La representación de dioses romanos sobre monedas acuñadas en cecas de Hispania es muy abundante: Júpiter, Apolo, Neptuno, Mercurio, Marte, Helios/Sol, Vulcano, Hércules, etc. Como han visto bien Chaves-Marín Ceballos, desde la época de la II Guerra Púnica se fijan los estereotipos de los dioses (forma de representación y símbolos) que se repiten en épocas posteriores. Por ello, la simple imagen no permite distinguir si estamos ante un dios romano puro o bien ante un dios romano sincretizado con otro indígena de advocación análoga. En todo caso, la moneda cumplió bien la función difusora del conocimiento de los dioses romanos. La representación de un dios o de un símbolo del mismo sobre una moneda no indica que recibiera necesariamente culto en la ciudad donde se encontraba la ceca de tal moneda. En algunos casos, la correspondencia se dio: así, por ejemplo, se acuñaron monedas alusivas al templo de Juno de Ilici (Elche) así como otras alusivas a cultos de la salud en Cartagena y, en ambos casos, se ha confirmado por otras fuentes que tales cultos y dioses existieron en esas ciudades. Otra vía de acercamiento para conocer la difusión de la religión romana viene ofrecida por la documentación epigráfica. Dentro de la escasez de la misma, se resalta su fuerte valor indicativo. Así, la inscripción latina más antigua de Hispania, procedente de Tarragona y de fines del siglo III a.C., es parte del texto de una dedicación votiva a la diosa Minerva. Sobre el pavimento de un templo de Italica se encuentra la dedicación a Apolo con la referencia añadida de que el dedicante es un antepasado del emperador Trajano, un tal M(arcus) Trohius, tal como ha podido confirmar Gil. De Ampurias procede otra dedicación a Apolo hecha por el gobernador de toda Hispania para los años 39-36 a.C., Cneo Domicio Calvino, como ha sido resaltado por Alföldy. En el santuario de Torreparedones se ha descubierto una pequeña cabeza femenina en cuya frente aparece escrito el texto Dea Caelestis. Esta divinidad era la protectora de Cartago; al tomar Roma la ciudad en el 146 a.C., mediante un ritual de evocatio, invitó a la diosa a que quitara la protección a los cartagineses; el culto de la Dea Caelestis fue llevado a Roma y, de allí, poco más tarde, uno de sus devotos llegado a Hispania hizo esta dedicación. La documentación arqueológica está incidiendo en la misma línea argumental: en ciudades con estatuto jurídico privilegiado o en las federadas/aliadas, se testimonian restos de lugares de cultos relacionados con dioses romanos. Así, como resultado de excavaciones o estudios debidos a diversos autores (Bendala, Aranegui, Mar-Ruiz de Arbulo, Sanmartí, entre otros), sabemos que en Italica, Saguntum y Emporiae había templos de tres estancias -cellae-, que han sido interpretados como capitolios en los que se veneraba a la triada de Júpiter, Juno y Minerva, los dioses del Capitolio romano. De Carthago Nova deberán darse a conocer en breve otros importantes restos templarios, también de época republicana. Hace algún tiempo, Ramallo publicó el sensacional conjunto religioso del Santuario de La Encarnación (Caravaca, provincia de Murcia). El templo más antiguo de La Encarnación se fecha entre los años 175-160 a.C.. Tal templo monumentaliza el viejo santuario ibérico y era el lugar más importante de culto del poblado contiguo que, contra lo que sucede en otros de la zona, tiene un auge considerable durante los siglos II-I a.C. Sobre el mismo cerro, se hace más tarde un segundo templo. Lo significativo no reside sólo en la existencia de un templo de tipo romano/itálico vinculado a un poblado de estatuto peregrino, sino que parte de los materiales de construcción, las tejas, se trajeron directamente del Lacio. Desconocemos el nombre de la divinidad venerada en tal templo. Por ello, no es posible precisar aún si estamos ante una simple monumentalización de un lugar de culto prerromano realizada por artesanos itálicos o bien si, además, la divinidad allí venerada era también romana o indígena sincretizada con una romana. Ese conjunto de testimonios nos sitúa ante el hecho claro de que la difusión de la religión romana estuvo vinculada al asentamiento de ciudadanos romanos o latinos en ciudades con estatuto privilegiado o bien en otras que estaban próximas a recibirlo. La excavación del templo republicano de Sagunto ofreció además un conjunto de estatuillas de bronce (una de Hércules, una de Liber, diez jóvenes con páteras -¿dioses Lares?-). No disponemos de conjuntos de bronces semejantes asociados a otros templos. En todo caso, dentro de los múltiples dioses que componían el panteón romano, cada comunidad optó por incorporar a unos u otros así como por erigir templos a las divinidades consideradas más importantes o útiles para las actividades preferentes de la comunidad. Es probable que las ciudades privilegiadas dispusieran todas de un capitolio, pero, a su vez, cada una podía optar por una divinidad distinta como patrona. Así, Minerva debió tener ya un templo propio en la Tarragona republicana, lo mismo que Ilici (Elche) contó desde su fundación con un templo de Juno. La difusión de la religión romana estuvo, por tanto, muy vinculada a la expansión de los derechos de ciudadanía romana o latina. La mayor parte de las ciudades estipendiarias siguieron venerando a sus dioses tradicionales.
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Alejados de los centros de la vanguardia, de los centros en los que se plantean las múltiples opciones del Movimiento Moderno, otros centros y arquitectos buscan incorporarse a los nuevos planteamientos arquitectónicos y urbanísticos. La incorporación y difusión de los nuevos problemas a menudo se realizó en términos de estilo, en términos formales. Lo que seducía era el resultado figurativo y formal. Incluso en diferentes países, entre ellos España, se intentó realizar una lectura nacional o vernacular de las nuevas propuestas, sin que ello signifique renunciar a la utopía del racionalismo del Movimiento Moderno. De Teodoro Anasagasti a Torres Balbás, la necesidad de renovar la práctica de la arquitectura comenzó a plantearse como una exigencia.Arquitectos como L. Lacasa, R. Bergamín, F. García Mercadal, S. Zuazo o L. M. Feduchi comienzan a apropiarse de las nuevas temáticas, que tendrán en el GATEPAC y en la revista "AC" (Actividad Contemporánea) el momento más riguroso de un posible racionalismo español, con figuras tan importantes como J. L. Sert, J. M. Aizpurúa o L. Blanco Soler. Debates semejantes se producen en otros países europeos, especialmente en Italia, en la que la figura de G. Terragni alcanzará un papel decisivo, con obras tan herméticas y, a la vez, tan claras, como su Casa del Fascio en Como, de 1934.Un racionalismo ideológicamente disponible, pero cuya capacidad de abstracción puede convertirlo en modelo inalcanzable y silencioso. Todo lo contrario de lo que ocurre con la obra de un Alvar Aalto (1898-1976), en la que racionalismo y tradición vernacular coinciden para lograr una de las lecciones más atractivas de la arquitectura contemporánea. Una arquitectura que, lejos del silencio de la abstracción racionalista, convierte a esta última en una narración de acontecimientos disciplinares, de episodios formales y funcionales, como ocurre en su Biblioteca de Viipuri, de 1927-1935, o en el Sanatorio de Paimio, de 1929.
