Campos, primero, y de Weyler, después, apenas pueden contener la rebelión. El estallido del crucero americano Maine, en 1898, fue el pretexto alegado para que los Estados Unidos declararan la guerra a España e intervinieran en Cuba. Muy poco después, la isla ganaba su independencia. Un problema no menor al de Cuba será el de la guerra de Marruecos, ya durante el reinado de Alfonso XIII. La contienda, de carácter colonial, es una auténtica sangría de vidas humanas, pues se lucha en un medio desconocido y hostil. La negativa al embarque de tropas en Barcelona provocará una violenta sublevación popular en 1909, conocida como Semana Trágica. Pese a tanta agitación, en general la población española experimenta un aumento en su calidad de vida. Con la industrialización y el desarrollo tecnológico, las ciudades se hicieron más habitables. La iluminación eléctrica hizo las calles y plazas más seguras. También permitió a las clases medias y populares urbanas prolongar su tiempo de ocio, realizando fiestas o, simplemente, gozando de amplios y modernos paseos. En general, la sociedad urbana albergaba el sentimiento de estar participando de una era de progreso y expansión. Frecuentemente se celebraban grandes exposiciones, en las que se mostraban los últimos adelantos en las materias más diversas. Y también era habitual la creación de museos, con los que se trataba de instruir al público en los más variados saberes. Pero el sistema político se resquebraja. El clima de violencia, el desastre del 98 o la guerra de Marruecos contribuyen a desacreditar a una clase política cada vez peor valorada. El ambiente general es de pesimismo y ansia de renovación. Intelectuales como Unamuno o Costa se interrogan sobre la crisis de conciencia nacional. La inquietud social, la postración económica -pese a los beneficios de la neutralidad española durante la I Guerra Mundial- y los separatismos acabaron por minar el sistema de la Restauración, que da ya sus últimas bocanadas. Éste es el contexto en el que se produjo el golpe de Estado de Primo de Rivera, en 1923, con el beneplácito de Alfonso XIII y el de buena parte de la población. El importante apoyo inicial se va diluyendo a medida que el monarca y la Dictadura pierden partidarios: pronto, en 1931, llegará el momento del triunfo para la oposición republicana.
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El 29 de diciembre de 1874 se produce, cerca de Sagunto, el pronunciamiento del general Martínez Campos, en el que es proclamado rey de España el príncipe Alfonso de Borbón. Mediante este golpe, los Borbones son restaurados en el trono de España, en la persona de Alfonso XII, y pasarán a regir los destinos del país durante las siguientes seis décadas. Alfonso XII gobierna entre 1875 y 1875; entre esta fecha y 1902, le sigue la regencia de María Cristina de Austria. Alfonso XIII, hijo de ambos, reinará entre 1902 y 1931, cuando se proclama la II República. En general, la Restauración ha sido una etapa valorada de forma negativa. El sistema político liberal, especialmente después del Desastre del 98, ha sido muy criticado. Sin embargo, se trata de un periodo que, aun con luces y sombras, supo constituir el sistema más estable y duradero de la historia contemporánea de España. Ya en el siglo XX, durante el reinado de Alfonso XIII se producen importantísimos cambios en la política y en la sociedad españolas, pudiéndose afirmar que es una etapa de modernización.
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A su llegada a Arles en el invierno de 1888, Van Gogh se alojó durante una temporada en el Hotel Restaurante Carrel que aquí vemos representado. Debido a discrepancias con el dueño, en mayo de ese año Vincent abandonó la habitación para irse a vivir al café de la estación regentado por la familia Ginoux con la que entablará amistad. Este trabajo debemos encuadrarlo en la serie de escenas en las que Vincent se siente interesado por las luces nocturnas, concretamente las iluminaciones artificiales de las lámparas de gas. La atmósfera anaranjada que se recoge es característica de este tipo de iluminaciones como también pone de manifiesto en el Café nocturno. Las mesas se nos presentan vacías en primer plano, intentando introducir al espectador en la composición al colocar una mesa en nuestro espacio, de la misma manera que hacía Degas en sus composiciones. Las botellas vacías de licor sirven de enlace con el fondo más poblado, apreciándose a los parroquianos y a las camareras para cerrar el espacio con los cuadros que decoran la pared. Los colores vivos empleados otorgan una sensacional alegría al conjunto, contrastando con la tristeza del mismo espacio a la mañana como se presenta en Interior de un restaurante en Arles.