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Los éxitos militares del Emperador y de España en vez de acallar los tambores de la guerra los hizo repicar con mayor fuerza si cabe. En 1621 expiraba la Tregua de Amberes y nadie confiaba en su renovación. Desde Bruselas los archiduques hicieron vivas instancias para que se prolongara, al menos por un corto período de tiempo, pero la facción de Zúñiga no estaba dispuesta a suscribir un acuerdo que implicaba la aceptación de las Provincias Unidas como estado soberano independiente de los Habsburgo. De otra parte, los Consejos de Portugal y de Indias, a quienes se consultó a mediados de 1619, tampoco eran partidarios de la tregua en los términos estipulados en 1609 a la vista de la penetración espectacular de los mercaderes holandeses en los circuitos comerciales de la península, así como en la Carrera de Indias y en los territorios portugueses en Africa occidental, India, Indonesia y Brasil, con el establecimiento de factorías y con la presencia de buques de guerra. La creación en 1619 de la Compañía de las Indias Occidentales añadió más leña al fuego de la discordia, pues ahora se desafiaba abiertamente el monopolio comercial de España en América, demostrando así los Estados Generales su rechazo a un entendimiento con Madrid, actitud que reforzaba la postura belicista de la poderosa facción de Zúñiga, pues aunque se mantuvieron negociaciones para prolongar la tregua éstas fracasaron al no estar Madrid ni La Haya inclinadas a realizar concesiones. El 31 de marzo de 1621 el archiduque Alberto informaba a Felipe III de la ruptura de las conversaciones, pero el monarca nunca llegó a enterarse, ya que ese mismo día fallecía. Pocas semanas después, el 9 de abril, expiraba la tregua dejando expedito el camino a las armas, la interrupción de las relaciones comerciales y el embargo de todas las propiedades pertenecientes a los mercaderes y vasallos de Holanda. El fin de la tregua hispano-holandesa coincidió con un agravamiento de la crisis internacional. La neutralidad de la mayoría de los príncipes protestantes alemanes, atemorizados ante la fuerza del Emperador y de España, junto con la actitud de Cristian IV de Dinamarca, que sólo estaba dispuesto a intervenir en el conflicto si también lo hacía Inglaterra, obligó a Federico V del Palatinado a buscar aliados en Londres y La Haya. En junio de 1621 la Cámara de los Comunes manifestaba su deseo de actuar militarmente en defensa de cualquier Estado protestante, propiciando una gran coalición centrada en la alianza anglo-holandesa, pero Jacobo I deseaba preservar a Europa de una guerra de religión. En esta línea, intentó convencer al Emperador de que devolviese a Federico V sus estados patrimoniales si éste renunciaba a la corona de Bohemia, pero no pudo conseguir sus objetivos. Apoyado por Mauricio de Nassau y por los Estados Generales, que renovaron el subsidio que venían otorgando desde 1619, el elector del Palatinado se mantuvo firme en sus aspiraciones, en tanto que los Habsburgo tampoco parecían querer abandonar los territorios conquistados, sobre todo España, pues mientras durase el conflicto con Holanda el Palatinado constituía un pasillo de vital importancia entre Lombardía y los Países Bajos a través del cual conducir hombres, dinero y municiones para el ejército de Flandes. Como vital era también la Valtelina, ocupada por España en 1621, tras derrotar a las Ligas Grisonas, apoyadas por Berna, Zurich y Venecia, aunque no por Luis XIII, maniatado por los problemas religiosos que se habían desencadenado en Bearn. En el otoño de 1622, superada la crisis interna, el monarca francés pudo ya formalizar una coalición, la Liga de Lyon, con Saboya y Venecia, para expulsar a los Habsburgo. España, que no deseaba verse envuelta en una acción militar en Italia, abandonó la Valtelina, aceptando que las tropas del Pontífice se hicieran con el control del valle mientras se producía la retirada de su ejército. La promesa dada por el Emperador a Maximiliano de Baviera de transferirle el título de elector que poseía Federico V levantó las suspicacias de las potencias europeas y de las cancillerías alemanas, en particular de Sajonia y Brandemburgo. Esto no desanimó a Fernando II, que prosiguió en su proyecto, sancionado por la Dieta de Ratisbona, donde se aprueba que Maximiliano obtenga la categoría de príncipe elector del Imperio con carácter vitalicio, no hereditario. Federico V, contrariado, organiza un ejército para recuperar sus estados, pero es derrotado en agosto de 1623 en