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La Hansa teutónica inició su dominio comercial sobre el Báltico gracias al control de la sal, producto indispensable para las pesquerías de arenques de la región. Más tarde comenzó a monopolizar los intercambios entre el Mar del Norte y el Báltico, comerciando con productos ingleses y holandeses (tejidos y especial) y mercancías bálticas (productos primarios). Pero desde 1400 la Hansa tuvo que competir con mercaderes ingleses y holandeses: tal es el caso de la aura pugna comercial de Lübeck contra Amsterdam y Rotterdam. La Hansa influyó sobre el urbanismo local (construcciones en ladrillo), sobre la vida religiosa de la región (cofradías) y sobre los más variados aspectos de la sociedad báltica. La germanización del derecho y de la lengua fueron consecuencias directas del influjo hanseático; según J. Heers el 20 por 100 de los burgueses de Copenhague contaban con un nombre alemán a finales del siglo XIV, porcentaje que asciende al 35 por 100 para la población burguesa de Estocolmo hacia 1460. Los mercaderes hanseáticos compraban en los mercados escandinavos hierro sueco, madera, pieles y pescado. Este último producto era el principal motor de las llamadas Ferias de Escania, articuladas en torno a la ciudad de Falsterbo. Esta localidad era en realidad un mercado estacional al que acudían cada año más de 10.000 visitantes entre hanseáticos, ingleses, flamencos y franceses. Cada nación obtenía del rey de Dinamarca una concesión territorial o vitte, en donde se levantaban campamentos y barracas bajo la protección real. La Hansa frecuentaba otras regiones como las islas de los estrechos daneses (Rugen, Mon, Lolland y Bornholm), Malmö, Trälleborg, Jutlandia (Aalborg, Viborg y Flensburg), Bergen (controlada por Lübeck), Oslo, Stravanger y Tonsberg (controladas por Rostock), la comarca de Wiek y Estonia (Dorpat). La presencia hanseática auspició la creación de algunas corporaciones de artesanos alemanes en los centros de intercambio más relevantes. Este es el caso del gremio de zapateros alemanes de Bergen (1330), del de artesanos germanos de Oslo o de las corporaciones artesanas de Tonsberg y Trondheim.
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La potencialidad de Suecia se mantendría con Carlos XI (1660-1697), cuyo reinado se prolongaría hasta finales de la centuria, cerrándose así el ciclo de esplendor de esta Monarquía nórdica abierto en sus inicios. Cuando heredó el trono el nuevo soberano, hijo del anterior, tan sólo tenía cinco años de edad, originándose por tanto la inevitable y siempre perturbadora etapa de regencia, que en esta ocasión tuvo como elementos destacados a la reina madre y al canciller Magnus La Gardie; período que nuevamente iba a ser aprovechado por la alta aristocracia para seguir ostentando su destacada posición como grupo dominante y para aumentar todavía más sus posesiones territoriales, ya que las necesidades financieras exigidas por las campañas bélicas que estaban desarrollándose obligaban a continuar con las enajenaciones de las tierras realengas, práctica que venía produciéndose desde reinados anteriores y que tanto malestar había venido sembrando en los grupos no privilegiados de la sociedad, ante la abusiva concentración de bienes inmuebles en manos de la nobleza, que por otra parte supo aprovecharse de las dificultades económicas de los campesinos humildes adquiriendo las tierras que éstos se veían obligados a poner en venta. En teoría se habían decidido ya algunas reducciones, es decir, la devolución por parte de la nobleza de las tierras enajenadas en su favor, pero esta medida tardaría aún unos años en poderse poner en práctica, debiéndose esperar a la última fase del reinado de Carlos XI, cuando éste pudo afirmar su absolutismo y, tras contar con el apoyo de los demás estamentos representados en la Dieta, someter a la alta aristocracia. En 1672 el rey había tomado el poder poniendo fin a la regencia, pero tuvo que esperar un decenio para conseguir afianzar su poder soberano. Así pues, en las dos últimas décadas del siglo XVII se produjo el triunfo más evidente del absolutismo monárquico en Suecia, sancionado por la Dieta, en la que la nobleza había perdido su dominio y que acordó la supresión del Consejo de regencia y concedió la libertad de legislar a la Corona sin control alguno. No obstante, en el siguiente reinado todo cambiaría.
