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En el centro de la meseta castellana se alza la ciudad de Madrid, fundada por el emir Muhamad I en el siglo IX dentro del eje fronterizo del norte de al-Andalus. Alfonso VI conquistará la villa dos siglos más tarde, pero la importancia de Madrid en la Edad Media será muy limitada. Su suerte cambió cuando en 1561 Felipe II la eligió como lugar permanente de su corte, convirtiéndola en capital de la monarquía hispánica. Desde ese momento, Madrid inició su crecimiento, tanto urbanístico como demográfico, sólo detenido cuando, en el año 1603, Felipe III trasladó la corte durante una breve temporada a Valladolid. El caos urbanístico de los Austrias dejará paso en el siglo XVIII a la ordenación y a la planificación del mejor alcalde de Madrid, Carlos III. Las grandes arterias de la ciudad fueron trazadas en estas fechas. En la centuria siguiente, Madrid verá incrementar su población con la construcción de los ordenados barrios periféricos de Salamanca y Argüelles. A principios del siglo XX se abrió y urbanizó la Gran Vía, enlazando la calle Alcalá con la Plaza de España, germen de la fiebre de la altura que se empezó a vivir a mediados del siglo. En estas décadas se levantarán, en la ampliación del paseo de la Castellana, modernos edificios con los que Madrid quiere emular a las ciudades más cosmopolitas del mundo.
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Durante el siglo XX, Madrid es el escenario en el que se desarrolla buena parte de la vida económica, política y social nacional, convirtiéndose además en un foco de atracción para una gran mayoría de los emigrantes de la España interior. Algunos datos sirven para ejemplificar su pujanza, como que, en el primer tercio de siglo, por vez primera su tasa de natalidad fue superior a la de mortalidad, o que desde principios de siglo hasta 1930, Madrid y su provincia arrojaron un saldo positivo de 449.493 inmigrantes, prácticamente duplicando su población hasta llegar a los 952.832 habitantes. En lo político, en estas primeras décadas del siglo XX Madrid vivó la muerte de Alfonso XII y, tras un periodo de regencia, la llegada al tono de Alfonso XIII. La convulsión social y política de esos años dio lugar a la dictadura de Primo de Rivera y a la proclamación, el 14 de abril de 1931, de la II República. Son estos años de efervescencia: Madrid crece físicamente, los cafés se convierten en el centro de la vida intelectual y cultural y en sus calles y foros, como en tantas otras partes de España, se dirimirán las disputas políticas entre anarquistas, marxistas, monárquicos y fascistas, muchas veces de manera violenta. La sublevación de una parte del Ejército contra la República no triunfará en Madrid, que a partir de entonces se convertirá en un símbolo de la resistencia contra el avance de las tropas de Franco. Los bombardeos y el asedio serán constantes, siendo una de las ciudades más dañadas por la Guerra Civil. La posguerra dejará un paisaje de hambre y miseria, muy bien plasmado en novelas como "La Colmena", de Cela. Los míseros años 40 dejan paso a una década de los 50 caracterizada por un incipiente despegue, en el que poco a poco van siendo superados los destrozos de la guerra. Madrid, no obstante, continúa recibiendo emigrantes, que buscan un trabajo en su industria, haciendo surgir nuevos barrios e incorporando poblaciones limítrofes. Esta tendencia continúa, acentuada, durante la década de los 60, en la que el llamado "desarrollismo" afecta de lleno a Madrid: la población accede a un mayor nivel de vida, crecen los servicios públicos o surgen nuevos edificios, más altos y modernos -Torre de Madrid, Complejo AZCA, etc. Los convulsos años 70 son el comienzo del postfranquismo: la oposición democrática sale a la calle, la Universidad es el escenario de la agitación estudiantil y en los barrios obreros los movimientos opositores continúan con su labor frente a la Dictadura. En 1973, un atentado de ETA acaba con la vida del presidente del gobierno franquista, Carrero Blanco. A la muerte de Franco, en 1975, comienza una etapa apasionante, la transición, en la que poco a poco en Madrid y en España se van ganando las libertades democráticas. Restaurada la monarquía en la persona de Juan Carlos I, el 19 de abril de 1979 se constituye el primer Ayuntamiento de Madrid votado por los ciudadanos, siendo su alcalde Enrique Tierno Galván. Son estos unos años presididos por el ansia de libertad