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Entre 1914 y 1918 se desarrolló uno de los acontecimientos más decisivos de la historia del siglo XX: la I Guerra Mundial. El afán de las potencias por extender su dominio colonial, las rivalidades entre naciones como Francia y Alemania, y el auge de los nacionalismos e imperialismos son las causas principales de tan devastador conflicto. Por primera vez, la guerra se extendió a lo largo de los cinco continentes. Alemania, Austria-Hungría y el Imperio Turco, con sus colonias, formaron una alianza, a la que se enfrentaron Gran Bretaña, Francia y Rusia, con sus colonias y la incorporación posterior de un buen número de países. La guerra concluía el 11 de noviembre de 1918, dejando atrás un espectáculo horroroso de millones de muertos, heridos e inválidos. En ella se habían probado armas de inmenso potencial dañino, como los tanques, la aviación o los gases tóxicos. Las pérdidas económicas fueron también inmensas. Los contemporáneos pensaron que la Gran Guerra, como fue llamada, habría de ser la última, "la guerra que pusiera fin a todas las guerras". Sin embargo, para desgracia de todos, no tardarían mucho en darse cuenta de su equivocación.
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La mañana del 8 de septiembre, una gran flota desembarco al mando del general americano Mark Clark, que había zarpado de los puertos de Sicilia y Argelia, se dirigía hacia el Golfo de Salerno. A bordo de las 463 unidades, 100.000 soldados ingleses y 70.000 americanos vivían las horas de la tensión previas al desembarco. Los soldados sabían que eran los protagonistas del primer gran asalto a la "fortaleza de Europa". Todos a bordo, incluidos los oficiales, eran completamente ignorantes de lo que había ocurrido aquellos días entre los mandos aliados y los mandos italianos. Ignoraban que Italia se había rendido en secreto algunos días antes, es decir, el 3 de septiembre.Ignoraban que en breve se haría pública la noticia del armisticio y que el ejercito italiano sería invitado por Badoglio a no seguir combatiendo contra los aliados. Ignoraban, en fin, que la liberación de gran parte de Italia iba íntimamente unida al éxito de su empresa. Iban a desembarcar convencidos de encontrar una tenaz resistencia por parte de las fuerzas italianas, además de las alemanas. De repente, la tensión que reinaba a bordo desde hacía muchas horas se rompió mediante una comunicación radiofónica. A las 19: 20 horas del 8 de septiembre de 1943, cuando la costa de Salerno estaba ya a la vista, las radios de abordo transmitieron la noticia: "El gobierno italiano ha firmado la rendición incondicional". La noticia fue totalmente inesperada: los soldados daban saltos de alegría y bailaban en los puentes. ¡La guerra con Italia había terminado!. Ya nadie pensaba en los peligros del desembarco. Todos estaban convencidos de que en vez de una batalla en Salerno, lo que les esperaba era una multitud en fiesta.
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El monumento más conocido de China es su Gran Muralla. Con una longitud actual de 2.950 km., se extiende desde el mar Bohai, en el este, hasta el desierto de Gobi en el oeste. La Gran Muralla, wanli changcheng o La Muralla de Diez Mil Li de longitud, fue comenzada a construir entre los siglos V y IV a.C. El motivo fue proteger sus territorios de las continuas incursiones de sus rivales y de los pueblos nómadas del noroeste. Después de que fuera unificada toda China, en el siglo III a.C. Qinshi Huangdi, primer emperador de la dinastía Qin, unió las murallas levantadas en el norte, con lo que se formó así la Gran Muralla, que llegó a medir más de 5.000 km. de largo. Posteriormente, el muro fue reparado y reconstruido por numerosas dinastías. La Gran Muralla en su recorrido está jalonada de torreones, utilizados como postes de comunicación, pasos o puertas fortificadas, atalayas y torres. Aproximadamente cada 120 m se levanta una torre de defensa, que en su conjunto suman 25.000. La estructura de la Gran Muralla es imponente. Miles de obreros la levantaron con tierra, piedra, madera y cerámica. Aunque las dimensiones varían en los distintos tramos, la altura media de los muros alcanza los 7 u 8 metros, mientras que el grueso de 6,5 metros de la base se estrecha hasta los 5,8 metros en la cumbre.
