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El último tercio de la centuria fue un periodo sumamente especial para la historia polaca; por primera vez tenía unos dirigentes que ansiaban poner a la nación en la andadura del progreso y realizar los profundos cambios que demandaban las estructuras socio-económicas; además, la modernización venía propuesta por un monarca nativo, lo que marcaba, hasta cierto punto, una impronta nacional al movimiento ilustrado. Sin embargo, no hemos de olvidar que la elección del nuevo rey, Estanislao Augusto Poniatowski (1763-1795), se había debido a las exigencias rusas (había sido modelado a la medida de la propia Catalina II) contando con el beneplácito de Prusia con la que se estaba negociando ya una repartición del territorio polaco. Por otra parte, la zarina no estaba dispuesta a permitir veleidades nacionalistas de ningún tipo, por lo que vetará aquellas propuestas revolucionarias como la Constitución de 1791 que traerá como consecuencia los últimos repartos que acabarían anulando la soberanía nacional. La elección de Poniatowski acababa con las dinastías extranjeras, ya que este hombre, culto, ilustrado, cosmopolita, que había desempeñado importantes cargos en la diplomacia, era nativo del país y quería sacar a éste del atraso en que estaba sumido, apostando fuertemente por el cambio y el progreso para lograr el desarrollo de las fuerzas productivas, la industrialización y elevar el nivel cultural de sus súbditos. Con él, las Luces llegan y se difunden por Polonia, aceptándose presupuestos y postulados del pensamiento ilustrado. No obstante, esta república nobiliaria, inmovilista, regida por una nobleza atrasada e inculta, aferrada fuertemente a sus privilegios y celosa de su superioridad social, no aceptó la reforma y pronto los opositores al nuevo régimen van aumentando su descontento, creando la Confederación de Radom (1766) que pronto entró en contacto con Rusia para que influyera en el rey evitando las reformas. A este descontento se sumaron las luchas entre católicos y protestantes que fueron deteriorando la convivencia civil y que se plasmó en 1765 en matanzas de católicos y judíos por cosacos, animados por los rusos. Para respaldar la reforma, numerosos políticos e intelectuales, muchos de ellos ilustrados, y en réplica al grupo anterior, crean a su vez la Confederación del Bar (1768), apoyada por Francia y con una marcada animadversión hacia Rusia. El deterioro de la situación llegó a tal punto que Polonia se encontraba al iniciarse los años setenta al borde de la guerra civil. Esto serviría de pretexto a rusos y prusianos para proceder al reparto de suelo polaco sobre el que se venía negociando, e invitan a María Teresa de Austria a participar. De esta manera, las tres potencias citadas acuerdan en el verano de 1772, en San Petersburgo, anexionarse territorio polaco, y, curiosamente, el resto de la comunidad internacional permaneció indiferente al hecho. Según el acuerdo, Polonia perdería dos quintos de su territorio, en beneficio de sus vecinos; Prusia se instalaba en el área situada entre la Pomerania y la Prusia oriental en el Oeste, y más hacia Oriente, en Ermeland, pudiendo al fin unir sus territorios al haber obtenido la Prusia polaca, a excepción de Torun y Danzig, y la Gran Polonia, en total unas 900 leguas cuadradas. Austria ocuparía un gran triángulo territorial, la Galitzia, muy rica económicamente y poblada con 2.500.000 habitantes, lo que prolongaba sus dominios hasta los Cárpatos, Cracovia y Lvov. Rusia obtiene las regiones situadas alrededor de los ríos Dwina, Druc y Dnieper, que constituían la llamada Rusia blanca, unas 6.000 leguas cuadradas de tierras con 2 millones de habitantes, y consolida su tutela sobre el reino. Poniatowski, tras esta amputación, se dedicó con frenesí a las reformas. Su gobierno, a partir de ahora, se caracterizará por la profusión de medidas innovadoras en aras de conseguir la regeneración social, económica e intelectual que la sociedad necesitaba. Por otra parte, cuanto más avanzaba en las reformas, más se identificaba con su pueblo, apoyando el nacionalismo y buscando liberarse de la influencia extranjera. A nivel gubernativo, la tutela rusa le había impuesto un Consejo permanente, de unos 30 miembros, como órgano supremo de la política-interior y exterior. Las Dietas convocadas en esta época, ocho entre 1776-1786, discurrieron con normalidad, habiéndose ampliado la representación de las ciudades. Se proclamó la libertad religiosa total y la eliminación de la tortura en los procedimientos penales así como la pena de muerte