Stadloham. La victoria de los Habsburgo ponía en un serio aprieto al elector, quien envía una embajada a Gustavo Adolfo de Suecia en demanda de ayuda, pero aunque el monarca era favorable a la causa protestante sus consejeros le desanimaron ante las reclamaciones de Segismundo III de Polonia al trono sueco, del que había sido derrocado por su tío. Federico V dirige entonces su mirada hacia Holanda sin demasiada fortuna, ya que en ese momento el ejército de Flandes había comenzado el asedio de Breda y no podía desviar su atención a otro asunto que no fuera la defensa del territorio amenazado por los españoles. Sólo Francia podía ayudar al elector, y en París encontró el apoyo que necesitaba, pues Luis XIII, aprovechándose del desaire sufrido por Jacobo I al rechazar Madrid su propuesta de matrimonio del príncipe de Gales con la infanta María, había concertado una alianza con Inglaterra en 1624 para organizar una fuerza conjunta destinada a recuperar el Palatinado, ofreciendo subsidios a los príncipes alemanes, impulsando una alianza con Holanda (Tratado de Compiégne, 1624) y revitalizando la Liga de Lyon con Saboya y Venecia. Mientras Francia mueve sus peones con el objetivo de aislar a los Habsburgo, el conde-duque de Olivares realiza grandes esfuerzos diplomáticos a fin de conseguir una alianza católica entre Madrid, Viena y Munich. En Viena la propuesta fue acogida con entusiasmo, pero los miembros de la Liga Católica desconfiaban de las intenciones de España, especialmente Maximiliano de Baviera que temía verse envuelto en el conflicto hispano-holandés, por lo que las negociaciones no prosperaron. Afortunadamente, la alianza anti-Habsburgo tampoco llegó a consolidarse. Es cierto que Luis XIII, protegido por los acuerdos diplomáticos alcanzados, invade y ocupa la Valtelina, al no haber España retirado sus tropas como se había estipulado en el Tratado de Asti, pero una nueva revuelta hugonote en la región occidental de Francia le obliga a firmar el Tratado de Monzón (1626), por el cual la Valtelina, Bormio y Chiavermo se erigen en un Estado independiente de las Ligas Grisonas, y si bien España pierde el control del enclave esto no significa que no puedan sus ejércitos utilizar el territorio para mantener sus comunicaciones con el Imperio y los Países Bajos, aunque Francia obtiene también determinados derechos de tránsito para sus tropas. La retirada de Francia de los asuntos que afectaban al Imperio y a la Monarquía Hispánica coincide con el abandono de Gustavo Adolfo de Suecia, en el verano de 1625, de la alianza anti-Habsburgo concertada un año antes entre las Provincias Unidas, Inglaterra, Brandemburgo y el Palatinado, para así emprender una campaña militar contra Polonia. Por el contrario, Cristian IV de Dinamarca, hasta entonces renuente a enfrentarse con el Emperador, decide intervenir en los negocios de Alemania ante el temor de que el liderazgo recaiga en Gustavo Adolfo, quien podría utilizar su privilegiada posición al frente de la Liga Evangélica para obtener sólidas bases en la Baja Sajonia, poniendo en peligro la seguridad de Dinamarca. De este modo, en el mes de junio de 1625 se dirige hacia el sur a la cabeza de un ejército de 20.000 mercenarios, pero ante el avance de las tropas imperiales al mando de Wallenstein opta por retirarse. Si el Emperador había logrado parar el golpe de sus enemigos sin la ayuda española, la misma fortuna acompañó a las armas de la Monarquía hispánica, obteniendo en 1625 éxitos notables en todas sus empresas. La expedición naval anglo-holandesa contra Cádiz fracasa dramáticamente, sin conseguir destruir un barco español importante, ocupar una plaza o apresar la flota procedente de América. En los Países Bajos, Ambrosio Spinola añade un éxito más a su carrera militar con la ocupación de Breda, mientras en el Mediterráneo la escuadra del marqués de Santa Cruz libera a Génova de un ejército franco-saboyano y en América una escuadra hispano-portuguesa recupera Bahía, ocupada por los holandeses en 1624, y rechaza un ataque contra Puerto Rico. Todos estos triunfos suscitaron el entusiasmo en la Corte, y Olivares, exultante de alegría, encargó su representación pictórica a varios pintores afamados de su tiempo para que fueran inmortalizados -más tarde colgarían de las paredes del Salón de Reinos en el Palacio del Buen Retiro-. Asimismo, dos comedias se escribieron y representaron en Madrid a las pocas semanas de conocerse la noticia de estas hazañas: El Brasil restituido, de Lope de Vega, y El sitio de Breda, de Calderón de la Barca.