y ruptura con el pasado, espíritu de renovación que se plasma a todos los niveles, pero especialmente en el campo de las artes, la música y el cine. Son los años de la "movida", que significarán una apertura al exterior y a la modernidad. En 1983 Madrid se convierte en la capital de una nueva comunidad autónoma, la Comunidad de Madrid, viéndose incrementadas sus funciones políticas y administrativas. En 1992 fue nombrada Capital Cultural de Europa. Lamentablemente, a día de hoy Madrid todavía no se ha repuesto de los atentados sufridos el pasado 11 de marzo, donde casi 200 personas fallecieron por las explosiones de varias bombas introducidas en trenes de Cercanías.
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El siglo XIX se inició con la invasión napoleónica. El primer tercio del siglo constituye un parón en la evolución de Madrid. Durante el siglo XIX, la ciudad y la población de Madrid participaron activamente en los distintos hechos y acontecimientos que jalonaron la centuria. Madrid conoció el levantamiento contra los ocupantes franceses -el famoso 2 de mayo, inmortalizado por Goya-; sus calles y cafés fueron escenario privilegiado para la difusión de las distintas ideologías políticas, cuando no de pronunciamientos; su población creció, gracias a la inmigración, por encima de los 200.000 habitantes, al tiempo que su contorno urbano se ensanchaba con nuevos barrios como el de Salamanca; recibe, en 1836, a la Universidad de Alcalá de Henares, que, en 1850, sería llamada Universidad Central, la única universidad que podría conferir el título de Doctor; se funda, en 1835, su Ateneo Científico, Literario y Artístico, desde cuyas cátedras se difundieron todas las ramas del saber entre las elites culturales y los políticos liberales que, desde toda España, acudían a Madrid; y así hasta un largo etcétera. La concentración de buena parte de la burguesía comercial y financiera en la capital política de España hizo que Madrid se embelleciera con notables edificios. Una de las primeras grandes construcciones del siglo es el Palacio de Villahermosa, actual sede del Museo Thyssen-Bornemisza, edificado en 1805. Cronológicamente le sigue la Plaza de Oriente, proyectada por José Bonaparte para embellecer el entorno del Palacio Real. Comenzada a construir en 1816, su trazado definitivo lo realizó Narciso Pascual Colomer en 1850. En 1818 comienza a levantarse el Teatro Real, cuyas obras, terminadas en 1850, fueron dirigidas por Antonio López Aguado. El Palacio del Senado, de 1820, fue edificado como salón de corte sobre un primitivo convento. En 1827 se erige la Puerta de Toledo, conmemorando el regreso de Fernando VII tras la Guerra de la Independencia. El Congreso de los Diputados, de 1843, fue edificado según un modelo renacentista, al que más tarde se le añadió el gran pórtico neoclásico que hoy podemos apreciar. El Palacio de Gaviria, de 1846, fue construido también en este estilo, añadiéndosele más tarde una cuarta planta. La Estación de Atocha, inaugurada en 1851 por la Reina Isabel II, fue destruida completamente por un incendio y reinaugurada en 1892. Pocos años más tarde, en 1856, fue construido el Teatro de la Zarzuela, obra de Jerónimo de la Gándara. Francisco Jareño y Alarcón fue autor del proyecto de la Biblioteca Nacional, edificio neoclásico cuyas obras comenzaron en 1866 y terminaron en 1892. Detrás de este edificio se construyó otro de excelente factura, que alberga al Museo Arqueológico Nacional. En 1872 se construye el Palacio de Linares, palacete de reminiscencias francesas obra de Carlos Colubi. El Palacio de Cristal del Retiro, de 1877, fue edificado para celebrar en él la Exposición de Filipinas, y presenta una grácil arquitectura en hierro y cristal. También en el parque del Retiro y para una exposición, en este caso de minería, fue construido en 1883 el Palacio de la Minería, hoy llamado de Velázquez por su autor Ricardo Velázquez Bosco. En 1879 comenzó la construcción de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, según un proyecto inicial a cargo del marqués de Cubas. Paralizadas las obras, éstas no se reanudaron hasta 1946, finalizando en 1993. El Banco de España, proyectado por Eduardo Alaró y Severiano Sainz de Lastra, fue inaugurado en 1891 y construido imitando los palacios renacentistas venecianos. También en 1891 comienza a construirse el edificio de la Real Academia Española de la Lengua, obra de Miguel Aguado de la Sierra. De estilo neogriego, presenta una gran fachada principal, con pórtico adosado. Por último, a finales de siglo se construye el edificio de la Bolsa de Comercio, obra de Enrique María Repullés.