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La política exterior de Luis XIV tenía como principal motivación la demostración del poder de Francia y la magnificencia del propio rey. Por ello se fue determinando conforme se presentaban las circunstancias. Sin embargo, es cierto que existían ciertos condicionamientos objetivos que orientaban los intereses exteriores de una manera determinada, aunque en la decisión de adoptar una expeditiva vía militar tuviese gran parte la consecución de gloria personal. Por una parte, Luis XIV heredaba una tradicional rivalidad con los Habsburgo, sobre todo los de Madrid, que había tenido su último acto en la Paz de los Pirineos (1659); por otro, la consecución de unas sólidas fronteras naturales era un viejo anhelo de Richelieu, siempre dejado de lado por otros problemas más urgentes; por último, existía una clara rivalidad económica con las Provincias Unidas. La reorganización del ejército por Le Tellier y su hijo Louvois lo convirtió en el más poderoso de Europa, por su número, su armamento y su disciplina. Vauban, comisario de fortificaciones, construyó un cinturón inexpugnable de fortalezas alrededor del Reino. La marina recibió menor atención, pero aun así la mejora de los puertos, la reactivación de los astilleros y el progreso de la formación de los marinos la hicieron susceptible de enfrentarse victoriosamente ante enemigos navales tan peligrosos como ingleses y holandeses.
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A partir del siglo III a.C. el mundo romano vivirá un contundente proceso de helenización que afecta al ámbito cultural y educativo. Este proceso en un primer momento afectará a los círculos nobiliarios, para irse diluyendo paulatinamente entre el resto de la sociedad. El proceso se acentuará tras la Tercera Guerra Macedónica, al difundirse la utilización del griego entre los miembros de la nobilitas, al tiempo que un amplio número de retóricos y filósofos griegos desembarcan en la península Itálica, muchos de ellos como esclavos. Este acercamiento al mundo helenístico no estuvo exento de polémica, como el decreto de expulsión de todos los filósofos y retóricos griegos que dictó el Senado en el año 161 a.C., expulsiones que se sucederán en el tiempo. Pero a la helenización de la sociedad no se le podía poner freno y el propio Catón, uno de los más encendidos defensores de la tradición romana, estudiará a los maestros griegos. Como es lógico pensar, este proceso de helenización tendrá su reflejo en la educación. Desde los últimos años de la República lo educativo abandona el entorno familiar para convertirse en algo público. Algunos emperadores regularán el proceso educativo o reducirán los impuestos a los gramáticos y retóricos. Vespasiano creará en Roma sendas cátedras de retórica latina y griega. Este mecenazgo pedagógico se extiende desde los emperadores a las aristocracias locales, que también participan de la educación en sus ciudades, financiándola si es necesario.
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En el cuarto año de su reinado el faraón Amenofis IV abandonó Tebas y se estableció en una nueva capital fundada al efecto en el Alto Egipto, cerca de el-Amarna, llamada Akhetatón. El motivo de la salida de Tebas era claro: quería alejarse de los poderosos sacerdotes de Amón e imponer una nueva religión, en la que Atón se convertía en el dios único frente al politeísmo anterior. La nueva religión era, de hecho, una auténtica revolución, pues suponía decantarse a favor del culto al disco solar Atón y abandonar todo el complejo sistema de creencias previo, especialmente el culto a Amón. Con el cambio, el faraón abandonó también su nombre y se hizo llamar Akhenatón, "el esplendor de Atón". Desconocemos el papel que jugaron en esta decisión, si es que lo hicieron, su esposa Nefertiti y su familia, aunque sí sabemos que la ruptura con la tradición supuso un fuerte enfrentamiento. Privilegios, funciones y riquezas les fueron sustraídas a los sacerdotes del clero de Amón; el nombre de este dios fue eliminado de todas las inscripciones, una decisión que va mucho más allá de lo simbólico, dado el carácter mágico de la escritura; todos los funcionarios civiles y religiosos, así como los miembros de la familia, fueron obligados a incorporar el nombre de Atón al suyo propio. La decisión del faraón conllevó fuertes tensiones, debiendo el Estado afrontar revueltas y agresiones exteriores, especialmente de Siria-Palestina. La tensión alcanzó a la pareja real, enfrentando a Akhenatón con su esposa Nefertiti. La muerte del faraón hacia el año 1335 a.C. y la subida al trono, poco después, de Tutankhatón, facilitó una vuelta al viejo dogma religioso. La reforma y sus partidarios se fue debilitando, de tal forma que el joven faraón sólo tuvo que cambiar su nombre por el de Tutankhamón para que todo volviera a su anterior cauce. La capital fundad por Akhenatón fue abandonada tras veinte años de ocupación, aun sin haber sido completada. Las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz objetos interesantes, como el retrato de Nefertiti conservado en el Museo de Berlín, o la cuantiosa correspondencia entre el faraón y algunos territorios de Mesopotamia.