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El Estado Mayor Conjunto, sirviéndose del abundante material conseguido en Madrid por el espionaje angloamericano, pudo disponer de una información muy fiable sobre efectivos, armas y fortificaciones en el Marruecos español, así como de la relativa seguridad de que Madrid no iría a la guerra. Lo más preocupante era controlar la posible reacción alemana, que podría intentar asentarse en Marruecos pese, incluso, a la oposición armada de los españoles. El "plan Backbone" trataba de cubrir estas eventualidades. Si España declaraba la guerra en los primeros momentos de la invasión, Eisenhower desviaría contra el Protectorado español parte de las fuerzas previstas para asaltar el Marruecos francés. No serían necesarias muchas tropas, pues España disponía en Marruecos de unos 120.000 hombres (incluidas las fuerzas indígenas, unos 20.000 hombres), pero tales tropas ni tenían armamento moderno, ni estaban bien adiestradas. La capacidad de fuego de una división española se estimaba, a lo sumo, en un 50 por ciento de la capacidad de una división aliada. Este ejército disponía de 60 aviones como única cobertura aérea, con el agravante de que eran anticuados y andaban escasos de combustible. Sus fuerzas blindadas ascendían a unos 200 carros, pero sólo constituían una fuerza teórica, pues todos ellos eran restos de la guerra civil, en buena parte inoperantes... en cualquier caso resultaban blancos indefensos ante los modernos blindados que Torch llevaría a África. Si España declaraba la guerra en esos primeros momentos, la escuadra de protección aliada pulverizaría las defensas -bastante importantes por cierto - de la punta de Tarifa, en un ataque rápido, concentrado y con abundante apoyo aéreo. Si España se mantenía neutral y era invadida por Alemania, los aliados dispondrían de tiempo suficiente para prepararse. Por un lado, la invasión de España no sería sencilla: Berlín tendría que concentrar fuerzas importantes y eso resultaría lento dado que la Wehrmacht estaba metida hasta el cuello en la campaña de Rusia. Los preparativos de una hipotética invasión alemana contra España serían detectados por el espionaje aliado al menos con 15 días de antelación respecto al comienzo del ataque. La invasión hallaría, seguramente, fuerte resistencia en España -que los aliados tratarían de activar - donde, además, las dificultades geográficas y la escasez de comunicaciones retardarían, al menos un mes, la presencia alemana en el sur de España. Estos plazos resultaban suficientes para que los aliados pusieran en marcha las operaciones contempladas en el plan Backbone y se adueñasen del Protectorado español. Tales operaciones tenían tres partes: 1.- Toma de Tánger y Tetuán: fuerzas desembarcadas en el Marruecos francés avanzarían hacia Alcázarquivir, con fuerte cobertura aérea, mientras que grupos de paracaidistas y comandos aerotransportados limpiarían el camino al grueso de las fuerzas. Tetuán, capital y capitanía general del Protectorado, con importante guarnición, constituía el objetivo prioritario por el efecto psicológico que causaría en el resto de las guarniciones españolas. 2.- La toma de Ceuta, considerada como la operación más difícil de Backbone, requeriría el desembarco de dos importantes grupos de comandos en la zona de Cabo Negro. Uno de ellos trataría de destruir los 8 cañones de costa que allí había y el otro cortaría la carretera entre este punto y la plaza. A continuación podrían desembarcar las tropas adjudicadas al ataque a Ceuta, que a esas horas estaría bajo el fuego aeronaval de los aliados. 3.- Toma de Melilla y su aeropuerto: una fuerza aliada partiría de Uxda, cruzaría por sorpresa el puente internacional, tomaría Melilla y después avanzaría por el norte del Protectorado para rendir a las fuerzas españolas acantonadas en la zona de Alhucemas (19). Todo ello requeriría el empleo de 4 divisiones de infantería, unos 400 tanques y 200 aviones. Tales fuerzas estarían concentradas en el sur de Gran Bretaña.
Personaje Militar Político
Estudió en Caracas y se dedicó al desarrollo de una hacienda particular en Naiguatá. A partir de 1796 participa en las reuniones independentistas donde coincide con Picornell y Gual. Tomando aires revolucionarios procedentes de Francia y Estados Unidos, plantean diversas conspiraciones que acabarán en fracaso tras ser delatados. Huyó antes de ser castigado pero regresó a La Guaira para continuar sus proyectos independentistas. Las autoridades españolas le descubrieron y sufrió prisión acabando sus días ejecutado.