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En conclusión, el Museo queda dispuesto como tres edificios estrechos y profundos, con tres entradas, ninguna preferente para el edificio como totalidad, sino específicas para cada programa parcial, características para cada destino funcional. De este modo se entiende la ausencia, a veces criticada, de una gran escalera interior en la obra de Villanueva. El edificio tenía varias, pero pequeñas y casi privadas, escondidas, sin ninguna presencia evidente. La gran escalera de conexión vertical no existía simplemente porque no era necesaria. Cada uso desarrolla en la profundidad horizontal de su propio estrato un esquema de funcionamiento interno en el que se produce una circulación obligada de ida y vuelta, de salida y entrada por el mismo, único y particular acceso. La planta de la Academia de Ciencias se recorrería por un itinerario perimetral que, desde el zaguán sur, bordea el patio y la primera sala rotonda y conduce a través de unas arquerías laterales -en los lados de levante (hoy desaparecida) y poniente, que rodean dos amplias salas de estudio como si de patios cubiertos se tratase- hasta la rotonda del extremo norte, que se encarga de devolvernos de nuevo hacia la entrada en un recorrido paralelo alternativo, de sentido contrario al anterior. A la Galería de Historia Natural se accedería mediante una rampa curva, de acuerdo con el proyecto de Villanueva, desde el nivel del Paseo del Prado. El itinerario del recorrido en este caso se inicia desde la rotonda de columnas para pasar a una antesala y a la gran galería, que cierra su perspectiva en una nueva rotonda asomándose al patio desde un gran ventanal. Aquella rampa curva tenía una singular importancia para la concepción de Villanueva; era el mejor instrumento, por la naturalidad con que relacionaba el nivel del Paseo del Prado directamente con la entrada a la Galería, para evitar la necesidad de una escalera principal a la que, en rigor, sustituía sin perturbar con su presencia las funciones propias de la Academia, al margen de ella y sin condicionar su distribución con una servidumbre ajena a su propio programa. De esta forma, mientras que en la planta de la Academia se sitúan las circulaciones en el perímetro para mantener los espacios servidos al margen de esos movimientos, en la Galería todo el espacio lineal que desarrolla el ámbito para la exposición de objetos de Historia Natural es espacio para la circulación, como corresponde a su aptitud programática. En ambos casos el esquema de circulaciones interiores tiene forma de fondo de saco, cerrado en su extremo por una forma espacial rotonda, que con su geometría circular devuelve al mismo itinerario, ahora a la inversa, hacia la salida. Al Salón de Juntas para la Academia de San Fernando, o para la propia Academia de Ciencias Naturales, se accedería desde el gran pórtico dórico de poniente, un pórtico semiexcavado en el edificio, cubierto con una bóveda esquifada, que da paso a una rotonda que actúa como zaguán interior, cubierto con una cúpula rebajada en carpanel, una pieza que es también el centro de articulación de las circulaciones de la Academia -dato que tendrá una curiosa trascendencia, como veremos al comentar la disposición de los órdenes clásicos en el edificio-, y de éste a la secularidad sala basilical, de columnas corintias en el proyecto de Villanueva, que es específicamente, retomando su originario destino civil, el lugar de asamblea de la comunidad académica, una basílica absidal que cierra el itinerario de circulación con un deambulatorio semicircular. Nuevamente un fondo de saco rotondo. Otro asunto peculiar del edificio de Villanueva es su modo de utilizar los órdenes clásicos como procedimiento de diferenciación de aquel sistema de superposiciones y maclas espaciales en el que he intentado reconocer la autonomía de los estratos que lo ordenan por la continuidad de las circulaciones interiores. Cómo se manifiestan figurativamente esos estratos al exterior es