para los delitos de brujería (1776). Años más tarde, se dictan medidas con las cuales el señor pierde determinadas atribuciones sobre sus siervos, mejorando las condiciones de vida del campesinado, en su mayoría adscrito a la servidumbre. En la economía hubo importantes avances; la adopción de los principios fisiocráticos redundó en un aumento de la producción agrícola y en el auge de las explotaciones mineras. La industria y el comercio fueron estimulados por el Estado, con una amplia política de inversiones y dictando una legislación protectora (1775) de los comerciantes y hombres de negocios, permitiéndose a los nobles dedicarse a dichas actividades (de hecho, un miembro de la familia Potocki creó el primer banco del país) y facilitándose el acceso de los burgueses a la tierra y a la carrera burocrática y militar. Al mismo tiempo, una ambiciosa política de obras públicas permite un nuevo trazado de carreteras a lo largo del país que mejoraría el transporte y las comunicaciones. Para facilitar el crecimiento económico se hizo una reforma monetaria profunda, y se reorganizan los impuestos, creándose algunos nuevos (sobre la sal, el tabaco y el papel timbrado). Pero fue en el plano cultural donde se llegó más lejos; el interés del Estado por la instrucción del pueblo hizo florecer multitud de escuelas de primeras letras y acometer la reforma universitaria haciendo que las universidades de Cracovia y Vilna se convirtieran en los centros intelectuales del país. Para contar con un cuerpo docente adecuado se crearon escuelas de Magisterio, y comenzaron a impartirse en la enseñanza secundaria disciplinas científicas modernas -Matemáticas, Física, Geometría, Historia Natural, Agricultura y Horticultura- y lenguas -latín y polaco-. Esta reforma fue realizada por la Comisión de Educación Nacional, creada en 1774 tras la disolución de la Compañía de Jesús, que se incautó de sus bienes y los aplicó en esta empresa. Con ella desaparecía el control que hasta el momento tenían las órdenes religiosas sobre la instrucción, siendo desde ahora dirigida por el Estado. A fines de los ochenta, aprovechando que Rusia está centrada en la guerra contra los turcos y había evacuado sus tropas de Polonia, el rey decide dar un giro fundamental a su política para sacudirse el yugo extranjero. Primero inicia el rearme con el aumento de las dotaciones militares, después disuelve el Consejo permanente, y en octubre de 1788 se dirige a la recién convocada Dieta presentándole un programa revolucionario, basado en el idearium fisiócrata Libertad, Seguridad y Propiedad, que será discutido por los parlamentarios con todo detalle, de donde saldrá la nueva Constitución, proclamada el 3 de mayo de 1791 y que viene a ser el resumen de la obra política de Poniatowski. Polonia adopta definitivamente la forma de gobierno monárquico, pero transmisible por vía hereditaria, eligiéndose a la Casa de Sajonia para asumir esa soberanía. El catolicismo sigue siendo la religión oficial aunque se toleran otros credos religiosos. Sanciona el principio de separación de poderes: en adelante, el ejecutivo sería ostentado por el rey y su Consejo real, debiendo llevar todas las resoluciones emanadas del Gobierno la firma real y de, al menos, un ministro. Los miembros del Consejo, elegidos por la Dieta, serían el cardenal primado, cuatro ministros -Ejército, Hacienda, Policía y Educación- y dos secretarios. En ningún caso podría contraer deuda pública, declarar la guerra o concluir tratados diplomáticos sin el permiso de la Dieta. El rey será el supremo mando militar pero los altos cargos sólo podrá nombrarlos con el consentimiento de aquélla. El poder legislativo descansa en la Dieta, compuesta de la Cámara de Diputados y el Senado, presidida por el rey, que tiene voto de calidad. Debe aprobar las leyes del país, por mayoría, y habría de ser convocada cada dos años. Extraordinariamente, cada veinticinco años podría reunirse para revisar la Constitución. Se afirma la primacía de la ley estatal sobre las demás jurisdicciones existentes, que sería aplicada por una red de tribunales provinciales y locales, dependientes del Estado. Una comisión elegida al efecto redactaría los nuevos códigos civil y criminal. Esta ley máxima confirma también los derechos y privilegios tradicionales de la nobleza. Se permite a los burgueses acceder a la Dieta y los campesinos gozarían de la protección estatal frente a la arbitrariedad de los señores. De momento, Prusia aceptó la Constitución polaca aunque eso significara renunciar a posibles anexiones territoriales en el futuro; el elector de Sajonia