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Algunos puntos dispersos, pero importantes, corresponden al arte paleolítico en las regiones mediterráneas, en el territorio en el que predomina la facies llamada arte levantino de las manifestaciones artísticas postpaleolíticas. Así, cerca de la desembocadura del río Ebro, se encontraban las figuras actualmente desaparecidas de la cueva de La Moleta de Cartagena (Sant Carles de la Rápita, Tarragona), con la enigmática asociación de un toro rampante de tipo paleolítico antiguo, de color negro, junto con unos anchos trazos del mismo color de lo que parecía ser -en una interpretación forzada- una figura humana de tipo levantino. Un poco más al sur, en Cueva Matutano (Villafamés, Castellón), en un nivel Magdaleniense fechado en 12.090 + 170 BP, se halló en el año 1979 un canto rodado con la figura de un cuadrúpedo indeterminado. Hacia el sur hay otros hallazgos de arte mueble como Les Mallaetes (Barig, Valencia), Cova del Barranc (Fleix, Alicante) y Cova del Tossal de la Roca (Vall d'Alcalá, Alicante). Pero la más importante -en número y en elementos iconográficos- colección de arte mueble de la Península Ibérica es sin duda la que proporcionó el yacimiento de la cueva de El Parpalló. En sus excavaciones, Luis Pericot halló unas 5.000 plaquetas grabadas o pintadas, o con ambas técnicas a la vez. Corresponden a una larga secuencia del Paleolítico Superior y son muy importantes desde el punto de vista de la evolución estilística, motivo por el que siguen siendo objeto de notables estudios. En la Cova Fosca y en la Cova de Reinós (ambas del Vall d'Ebo, provincia de Alicante) se hallan las únicas muestras de arte parietal paleolítico de la región valenciana cuyo descubrimiento y estudio ha llevado a cabo Mauro S. Hernández Pérez. La primera contiene varios grabados, en buena parte zoomorfos (caballos, ciervos y un bóvido). En la segunda existe un cáprido de color vinoso. Las representaciones murales de estos lugares han sido atribuidas al Solutrense y por ello paralelizadas con la etapa clásica de las plaquetas de El Parpalló, al menos parcialmente (Estilo II-III de Leroi-Gourhan). En la provincia de Albacete se encuentra la cueva de El Niño (Ayna), descubierta en 1971 y publicada por M. Almagro Gorbea. Contiene en su entrada una serie de figuras de la facies levantina y en el interior otras -cérvidos y cápridos- que constituyen un claro santuario paleolítico. Probablemente pertenecen al Magdaleniense medio.
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Dos hechos vinculados a la corte marcarán el panorama artístico español en su relación con lo que ocurre en Europa, cuando Europa era sinónimo de mundo occidental. Son el incendio del antiguo Alcázar de los Austrias, en la noche del 24 de diciembre de 1734, y la creación de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando en Madrid -en 1744 la Junta Preparatoria y en 1752 la Academia propiamente-. La un tanto artificial necesidad de erigir un palacio real nuevo sobre los restos del Alcázar traerá a Madrid a los italianos Juvarra (1678-1736) y Sacchetti (1690-1764), creador éste del edificio barroco clasicista que hoy conocemos con adiciones. Pero la trascendencia del Palacio Nuevo no reside tanto en su estilo como en que, en torno a su construcción, produjo una escuela práctica vinculada a la Academia en la que se formaron, o mejor, se pensó que se formaran, los mejores discípulos de la fundación fernandina. La Academia quedó instituida como lugar de enseñanza de la arquitectura, única institución capaz de otorgar titulaciones y competencias, y de control o tutela de la calidad de las obras costeadas con fondos públicos en España. Sin embargo, la formación de discípulos siguió manteniendo el esquema tradicional del aprendizaje en los estudios de los arquitectos reputados. También los gremios de artistas, prohibidos explícitamente por la Academia de una forma severísima, pero articulados como colegios profesionales encubiertos bajo advocaciones devocionales, mantuvieron una vindicativa polémica sobre su utilidad consultiva y su arraigo en el graduado orden tradicional del ejercicio de la profesión. Una muestra de la contradicción existente entre la teoría y la práctica la encontramos con la madrileña Congregación de Arquitectos de Nuestra Señora de Belén, fundada en 1688 y organismo consultivo del Consejo de Castilla, que tuvo como hermanos mayores, siempre por un año y por riguroso orden de antigüedad, a Teodoro Ardemans en 1708, a Pedro de Ribera en 1725 o a Nicolás de Churriguera en 1740, claros representantes del Barroco castizo del que se abominaba. Pero también figuraron con el mismo cargo principal, estando ya creada la Academia y definida su finalidad, arquitectos representativos del cambio deseado, como Francisco Moradillo (1755), Ventura Rodríguez (1764), Francisco Sabatini (1778), Miguel Fernández (1786), Francisco Sánchez (1790) y, por