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A través de sus discípulos y colaboradores el estilo del Maestro Mateo conoció una importante difusión por Galicia e incluso más allá, por ejemplo por Zamora. Esta se produjo todavía en vida del maestro y cuando su taller se encontraba en plena actividad, prolongándose hasta mediados del siglo XIII. Los primeros artistas que salieron de este taller fueron, quizá enviados por el propio Mateo, a proseguir las obras de la catedral de Orense en cuyas portadas del crucero y en los capiteles de éste es inequívoca su intervención. Gracias a ellos pudo consagrarse su altar mayor en fecha tan significativa para el arte mateano como 1188. Aquí se originó un activo obrador que supo aglutinar fórmulas del arte cisterciense de Oseira e incluso de San Vicente de Ávila, lo que, según el profesor Pita, convirtió a Orense "en una gran encrucijada del arte protogótico". Todavía a mediados del siglo XIII este taller debía de seguir fuertemente influenciado por Santiago al realizar el Pórtico del Paraíso, inspirado en el de la Gloria, pero en cuya ejecución aparecen artistas de filiación burgalesa, como ha señalado Moralejo. De un taller tan importante como éste salieron maestros que difundieron por su diócesis soluciones, y sobre todo recetas ornamentales de tradición mateana. Los ejemplos son muchos, entre ellos Santa María de Vilanova y Santiago de Allariz, San Juan y Santiago de Ribadavia, San Pedro de la Mezquita, Santa Cristina de Ribas de Sil... Quizá a través de estas tierras, maestros mateanos llegaron a Benavente: San Juan del Mercado y Santa María del Azogue, y hasta la propia Zamora en donde ciertos elementos de algunas de sus iglesias tienen un regusto mateano, influjo que es innegable en el sepulcro de la Magdalena. Todavía más al sur podrían encontrarse ecos de este estilo. También de Santiago salieron los artífices de San Lorenzo de Carboeiro, único templo que en Galicia levanta su cabecera sobre una cripta de filiación borgoñona y desarrolla una curiosa girola. Su autor debía de ser un aventajado discípulo de Mateo, y sus profundos conocimientos arquitectónicos así lo señalan. Del maestro debió de aprender también su flexibilidad ante la formación y maneras de hacer de las gentes de su taller, lo que explica las diferentes orientaciones de ciertos capiteles y las columnas que no llegan al suelo en las naves. También en esta obra se ve cómo la labra de motivos típicos mateanos pierden calidad en manos de colaboradores. La comparación de la maltrecha portada sur y la principal es significativa. Esta obra, comenzada en 1171 y acabada en torno al 1200, tuvo también su proyección en la zona, destacando San Salvador de Camanzo. Portomarín también reclamó a artistas del taller de Mateo para levantar su espléndida iglesia de San Juan, en la que se consigue una simbiosis entre templo y fortaleza en la que sobresale su imponente volumen y la exquisitez de las portadas. Este obradoiro, que admite fórmulas no mateanas, irradiará su estilo a artistas que trabajan en las orillas del río Miño, y a través de él debieron de encontrarse con otros salidos de Orense. Así se explican construcciones tan singulares como San Esteban de Ribas de Miño, cuya fachada se monta sobre una cripta, y en el interior del ábside se realizaron nichos en el espesor del muro. En su portada se produce una última y abreviada versión de los ángeles astróforos y Ancianos apocalípticos. De aquí a Santa María de Pesqueiras, San Juan da Coba... (Chantada y Carballedo, respectivamente, Lugo), hasta el gótico pleno. La catedral de Santiago tampoco se sustrajo a la actividad de los colaboradores de Mateo. A ellos se deben obras como la portada de la Corticela, con su epifanía basada en la del trascoro, aunque con variaciones en los caballos. También se les deben las estatuas yacentes del panteón real, que representan al difunto como un durmiente, fórmula que alcanzó cierta pervivencia. La mejor y quizá la más antigua es la de Alfonso IX, fechada por el profesor Moralejo hacia 1211, por lo que estima que pertenece a Fernando II. Le sigue la del conde don Ramón de Borgoña, que podría corresponder a Fernando, hijo de Alfonso IX muerto en 1214. Las demás datarían de hacia 1230?1240. El modelo lo repite el Cotolay de la portería de San Francisco de Santiago alrededor del 1300. En otras obras santiaguesas realizadas en torno al 1200 trabajaron discípulos de Mateo, así en la portada de San Félix de Solovio, relacionada con la sur de la catedral de Orense y Santa María de Vilanova (Allariz). A su vez influyó en la de Santa María de Herbón (Padrón, La Coruña). Participaron en la conclusión de Santa María del Sar, cuyo claustro está relacionado con el de la catedral. Y se les debe un tímpano con un Agnus Dei de la desaparecida iglesia de San Pedro de Fora, en colección particular catalana, fechado en 1202 por un epígrafe y tan importante para los tímpanos gallegos con este tema. Finalmente también intervinieron seguidores de Mateo en obras del episcopado de don Juan Arias, fechables a mediados del siglo XIII Entonces se hizo el claustro de la catedral, a pesar de lo que dice La Compostelana, y el Palacio de Gelmírez, en el que destaca el salón del piso superior. En ambos casos al lado de formulaciones ya tradicionales aparecen otras plenamente góticas. Así el arte de Mateo y de sus seguidores va mezclándose con otras tendencias y estilos facilitando la implantación del gótico. En éste se produjeron resurgencias como la fachada de San Martín de Noya, fechada por un epígrafe en 1434, o más tarde, en los finales del XV la portada del compostelano Colegio de San Jerónimo no se desprende del recuerdo de Mateo. Todavía en nuestros días su arte sigue siendo fuente de inspiración para artistas gallegos como Francisco Asorey, Castelao, Camilo Díaz y otros. Sin duda, el Maestro Mateo ocupa un primordial lugar en la historia del arte y su genialidad es intemporal.