algo que los órdenes se encargan también de resolver con la fragmentaria horizontalidad de sus desarrollos. El caso del piso destinado a Galería de Historia Natural es el más claro; todo él se expresa y se caracteriza en jónico: el dístilo de la entrada norte, la rotonda inmediata, las cuatro columnas centrales del espacio asimilable al coro de la basílica y la galería acristalada hacia el Paseo del Prado, que traslada al exterior como por transparencia la lateralidad del recorrido y el sentido lineal de la articulada continuidad interna de la galería hasta llegar al punto de retorno de la sala rotonda que se asoma el patio. La planta baja destinada a la Academia de Ciencias no contiene orden clásico alguno ni en el interior ni en el exterior. Toda ella responde a un esquema murario, propio de su sentido y carácter basamental, incluyendo ese ritmo intermitente de arcos y hornacinas que aligeran su fábrica y soportan la galería jónica hacia el Paseo del Prado. En su fachada, frente al Botánico, encontramos la gran puerta de acceso con las ménsulas de escamas que sostienen un guardapolvos como piso del balcón del pórtico corintio superpuesto. Con este pórtico aflora al exterior una particularidad del proyecto de Villanueva: la entrada de la Academia sirve de acceso al zaguán rotondo que articula su centro y que actúa también como nártex de la basílica, espacio que precede el Salón de Juntas, basílica de orden corintio en la concepción del arquitecto. La existencia de ese espacio compartido se traslada a la fachada sur mediante el pórtico corintio, revelando que desde la entrada particular de la Academia existe una posibilidad alternativa de entrada al lugar de sus juntas y ello es legible desde el exterior gracias al orden clásico que lo anuncia. Finalmente, el edificio transversal destinado a Salón de juntas reúne una síntesis de los tres órdenes clásicos del Museo como totalidad con el dórico gigante de su pórtico exterior como rasgo característico. El significado de la simultaneidad de los órdenes nos habla de este cuerpo como eslabón central de una cadena de cinco, pieza de engarce de las dos plantas bajas dedicadas a Galería y Academia, única parte frontalizada respecto al Paseo y que contiene las leyes que generan y rigen la totalidad. Sin embargo, su acento heroico y dominante, que consigue frontalizar finalmente todo el edificio, es tan solo aparente. Otros centros disuelven su jerarquía como focos alternativos con un énfasis aún más trascendente para el interior y para que el espacio, el gran protagonista del Museo, a veces compartimentado, a veces focalizado, a veces interpenetrado, revele la virtud de sus efectos por la diversidad formal, la movilidad volumétrica y la heterogeneidad figurativa de sus miembros. Ya se dijo que la construcción no fue concluida en vida de su arquitecto. Faltaban por cerrar las bóvedas de la gran galería, cubierta con una armadura provisional; la fábrica envolvente de la sala basilical estaba construida hasta el nivel de la segunda imposta, a falta del último cuerpo de enlace con la cornisa general, vacía y sin cubrir en su interior, aunque quedaron labradas las bases corintias de columnas y retropilastras. En esta situación fue ocupado el edificio por las tropas francesas y Villanueva tuvo que asistir, a pesar de su nombramiento como arquitecto mayor inspector de las obras reales de José Bonaparte, a la ruina parcial de su mejor obra, provocada por el ejército intruso.
obra
De origen campesino, Hokusai llega a conocer grabados holandeses que le permiten dominar la perspectiva y el claroscuro. Será conocido en Europa a partir de la Exposición de París en 1867. Es uno de los creadores más asombrosos del siglo XX. Sus grabados, al igual que los de otros grabadores japoneses, fueron importados a Paris a mitad del siglo 19. Allí fueron coleccionados con entusiasmo, especialmente por artistas impresionistas como Claude Monet, Edgar Degas y Henri Toulouse-Lautrec cuya obra fue profundamente influenciada por ellos.