una casual, aunque máxima, paradoja Juan de Villanueva en 1792, año en el que también es elegido el arquitecto como director general de la Academia por un trienio. Sentada, aunque sea muy esquemáticamente, la diversidad de causas que favorecen, tanto la voluntad de restauración de la arquitectura greco-romana en España como el mantenimiento de un orden anterior, y volviendo a la expuesta periodización de nuestro Neoclasicismo, es entre 1744-80 cuando se produce el intento de un cambio fundamental, en el que podemos constatar la coexistencia de maneras proyectuales muy diferentes en la actividad de nuestros arquitectos, de un barroco clasicista e italianizante con Ventura Rodríguez (1717-1785) y Francisco Sabatini (1721-1797), por mencionar los más claros y conocidos referentes de esa vía, pero también innovadoras y hasta precursoras en otros, y es entonces cuando las figuras de Diego de Villanueva (1713-74) y su hermanastro Juan de Villanueva (1739-1811) se revelan más significativas. Ambas vías se dan simultáneamente en el ámbito de dos generaciones de arquitectos, nacidos en torno a 1720 y a 1740, lo que nos habla de la patente diversidad de los protagonistas iniciales o ya representativos de aquel cambio. Estaríamos ante un primer momento en el que se sabe a qué oponerse, críticos todos los profesores de la Academia de San Fernando con las extravagancias churriguerescas y riberescas, pero no qué oponer a cambio. Faltaba lo que podríamos denominar, en los términos propuestos por Ortega, "el epónimo de la generación decisiva" y que éste aflorara con una naturalidad acorde con la necesidad y las ideas para que pudiera ser asumido como conclusión y como verificación, no como un genio casual. La figura en torno a la cual se materializa el sentido de aquel cambio anhelado la encontramos sin duda en la personalidad y en la obra del arquitecto Juan de Villanueva. Si Ventura Rodríguez era reconocido como el "restaurador de la arquitectura en España", en la sentencia de Jovellanos también asumida por Ceán-Bermúdez, en Villanueva se concreta la labor necesaria "para acabar de arraigar en el reino el antiguo arte de construir, y el buen gusto en el adorno de la arquitectura" (Ceán). En este arquitecto se cumplen las condiciones de partida para que sea comprendido por la historia como efecto de unas circunstancias que perfilan su singularidad de un modo menos mesiánico que consecuente, vinculable a la significación artística de un linaje de académicos que anticipa su culminación.
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Se ha venido madurando una definición sobre los valores figurativos del arte francés, italiano o centroeuropeo en España en el siglo XVIII, examinando su génesis y sus implicaciones. España no dejó a lo largo del siglo de reaccionar ante las influencias artísticas venidas del exterior. Tanto las acciones como las reacciones se manifiestan en toda la Península y son especialmente significativas en los núcleos cortesanos. Sin embargo, la relación que se establece en Occidente, en la dirección Norte-Sur, vino a ser un hecho, que en su riqueza profunda, se remite a un marco mucho más general, ya que la misma Italia es deudora de influencias francesas y centroeuropeas, que en pleno siglo XVIII llegan a alcanzar cierta polaridad, y a la inversa, Francia se beneficia de una serie de ideas que son de estímulo mediterráneo.I. Bottineau ha clarificado ampliamente la relación existente entre las Cortes de París y de Madrid justificando las influencias artísticas que maduran en la Corte de España a través de un trasiego de ideas, de artistas e incluso de objetos. Entra magistralmente en este cuadro, exhaustivamente documentado, la evidente elaboración programática de una puerta abierta al arte extranjero, que casi con carácter de ley, provoca la fuerza de una corriente, planteada desde términos funcionales y prácticos y que traduce al mismo tiempo una intención claramente estética.Desde los primeros años del reinado de Felipe V se manifestó esta intención de contacto con el arte de otros enclaves europeos, que se reconoce en primer lugar en una explícita voluntad del rey de no romper el hilo con Versalles, aquella Corte donde había vivido y donde se habían formado sus criterios políticos o culturales. Esa relación, de la que hacen gala los hombres de su séquito restringido, se interpreta como un gesto de nostalgia de la vida de fasto versallesco, pero establece también otra visión desde los términos de tender un camino de relaciones, o de artes conexas.Su conocimiento del arte italiano fue fortalecido por sus matrimonios con María Luisa de Saboya e Isabel de Farnesio, portadoras de una densa cultura italiana que todavía hacía furor. Ambas contribuyeron a que las artes plásticas de origen italiano no quedaran relegadas en España a un tono de referencia superficial.La monarquía borbónica consideró el nuevo reino como un centro dinámico, de