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Si el caravaggismo, con los aderenti de Caravaggio, se mantuvo a un alto nivel cualitativo, manifestándose como un conjunto lingüístico heterogéneo pero de contornos precisos, con los sucesivos desarrollos en Roma del naturalismo no ocurrió otro tanto. Sus caracteres fueron sustancialmente distintos respecto a la primera fase. Se desliza, en efecto, un proceso divulgador más vasto y difuso, pero basado sobre un malentendido fundamental de la herencia caravaggiesca, transformada en una técnica del cuento episódico.Quien puso el mensaje de Caravaggio al servicio del coleccionismo privado, sometiéndolo a la moda, fue Bartolomeo Manfredi (Ostiano, Mantua, hacia 1587-Roma, hacia 1620), que más que intérprete fue imitador, llegando, por una voluntaria simplificación, a resultados falsarios de su obra (Venus y Marte que castiga a Amor, Chicago, Art Institute). Asimilando en todo caso las características, pero nunca el discurso de Caravaggio, su manfrediana methodus (J. von Sandrart, "Der Teutschen Academie", 1675) consistió en extraer de las pinturas del maestro, aislándolos del contexto, esquemas y motivos en parte confeccionados, pero susceptibles de transformarse con poco esfuerzo, en escenas de género. Así, del grupo en torno a la mesa de la Vocación de San Mateo, reducido a la dimensión de medias figuras, deriva El concierto (hacia 1620) (Florencia, Uffizi). Con un método, tan simple, se podían sacar escenas de taberna, de juego, de comida o de soldadesca (Soldado con la cabeza del Bautista, Madrid, Prado); o, de la producción juvenil, obtener infinitas versiones de buenas venturas o bebedores, o cestos de frutas. Recordemos que el pensamiento de Caravaggio era ajeno del todo a la concepción de la pintura de género, que alcanza una gran fortuna a través de orígenes diversos, difundiéndose mercantilmente por ámbitos que nada tienen que ver con los del caravaggismo.Sin embargo, a pesar de suponer un quebrantamiento del quehacer de Caravaggio y una negación al principio antijerárquico y universal del imitar las cosas naturales del artista, esta producción conoció un notable éxito en Roma. En principio, porque al disminuir en la segunda década del Seicento las comisiones públicas para los pintores naturalistas, que iban en gran parte asignadas a los secuaces de los Carracci, se produce un flujo sobre el mercado privado de cuadros de colección. De modo paralelo, porque la marcha de Caravaggio de Roma (1606) había convertido en raras y muy buscadas sus obras, creándose las condiciones favorables para una imitación fraudulenta, más difícil y divulgable, de su pintura, y no para seguir con las más problemáticas y creadoras búsquedas afrontadas por los aderenti.Aunque exclusivamente destinada al coleccionismo privado, la obra de Manfredi fue la versión del caravaggismo que alcanzó mayor difusión entre los artistas nórdicos que pulularon en tomo a los círculos del marqués Giustiniani, el cardenal Del Monte y Cassiano Dal Pozzo. Su misma formación cultural les hacía fácilmente inclinables a aceptar, con entusiasmo, el fácil naturalismo caravaggiesco de Manfredi. Entre otros, ese fue el caso de Gerrit van Honthorst, conocido por Gherardo delle Notti, Dirck van Baburen y Hendrick Ter Brugghen.Gracias a la actividad de artistas holandeses residentes en Roma, también se desarrolló un realismo antirretórico, en parte a partir de la meditación sobre algunos aspectos de la revolución caravaggiesca (libertad compositiva y temática, y maestría en el uso de las luces y las sombras) que dio pie a un nuevo tipo de pintura popular con temas extraños a la historia y a la religión, centrada sobre todo en escenas de la vida callejera o de los acontecimientos cotidianos. Iniciador de este nuevo género fue Pieter van Laer, conocido por il Bamboccio dado su aspecto deforme (Haarlem, hacia 1592-1642), activo en Roma entre 1623-38. Entre sus numerosos seguidores, llamados bamboccianti, flamencos como J. Miel y M. Sweerts, u holandeses como Lingelbach, destaca el italiano Michelangelo Cerquozzi (Roma, 1602-1660), que desarrolló un estilo autónomo, con acentos notablemente más cercanos a la crónica: El abrevadero (hacia 1640) (Roma, Galleria Nazionale, Palacio Corsini), pintando también temas sacros de gran formato, batallas y naturalezas muertas.Pero el caravaggismo comenzaba a hacer aguas, perdiendo adeptos entre los pintores y admiradores entre la comitencia. Valentin de Boulogne (Coullommiers, 1594-Roma, 1632) y Giovanni Serodine (Ascona, 1600-Roma, 1630) cierran el ciclo en Roma. En sus obras se advierte la voluntad de superar la interpretación manfrediana y la conciencia de que el naturalismo se había empobrecido, siendo necesario aproximarse a otras experiencias. Así, los conciertos y las escenas de taberna de Valentin tienen una dignidad y una compostura muy superiores a la media del género (Concierto (hacia 1620), París, Louvre); y una pintura como Cristo convoca a los hijos de Zebedeo (hacia 1625) de Serodine es la más intensa e intrépida meditación sobre Caravaggio aparecida en esos años. Pero son hitos aislados de su contexto.La reinterpretación de Caravaggio hecha por Serodine, es sin duda, la más caravaggiesca entre todas las del caravaggismo, pero también la más lejana al naturalismo del maestro, por estilo y por técnica (Retrato de su padre (1628), Lugano, Museo Civico Caccia). Precisamente, para superar el método manfrediano, Serodine, por medio de una luz que no se detiene en las superficies y un toque de pincel que disgrega las formas, en nombre de un naturalismo que desmaterializa los límites de lo plástico, conduce a la renuncia de Caravaggio. Las búsquedas de Valentin y Serodine, por tanto, abren el camino de la ruptura a la forma cerrada, y en el fondo clásica, del mismo Caravaggio, con esa pincelada que disgrega la materia pictórica, densa y corpórea, y que construye la forma en el empaste del color y de las luces fluyentes.En sus pinturas, sobre todo en las de Serodine, pueden rastrearse coincidencias con las obras de un Velázquez, quizá de un Rembrandt, los verdaderos herederos, al menos ideales, del mensaje caravaggiesco.Hacia 1630, prácticamente ya no queda en Roma ningún protagonista del caravaggismo: muchos han muerto, otros se han alejado de la ciudad definitivamente, y casi todos los extranjeros están de vuelta en sus países, donde muchos prorrogarán las sugestiones caravaggiescas, adaptándolas a los gustos locales. La corriente clasicista promovida por los Carracci está sólidamente afirmada gracias a sus seguidores, al tiempo que entra en escena con fuerza el nuevo gusto barroco de Lanfranco y de Pietro Da Cortona.Llegados a este punto, y aunque sólo sea para constatar un hecho, no es posible dejar de mencionar a un extranjero que en su estancia en Roma se sintió atraído por Caravaggio, Peter Paul Rubens. Digamos aquí que, entre 1600-08, el artista flamenco estuvo al servicio de los duques de Mantua, se ligó a los ambientes de Génova y trabajó en Roma, pintando para las iglesias de la Santa Croce in Gerusalemme (1602) y Santa Maria in Vallicella (1606-08). Con esas y otras pinturas, ejecutadas en los primeros años del siglo, Rubens ya verifica el cambio de visión en clave barroca, anticipándose a todos y constituyéndose en el verdadero arquetipo de artista barroco. En ellas anuncia un modo nuevo y moderno de concebir el espacio, los escorzos, la luz, el espectáculo, la actitud sentimental. Bernini o Da Cortona no se entenderían sin Rubens.