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Desde 1935, Polonia estaba regida por una Constitución autoritaria, hechura del régimen de los coroneles regido por Pilsudski, que falleció aquel mismo año, dejando tras de sí un Gobierno militarista y conservador. Hitler, que reclamaba Danzig y un paso a través del corredor polaco, chocaba con la inquebrantable oposición de los gobernantes de Varsovia, confiados en Chamberlain, que había prometido ayudarles aunque, hasta entonces, Londres y París habían mantenido la paz en Europa a costa de ceder ante todas las pretensiones de Hitler. Este, tras anexionarse Austria en 1938, esperaba contar con la alianza de la URSS, con la que mantenía algunos acuerdos establecidos durante la República de Weimar: los alemanes fabricaban armas en territorio ruso, que estaban prohibidas a la Reichswehr por el tratado de Versalles y, a cambio, ayudaban a la industria militar soviética. Buenas y contradictorias relaciones que se ampliaron, el 2 de agosto de 1939, con un acuerdo sobre Polonia y, el 23, con un pacto de no agresión. La firmeza polaca frente a Hitler se alentaba con su historia de enfrentamientos con los vecinos y el recuerdo de la victoria sobre las fuerzas soviéticas en 1920. La doctrina de su Estado Mayor derivaba de la victoria francesa en 1918, que convirtió a la Ecole Superiéure de Guerre de París en la máxima autoridad de las ciencias militares. Acabada la Gran Guerra, todos los Ejércitos enviaron a París a sus oficiales más distinguidos, a fin de ampliar estudios pero ya en 1939, las teorías de la Ecole resultaban obsoletas ante las posibilidades de la aviación y los blindados; los tratadistas tradicionales ignoraban que el motor de gasolina inauguraba una nueva era de la táctica. Efectivamente, nacía una guerra moderna, que era hija de la industria. Sin embargo, Polonia era un país agrario cuyo Ejército ni siquiera podía aplicar las ideas francesas a sus anticuadas tropas, que apenas contaban con blindados, cañones antiaéreos y contracarros. Como si fueran los tiempos de Napoleón, el orgullo militar polaco descansaba en sus tres regimientos de caballería ligera, 27 de ulanos y 10 de cazadores, más propios de las páginas de Víctor Hugo que de un plan de operaciones de 1939. En todos los Ejércitos del mundo, los oficiales amaban a los caballos y difícilmente se resignaban a olvidar su gallarda presencia. La polémica caballo-motor llenaba páginas de las revistas militares pero, en las grandes potencias, la caballería de sangre dejaba paso a las motocicletas, los automóviles y los blindados. Polonia, en cambio, mantenía el mito caballeresco, ante la imposibilidad de contar con medios más modernos. Muchos de sus oficiales oponían el valor y la tradición, que eran gratis, a la gasolina y la mecánica, que Polonia no podía pagar. Aunque, por nada del mundo, los generales, que dominaban el Gobierno, habrían desviado el presupuesto en favor de los automóviles, los tanques y los aviones, perjudicando a los viejos regimientos a caballo, que llenaban sus sentimientos de soldados arcaicos y heroicos, guardianes de la Polonia campesina y católica. Para protegerse de un ataque alemán, a través de la amplia y practicable frontera, el Ejército polaco debía establecer una línea fortificada atrasada, en la línea Vístula-San, y abandonar regiones consideradas vitales. Pero los generales deseaban preservar la totalidad del territorio, aunque la táctica aconsejara lo contrario. Confiados en sus propias tropas y en la protección de los aliados occidentales, se fortificaron en una línea demasiado próxima a la frontera alemana. Si las tropas de Hitler lograban romperla, sus fuerzas motorizadas tendrían abierta la llanura polaca. El país estaba inerme, a pesar de disponer de una gran reserva de tropas, que el Gobierno había concentrado entre Lodz y Varsovia, pero sin bastante capacidad de maniobra para contraatacar con presteza.