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Existe en Fortuny un acusado respeto por el verismo ambiental y los cuadros que va creando con escenas de mercados, zocos, camelleros, o la impresionante fiesta Corriendo la pólvora, ofrecen una visión que pretende reflejar en lo posible la realidad, ajena a las interpretaciones de corte literario ofrecidas por los pintores románticos. Junto a ellas, El herrador marroquí o Árabe muerto, recogen "con nervio cierto, con apasionado amor, con dignidad por encima del exotismo, el escenario marroquí" (Juan Antonio Gaya Nuño). Obras que suponen una de las mayores aportaciones del artista, tanto en su interpretación como en la manera de concebir y plasmar los valores puramente plásticos de la pintura. El color, la luz, el movimiento adquieren y se presentan con tal exaltación, vivacidad, dinamismo y ritmo, que la pintura orientalista de Fortuny es también -como quiso Delacroix- un auténtico deleite para la vista. A partir de notas y bocetos que trae de Marruecos, realiza toda una serie de acuarelas, grabados, dibujos y óleos, cuyos motivos y técnica brillante, atraen tanto al público como a los propios pintores. Tras regresar de este segundo viaje a África, comienza a destacar en los ambientes comerciales y sus obras y las "hechas a lo Fortuny" dominan el mercado artístico romano durante dos décadas, entre 1865 y 1888. En este período, su influencia no se limita exclusivamente a la que pudo ejercer sobre sus más próximos amigos -José Tapiró, Tomás Moragas, Joaquín Agrasot, Bernardo Ferrándiz, José Jiménez Aranda, Martín Rico, Ricardo y Raimundo de Madrazo, Eduardo Zamacois o el francés Henry Regnault- sino que la moda abierta por su estilo supuso un verdadero fenómeno de consecuencias difíciles de precisar. En 1873, el Gobierno de la Restauración fundaba en Roma la Academia Española de Bellas Artes, cuya dirección pudo ocupar Fortuny. Eduardo Rosales fue, aunque sólo nominalmente debido a su fallecimiento, el primer director de la Academia. Se ofrecía con esta fundación cierto respaldo oficial a la colonia de pintores españoles que, en buena medida atraídos por el éxito de Fortuny, se habían ido instalando en Roma. Pocos años después, en 1881, la inauguración de la Academia en San Pietro in Montorio, reforzará los vínculos establecidos con Italia y facilitará la estancia a nuevos pensionados. Movidos en parte por aquel mercado favorable a la colonia artística española, nuestros pintores seguirán acudiendo a la capital italiana, a pesar de ser París el centro más innovador, donde habían surgido los cauces de la pintura moderna. La fama y éxito de Fortuny se verán reforzadas al abordar otros temas igualmente queridos por la pintura de género, los asuntos de casacón de ambiente rococó. De forma paralela a la pintura orientalista, venía dedicándose a esta otra vertiente representada por el francés Ernest Meissonier (1815-1891) y el alemán Adolf Menzel (1815-1905). A ellos se debía el haber ideado, en parte como réplica a los oficiales cuadros de historia, el llamado "cuadrito de anécdota o tableautin", de asuntos intrascendentes, descripción detallada de lo accesorio, riqueza de colorido y absoluta corrección formal. La acuarela titulada Il Contino fue la primera obra de Fortuny sugerida por la temática rococó. Realizada en 1861, después de conocer en París las pinturas de Meissonier y sus seguidores, se inspira, sin embargo, en el auténtico maestro de la pintura galante, Jean-Antoine Watteau (1684-1720). Dos años después, en 1863, El coleccionista de grabados, del que tendrá que hacer varias versiones, dejaba bien claras las posibilidades comerciales de su meticulosa y a la vez brillante soltura. Los bibliófilos, El botánico, El coleccionista de cerámica volverán a ser nuevas ocasiones en las que comprobar su gusto por los objetos, su minuciosa descripción, el perfecto asesoramiento en