intercambios, contemplado en su perspectiva precisa en el contexto de Occidente y en el marco general de las artes, salvando el aislamiento o retraso producido en el siglo XVII. Tal vez con un exceso en el valor de lo ítalo-francés, la técnica y los valores figurativos de aquellas artes fueron encontrando sus espacios de acomodación, hecho de suma importancia, pero del cual se debe hablar sin exageración. Este sentimiento de apertura programada, se convirtió en la política artística de la nueva monarquía en algo ejemplar, pues hoy se entiende como una vía para la renovación de opiniones, que favorece la implantación de establecimientos culturales como la Academia, que materializa una red constante de intercambios de artistas o como emulación de un coleccionismo y de un cosmopolitismo artístico de gran trascendencia.Pero sobre las bases de tales criterios de apertura, nos parece conveniente señalar que, aparte de que las creaciones extranjeras tendrán interpretaciones en dependencia de quien las adopte, existe un matiz que queremos resaltar. Felipe V, en los términos en que se subraya su excepcionalidad por ese criterio flexible, de apertura, que acrecentó con todos los medios disponibles, entrelazando el choque de estilos, de tendencias, que rayan incluso en la mera importación de curiosidades, lo hizo, sí, pero favoreciendo deliberadamente la vía del arte áulico, el mundo exclusivo y personal de la Corona, aquel mundo privado del monarca, en el que también, coyunturalmente, se habían creado condiciones favorables para su transformación.La empresa, planteada ya tempranamente, tuvo unos objetivos diáfanos. Son los planes de transformación del Real Sitio del Buen Retiro, residencia predilecta del monarca, realizados entre 1707 y 1715 por el arquitecto de Luis XIV, Robert de Cotte. Fue la construcción de La Granja de San Ildefonso trazada por el binomio Ettienne Marchand y René Carlier como idea de conjunto, en cuyo diseño se vierte lo francés reforzado por un grupo de escultores y de jardineros. También el Palacio Nuevo de Madrid, que tras el incendio del viejo Alcázar en la Navidad de 1734 se delineaba por Juvarra y se construía por franceses e italianos. En el Palacio y el convento de las Salesas y en los Teatros Reales se medía el talento de Jaime Marquet y Francisco Carlier. En El Pardo y Aranjuez se conjuga la labor de italianos y franceses. La vitalidad de estas construcciones crea escuelas de enseñanza de cierta autoridad. Empresas todas de dominio real y núcleos donde radica en su mayor significación la influencia foránea. Se aprecia igualmente en las manufacturas reales, donde los operarios extranjeros son los favoritos.Algo que merece ser mencionado y que nos lleva a la misma conclusión de empresa artística privatística, fue la entrada de científicos e ingenieros, topógrafos, químicos, jardineros, etc., dispuestos a poner en marcha iniciativas de nueva producción en los territorios de los Sitios Reales. La presencia de Sttilinguer, Bowles, Nangle, Rodolphe, etc., desempeñaron un papel relevante en el campo científico, en el urbanismo, hidráulica, puentes, pantanos, caminos nuevos, etc., en los parámetros de El Pardo, Aranjuez, El Escorial, etc.Los diferentes puntos áulicos, en su vitalidad constructiva, son sin duda una notable contribución, que se extiende al ancho campo de todas las artes. La fisonomía de los edificios reales creados bajo este signo internacional es inconfundible, pero debe más a la constancia de algunos de sus rasgos que al rigor de un sistema. La escultura, estrechamente imbricada en la arquitectura, conoce el mismo camino y el mismo auge, al igual que la pintura. Las obras surgen con clara afinidad a Marly, a los palacios de Versalles, a los edificios reales piamonteses, a las corrientes berninianas, pasadas muchas de ellas por el juicio ponderado de Ferdinando Fuga, Vanvitelli o Salvi. Pero no nos muestran una seguridad de diseño total, salvo algún caso, porque los artistas que llegan como invitados del monarca, o aquellos que desde lejos participan en la empresa a través de diseños o asesoramientos, son tendentes al eclecticismo, ya que en raras ocasiones son hombres con firme trayectoria artística anterior, pues fue en la Corte de España donde desarrollan con distinto grado de talento su carrera profesional. Sachetti, Pavia, Sabatini, Marquet, Carlier, van Loo, Olivieri, Housse, Ranc, etc., se enorgullecen de innovar, pero en la mayor parte de los casos se revela un conocimiento muy avisado de los maestros que les preceden.Pero la influencia extranjera nos muestra otros caminos complejos. El progresismo libresco de la Academia fue sin duda la convergencia final de una doble vía, sintetizada en la importación de libros y en el impulso al pensionado en el extranjero. Constituye una vía restringida pero fecunda, que tiene su vigencia en la segunda mitad del siglo, cuando el organismo goza plenamente de la protección monárquica.