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Nos encontramos en la Gran Galería de la Pirámide de Kheops, obra maestra de la arquitectura egipcia. Tiene una longitud de 47 metros y una altura aproximada de 8 metros, con una inclinación máxima de 30 grados. Sus paredes son escalonadas hacia el interior, formadas por bloques superpuestos con tal precisión que cada uno sobresale 6 centímetros por hilera. Esta estructura será utilizada aquí por última vez. Los huecos que se aprecia a lo largo de los zócalos laterales servían como anclaje del armazón de madera que, a modo de andamio, emplearon para construir la estructura del pasillo, siendo retirados una vez finalizada la obra. La galería acaba en una antecámara que originalmente estaba cerrada por tres compuertas de granito cuya finalidad era sellar el acceso a la cámara del rey, situada a continuación. Esta estancia mide 10,45 metros de longitud, 5,20 de anchura y 5,80 de altura. El techo está formado por nueve lastras de granito cuyo peso total se calcula en unas 400 toneladas. El sarcófago era monolítico, de granito rojo y se situaba en la pared oeste. Se piensa que, debido a sus dimensiones, tuvo que ser introducido durante la construcción ya que no cabe por el pasillo.
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Entre los años 58-56, César venció a los helvéticos, al suevo Ariovisto, a los belgas... y a varias tribus galas, como vénetos o aquitanos, que se levantaron en medio de aquellas crisis, que parecieron quedar solucionadas en 55 a.C. Pero la pesada mano de la dominación, las requisas y exigencias y la insolencia romana provocaron continuas sublevaciones posteriores, a las que César reaccionó con la aplicación del puro y simple terror. El ejemplar castigo de Acón, un dirigente de los senones, capturado por César y ejecutado según la costumbre romana -tras ser atado a un poste fue azotado con varas y luego decapitado-, consiguió arrinconar los particularismos galos y provocar una sublevación, gestada en secretos conciliábulos de los druidas. El foco principal surgió en la Galia central y recibió un último impulso por la ausencia de César, precipitadamente obligado a regresar a Roma, ante la grave coyuntura política provocada por las luchas de facciones. Los conjurados comprendieron que había que aprovechar el momento antes de que el procónsul volviera a ponerse al frente de sus legiones, confiadas mientras tanto a su lugarteniente Labieno. Fueron los carnutos de la región de Chartres los que dieron la señal del estallido con la matanza, en un día fijado, durante el invierno de 53-52 a.C., de los funcionarios y comerciantes romanos de la ciudad más próxima, Cenabum (Orleans). Pero serían los arvernos, la tribu más populosa del Macizo Central, quienes se erigirían en cabeza de la rebelión bajo la guía de Vercingétorix. Este caudillo, nacido hacia 72 a.C., era hijo de Celtilo, un influyente jefe arverno, poco antes ejecutado por sus compatriotas bajo la acusación de pretender alzarse con la dignidad real. Seguramente Vercingétorix estuvo enrolado como auxiliar en el ejército de César, donde aprendió las tácticas romanas, y también trató de alzarse con el poder, pero fracasó en su propósito ante la oposición conjunta de los otros jefes, entre ellos, su propio tío Gobannicio, que lo expulsaron de la capital, Gergovia (Clermont-Ferrand). Resuelto no obstante a obtener el liderazgo sobre su pueblo, Vercingétorix reclutó en el campo un nutrido grupo de partidarios -vagabundos y facinerosos los llama César- y con ellos regresó para deponer a sus adversarios y proclamarse rey. Inmediatamente se convirtió en alma de la revuelta. La mayor parte de los pueblos entre el Loira y el Garona, así como las tribus atlánticas del noroeste, se le unieron y Vercingétorix les exigió rehenes y soldados sobre todo, de caballería, a los que entrenó concienzudamente y con un extremo rigor: las faltas graves significaban la muerte; las leves, la amputación de las orejas o de un ojo y el regreso a su tribu para servir de ejemplo y advertencia. Con este ejército podía ya poner en marcha su plan: atacar a los romanos en la