cuestiones referentes a indumentaria y marco escenográfico, la gracia con la que sabe presentar a los personajes en gestos y actitudes y la creación de una serie de temas que darán lugar a distintas versiones por parte de sus seguidores. Pero su maravillosa capacidad para ambientar, captar, transmitir, en definitiva escenificar los asuntos, queda fijada en la obra que le dio mayor fama, La Vicaría. Inspirada en Madrid -mientras preparaba su boda con Cecilia de Madrazo, que tuvo lugar en noviembre de 1867- será expuesta tres años más tarde en la capital francesa -sala Goupil- consiguiendo una extensa crítica de uno de los escritores franceses que con mayor pasión había visto a España, Théophile Gautier. Reflejo apasionado del entusiasmo provocado por la obra, el escritor la define acertadamente como "esbozo de Goya retocado por Meissonier". Fortuny superaba al maestro de la pintura de género, al introducir en esa corriente "algo que no poseía la pintura de Meissonier, fría y erudita, dibujística en exceso y sin agrado de color. Fortuny traerá al género la rica herencia de Goya, una refinada sensibilidad de colorista, una ejecución chispeante en la que tantas cosas posteriores están adivinadas, su pasión por la luz y una complacencia excepcional en la materia pictórica" (Enrique Lafuente Ferrari). Con este estilo derivado del tableautin, Fortuny también presentará algunos temas orientales, acuarelas y óleos, como El vendedor de tapices o La matanza de los abencerrajes. Estilo anecdótico y complaciente con el gusto del público, que practicará durante toda su vida pero del que quiso y supo liberarse en los últimos años. Con El jardín de los Arcades y, sobre todo, La elección de modelo, -expuestas en 1874- llegará a un grado absolutamente terminal de virtuosismo técnico.
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Se trata de una épica monumental, nacida también como rechazo de la vanguardia racionalista, que tendría en la arquitectura nazi del Tercer Reich y en el arquitecto Albert Speer sus momentos más elocuentes. Pero la misma vanguardia pareció someterse a la tentación de lo clásico e incluso el Art Déco pudo suplantar el rigor del racionalismo, como ocurre en algunos rascacielos y edificios norteamericanos.Fueron los maestros del racionalismo y del Movimiento Moderno los primeros en diagnosticar la crisis de la tradición recientemente inaugurada. Ninguno de ellos se creyó el Estilo Internacional, salvo quizás con la excepción de Gropius. Un estilo que había entrado en el ámbito de lo banal, como demuestran operaciones tan insólitas como la creación de Brasilia. Su planificador, Lucio Costa, escribía, en 1946, a Le Corbusier que los pilotis del Ministerio de Educación y Sanidad de Río de Janeiro poseían un encanto jónico. Observación que, sin duda, Le Corbusier consideraría desatinada.Ante situaciones semejantes, la arquitectura de los maestros podía replegarse sobre sí misma, como hiciera Mies van der Rohe, o explotar críticamente, haciendo estallar las convicciones del pasado para ponerlas a prueba, como harían Le Corbusier o Wright.El primero de ellos sublima sus propias preocupaciones, se refiere a sí mismo, a sus lenguajes, pero ya no proyecta a partir de principios, sino que los vuelve artísticos, recursos retóricos mientras busca una salida genial o poética. Un momento excepcional en la obra de Le Corbusier lo constituye su Capilla de Nôtre Dame du Haut, en Ronchamp, de 1955. Recién construida, Argan pudo escribir: "¿Es que, después de la machine á habiter, Le Corbusier quiere patentar ahora una machine á prier?" Y ciertamente algo de eso hay en su iglesia.El gesto del proyecto es preciso, como siempre en él: dos curvas contrapuestas, la del techo y la de la colina sobre la que se asienta el edificio. Dentro, la forma de la arquitectura, los materiales, las luces tamizadas por el color neoplástico de las vidrieras, la