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Las diligencias y los carruajes serán un buen motivo de inspiración para algunos impresionistas, Sisley y Pissarro especialmente. No era la primera vez que Camille se interesaba por este tema - véase Diligencia a Louveciennes - aunque el verdadero interés sea representar los efectos atmosféricos de un momento determinado. Para los impresionistas los temas pasan a un segundo plano por lo que cada vez se irán simplificando más hasta llegar a obras como los Nenúfares de Monet. En este caso, Pissarro aún amplía su punto de vista y presenta una calle por la que llega la diligencia que hacía la ruta de Ennery a L´Ermitage. Dos figurillas caminan en la zona de la izquierda, realizando el artista el movimiento con maestría. El cielo encapotado, con nubes amenazadoras, provoca la casi ausencia de sombras y el aspecto grisáceo de la composición. Las pinceladas rápidas y seguras con que ha sido aplicado el color son una muestra más del estilo impresionista por el que Camille había apostado fuerte, asistiendo a todas las exposiciones del grupo.
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Si 1942 terminó mal -derrota en El Alemein, desembarco aliado en África, cerco del VI Ejército de Von Paulus en Stalingrado, descenso en las cifras de hundimientos de submarinos, etc.- 1943 no comenzaba mejor. En África, las tropas alemanas quedaban embotelladas en Túnez, librando una batalla irremisiblemente perdida. En la URSS, el cerco de Stalingrado no sólo se había consolidado, sino que las líneas alemanas se hallaban ya a más de doscientos kilómetros y el fracaso de la Luftwaffe para suministrar a los cercados ya era asunto constatado... Y, cuando Hitler necesitaba más alguna buena noticia que le elevase el ánimo, ocurrió el incidente del convoy JW 51 B. Era esta una de las expediciones de ayuda a la Unión Soviética enviadas por los aliados vía Cabo Norte. Se componía de 14 buques bien cargados de pertrechos bélicos (23) y con una protección ligera (24). Alertado el mando de la marina alemana por un submarino, el almirante Raeder decidió que salieran al encuentro del convoy el Lützow, el Hipper -acorazado de bolsillo y crucero pesado respectivamente- y media docena de destructores, mandados por el vicealmirante Kummetz. Este recibió en cascada de sus consecutivos superiores una serie de órdenes de este estilo: "Actúe decididamente con gran precaución". Desde Raeder hasta el último de sus almirantes funcionaban de esta manera desde que Hitler aseguró al jefe de su Marina que no podía dormir durante la noche si tenía un buque de gran porte en el mar, y de que no querían más aventuras y desgracias como la del Bismarck. Un choque poco trascendente, como tantos otros, que ocasionó una crisis importante en Alemania. Hitler esperaba ansiosamente noticias del encuentro, algo que le compensase de tanto desastre. Telegramas ambiguos alentaron su optimismo, que se disipó violentamente a medio día del 1 de enero de 1943: el convoy se había escapado ileso, las pérdidas alemanas eran más importantes que las británicas (25). En suma, Kummetz atacó al convoy, que fue defendido valerosamente por destructores y corbetas de protección. Los alemanes no mostraron gran decisión y permitieron la llegada de dos cruceros británicos al escenario del combate, del que se hicieron dueños, perdiendo un minador y un destructor los británicos y un destructor los alemanes, que se retiraron con el Hipper tocado. Hitler se puso furioso. Acusó de cobardía a toda la flota alemana de superficie, les ridiculizó comparándoles con los británicos y concluyó que los grandes buques sólo habían sido un gasto y un lastre para Alemania, que debía protegerlos continuamente para que no sirvieran de nada. Lo único sensato que podía hacerse con la flota de superficie era desmantelarla y utilizar sus cañones en la fortaleza del Atlántico... Convocó inmediatamente a Raeder, que pidió tiempo para informarse detenidamente del caso. Llegó el almirante ante Hitler al atardecer del 6 de enero y durante 90 minutos recibió un chaparrón de improperios contra la Marina de superficie y pidió que ésta fuera desmantelada. Raeder le presentó la dimisión, aunque permaneciendo en el cargo hasta que se le hallase sustituto, cargo para el que recomendó a dos hombres: los almirantes Carls o Doenitz. El 14 de enero, Raeder elevó a Hitler una memoria de la Marina de guerra alemana bajo su mandato -14 años- en la que le recomendaba que no desarmara los grandes buques, porque los británicos gritarían de entusiasmo ya que podrían liberar a todos sus buques de la vigilancia a la que estaban sometiendo a Alemania y los lanzarían a proteger las rutas oceánicas, complicando mucho más la vida a los submarinos. El 30 de enero, Raeder -66 años- pasó al cargo honorífico de Inspector General y Doenitz -elegido por ser poco amigo de los grandes buques de superficie- se hizo cargo de la jefatura de la Marina de Guerra Alemana. Asombrosamente, logró convencer a Hitler de que no desmantelara los barcos, pues daría a Gran Bretaña su mayor victoria naval de la guerra sin haberla siquiera disputado (26). Para que el criterio y las amenazas de Hitler no quedaran en entredicho, se desguazaron algunas vetustas unidades y algunos buques modernos muy dañados. Como más arriba se dijo, el último día del año de 1942 tenía el III Reich 212 submarinos operativos y 181 más en el Báltico en período de adiestramiento. Los disponibles se repartían así: Atlántico, 164; Mar del Norte, 21; Mediterráneo, 24; y Mar Negro, 3. Cuando Doenitz llegó a la jefatura de la flota alemana, la situación de sus submarinos era teóricamente mucho mejor que un año antes, y empleó su nuevo poder en incrementar el número y la calidad de sus sumergibles. En efecto, Hitler ordenó que la construcción pasara de 30 a 40 U-boote mensuales, y la fabricación dependiera del ministerio de Speer, que se activara la investigación para mejorar los torpedos y buscar otros tipos (27). Pues bien, todo ello no supuso un incremento en las cifras de hundimientos, que en enero no alcanzaron las 250.000 toneladas: en febrero apenas rebasaron las 400.000; subían esperanzadoramente para Berlín en marzo al superar las 700.000 toneladas, pero descendían violentamente en abril hasta las 370.000 toneladas, y continuarán descendiendo en mayo a 300.000... Evidentemente ya sería imposible alcanzar las cifras de hundimientos del año anterior, pero lo más grave de todo es que en esos cinco meses se habían perdido cerca de 90 