Galia Narbonense para alejar la guerra de sus tierras del centro del territorio galo; entre tanto, debería aumentar la magnitud de la rebelión atrayendo, de grado o por fuerza, al resto de las tribus galas neutrales o prorromanas. Mientras él mismo conducía parte del ejército hacia territorio de los bitúriges, para liberarlos de la influencia que ejercían sobre ellos lo prorromanos, otro jefe insurrecto, Lucterio, debía lanzarse contra las fronteras de la Narbonense (apuntando directamente a su capital). Hacia allí acudió presuroso César, que con una cadena de fortificaciones impidió la entrada de Lucterio en ese territorio. A continuación, el romano atravesó los Cevennes por desfiladeros cubiertos de nieve para caer de improviso sobre territorio averno. Las esperanzas de Vercingétorix, que creía a salvo a su pueblo, protegido tras la imponente muralla natural, se vinieron abajo, forzándolo a acudir en su defensa. Los rebeldes habían fracasado, pero tampoco César estaba preparado para una campaña inmediata: lo impedía el invierno, que dificultaba transportes y avituallamiento. Los bitúriges habían unido a la confederación y, reforzado por esta adhesión, el caudillo galo se dirigió contra, Gorgobina, una ciudad aliada de los romanos en la confluencia del Loira y el Allier, para obligar a Cesar a alejarse de sus bases si, como esperaba, acudía en socorro de la ciudad. Efectivamente, César hubo de ponerse en marcha sometiendo a su paso la ciudad de Cenabum, que entregó al saqueo en venganza por los ciudadanos romanos asesinados entre sus muros a comienzos de la revuelta, y apareció en territorio de los bitúriges, obligando a Vercingétorix a abandonar el asedio de Gorgovina para acudir en auxilio de sus nuevos aliados.
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No es el propósito de este trabajo pasar revista a todas las novedades artísticas que supuso para Hispania la incorporación al Imperio Romano, entre otras cosas porque sería tanto como hablar de todo el arte romano, y no tendrían cabida en estas pocas páginas. Pero merece la pena dedicar, como final, una atención específica a la arquitectura, por su importancia en Roma, y por las peculiaridades que sus manifestaciones adquieren en Hispania, debido a una compleja serie de fenómenos.Todos los tratadistas están de acuerdo en que la arquitectura tuvo en Roma una importancia excepcional, no sólo por comparación con las otras artes -como la escultura y la pintura- en las que la deuda con Grecia era enorme e insuperable, sino en términos absolutos. Roma dio la más alta medida de su capacidad creativa, en lo artístico y en lo tecnológico, y abrió una etapa nueva en la historia de la arquitectura, con el desarrollo de la concepción occidental del espacio arquitectónico, dicho en palabras del gran especialista Sigfried Giedion. Si Grecia revolucionó la escultura, Roma hizo otro tanto con la arquitectura, basada en lo esencial en una audaz concepción del espacio interior, modelado con las enormes posibilidades que se imprimió a las cubriciones con arcos y bóvedas. Baste como ejemplo de ello un edificio emblemático como el Panteón de Roma, creación de época adrianea, considerado una de las cumbres de la arquitectura de todas las épocas. Al servicio de su insuperable ambición arquitectónica puso Roma una tecnología revolucionaria, basada en el empleo de materiales nuevos, como el hormigón -el opus caementicium- y el ladrillo, que se añaden a la gran experiencia heredada, representada por el uso de la piedra, en diferentes tipos de paramentos, y de otros materiales. En Hispania, la combinación de una tradición prerromana bastante pobre en general en el terreno de la gran arquitectura, con la excepcionalidad de la arquitectura romana, hace que la romanización en este terreno tenga medidas superlativas. Las culturas ibéricas, en efecto, tuvieron una modesta arquitectura, y en las etapas prerromanas casi sólo cabe buscar en Hispania creaciones de alguna notoriedad en el ámbito de las colonias griegas y en el mundo púnico; aquí, sobre todo, en las fases últimas y en las zonas especialmente afectadas por la dominación