disposición inclinada del suelo, pretenden dirigir al fiel, también arquitectónicamente, hacia el altar de la Virgen. Una Virgen móvil, como en los aparatos del barroco, que gira según los fieles estén dentro o fuera de la capilla.Sin embargo, Le Corbusier, ajeno al desaliento, siguió buscando la forma de la arquitectura, sin olvidar su propia historia, su incesante innovación lingüística. Así, en su arquitectura vuelven a aparecer viejos temas, tratados con gestos geniales, con la estrategia del zorro, como ha querido llamarla C. Rowe. Una estrategia preocupada por una multiplicidad de estímulos. Si su ciudad no podía ser construida, sus proyectos aún tenían la validez de los objetos artísticos y es ahí donde centró su trabajo. Y memorables ejemplos dejó a los arquitectos.Encontró una salida alimentándose de sí mismo. Una salida que formalmente parecía una escapada del Movimiento Moderno y que fue repetida por muchos arquitectos. Entre las obras que marcan significativamente este período final de la actividad de Le Corbusier cabe destacar el fragmento de utopía que constituye su Unité d'Habitation, construida en Marsella entre 1947 y 1952, vivienda colectiva, con servicios comunes, y un tratamiento brutalista y escultórico del material que habría de tener una enorme influencia en los años siguientes. En el Convento de La Tourette, construido en Eveux, entre 1952 y 1960, consigue ensimismar y hacer tensar al máximo la quietud de su arquitectura, mientras que en su proyecto y edificios para la nueva ciudad de Chandigarh, en la India, esa tensión se relaja, no estalla. Es la poética de lo que él mismo denominó como de la Mano Abierta, relajada, armónica, equilibrada, formalista.
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Históricamente, el siglo XI se inicia en 1031-1035-1037, años en los que se rompe la unidad del mundo musulmán y el califato es sustituido por numerosos reinos de taifas (1031) enfrentados entre sí e incapaces de oponer una resistencia eficaz a los reinos cristianos, aunque también éstos se dividen al distribuir Sancho el Mayor sus dominios entre sus hijos y recuperar la independencia, convertidos en reinos, los condados de Castilla y Aragón (1035); el recién nacido reino de Castilla buscará en la guerra la recuperación de las fronteras de época condal y en Tamarón hallaría la muerte el leonés Vermudo III al que sucede Fernando I de Castilla en nombre de su mujer Sancha, hermana de Vermudo (1037). Con esta unión se inicia el largo proceso de uniones y separaciones que culminará en 1230 con la unión definitiva de Castilla y León bajo la hegemonía del primer reino, puesta de manifiesto en 1065 y en 1157 respectivamente cuando Fernando I y Alfonso VII, al dividir sus dominios, confían al primogénito el reino de Castilla. Fernando I de Castilla considera bienes propios, de los que puede disponer libremente, las tierras conquistadas o incorporadas por él y las distribuirá entre sus hijos reservando al primogénito el reino heredado: Sancho II recibe Castilla, Alfonso VI será rey de León y en Galicia reinará García mientras a las infantas Elvira y Urraca se les da el señorío sobre los monasterios de los reinos. La hegemonía castellana está contrarrestada por el título imperial que corresponde al leonés Alfonso VIy que Fernando I refuerza entregándole el derecho de conquista sobre el reino musulmán de Toledo. La concesión de Toledo al monarca leonés y la vinculación de Badajoz y Sevilla a Galicia cortaban el paso castellano hacia el Sur; por el Oeste, Sancho perdía por decisión paterna Tierra de Campos, incorporada a León, y la expansión hacia el Este, hacia el reino de Zaragoza, chocaba con los intereses de Navarra, reino al que Sancho el Mayor había incorporado tierras castellanas como los Montes de Oca y la Bureba. Ocupar estas zonas, restablecer las fronteras castellanas, será el objetivo de Sancho II