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La entrada de Suecia y de Francia en la guerra demostró claramente que la colaboración de las dos ramas de los Habsburgo sólo concitaba la unión de sus enemigos, empeñados a toda costa en evitar que impusieran su dominio, como había sucedido en la centuria anterior. Durante algún tiempo Madrid y Viena lograron hacer frente a las fuerzas coaligadas en contra suya, pero al final cada una procuró concentrar todos sus recursos en proteger sus estados patrimoniales, lo que dará paso a una nueva concepción de la política exterior de los Habsburgo, al menos por parte del Emperador. Las consideraciones dinásticas ceden su lugar a las prioridades de cada monarquía, y si para asegurar la convivencia en Alemania es necesario sacrificar a España se sacrifica. Este principio, que quedó confirmado en los tratados de paz de 1648, se mantiene en los años siguientes, aun cuando en alguna ocasión Viena ayude a España en su pugna con Francia. La paz alcanzada con Holanda permitió a Madrid desplazar el ejército de la frontera septentrional de los Países Bajos al frente catalán, toda vez que el estallido de la sublevación de la Fronda en Francia y la deserción de Condé y de Turena, incorporados al servicio de Felipe IV, minaba la capacidad ofensiva gala. Esto contribuirá a que España pueda reconquistar en 1652 Barcelona y el puerto de Dunkerque. En Italia también se recuperan las posiciones perdidas en años anteriores (Porto Longo y Piombino) e incluso se ocupa Casale, en poder de los franceses desde 1628, haciendo fracasar el proyecto de Mazarino de destruir el sistema de comunicaciones español en el Mediterráneo, completando así la obra iniciada por Richelieu en el centro de Europa. Para España, el año 1652 fue un segundo annus mirabilis, pues sus ejércitos consiguieron evitar la disolución de la Monarquía y establecer las bases para negociar con Francia la firma de una paz honrosa, máxime cuando poco después los franceses caen derrotados en Pavía (1655) y Valenciennes (1656). De hecho, Mazarino se ve precisado a iniciar conversaciones con España, alcanzándose el compromiso de que si Luis XIV no se aliaba con Inglaterra y retiraba su apoyo a Portugal, se le entregaría la Cerdaña, el Rosellón y varias ciudades del Artois, y se concedería a los mercaderes franceses condiciones favorables en el comercio español. A pesar de tales acuerdos, las negociaciones no prosperaron por la negativa del monarca francés a perdonar a Condé, que se había revelado contra su autoridad, y porque Felipe IV no deseaba desposar a su hija María Teresa con Luis XIV, requisito exigido por Francia para reforzar la paz, pero inviable en este momento porque la infanta española era la única heredera de la Monarquía y, por tanto, debía contraer matrimonio con algún vástago de los Habsburgo de Viena para que los estados patrimoniales de la familia no pasasen a otras manos. El fracaso de las negociaciones condujo a Mazarino a buscar el medio de obligar a España a flexibilizar su postura. Sin aliados desde 1648, su atención se dirigió a Inglaterra, donde Cromwell había desencadenado en 1655 un ataque perfectamente planificado, y por sorpresa, contra las colonias españolas en el Caribe, ocupando la desguarnecida isla de Jamaica. Sin embargo, los ingleses descubrieron muy pronto la fuerza que todavía conservaba el imperio español, pues fracasaron en su ataque a La Española, y aunque la flota de Blake asestó algunos zarpazos al tráfico ultramarino, la escuadra de España en Dunkerque, unida a los corsarios de Ostende y del Cantábrico, causaron enormes estragos en el comercio de Inglaterra, provocando una grave depresión económica, a la que contribuyó también la represalia decretada en 1655 contra las propiedades de los súbditos ingleses en España. París y Londres, pues, se vieron abocados a la firma de una alianza que les deparará brillantes éxitos, destruyendo unidas la resistencia militar española: en 1657 Blake consigue apresar la flota española procedente de América cerca del final de su viaje, hazaña que en 1658 repite Stayner, mientras en Flandes se pierde de nuevo, y ahora para siempre, el puerto de Dunkerque. La derrota española en el norte, junto al deseo de Felipe IV de poner fin a la secesión de Portugal, después de las fracasadas campañas de 1657 y 1658, van a permitir