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Durante la primera mitad del siglo XVI, poco antes de convertirse en capital, Madrid apoyó el Movimiento Comunero (1518), al igual que habían hecho otras ciudades castellanas. Sin embargo, la derrota de éstos dos años después, en la batalla de Villalar, la obligó a rendirse. En esta primera mitad del XVI, se continuó con la construcción de monasterios, como el de San Felipe Neri, el de la Trinidad Descalza o la ermita de San Isidro. El reinado de Felipe II marcó un hito trascendental en la historia de la ciudad, ya que fue él quien decidió el traslado definitivo de la Corte, sólo interrumpido en contadas ocasiones, a Madrid (1561). En esos momentos, la urbe estaba habitada por unas veinte mil personas aproximadamente, extendiéndose hasta las Puertas de Santo Domingo, Sol y Antón Martín. La reciente capitalidad atrajo especialmente a la nobleza, junto con numerosos hidalgos, pícaros, soldados o licenciados, entre otros, que buscaban hacer fortuna. Fue a partir de este momento cuando se inició el verdadero crecimiento, bastante caótico y desordenado, de la capital. El aumento brusco de la inmigración triplicó la población, produciéndose una enorme escasez de viviendas, que se pretendió solucionar con la "Ley de Regalía y Aposento" y "el Bando de Policía y Ornato", de 1591, creada con el cometido de que "aya limpieza, ornato y policía que conviene" a la Villa de Madrid. Nombróse a Francisco de Mora Maestro Mayor de Obras, apareciendo así, por primera vez, la figura del arquitecto municipal. De esta época es también la aparición de la conocida "Regalía de Aposento y casas a la malicia" que, como señala José del Corral, son genuinamente madrileñas. La referida regalía fue una de las cargas, y no la única, que ha tenido que soportar Madrid a cambio de la muy discutible ventaja de ser Corte. Era ésta la obligación que tenían todos los madrileños de dar la mitad de su casa para que sirviera de aposento a los miembros de la Corte. La consecuencia fue construir edificios que no sirvieran fácilmente a este doble fin, casas que se llamaron "de incómoda repartición", y a las que el pueblo llamó "casas de malicia". Se estima que a comienzos del siglo XVII existían unas seis mil viviendas de estas características. Lo anterior explica que nuestra ciudad fuera la capital europea de la época con menos ornato y monumentos públicos. La belleza e interés arquitectónico de sus edificios eran mínimos. Las calles y plazas eran estrechas, asimétricas, tortuosas y carentes de racionalidad. No era mejor la salubridad y el alcantarillado que brillaba por su ausencia. La actuación de la Junta se va a centrar prioritariamente en la mejora de los accesos a la capital. En este sentido, el arquitecto real Juan de Herrera construyó el Puente de Segovia sobre el río Manzanares, el cual facilitaba las comunicaciones con el Escorial y la Real Casa de Campo. Las antiguas calles de la Almudena y las Platerías se unificaron en una sola llamada Mayor, que se convirtió así en la arteria principal de la ciudad. Se conservaron las Puertas de Atocha, Toledo, Segovia, San Luis y Santo Domingo. En 1566 el monarca ordenó la construcción de una muralla, la tercera de su historia, y otra serie de edificaciones, como la Casa de la Panadería (1590), el Convento de los Agustinos Recoletos (1592) o el primer Hospital General de la Villa (1596); un año después de la muerte del monarca se iniciaron las obras de la primera Puerta de Alcalá. Fuera de la capital, la obra más espectacular mandada edificar durante su reinado fue el Monasterio de El Escorial, cuyo arquitecto fue Juan de Herrera. Para una mejor comprensión del Madrid de los Austrias en el siglo XVI, seguimos a Teodoro Martín Martín: "Escasas son las modificaciones urbanísticas que Madrid experimenta bajo el reinado del primer Austria. Carlos I visita a menudo la Villa, a causa de su afición a la caza. Estas estancias le llevan a modificar y reformar el Alcázar, renovando su fachada y construyendo en las inmediaciones una plaza. El conjunto adoptó una fisonomía de palacio-residencia que antes no tenía. A imitación del Emperador los estamentos privilegiados construyen sus propias residencias o edificios de culto. Tal es el caso de la Casa de Cisneros o el palacio