de los Barca. La arquitectura defensiva de Carmona, en la Puerta de Sevilla, cuyo bastión central es reconocido como púnico helenístico tras los trabajos de Alfonso Jiménez, advierte acerca de un posible gran desarrollo puntual de la arquitectura helenística antes de la romanización. Quizá Cartagena guarde algún testimonio de lo que debió de ser una gran ciudad, con importantes edificios religiosos y palaciegos, de lo que dejan constancia los autores antiguos que describen Cartago Nova. Pero al margen de ello, la romanización se presenta como un flujo extraordinario de novedades arquitectónicas. Como en el resto del Imperio, en Hispania tuvieron amplio campo de acción los fenómenos que desencadenaron la particular carrera arquitectónica que se desarrolló en el seno de la civilización romana. Muy sintética y simplificadamente, puede explicarse de la siguiente manera el origen de aquellos fenómenos: Roma se consolidó como una gran potencia en Italia cuando todavía era una modesta ciudad, en su organización urbanística y en su arquitectura, modestia que se hacía tanto más evidente -e hiriente a los ojos de las oligarquías romanas- cuanto más intensos fueron los contactos con las florecientes y hermosas ciudades griegas del sur de Italia y de Sicilia, sobre las que Roma, además, ejercía su dominio. En los dirigentes de Roma arraigó una obsesión: la de equiparar su ciudad con las griegas, y una de las preocupaciones, de las obligaciones principales de los líderes romanos, pasó a ser la de construir, la de dignificar la apariencia de Roma sufragando obras públicas. Es el fenómeno del evergetismo, referido a la condición de evergeta -protector- de la ciudad, consustancial a todo personaje principal, a todo cargo público. Como lógico corolario, una de las mejores formas de garantizarse la popularidad y el éxito político era la de quedar asociado a una construcción importante. Escribe Bernard Andreae que ya en el siglo II a. C., las grandes familias de la nobleza habían comprendido la fuerza propagandística incomparable que emanaba de los grandes edificios. Pocos ejemplos tan apropiados de esta idea como una enorme inscripción, con letras de bronce, que unos ascendientes de Trajano hicieron poner al pie del escenario del teatro de Itálica, en recuerdo de las obras y las esculturas que costearon para el teatro mismo. Así se consolidó la trayectoria política de una familia que colocaría nada menos que en el mismo trono del Imperio a uno de sus miembros. Cargada la arquitectura de significación política e ideológica, su proyección en las provincias quedaría marcada por ello, convertida en una más de las vías de propaganda de Roma. En Hispania se percibe una tendencia común a los ambientes provincianos a imprimir cierto gigantismo a los monumentos, en razón de las cualidades ideológicas con que Roma los revestía. Algunas obras de ingeniería, como los puentes o los acueductos, adquieren en Hispania la inusitada dimensión que tienen, por ejemplo, el puente de Alcántara o los acueductos de Segovia o de Mérida.Todo se comprende mejor al leer la insistencia de Estrabón en enaltecer las obras públicas romanas frente a las inertes construcciones griegas, o las recomendaciones de Plinio el Viejo a Trajano para que construyera un acueducto en Nicomedia, haciéndole ver que tanto la utilidad de la obra como su belleza serían dignísimas de su reinado. O bastaría, para lo que comento, recordar la inscripción que fue grabada en el templito que preside el mencionado puente de Alcántara, que entre otras cosas, decía: "El puente, destinado a durar por siempre en los siglos del mundo, lo hizo Lácer, famoso por su divino arte. El mismo levantó este templo a los divinos Romúleos y a César -los emperadores muertos y el reinante, que era Trajano-. Tanto por lo uno como por lo otro su obra es acreedora del favor celestial. Quien ha erigido este enorme puente, con su vasta mole, rindió honor y satisfacción a los dioses". Todo se combina para que ciertos edificios de provincias alcancen magnitudes excepcionales. Hispania proporciona magníficos ejemplos en edificios oficiales o públicos como los enormes