submarinos: más que en todo el año anterior. Ante pérdidas tan insostenibles, que amenazaban con borrar del escenario bélico al arma submarina, Doenitz suspendió los ataques en el Atlántico norte, con lo que las cifras de hundimientos bajaron a 120.000 toneladas en junio, aunque las pérdidas de submarinos continuaron siendo insoportables: 17 buques. Se cerraba así el primer semestre con estas cifras descorazonadoras para Doenitz: 2.140.000 toneladas de buques aliados hundidos y un centenar de submarinos perdidos... Los alemanes, que siempre estuvieron muy bien informados de las rutas de los convoyes aliados y que se las arreglaron para interceptar durante toda la guerra los mensajes aliados y para descifrarlos con rapidez, comenzaron a oír en esa primavera de 1943 la palabra Hedgehog -erizo-, y es que, efectivamente, esa arma, en combinación con los muy mejorados sistemas de detección, estaba arruinando a los submarinos alemanes... Pero no era Doenitz un hombre que se arredrara ante las dificultades. Activó al máximo la construcción de sumergibles -que, naturalmente, nunca alcanzaron el medio centenar mensual programado-, la investigación en los nuevos modelos y en las nuevas armas, los sistemas de información propios y los del contrario y tras valorarlo todo y en espera de mejorar sus buques y medios de combate, decidió afrontar la batalla a cara de perro. Considerando que por cada mil toneladas de submarinos alemanes se hundían 18.000 toneladas de buques aliados -según las cifras del desastroso primer semestre- le era rentable a Alemania seguir impulsando esa guerra. Necesitaba, sin embargo, más hombres, para adiestrar aun mejor las tripulaciones. El 15 de junio, Doenitz se presentó en el cuartel general de Hitler en Berghof para pedirle 50.000 hombres. La cifra era mareante en aquellos momentos para Hitler, que rebañaba sus últimas reservas para enviarlas a Italia, donde Sicilia había sido invadida cinco días antes, y a la URSS donde se preparaba la Operación Ciudadela. Argumentó Doenitz que ese contingente le permitiría una mejor selección de personal y el entrenamiento prolongado de medio millar de tripulaciones... Al parecer, Hitler le escuchó con simpatía, pero al final le negó lo que pedía: "No los tengo, hemos de reforzar nuestras defensas antiaéreas y la caza nocturna para proteger nuestras ciudades. Y reforzar el frente del Este. El Ejército necesita divisiones para la defensa de Europa (28), Doenitz salió decepcionado. No podía saber entonces el almirante que, aunque Hitler hubiera puesto aquellos hombres bajo su mando y, aunque se hubiese incrementado la construcción de submarinos, su batalla estaba ya perdida. Efectivamente, para esas fechas la guerra ya se habla decidido en el mar, Por el lado alemán, la Luftwaffe prácticamente había desaparecido como colaboradora de los submarinos, con la consiguiente pérdida de eficacia. Por el lado aliado, todas las medidas adoptadas a partir de 1941 comenzaban a rendir sus resultados en estas fechas.
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Una de las grandes paradojas del bienio 1934-35 la constituye el hecho de que la CEDA, el grupo más numeroso del Parlamento, tardase casi un año en incorporarse al Ejecutivo. Los cedistas nunca dudaron de que su finalidad primordial era alcanzar el Poder por la vía parlamentaria, para conducir luego un giro autoritario del régimen, al final del cual muchos de sus militantes esperaban que se produjera una restauración de la Monarquía o una dictadura corporativa similar a las de Portugal y Austria. La estrategia de la CEDA se estructuró en tres fases. En la primera, brindaría apoyo parlamentario a gobiernos minoritarios basados en el Partido Radical, con participación de otros partidos republicanos del centro y la derecha. A cambio de este apoyo, los cedistas exigirían el cumplimiento del programa mínimo revisionista con el que había concurrido con agrarios y monárquicos a los comicios de noviembre de 1933. En una segunda etapa, la Confederación entraría en el Gobierno, con lo que el Parlamento pasaría a estar firmemente controlado por una mayoría de centro-derecha, capaz de desarrollar un más amplio programa de revisión de la legislación social-azañista. Finalmente, una CEDA convertida en fuerza hegemónica de la coalición gubernamental estaría en condiciones de exigir al jefe del Estado la entrega del Poder a un Gabinete de mayoría conservadora y presidido por su líder, Gil Robles, que amparado por una Constitución reformada en sentido antidemocrático, profundizaría el giro derechista del régimen. Pero, pese a lo elaborado de esta estrategia, fue preciso un auténtico chantaje parlamentario para que el centro-derecha republicano se aviniese a concluir un pacto de gobierno con la CEDA. Esta colaboración, que no gustaba a nadie, pero que venía impuesta por la fragmentación del Parlamento, hizo que la evolución del Consejo de Ministros fuera muy accidentada, hasta el punto de que durante el bienio se sucedieron diez gabinetes, con una media de duración de 72 días, que cubren tres etapas bien diferenciadas. a) Etapa de predominio radical: El 16 de diciembre, Lerroux asumió por segunda vez la presidencia del Consejo al frente de un equipo ministerial basado en el PRR, del que habían desaparecido los republicanos de izquierda y entraban, por el contrario, un liberal-demócrata y un agrario. Esta combinación ministerial duró poco, al verse condicionada por los inevitables ajustes que conllevaba la búsqueda de una mayoría parlamentaria estable. Pero la disidencia de la fracción radical-demócrata dentro del PRR, que encabezaba Martínez Barrio, acarreó su dimisión y la de otros ministros, lo que forzó a Lerroux a una reorganización de su Gabinete, realizada el 3 de marzo. La crisis del radicalismo, que sufrió una sangría de diputados, derecha parlamentaria y basto un enfrentamiento con Alcalá Zamora, que se negaba a ratificar la Ley de Amnistía impuesta a los radicales por la CEDA y aprobada por las Cortes el 20 de abril, para provocar la caída del Gabinete. En el Consejo de Ministros del día 23, Alcalá Zamora intentó que el Gobierno devolviese la Ley a las Cortes, para su rectificación, pero los ministros se negaron al unísono y sólo admitieron introducir algunas cautelas adicionales para controlar posibles abusos en la aplicación de la medida de gracia. Como el artículo 84 de la Constitución obligaba a que las actuaciones del jefe del Estado estuvieran avaladas por, al menos, un ministro, Alcalá Zamora tuvo que