del tesorero del Rey Alonso Gutiérrez, que sirvió de base para el actual monasterio de las Descalzas Reales. De esta época es también la Capilla del Obispo en estilo gótico tardío. Durante el reinado de Felipe II las modificaciones urbanísticas van a ser importantes. Dos razones las justifican; de una parte el traslado de la Corte a Madrid en 1561 con el consiguiente aparato burocrático que ello conllevaba; de otro lado, el incremento constante de la población que desbordaba sus posibilidades espaciales. La ciudad pasa de 20.000 a cerca de 60.000 habitantes en 1598. En este espacio urbano se situaron innumerables iglesias y conventos como fueron los de Carmelitas Calzados, la iglesia de San Ginés, el Colegio Imperial de los jesuitas, que se inicia en este reinado, y el Monasterio de las Descalzas Reales, que se concluye ahora. Como ejemplo de palacio civil merece citarse la Casa de las Siete Chimeneas, construida en 1577, de cuyo original edificio resta la parte que mira a la plaza del Rey".
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El viaje a la corte se convirtió en algo deseado por los pintores de la periferia, no sólo para conseguir encargos importantes sino también para completar y ampliar su formación, sustituyendo así el viaje a Italia, tan frecuente en la centuria anterior, que las circunstancias sociales y económicas del país y de los propios pintores hacían muy difícil en el XVII. Además, parece que los artistas tampoco mostraron excesivo interés en él, quizás porque su vinculación a los ambientes eclesiásticos, más preocupados pictóricamente por el contenido que por la forma, restó inquietud estética a su actividad. No obstante, lucharon a lo largo del siglo por elevar su categoría social de artesanos a artistas, rechazando la consideración mecánica que la sociedad de la época otorgaba a su trabajo. Pero su formación en un régimen patriarcal de taller, que no había cambiado desde el siglo XV, y su sometimiento a las normas corporativas del gremio y a las exigencias del clero, que supervisaba su obra y determinaba los programas iconográficos, les restó libertad y posibilidades para abandonar la calificación de artesanos y demostrar que su labor era una actividad mental.Los intentos de crear una Academia llevados a cabo en los primeros años del siglo por los pintores madrileños, y el logro en Sevilla de un empeño semejante en 1660, respondían a estas intenciones, pero salvo raras excepciones como los pintores tratadistas Pacheco y Carducho y el caso único de Velázquez, muy pocos alcanzaron su propósito, en un país donde a los artistas se les pagaba con dinero, nunca con honores ni reconocimientos a sus méritos creativos.Desde el punto de vista estilístico, el desarrollo y la evolución de la pintura barroca española coincide en líneas generales con los reinados de los tres últimos Austrias. Durante el mandato de Felipe III (1598-1621) se gestó el nacimiento y la formación de la escuela, que cristalizó y definió su personalidad bajo su sucesor Felipe IV (1621-1665), etapa en la que tuvieron un papel extraordinariamente significativo los grandes maestros del centro del siglo: Ribera, Zurbarán, Velázquez y Alonso Cano. Y, finalmente, en las últimas décadas de la centuria regidas por Carlos II (1665-1700), se alcanzó la plenitud barroca, incorporando el lenguaje europeo a las particulares cualidades hispanas.Estas cualidades determinaron una diversa aceptación de las tres corrientes pictóricas del Barroco -naturalismo, clasicismo y barroco decorativo-. El naturalismo fue el que alcanzó mayor auge y difusión, al coincidir plenamente con la tradicional sensibilidad estética española, inclinada a lo real, y con las intenciones de la clientela religiosa. Por el contrario el carácter reflexivo del clasicismo y el recargamiento aparatoso del decorativismo encontraron escasas posibilidades para desarrollarse, a causa del desinterés intelectual de los comitentes y la austeridad propiciada por la severa corte de los Austrias y por la rigidez contrarreformista. Sólo en la personalidad extraordinaria de Velázquez y en ciertos aspectos de la obra de Alonso Cano se puede hallar un alejamiento del realismo concreto que imperó en la pintura española, sobre todo en la primera mitad del siglo, ya que posteriormente la influencia flamenca por un lado, y por otro el espíritu triunfalista de la Iglesia y el deseo de la monarquía de ocultar el derrumbamiento del Imperio impulsaron un estilo