se debatía entre aceptar o no la Corona, y Rusia, una vez firmada la paz con los otomanos, apoya la intervención arrastrando a los demás; a comienzos de 1793 un ejército prusiano invadía la Gran Polonia para abatir el "espíritu de democratismo burgués" (A. Jobert) y Rusia lo hace por el Oriente, con ayuda del partido conservador, que consuma el segunda reparto; materializado en abril de 1793, estaba dirigido en gran medida a evitar el triunfo del nacionalismo revolucionario que emanaba del Gobierno; Prusia consigue Danzig y la parte occidental de una línea trazada entre Czestochowa y Dzialdowo, con una población de un millón de habitantes; Rusia se apoderó de la zona situada al Este desde Druja a Pinsk y desde aquí al río Zbrucz, es decir, todas las provincias meridionales del reino, con unos tres millones de habitantes; y Austria no recibió territorio alguno. Esto suponía la pérdida de la mayor parte del país, quedando éste reducido a una pequeña área de unas 800 millas cuadradas habitada por unos cuatro millones de personas. Ante la invasión y el reparto los polacos reaccionaron con energía. Aparece así una insurrección nacional, interclasista y patriótica, compuesta de gentes de toda clase y condición. Sus elementos más moderados querían ampararse en la Constitución de 1791 pero la radicalización hizo que muchas voces aclamaran el fin de la Monarquía, la desaparición de la nobleza y la igualdad de todos los hombres. Un noble lituano, Tadeo Kosciusko, aparece liderando el movimiento y organiza en Cracovia un Consejo Nacional desde donde dirigir la guerra de liberación. En mayo de 1794, Kosciusko, creyendo tener controlada la situación, promulga una serie de medidas que colmaron de satisfacción al campesinado (se les otorgaba la propiedad de las tierras que cultivaban y se les concede protección frente a los señores) pero que alarmaron a los grupos privilegiados -nobleza y clero- sembrando la discordia en el seno del movimiento. Esas disensiones serán aprovechadas por los extranjeros que, en una acción tripartita conjunta, se lanzan de nuevo sobre el país y acaban sometiéndolo tras derrotar a los patriotas. Acuerdan el tercer y último reparto, que sería el más desastroso para Polonia porque supuso su desaparición como Estado soberano. Suscrito en octubre de 1795, las potencias firmantes, además de ocupar todo el territorio (los prusianos se instalaron en Varsovia, los austriacos en Cracovia y los rusos en el resto) obligaron a Estanislao a dimitir, quien moriría desalentado, poco después, en febrero de 1796, en su exilio de San Petersburgo.
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La Ilustración se revela como una corriente universalmente extendida por todo el territorio español. También, fuera de las fronteras hispanas, el movimiento es perfectamente detectable en las provincias de Ultramar. De este modo, deberemos dar cuenta más adelante de la extraordinaria riqueza de las variantes regionales de la Ilustración americana y filipina, no sólo de las aportaciones directamente procedentes de la metrópoli (debidas a los científicos integrados en las expediciones de reconocimiento del continente y del archipiélago filipino o a los que desempeñaron su trabajo en aquellas tierras, como Fausto y Juan José Delhuyar, Andrés Manuel del Río o Miguel Constansó, por citar algunos de los más relevantes), sino también de los desarrollos autónomos que se dieron en cada una de las regiones del Imperio ultramarino. Ahora es necesario decir una palabra sobre la Ilustración peregrina, es decir esencialmente sobre la obra realizada en tierras italianas por los jesuitas expulsos, que, cortados físicamente de su ámbito natural de actuación, en España o en América, por la decisión de 1767, siguieron entregados a su vocación erudita produciendo numerosos y granados frutos durante los años de su obligado exilio. Entre los más sobresalientes creadores de esta cultura hispano-italiana destacan, en el plano del ensayo filosófico, el segoviano Esteban de Arteaga y el alicantino Pedro Montengón. El primero haría una importante contribución al pensamiento estético con sus Investigaciones filosóficas sobre la belleza ideal (1789), que entre otras novedades introduce una reflexión sobre los condicionantes externos del arte, tanto físicos como sociales e intelectuales, con su corolario adverso a la universalidad de la valoración estética y favorable a la creación determinada por las tradiciones nacionales, abriendo así la puerta al prerromanticismo. Pedro Montengón ocupa, por su parte, un lugar destacado en el debate educativo ilustrado, así