firmar la ley y remitirla al Parlamento, pero la acompañó de un largo escrito personal, en el que exponía serios reparos jurídicos al texto. El Gobierno consideró que el presidente de la República le había retirado su confianza, y dimitió. Enfrentado a una crisis de enorme gravedad, el jefe del Estado recurrió a un diputado radical, Ricardo Samper, quien con el consentimiento un tanto forzado de Lerroux formó el 28 de abril un nuevo Gabinete de centro republicano, que obtuvo el visto bueno de la CEDA. Al Gobierno Samper se le otorgaba corta vida, tanto por la debilidad de su base parlamentaria -unos 125 diputados de los cuatro partidos sobre un total de 470, tras la escisión del radicalismo en mayo y julio- como por la falta de peso político de sus miembros. Sin embargo, fue el segundo en duración del bienio y realizó una considerable labor, de tono generalmente moderado, pese a tener que hacer frente a las continuas exigencias revisionistas de los cedistas, cuyo apoyo le era vital, y a una conflictividad social creciente, culminada en la huelga general campesina del verano. La caída del Gabinete fue provocada por la pérdida del apoyo de la CEDA, que deseaba iniciar la segunda fase de su estrategia de conquista del poder entrando en el Ejecutivo, y que utilizó para ello la crítica a la pretendida falta de energía de Samper en la cuestión "rabassaire" el conflicto de competencias planteado entre el Gobierno y la Generalidad catalana acerca de la Ley de Contratos de Cultivo autonómica. b) La etapa radical - cedista: Abiertas las consultas presidenciales, la izquierda republicana y socialista presionó a Alcalá Zamora para que se decidiera incluso a disolver las Cortes antes que entregar el Poder a un Gabinete con ministros de la CEDA. Pero el jefe del Estado se atuvo al juego de las mayorías parlamentarias y encargó la formación de Gobierno a Lerroux, quien no tuvo más remedio que aceptar la colaboración gubernamental de la CEDA. Durante el siguiente año, radicales, cedistas, agrarios y liberal-demócratas garantizarían con su presencia en el Ejecutivo la estabilidad de la mayoría parlamentaria, pero no la de los breves gabinetes que se sucedían, afectados tanto por las disensiones entre sus miembros como por la hostilidad del presidente de la República, temeroso de que el avance político de la CEDA supusiera un peligro mortal para el sistema democrático. El tercer Gobierno Lerroux, constituido el 4 de octubre de 1934, incorporaba a tres cedistas, escogidos de entre los que podían provocar menor rechazo entre los republicanos. Amparado por una coalición parlamentaria estable, éste fue el Gobierno de vida más larga del bienio, pero su trayectoria fue muy accidentada. Apenas constituido, los nuevos partidos republicanos de izquierda, la Unión Republicana (UR), de Martínez Barrio, e Izquierda Republicana (IR), de Azaña, le manifestaron su abierta hostilidad. Más violenta fue la reacción de las organizaciones obreras y de la Generalidad de Cataluña: como veremos más adelante, las primeras desencadenaron a las pocas horas de la formación del Gabinete el movimiento revolucionario que llevaban meses preparando, y la segunda encabezó una maniobra secesionista para constituir un Estado catalán. Vencidas ambas tentativas, cedistas y republicanos se dividieron ante el tema del castigo a los responsables, que fue durísimo en el caso de los revolucionarios obreros y acarreó la suspensión del régimen autonómico en Cataluña. El 7 de noviembre, la minoría parlamentaria de la CEDA condicionó su apoyo al Gobierno a la dimisión del ministro de Estado, Samper y del ministro de la Guerra, el también radical Diego Hidalgo, acusados unánimemente por la derecha de haber posibilitado con su imprevisión y falta de energía el estallido de la insurrección. La crisis se resolvió el día 16, con la dimisión de ambos. Mientras, el tema de la represión del movimiento de octubre seguía sin cerrarse. El 3 de abril de 1935, los ministros cedistas se negaron a suscribir el indulto gubernamental de las condenas de muerte decretadas por un Consejo de guerra contra González Peña y otros dirigentes revolucionarios, y estalló la crisis final del Gabinete. La negativa de la CEDA a seguir en el Ejecutivo y su amenaza de ejercer la oposición en las Cortes movió a Lerroux a solicitar al presidente de la República la suspensión de las sesiones de la Cámara y a encabezar un Gobierno extraparlamentario, que fue calificado de doméstico, por estar integrado casi en exclusiva por miembros del PRR. La suspensión de las Cortes sólo podía durar un mes, y en tan breve plazo, los radicales pudieron darse cuenta de que era imposible un retorno a los gobiernos de centro-republicano. Lerroux se vio obligado a transigir y negoció con Gil Robles, Martínez de Velasco y Melquíades Álvarez un acuerdo completo acerca de un programa de gobierno, tras lo cual, los cuatro partidos recompusieron la coalición a costa de otorgar más carteras a cedistas y agrarios o, lo que es lo mismo, de derechizar aún más la composición del Consejo de Ministros. Este Gobierno, formado el 6 de mayo, respondía por primera vez al equilibrio de fuerzas de la mayoría parlamentaria, favorable a la CEDA, y ello, junto con la permanencia en él de Gil Robles, parecía garantizar por fin la estabilidad tan necesaria para la labor gubernativa, que recibió un impulso considerable. Pero los problemas se acumularon rápidamente. A la incompatibilidad personal entre Alcalá Zamora y Gil Robles se unió la distinta visión del centro y de la derecha sobre la reforma de la Constitución y sobre la devolución a la Generalidad catalana de las competencias de autogobierno que le habían sido suspendidas tras los sucesos de octubre de 1934. Cuando esta última cuestión provocó la dimisión del anticatalanista ministro de Marina, Antonio Royo Villanova, el 17 de septiembre, Lerroux aprovechó para disolver un equipo ministerial con el que le resultaba sumamente incómodo gobernar y renunció a seguir al frente del Ejecutivo. El agrario Martínez de Velasco y el radical Santiago Alba intentaron formar Gobierno, pero tropezaron con dificultades insalvables. Finalmente, tras hacer pública en la prensa una nota amenazando con disolver las Cortes, Alcalá Zamora forzó el consentimiento de los jefes de la coalición a un Gabinete presidido por un hombre de su confianza, el financiero Joaquín Chapaprieta, un liberal que actuaba en política como independiente. Obsesionado por reformar la Administración, reducir el gasto público y equilibrar