más dinámico, colorista y opulento, que alcanzó su mejor expresión en las últimas décadas de la centuria, etapa en la que se atemperó aunque sin desaparecer el interés por el natural.Los principales focos de actividad pictórica fueron Madrid, sede de la corte y núcleo aglutinador de presencias e influencias artísticas y Sevilla, debido a la pervivencia del auge cultural del siglo anterior y también, aunque mermada, de su pujanza económica. Toledo y Valencia, que tan importante papel habían desempeñado en la etapa renacentista, iniciaron la centuria con una aportación relevante, pero fueron decayendo paulatinamente a partir de la tercera década del siglo, la primera absorbida por la proximidad de la corte, y la segunda alejada de la capacidad creadora por el hundimiento de su economía. En el resto de la geografía española la producción pictórica fue irrelevante o dependió en gran medida de los centros hegemónicos, es decir, de Madrid y de Sevilla. No obstante, y a pesar de este reparto geográfico, la escuela española del XVII fue bastante unitaria, no existiendo grandes diferencias estilísticas entre los distintos focos de actividad a partir de la consolidación del lenguaje barroco, que se expresó a lo largo del siglo partiendo de impulsos, circunstancias y planteamientos comunes.
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En 1561 Felipe II instala la corte en Madrid. Esta decisión real cambiará radicalmente el futuro de esta villa castellana, que se convertirá en capital de la Monarquía hispánica y en el centro de las decisiones políticas desde ese momento. La ciudad había sido fundada por el emir Muhamad I en el siglo IX, tomando como eje el Alcázar. Mayrit, como se llamaba, estaba escasamente poblada, ejerciendo un modesto papel en la línea fronteriza musulmana. Su conquista por parte del rey Alfonso VI apenas supondrá cambios en la villa, que pasará sin pena ni gloria por épocas medievales. La mencionada capitalidad supondrá un importante aumento de la población, haciendo de Madrid la ciudad más poblada de la Península. Sin embargo, los Austrias no se preocuparon de organizar el urbanismo de su capital. El Alcázar seguía siendo el centro neurálgico de la ciudad. Se trataba de una construcción cuadrangular que los diferentes monarcas fueron reformando según sus necesidades, hasta configurar un palacio que guardaba importantes tesoros artísticos. A su alrededor fueron creciendo los edificios, sin ninguna organización, configurando un entramado de calles tortuosas y estrechas, salpicadas de edificios religiosos. La Plaza Mayor se convertirá en un importante centro neurálgico de la Villa. La plaza fue trazada por Juan Gómez de Mora, siendo sus principales edificios las casas de la Panadería y de la Carnicería. Juan de Villanueva realizó el proyecto de regularización definitiva. El centro está ocupado por la estatua ecuestre de Felipe III, obra de Juan de Bolonia, uno de los más importantes escultores del siglo XVII. Otro de los centros principales de la ciudad será la Plaza de la Villa. El edificio del Ayuntamiento fue también construido por Gómez de Mora para ser ocupado por la Casa Consistorial y la Cárcel de Corte. Los edificios que la circundan son anteriores. La Casa de Cisneros es un palacio plateresco del siglo XVI promovido por un sobrino del gran Cardenal Cisneros. La Casa y la Torre de los Lujanes es considerado el edificio civil más antiguo de Madrid. En la torre estuvo prisionero el rey de Francia Francisco I. Los nobles no dudaron en rivalizar por construir los palacios más suntuosos. Entre estas edificaciones destaca el de los duques de Uceda, proyectado también por Gómez de Mora siguiendo las pautas del barroco palaciego. Frente a él se alza el Palacio de Abrantes, hoy ocupado por el Instituto de Cultura Italiano, destacando los frescos que adornan su último piso. Gómez de Mora es también el autor de la Cárcel de Corte, siguiendo el estilo inaugurado en la Casa de la Villa, mezclando la piedra y el ladrillo y rematando las torres con chapiteles. Hoy es la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores. Las plazas eran los verdaderos ejes de la vida popular. Las plazas de los Carros y de la Paja eran dos de los lugares más importantes del Madrid de los Austrias, vinculadas a actividades comerciales y a los mentideros. Calles y plazas no sólo estaban salpicadas de palacios. Conventos e iglesias de todas las ordenes religiosas configuraban el panorama