quien, en 1067, atacó Navarra y en 1068 derrotó al leonés Alfonso en Llantada; la batalla no fue decisiva y ambos hermanos se unirán momentáneamente para destronar a García de Galicia. Derrotado en Golpejera (1072), Alfonso buscó refugio en Toledo, de donde regresará meses después al ser asesinado Sancho cuando intentaba ocupar Zamora, defendida por la infanta Urraca en nombre de Alfonso. Con la muerte de Sancho, Alfonso reunifica los dominios paternos después de haber jurado en Santa Gadea que no había tenido parte en el asesinato de su hermano. Alfonso VI, rey de León y de Castilla, seguirá las directrices políticas de su padre frente a los musulmanes y las parias seguirán afluyendo al reino hasta que en 1085 Alfonso convirtió en realidad el viejo sueño de los monarcas leoneses: la ocupación de Toledo, ciudad en la que sería restablecida la sede primada como símbolo de la unidad eclesiástica de España, mientras el título imperial utilizado por Alfonso reflejaba la unidad política. A la presencia almorávide que siguió a la ocupación de Toledo se contrapone la entrada en los reinos cristianos de numerosos francos, europeos, que se instalan en los monasterios que jalonan el Camino de Santiago como artesanos, mercaderes y monjes o contribuyen a la defensa del territorio y a la repoblación de las ciudades situadas en el Valle del Duero. Monjes y caballeros adquieren extraordinaria importancia en el reino y mientras entre los primeros se reclutan los abades y obispos de los monasterios y sedes, personajes como Raimundo de Borgoña o Enrique de Lorena se convierten en el brazo derecho del monarca, que les dará a sus hijas Urraca y Teresa en matrimonio, y con ellas los condados de Galicia y Portugal respectivamente. La muerte del heredero varón de Alfonso VI en la batalla de Uclés (1108) dejó como sucesora a Urraca, viuda de Raimundo de Borgoña y madre de un niño de corta edad, Alfonso, que no estaba en condiciones de dirigir el ejército contra los almorávides. La situación militar hizo aconsejable un segundo matrimonio de Urraca y entre los posibles candidatos fue elegido a la muerte de Alfonso (1109) el rey de Navarra y Aragón, Alfonso el Batallador. De haberse afianzado el matrimonio y haber tenido hijos podría haber supuesto la unión de León, Castilla, Navarra y Aragón, pero jamás hubo entendimiento entre los esposos y contra ambos se levantaron, en defensa de los derechos de Alfonso Raimúndez -el hijo de Urraca y Raimundo de Borgoña- los clérigos francos. Tras varios años de guerra civil entre los partidarios de Urraca y los de su marido Alfonso y de enfrentamientos entre los clérigos francos y sus vasallos, que apoyan al monarca navarro para liberarse de la dependencia feudal, el matrimonio fue disuelto por Roma y reconocido como rey Alfonso VII, el hijo de Raimundo de Borgoña, que adoptaría en 1134 el título de Emperador, con un sentido totalmente distinto al de sus antecesores: mientras para éstos el título imperial tiene un valor simbólico vinculado al mundo visigodo, Alfonso VII es por su origen y formación un rey plenamente feudal y se declara emperador porque es rey de reyes, porque entre sus vasallos feudales se encuentran los reyes de Navarra y de Aragón -separados en 1134 a la muerte de Alfonso el Batallador-, los condes de Barcelona, varios reyes musulmanes, y el conde de Portugal, que ha utilizado la guerra civil provocada por el matrimonio de Urraca y Alfonso para actuar en su condado con absoluta independencia, como un rey más, título que adoptará pocos años más tarde. El título imperial de Alfonso y los derechos feudales que reflejaba no sobrevivieron al Emperador, que dividió el reino entre sus hijos: Sancho III sería rey de Castilla y Fernando II de León; la frontera entre ambos reinos, la polémica Tierra de Campos, sería atribuida a Castilla y el Emperador intentaría suavizar las tensiones convirtiéndola en el