el Presupuesto, Chapaprieta procedió, al formar Gobierno el 25 de septiembre, a la refundición de varios Ministerios, con lo que redujo las carteras ministeriales a disposición de los partidos, a pesar de lo cual amplió la coalición gobernante, integrando por primera vez en los gabinetes republicanos a un ministro de la Lliga Catalana. El estallido, en octubre, del escándalo del estraperlo, que afectó al crédito político del PRR, minó las bases del Gobierno, obligado a dar estado parlamentario a un caso de corrupción que afectaba a alguno de sus miembros. La condena política que sufrió entonces el radicalismo obligó a Chapaprieta a modificar el Gabinete el 29 de octubre, del que salió un Lerroux muy afectado por el escándalo. c) Los gobiernos técnicos: El hundimiento de los radicales convenció a Gil Robles de que había llegado su hora. El líder de la CEDA aprovechó la oposición de la derecha a los proyectos de reforma fiscal de Chapaprieta para retirar el apoyo de su minoría al jefe del Gobierno quien, falto de otros respaldos políticos substanciales, tuvo que dimitir. Pero el presidente de la República se negó a amparar la toma de control del Ejecutivo por una fuerza no republicana como era la CEDA y, tras intentar varias combinaciones con personalidades leales al régimen, adoptó una que suponía la marginación de la coalición hasta entonces gobernante: encargó la formación de un Gabinete a Portela Valladares, hombre de su confianza, liberal sin partido y mal visto por los conservadores. El Consejo de Ministros constituido el 15 de diciembre retornaba a la línea centrista de los primeros gobiernos del bienio y ya no incluía representantes de la CEDA, mientras que los dos ministros radicales fueron desautorizados por la dirección de su propio partido. Como era de esperar, este Gabinete extraparlamentario, cuyo presidente y la mayoría de sus ministros ni siquiera eran diputados, no llegó muy lejos. El 31 de ese mes, Portela lo reorganizó, prescindiendo hasta de los radicales, lo que, pese a mantener el apoyo de los minúsculos PRP y PDL, incrementó su carácter técnico o apartidista. El ciclo del segundo bienio se cerraba como empezó, con un Gobierno de centro republicano, pero en condiciones muy distintas, porque ahora no había una mayoría parlamentaria dispuesta a respaldarle. Antes de que las Cortes lo derribaran, el presidente de la República firmó el 7 de enero de 1936 el decreto de disolución de la Cámara, y encomendó a Portela la misión de organizar las elecciones.
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En el año 867 Basilio I inaugura una nueva dinastía, la de los emperadores macedónicos que, durante casi dos siglos, dirigió al imperio renacido política y culturalmente a través de un proceso que conoció luces y sombras. En época de Basilio y de su hijo León VI (886-912), se perdieron frente a los musulmanes las últimas posiciones en Sicilia (Siracusa cayó en 878, Taormina en 902) y también Malta (870) pero se restauró el dominio sobre la costa dálmata, en torno a Dubrovnik, y sobre el Sur de la península italiana, donde Bari, recobrada en el año 876, fue el principal centro bizantino. La situación tampoco era mala en el Este, donde se sostenía bien la frontera con el mundo islámico en la línea del Taurus y la instalación de la dinastía de los Bagratuni en Armenia (885) permitía aumentar la influencia sobre este reino tan estratégicamente situado.
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La dinastía Ming (1368-1644) fue la última dinastía propiamente china, ya que estuvo precedida por una de origen mogol (Yuan) y seguida por otra de origen manchú (Qing). El germen de la dinastía Ming lo constituyó una sucesión de sublevaciones populares, cuyas causas hay que buscarlas en la corrupción interna de la corte Yuan, unida a una serie de desastres naturales (desbordamiento de los grandes ríos, pérdida de cosechas) así como en el empobrecimiento del campesinado chino. La diversidad de componentes y su interrelación hace difícil encontrar una única causa que motivara la creación de grupos dispersos por el país unidos por un mismo afán: derrocar a la dinastía reinante. La crisis social y económica se agudizó durante el reinado del último emperador mogol y fue aprovechada por sectas de origen mesiánico (Turbantes Rojos, Loto Blanco...) que, bien organizadas, fueron oponiéndose militarmente al ejército imperial. En estas luchas destacó Zhu Yuanzhang, hombre de origen campesino, que aglutinó a diferentes grupos sublevados, y se autoproclamó Duque de Wu tras la anexión de la zona central de China. El inicial carácter popular de esta revuelta fue adulterándose a medida que se unían a él miembros de las clases económica y socialmente fuertes, variando los fines del movimiento, cuyo principal objetivo pasó a ser de carácter nacionalista, esto es, el derrocamiento de la dinastía extranjera. En el año 1368, los rebeldes tomaron Dadu, la capital, y Zhu Yuanzhang fue nombrado en Nanjing emperador de China con el nombre de reinado de Hongwu (hueste universal). Para esta nueva dinastía Hongwu eligió el nombre de Ming, formado por los caracteres del sol y la luna, que significan brillante, estableciendo la capital en Nanjing. En 1387 reunificó todo el país, comenzando a hacer realidad la reorganización del imperio. La administración imperial central fue estructurada siguiendo los modelos de las anteriores dinastías chinas y reforzada por un marcado carácter absolutista. Hongwu, de origen campesino, fue paradójicamente el emperador más conservador de toda la dinastía, celoso de innovaciones y de los grupos de poder cercanos a la corte. Se reinstauraron de nuevo los exámenes para acceder al cuerpo de funcionarios, cuyas áreas de influencia se vieron limitadas por el emperador. Si en la dinastía Song los diferentes organismos tuvieron una relativa autonomía dependiendo del control de los funcionarios, Hongwu, temeroso de sus influencias, concentró todo el poder en sus manos. Con la nueva organización administrativa, el emperador Hongwu consiguió relanzar la maltrecha situación económica y dotar al país de un sentido de cohesión nacional y prestigio en el exterior, sentando los principios de actuación política y económica de los siglos XV y XVI. En política exterior, los sucesores de Hongwu afianzaron la posición de China en el sudeste asiático, teniendo la mayor parte de los países que aceptar de nuevo el carácter de estados tributarios. Durante el siglo XV, se mostró de un modo práctico la superioridad