urbanístico madrileño. Entre estas instituciones religiosas sobresale el Convento de las Descalzas Reales, fundado por doña Juana de Austria, hermana menor de Felipe II. Juan Bautista de Toledo será el encargado del proyecto. También destaca el monasterio de San Jerónimo el Real, convento diseñado por Enrique Egas en los años iniciales del siglo XVI siguiendo las pautas del gótico isabelino. Uno de los primeros y más relevantes edificios levantados en Madrid en el siglo XVII fue el monasterio de la Encarnación, ejemplo característico de la tipología de las iglesias conventuales españolas. Éste es el Madrid que se encontró Velázquez cuando llegó en 1623. El pintor pasaría el resto de su vida en la Corte, vinculado al rey Felipe IV, para el que realizó sus mejores obras. Al margen de su carrera artística, Velázquez desarrolló una activa e intensa vida cortesana, culminada con su nombramiento como caballero de la Orden de Santiago. La llegada en 1700 de una nueva dinastía al trono español, los Borbones, traerá consigo importantes cambios en la capital. Felipe V será el promotor de la construcción de un nuevo Palacio Real, tras el incendio del viejo Alcázar en la Nochebuena de 1734. Juan Bautista Sachetti será el responsable del diseño definitivo, trazando un edificio de planta rectangular, con 4 volúmenes proyectados en las esquinas y seis puertas principales. Pedro de Ribera tomará el relevo de Gómez de Mora como arquitecto madrileño más fecundo de su tiempo. Los edificios más importantes del siglo XVIII llevarán su inconfundible sello, un recargado estilo barroco en sintonía con la forma de trabajar de los Churriguera. Otro borbón, Carlos III es considerado el mejor alcalde de Madrid. Las reformas planteadas por el monarca ilustrado cambiarán la fisonomía de la Villa y Corte. La Puerta de Alcalá, levantada por Sabatini, toma como modelo los arcos de triunfo y las puertas monumentales para exaltar el reinado de don Carlos. El principal proyecto urbanístico va a ser el llamado Salón del Prado, un espacio urbano organizado en torno a tres fuentes. La de Cibeles es uno de los símbolos de la ciudad. Diseñada por Francisco Gutiérrez, supone una importante novedad al incluir elementos mitológicos para el ornamento urbano. La Fuente de Apolo es la menos conocida de las tres. El proyecto es de Ventura Rodríguez, mostrando la línea severa del academicismo italiano, con el dios de la belleza coronando el conjunto. Juan Pascual de Mena es el autor de la fuente de Neptuno. En ella se muestra al dios del mar desnudo, con un tridente en su mano, sobre un carro formado por una concha de la que tiran dos hipocampos. En uno de los flancos de este impresionante espacio público que debía ser el Salón del Prado se levantó uno de los edificios más importantes de Madrid: el actual Museo del Prado. Juan de Villanueva es el autor del diseño de este edificio. Se concibe como tres cuerpos o edificios autónomos, pensados con total independencia de uso e incluso de imagen al exterior, cada uno de ellos con accesos diferenciados. Al espacio central se accede a través de un pórtico hexástilo, de columnas toscanas, con un riguroso entablamento y una pronunciada cornisa, rematada con un ático cuadrangular. Ante esta puerta se alza la estatua del insigne Velázquez. También en el reinado de Carlos III se levantará la Real Casa de Correos, actual sede de la Comunidad de Madrid. Presenta una elegante fachada, con un balcón central rematado con un frontón decorado con el escudo real, trofeos y leones. En 1866 se levantó una torre donde se situó el reloj, su elemento más popular. Este edificio es el eje de la Puerta del Sol, centro de la vida urbana. La reforma de esta plaza, a la que desembocan diez calles, se produjo en el siglo XIX. En la centuria siguiente se integraron algunos de sus elementos más destacables, como la estatua del Oso y el Madroño, escultura en bronce realizada en 1967 por Antonio Navarro Santafé. El monumento ecuestre a Carlos III preside la plaza. Fue ubicado en este lugar por decisión popular en el año 1994, recordando así el pueblo de Madrid a su mejor alcalde. El siglo XIX es la centuria en la que se levantan los principales edificios públicos. Francisco Jareño es el autor de la Biblioteca Nacional, utilizando el estilo neohelenista en su espectacular fachada, rematada con un frontón triangular. Los diseños del Congreso de los Diputados se deben a Narciso Pascual y Colomer, vinculándose al estilo