como en la introducción del pensamiento de Rousseaus en España, gracias a su obra Eusebio, publicada en Madrid entre 1786 y 1788 y, tras su condena por la Inquisición, revisada y vuelta a editar como Eusebio corregido y enmendado (1807): réplica de la gran obra pedagógica del pensador francés, comparte con él su entusiasmo por una educación en libertad y su añoranza del estado de naturaleza. Común a la mayoría de los jesuitas exiliados fue su pasión por la historia y su amor a España. Este sentimiento fue el que impulsó al catalán Francisco Javier Llampillas a salir al paso de las duras acusaciones vertidas contra los escritores españoles de haber corrompido la creación literaria (tanto a través de las obras de los autores de la baja latinidad como a través de la poesía culterana y del teatro del Siglo de Oro), con un tratado en seis volúmenes redactado en italiano bajo el título significativo de Saggio apologetico della letteratura spagnola. El mismo espíritu inspira la obra del estudioso de origen catalán Juan Francisco Masdeu, Storia critica di Spagna e della cultura spagnola, que no pudo difundirse sino muy parcialmente en Italia, pero que aparecería íntegramente traducida al castellano en veinte tomos entre 1783 y 1805: su exaltado nacionalismo (presente especialmente en el discurso preliminar que no es sino una encendida apología de España) daba la mano a una rigurosa crítica historiográfica, que coloca cerca de las enseñanzas de Mayans y lejos de las contemporizaciones de Flórez a una obra que puede considerarse como uno de los esfuerzos históricos más gigantescos de todo el siglo XVIII hispano-itálico. Aún más importante fue la campaña que, frente a las acusaciones vertidas por el abate Raynal, Cornelius de Pauw y otros impugnadores, fue llevada a cabo por algunos de los jesuitas expulsados del Nuevo Mundo en defensa de América, de sus habitantes, de la actuación de los españoles y de las misiones jesuíticas. Así, Francisco Javier Clavijero, en su Storia antica del Messico (1780), defiende esencialmente los valores de un territorio a que tantos escritores modernos niegan su esplendor. Parecido sentido para la región chilena tiene la obra de Juan Ignacio Molina (escrita originalmente en italiano, traducida por Domingo José de Arquellada y publicada en Madrid por Antonio de Sancha en 1788-1795) Compendio de la historia geográfica, natural y civil del reino de Chile, que rebate expresamente las opiniones de Pauw, incluye un inventario de los escritores de temas chilenos, declara a Chile uno de los mejores países de América y reivindica la capacidad intelectual de sus habitantes que sólo conoce el límite de las carencias educativas de la región. De todas estas obras reivindicativas, la más directamente polémica es la de Juan Nuix, Reflexiones imparciales sobre la humanidad de los españoles en las Indias contra los pretendidos filósofos y políticos (escrita también originalmente en italiano, traducida por Pedro Varela y publicada por Joaquín Ibarra en 1782), que representa el máximo esfuerzo por defender la colonización española en América, evitando al mismo tiempo cualquier apología de la conquista. Finalmente, hay que dar cuenta de dos de las obras más enciclopédicas debidas a los jesuitas instalados en Italia. Influido directamente por Mayans, el alicantino Juan Andrés es autor de una monumental historia universal de la cultura que, aparecida primero en italiano bajo el título Dell'origine, progressi e stato attuale d'ogni letteratura, sería editada en castellano en diez volúmenes entre 1784 y 1806, lo que permitiría su mayor divulgación entre los ilustrados españoles y también su selección como libro de texto en los Reales Estudios de San Isidro y en la Universidad de Valencia. Finalmente hay que referirse a la obra también enciclopédica del manchego Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809), que se encuentra en el origen de muy diversas tradiciones científicas. Su Idea dell'universo (reescrita más tarde en castellano), que comprendía diversos volúmenes dedicados a la antropología, la cosmología, la geología y la lingüística, es uno de los más ambiciosos proyectos eruditos debidos a una sola pluma. En todo caso, su aportación esencial a la ciencia se compendia en el Ensayo práctico de las lenguas, con prolegómenos y una colección de oraciones dominicales en más de trescientas lenguas y dialectos (1787) y en el Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas (escrito en italiano en 1784 y publicado en español en 1800-1805), que convierten a su autor en el padre de la filología comparada. Su labor