técnica china en el campo de las aplicaciones en navegación. Este desarrollo permitió a los navegantes chinos llegar hasta el Golfo Pérsico y mantener un comercio constante con todos los puertos asiáticos. Zheng He (1371-h. 1434), uno de los expedicionarios más conocidos de esta época, navegó a principios del siglo XV hacia Java y Sumatra (1405), Sri Lanka (1408-11) e incluso al puerto de Jidda en el Golfo Pérsico (1412-1415). Sus viajes fueron seguidos de la publicación de diferentes libros ("Los reinos bárbaros de los océanos occidentales", "Maravillas de los océanos") así como del desarrollo de la cartografía y técnicas de navegación. Sin embargo, la segunda mitad del siglo XV conoció un retroceso en el control marítimo de los mares circundantes. En vez de potenciar la creación de una flota defensiva y comercial, la marina china dedicó sus esfuerzos a proteger la costa frente a la amenaza constante de los piratas japoneses. La gran longitud de costa hizo esta tarea inoperante, continuando los ataques y el comercio de contrabando. En el segundo tercio del siglo XVI llegaron por primera vez, vía marítima, los occidentales a China. En 1517 arribaron a las costas de Guandong los portugueses, iniciando su penetración comercial, cuyo resultado más visible fue su establecimiento en Macao en el 1557. A estos primeros contactos les sucedió la llegada de misioneros jesuitas y comerciantes holandeses. Por el norte continuaron las amenazas de las tribus mogolas asentadas en Manchuria, a base de constantes escaramuzas militares que obligaron a un reforzamiento de la línea defensiva. Esta línea seguía el antiguo trazado de las murallas levantadas en siglos anteriores, desde tiempos del emperador Qinshi Huangdi (siglo IV a. C.). Por ello, durante el siglo XV, se reconstruyeron las antiguas murallas junto con una segunda línea de defensa, de una longitud total de más de cinco mil kilómetros. La Gran Muralla fue levantada de nuevo para evitar los ataques militares y para dividir dos mundos aún irreconciliables. En el siglo XVII y tras la invasión manchú, la muralla perdería su valor militar al pasar Manchuria a formar parte del imperio chino. En el interior del país se rehizo la economía rural, así como el sistema impositivo y se concedió una gran importancia al comercio interior y exterior. El Estado redujo su presión directa sobre las transacciones comerciales internas, permitiendo el auge y desarrollo de la clase mercantil ubicada en el sur de China. Sin embargo, hasta 1567, se mantuvo la prohibición para los particulares de comerciar con el exterior. Durante los últimos años del siglo XVI fueron fraguándose los primeros síntomas del fin de una dinastía que hacía honor a su nombre brillante. Las fronteras comenzaron a verse amenazadas por las ofensivas mogolas y los ataques de los piratas japoneses amenazaban el comercio exterior. En el interior los gastos cada vez se hacían más insostenibles y, a pesar de los esfuerzos del emperador Longqing (r. 1567-1573) preocupado por la justicia social, la reforma agraria y la reducción de gastos en la corte, no lograron contener más que momentáneamente los inicios de la crisis. Los eunucos de la corte controlaban todos los aspectos económicos y políticos con un fuerte componente de corrupción que les enriquecía, en detrimento de la población. Para hacer frente a los enormes gastos de una corte cada día más numerosa e improductiva, se decretó una fuerte subida de impuestos que acarreó la ruina de multitud de empresas artesanales y el consiguiente descontento social. El intento de reacción, creando grupos leales a la corte enfrentados a los eunucos, no hizo más que agravar la crisis, poniendo en tela de juicio el propio sistema absolutista. En fin, la anarquía general, la ruina de las finanzas públicas, el suicidio del emperador y la debilidad de los ejércitos crearon la situación más propicia para que los amenazantes vecinos manchúes, a los que habían llamado en auxilio ciertas facciones de la corte, no encontrasen ninguna resistencia que les impidiese el inicio de una invasión que culminaría en 1644 con la proclamación de la dinastía manchú, llamada Qing. La vida cultural de la dinastía Ming careció de uniformidad, si se tiene en cuenta que estamos analizando un período histórico que abarca casi tres siglos. La impresión de libros adquirió un gran auge ligado al desarrollo de la emergente clase social de mercaderes y burguesía urbana, menos selectiva intelectualmente, pero ávida de ocio. Las novelas, los libros de historia y los dramas escritos en lenguaje popular, fueron los géneros más demandados. Entre ellos, cabe citar la "Historia de los Tres Reinos", compendio novelado de estratagemas militares y "La Historia de la Ribera". Ya en la segunda mitad del siglo XV se asistió a un cambio en el gusto de los lectores, prefiriéndose la crítica y sátira de las intrigas y corrupciones de la corte ambientadas en épocas anteriores. La novela "Jinpingmei" (Flores de ciruelo en un jarro de oro), de carácter costumbrista, relata las condiciones sociales de los últimos años de la dinastía Ming, situando a sus personajes en los siglos XII y XVIII. De gran éxito entre la burguesía de su tiempo, fue prohibida en 1687, tachándola de pornográfica. El afán enciclopédico del emperador Yongle (r. 1402-1424) quedó reflejado en la recopilación de una enorme colección de obras diversas, titulada "Yongle dadian" o "Gran enciclopedia de Yongle", que contenía más de once mil volúmenes, y de los que hoy sólo quedan sesenta, tras haber sido destruidos por las tropas británicas y francesas en el siglo XIX, durante el saqueo del Palacio de Verano. Pero no sólo se publicaron obras literarias, sino que aparecieron gran número de publicaciones de carácter científico, relacionadas con los campos de la filología histórica, las matemáticas, la medicina, y todos aquellos de carácter práctico (botánica, agricultura, geografía...). La creación de Beijing como nueva capital fomentó el desarrollo de todas las artes. La arquitectura tuvo un papel predominante en la construcción de palacios y templos; la escultura ornamentó las tumbas imperiales, mientras que la pintura, caligrafía y porcelana mantuvieron su categoría de arte mayor unidas, en unos casos, a la corte y, en otros, a la clase ilustrada centrada en el sur del país. Otras artes decorativas, como la laca, esmalte, jade, bronce... engalanaron el interior de palacios y templos, recreándose en el pasado o bien incorporando nuevos repertorios formales y técnicos.