renacentista. Los leones que guardan la puerta fueron realizados con el bronce de los cañones capturados al enemigo durante la guerra de Africa. En esta centuria también se alza buena parte de los monumentos conmemorativos que salpican calles y plazas de la ciudad. Uno de los primeros fue el dedicado a Cristóbal Colón, levantado por Arturo Mélida y coronado con la estatua del almirante. Durante la I República se abre al público el principal parque de Madrid, el Retiro. Originalmente eran los jardines del Palacio del Buen Retiro, edificio que fue destruido por sucesivos incendios. El parque se irá llenado de diferentes construcciones y monumentos, que no alteran la quietud y tranquilidad que se respira en su interior. Ricardo Bellver diseña el peculiar Monumento al Angel caído, destacando la fuerza, la tensión y la belleza del desnudo representado. El Palacio de Velázquez fue construido para alojar la exposición de minería celebrada en 1883. Tres años después se levantó el Palacio de Cristal como pabellón-estufa de la Exposición de Filipinas. Ricardo Velázquez Bosco es el autor de ambos proyectos. Pero es el Monumento a Alfonso XII la construcción que más llama nuestra atención en el Retiro. Transcurrieron 20 años para su ejecución, trabajando los mejores escultores del momento liderados por Mariano Benlliure. El siglo XX viene definido por el monumentalismo y la fiebre de la altura. Antonio Palacios es el autor del Palacio de Telecomunicaciones. Presenta una fachada cóncava, obligado en parte por la curva de la plaza, creando un atractivo juego de soluciones en los cuerpos altos, que se culmina con la torre central. En su frente se alza el Banco de España, en el que se siguen los modelos palatinos venecianos. La construcción de la Catedral de la Almudena se ha dilatado en el tiempo. El marques de Cubas inició las obras en 1880, siendo concluidas por Fernando Chueca en 1993. Este último solucionaría los principales problemas del diseño inicial: reducción de los volúmenes, aprovechamiento de lo realizado hasta entonces, enlace del templo con su entorno y abandono de las formas neogóticas. Al final de la bulliciosa Gran Vía, una de las zonas más transitadas de la capital, se encuentra la plaza de España, presidida por el monumento a Miguel de Cervantes, que conmemora el tercer centenario del fallecimiento del insigne escritor alcalaíno. Las figuras de don Quijote y Sancho adquieren especial protagonismo en la estructura, al avanzar fuera de la base monumental. Esta plaza se cierra con los edificios más altos de su tiempo, ambos realizados por los hermanos Otamendi. El Edificio España es una torre de 111 metros de altura, con tres niveles de terrazas que alcanzan los 9, 17 y 22 pisos respectivamente. La Torre de Madrid ostentó en su época el título de edificio más alto de España, gracias a sus 30 pisos exteriores y tres subterráneos. Pero la construcción de ambos edificios no frenó el deseo arquitectónico de alcanzar el cielo. En 1976 Antonio Lamela construyó las Torres de Colón, empleando una novedosa técnica: suspender todo el edificio de unos pilares centrales hasta completar los 88 metros de altura. El Paseo de la Castellana se convierte en el centro financiero y de negocios de la capital y allí se elevan los edificios más altos. Sáenz de Oiza es el autor de la sede del BBVA, una torre de 120 metros de altura, con un conjunto de parasoles diseñado para jugar con el efecto de la luz. Ciento trece metros de altura alcanza la Torre Europa, de Miquel Oriol, destacando las formas semicirculares de su planta y las soluciones verticales adoptadas. A su espalda se alza Torre Picasso, hasta el momento el techo de Madrid con sus 157 metros de altura y 43 plantas. Minoru Yamasaki concibió el edificio basándose en la más avanzada tecnología, lo que le convierte en uno de los edificios inteligentes más eficaces de Europa. La Castellana se cierra con las espectaculares Torres KIO, dos torres construidas en metal y cristal, con una altura de 27 pisos e inclinadas 15 grados sobre su eje. Los arquitectos Philip Johnson y John Burgee son los autores del diseño. El viajero quedará impresionado por la monumentalidad y el ritmo trepidante de Madrid. Sin embargo, hará bien en sumergirse en sus calles con calma, descubriendo sus rincones, sintiendo la hospitalidad que honra a sus gentes y gozando de cada momento que brinda la ciudad, características que hacen de Madrid una de las urbes más atractivas del mundo.