intelectual se ejercító en otros campos, entre los que pueden destacarse sus trabajos bibliográficos y su obra amerícanista, así como también, en otro orden de cosas, y como veremos más adelante, su contribución al nacimiento del pensamiento reaccionario europeo. En la aventura intelectual de los jesuitas expulsos, el contraste entre adhesión a las corrientes ilustradas e ideología contrarrevolucionaria que vemos en el padre Hervás no es sin duda el más destacable, ya que sin perfiles tan aristados se dieron posiciones ideológicas semejantes en buen número de los restantes representantes españoles del movimiento. También resulta un hecho meramente coyuntural que algunos de los más decididos defensores de la literatura, la cultura y la historia de España escribiesen en Italia y en italiano. Más delicado resulta explicar la adscripción ilustrada de un grupo que había recorrido los caminos del exilio precisamente porque los representantes del reformismo oficial habían considerado incompatible la ideología de la orden con la difusión del espíritu de las Luces. Casos como el de Montengón, con su obra condenada por el Santo Oficio por su heterodoxia, o como el de Masdeu, criticado por sus inclinaciones claramente regalistas, permiten comprender la contradictoria posición del embajador de Roma, José Nicolás de Azara, anticlerical declarado y convencido enemigo de la orden extinta, pero al mismo tiempo protector de los jesuitas en el exilio y admirador de su obra literaria. Algunas ideas iniciales quedan subrayadas a partir del análisis geográfico de la Ilustración. El movimiento ilustrado se extiende espontáneamente por todas las regiones españolas y aun supera las fronteras físicas del país. Es por tanto una corriente caudalosa, que recibe aportaciones entusiastas desde muchos rincones y que, a pesar de la variedad de las contribuciones regionales y aun individuales, presenta una notable homogeneidad. Sus planteamientos más característicos encuentran buena acogida en los medios gubernamentales, por lo que algunos de sus representantes más significados no escatiman sus sinceros elogios al soberano que más ha sabido penetrarse del espíritu de las Luces, como hace Jovellanos en su famoso Elogio de Carlos III. El Despotismo Ilustrado era el instrumento para la realización de las ideas de los intelectuales reformistas, sin que se produzca contradicción esencial entre la práctica de los políticos y las teorías elaboradas por los pensadores. Ambas instancias están al servicio de un mismo objetivo, la modernización del país.
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De todos los prototipos del Ilyushin que se probaron el II-10 fue el elegido finalmente. Tenía su antecedente en el II-2, aunque presentaba ciertas mejoras en el motor, el blindaje y su capacidad de maniobra. En verano del 1944 se inició su fabricación y entró en servicio en 1945. Al acabar la II Guerra Mundial se habían fabricado 3.500 unidades. Su producción continuó incluso después de la guerra.
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El Il-2 comenzó a prestar servicio poco antes del comienzo del ataque alemán sobre la URSS, equipado con un motor AM-38 de 1.660 CV y dos cañones de 20 mm. y dos ametralladoras de 7,62 mm. Llevaba también una carga interior y exterior de bombas y cohetes de 82 mm. En principio poco llamativo, algunas modificaciones posteriores permitieron mejorara la potencia del motor y, sobre todo el armamento, lo que le convirtió en uno de los más eficaces aparatos del Ejército Rojo para operaciones contra suelo. Por ello, fue el avión fabricado a mayor ritmo y cantidad de la historia de la aviación militar. Del original Il-2 se derivó al Il-2M, equipado con un motor AM-38F y un cañón de 23 mm. Posteriormente se fabricó el Il-2M Tip 3 y el Il-2M Tip 3M, que sustituyó el cañón de 20 mm. por otro de 37, lo que le daba un mayor poder antitanque. El Il-2, apodado por los alemanes Stormovitz, se convirtió en el aparto más famoso de la Unión soviética, representando los que los Stuka para la Luftwaffe.
obra
Al Maestro Honoré, documentado en París en 1292, se le ha atribuido tradicionalmente la decoración de una serie de manuscritos encargados por Philippe le Bel, si bien últimamente se han planteado dudas respecto a esta interpretación de los datos existentes. Se considera suya la ilustración del Breviario del monarca y de la Somme le Roi, un texto didáctico-alegórico, muy del gusto de la época. Su pintura, sin perder la elegancia de la línea, va apoyándose progresivamente en la mancha de color para conseguir un volumen en las figuras.