foros de Tarraco, o el foro de Valeria (Cuenca), una sencilla ciudad del interior donde sorprende encontrar ingentes obras de aterrazamiento y la construcción de uno de los ninfeos con fachada monumental más grandes del Imperio. Y lo mismo puede verse en el ámbito de la arquitectura privada, de forma que en Iulipa (Zalamea de la Serena, Badajoz), se encuentra el más grande distylo sepulcral conocido en el Imperio, una tumba de prestigio consistente en un alto basamento coronado por dos gigantescas columnas. Pero además de estos rasgos de provincianismo o de localismo de carácter genérico, la arquitectura romana de Hispania muestra caracteres propios por los enormes imperativos técnicos y de disponibilidad de materiales inherentes a la arquitectura. Por una parte, la dureza y escasa calidad para la labra de detalles de muchas de las rocas disponibles en España, como el granito, la diorita, ciertas calizas, y otras, obligaron a construir con formas sobrias, en las que predominan los elementos arquitectónicos masivos, poco articulados o trabajados, como parece probar el apego a las molduras de "cyma reversa" y otros elementos de configuración parecida. Pudo ser una tendencia obligada que terminó por constituir una nota deliberada de estilo, de lo que vuelve a ser un buen ejemplo la sobria arquitectura empleada en el conjunto que compone el puente de Alcántara, con el arco y el templete. Aparte de esta problemática tendencia, sí es claro que en Hispania no pudieron utilizarse los mismos tipos de paramentos y de materiales que en Roma. Aquí y en su entorno inmediato, por ejemplo, la epidermis de las obras de hormigón, el opus caementicium, se fue organizando mediante diferentes tipos de aparejos que contribuían a aumentar la solidez del edificio, y a facilitar el aporte y la colocación de los materiales mediante su fabricación en serie. Así, la forma más natural y menos resistente, la del opus incertum, fue siendo sustituida por paramentos regulares perfectamente ensamblados, primero del llamado opus reticulatum, que se impuso en el siglo I a. C. y en el I d. C y es abundantísimo en Roma o en ciudades como Pompeya; desde época de Augusto fue siendo sustituido con ventaja por paramentos de ladrillo, el opus testaceum, en uso a partir de Augusto y abundante sobre todo desde los Julio Claudios. En Hispania, sin embargo, el opus reticulatum es excepcional, y aparte de alguna esporádica aparición en Ampurias o en Gades, el único edificio hispano construido con reticulatum que se conoce es la llamada Torre Ciega de Cartagena, un monumento funerario construido a fines de la República o en época de Augusto, según el reciente estudio que le ha dedicado Lorenzo Abad. El opus testaceum, por su parte, es de uso relativamente escaso y tardío en nuestra Península. En ciudades como Tarraco, pese a su importancia y al desarrollo del ingente programa constructivo de los foros y del circo, realizados en el siglo I d. C., el ladrillo no se empleó, y está prácticamente ausente en muchas otras ciudades hispanas. Donde está documentado con mayor abundancia, por ejemplo en Itálica o en Mérida, su uso parece que no es anterior a la época de los Flavios y empezó a divulgarse, sobre todo, con Trajano y Adriano. Se va comprobando que en Hispania, los paramentos más usados, junto al opus quadratum -obra de sillares- fueron el opus incertum, que ensambla piedras irregulares (abunda, por ejemplo, en Mérida), y la mampostería de piedras menudas y forma prismática, alineadas en hiladas o bandas bastante regulares, de donde el nombre de opus vittatum con que se lo denomina. De éstas y otras facetas de las particularidades constructivas de la Hispania romana, venimos ocupándonos hace unos años, para tratar de determinar los rasgos que caracterizan a la arquitectura hispanorromana. Se desprenden no pocas peculiaridades, en los materiales, en los ritmos de penetración de las corrientes y modas romanas, y también notas específicas derivadas de tradiciones locales o llegadas por diferentes cauces, como se comprueba en la metrología, a menudo distinta de la romana, según estudios recientes de Lourdes Roldán.