Infantado, la dote de la infanta Sancha, hermana de Alfonso VII (1157). Pese a la mediación de Sancha, la frontera no fue aceptada y los reyes de León y de Castilla se reunirían en Sahagún (1158) para buscar un acuerdo sobre este punto, para fijar las respectivas zonas de influencia y futura conquista en territorio musulmán y para dividirse el recién nacido reino portugués. Los acuerdos fueron rotos por la muerte, este mismo año, del castellano Sancho III al que sucedería un menor de edad, Alfonso VIII. La minoría, unida a las luchas por el poder entre los nobles divididos en parcialidades dirigidas por los Lara y los Castro, permitirá a Fernando II ocupar Tierra de Campos aliándose a los Castro. Derrotados éstos en Castilla, Fernando concentrará sus fuerzas en la defensa de la zona sur del reino, amenazada por los almohades y por los portugueses, cuyo caudillo Geraldo Sempavor llegó a dominar prácticamente la totalidad de la actual Extremadura. La preferencia dada por el monarca leonés a la frontera sur tiene mucho que ver con Castilla, reino al que se ha incorporado definitivamente Toledo, la sede primada. Mientras Castilla-León-Portugal han permanecido unidos políticamente, poco importa que Toledo sea castellano o leonés pero, al separarse los reinos, quien controle Toledo tendrá indirectamente el control del clero puesto que todas las sedes episcopales dependen de la sede primada. Contra esta intromisión eclesiástica habían reaccionado los portugueses y los catalanes rechazando el primado toledano y restaurando las antiguas metrópolis de Braga y de Tarragona, y contra el riesgo de un control del clero leonés reaccionará Fernando II, ya que en sus dominios no existía un arzobispado del que pudieran depender las sedes leonesas, pues el arzobispo compostelano lo era en cuanto se había trasladado a Santiago la antigua metrópoli emeritense, con carácter provisional, hasta que Mérida fuera ocupada por los cristianos. Si León no ocupaba Mérida, si la ciudad caía en manos de portugueses o de castellanos, la independencia eclesiástica se vería amenazada y con ella la independencia política. Para León era mejor que Extremadura permaneciera en poder de los almohades, y Fernando II no dudará en aliarse a los musulmanes en 1169 para hacer frente a portugueses y castellanos.Castilla, por su parte, amenazada por León en el Oeste y por Navarra y Aragón-Cataluña -unidos en 1137- en el Este, no tardará en firmar la paz con los almohades (1173), que se convierten así en árbitros de la situación y rompen los pactos y alianzas cuando conviene a sus intereses, seguros de que los cinco reinos cristianos no se unirán mientras subsistan los problemas que los enfrentan. Entre 1160 y 1175, Castilla, León y Portugal sufren continuos ataques de los musulmanes y pierden la mayor parte de las zonas conquistadas en los últimos años de Alfonso VII. La unificación de los dominios musulmanes por los almohades a partir de 1172 obligó a poner fin a las querellas internas para hacer frente al peligro común, pero todos los intentos de consolidar las alianzas fracasaron, y sólo en 1197, tras un nuevo ataque almohade, se llegará a una nueva alianza, ratificada esta vez mediante el matrimonio del leonés Alfonso IX, sucesor de Fernando II en 1188, y la castellana Berenguela, hija de Alfonso VIII, que llevaría como dote la zona en litigio, la Tierra de Campos. Este matrimonio, disuelto por razones de parentesco en 1204, hará posible la unión política de ambos reinos en la persona de Fernando III, que recibiría de Berenguela el reino de Castilla al morir sin herederos Enrique I (1217) y sucedería a su padre Alfonso IX de León en 1230. Con esta unificación política se cerraba el período de uniones y separaciones iniciado en 1037 con la aceptación del castellano Fernando I como rey de León cuyos sucesores no pudieron evitar la definitiva separación e independencia de Portugal.
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Del largo exilio de la población judía o Diáspora, existen numerosas muestras, aunque lógicamente muy dispersas. Las sinagogas más importantes se localizan a lo largo de la mitad oriental mediterránea, en lugares como Ostia, Naro, Egina o Dura-Europos, entre otros. También son significativos los cementerios judíos de la antigüedad, como los de Roma y Venosa, en Italia, los de Alejandría y El Yahûdiya, en Egipto, o el de Beit Shearim, en Israel. Por último, los manuscritos más importantes fueron hallados en Qumrán, aunque son notables los de Oxyrrincos y Elefantina, en Egipto. Durante la Edad Media, la expansión judía fue mayor, alcanzado a todo el Mediterráneo y Europa. Son muy numerosos los restos de sinagogas medievales, destacando las de Toledo, Gerona, Palma, Ruán, Venecia, Praga o Siracusa. También importantes son las de Djerba y El Cairo, en Africa. Muy significativos son los cementerios de Praga y Cracovia, mientras que, finalmente, son numerosos los lugares en que se conservan manuscritos de este periodo, como Oxford, Cambridge, París, Amsterdam o Budapest, entre otros muchos.
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Como venía sucediendo desde la fase Locona varias tradiciones confluyeron en el sur-suroeste de Mesoamérica, las cuales se uniformizaron en parte entre el 1.200 y el 400 a.C. por la acción olmeca. Esta región está llamada a recoger su herencia y a tener un acelerado desarrollo, que se hará común al menos en lo que se refiere a su estilo artístico y al simbolismo, ambos de fuertes raíces olmecoides. En Cerro de las Mesas (600 a.C.) y en Tres Zapotes es donde resulta más palpable la influencia olmeca, hasta el punto de que estos sitios contienen plataformas de tierra planificadas en torno a patios con grandes monumentos tallados. Los dos presentan, al final de su evolución en la primera centuria antes de nuestra era, la utilización de calendarios y de un sistema de cuenta y de escritura jeroglífica. Izapa es un pequeño asentamiento de tradición Ocós durante el Formativo Temprano que se transformó en un gran centro regional a finales del período. En él se desarrolló el más pujante estilo artístico de Mesoamérica durante la etapa. Aunque se desconoce bastante su arquitectura, el mapa del sitio contiene ocho grupos monumentales dispuestos en torno a patios. En el interior de cada patio se colocaron gran cantidad de monumentos de piedra, incluyendo agrupaciones de estela y altar, tronos y esculturas en bulto redondo de diversa naturaleza. En estos monumentos las escenas más importantes tratan de la glorificación de los gobernantes divinos, así como de cosmologías y escenas de creación, fertilidad, ciclos de vida y acontecimientos astronómicos. Todo ello colocado en un estilo narrativo que, aun preservando elementos olmecas, se puede considerar un claro antecedente de las formas mayas. Por otra parte, bloques glíficos asociados a estas tallas remiten a una relación cercana con Tres Zapotes, sancionando el poder de las figuras representadas, una práctica que a partir de estos momentos se generalizará en el sureste de Mesoamérica. Otros sitios, como Abaj Takalik y El Baúl tienen similares características, siendo formas regionales del mismo estilo. Un centro de singular importancia por su localización y por su evolución cultural fue Kaminaljuyú. Se pobló a finales del Formativo Temprano, y con el tiempo también desarrolló un estilo regional propio, sin duda consecuencia de la simbiosis de su evolución, típica de altiplano, con Izapa v otros centros de la costa. Sus conexiones con el arte maya son aún superiores, en particular la naturaleza histórica de sus representaciones escultóricas en las que se remite continuamente a la glorificación del gobernante. En esta época Kaminaljuvú se transformó en la cabecera de una jefatura compleja, aglutinando a otros centros menores del valle de Guatemala. Buena parte de esta complejidad política se debe al control de la cantera de obsidiana de El Chayal, de vital importancia estratégica en relación con el comercio mesoamericano. Chalchuapa, Chiapa de Corzo y otros centros inmediatamente ainteriores al Clásico se pueden considerar herederos de la cultura olmeca, y elaboraron sistemas de vida regionales pero a la vez tuvieron estilos artísticos conectados entre sí.