la reanudación de conversaciones entre Madrid y París, obteniéndose en 1659 la firma del Tratado de los Pirineos. En este acuerdo, Luis XIV accede a rehabilitar a Condé y a no prestar ayuda a los rebeldes portugueses; Felipe IV, asegurada por entonces la sucesión con el príncipe Felipe Próspero y el infante Fernando Tomás -morirían, sin embargo, al poco tiempo-, no puso reparos en entregar la mano de la infanta María Teresa a Luis XIV, junto con algunas plazas en los Países Bajos y los territorios catalanes del Rosellón y la Cerdaña, poniendo así fin a la contienda franco-española iniciada en 1635. Con Inglaterra el enfrentamiento continuará aún después de la muerte de Cromwell (1658) y la subida al trono de Carlos II(1660), a quien Felipe IV había estado protegiendo desde la revolución de 1642. El monarca inglés, aconsejado por sus ministros, optó por unir los intereses de Inglaterra con los de Portugal a través de un enlace dinástico con los Braganza, obteniendo en dote por su matrimonio en 1661 con la infanta Catalina la ciudad de Bombay, que abría las puertas de la India, y la plaza de Tánger, en el Estrecho de Gibraltar, que facilitaba la entrada al Mediterráneo y la posibilidad de obstaculizar el tráfico marítimo entre Cádiz y América. La alianza anglo-portuguesa acordada en 1661 fue decisiva, además, para el afianzamiento de la dinastía Braganza en Portugal, ya que el auxilio prestado a Lisboa a cambio de concesiones comerciales importantes a los mercaderes ingleses, según los acuerdos de 1642, 1652, 1654 y 1660, facilitó su resistencia, a la que contribuyó también la ayuda que Francia enviaba, no obstante el compromiso adquirido en el Tratado de los Pirineos. Las victorias portuguesas sobre el ejército español, tampoco muy bien coordinado, en Ameixial (1663) y Villaviciosa (1665), convencieron a la reina regente Mariana de Austria de la imposibilidad de recuperar el reino separado en 1640, por lo que no tuvo más remedio que reconocer su independencia en 1668, inaugurándose una nueva etapa en las relaciones de ambas monarquías.
contexto
El interés alemán en conquistar Gibraltar con la cooperación de España e Italia se inició cuando el Alto Mando militar germano se percató de la resistencia británica tras la caída de Francia.Para ello, en la segunda mitad del mes de julio el almirante Canaris y otros cinco colaboradores militares partieron a España por rutas diferentes para recoger los datos que permitiesen una adecuada preparación del plan.El día 23 de julio se entrevistaron con el general Juan Vigón, el coronel Martínez Campos y el teniente coronel Ramón Pardo. Posteriormente, el almirante Canaris, el coronel Piekenbrock, perteneciente a su staff, y Wilhelm Leissner, representante de la Abwehr en España, se entrevistaron con Franco y Vigón.Los días 25 y 26 de julio visitaron la zona del Campo de Gibraltar y el 27 subrayaron la necesidad de que España suministrara más información mediante puestos de observación en La Línea y Algeciras, mejores mapas, y lugares donde poderse reunir las fuerzas de infantería.Tras esto volvieron a Berlín, presentaron un informe e iniciaron la preparación de un plan de ataque, que se juzgó impracticable (12).Pero esta primera información sirvió para que el Estado Mayor de Operaciones de la Wehrmacht comenzase a preparar planes de conquista, abandonando ya la mera destrucción del puerto y de las fuerzas navales allí estacionadas. Hitler aprobó estas propuestas militares el 24 de agosto.Para entonces, Ramón Serrano Suñer había declarado al embajador alemán en Madrid, Von Stohrer, que el general Franco accedía a entrar en guerra si Alemania garantizaba suficiente ayuda militar, combustible y cereales.Por estas fechas, Franco solicitaba apoyo del Duce a las reivindicaciones españolas. Los alemanes habían preparado un proyecto de protocolo con España donde se recogía, por una parte, la entrada de España en guerra, y, por otra, las ayudas económicas y militares, y las reivindicaciones españolas. En el artículo XII se establecía la entrada en vigor del protocolo una vez que "Italia diese su visto bueno a los dos Gobiernos" (13).El 6 de septiembre, Hitler manifestó al comandante en jefe de la Marina alemana que en el caso de que la operación León Marino no pudiera llevarse a efecto durante el invierno, tendría que aclararse la situación en el Mediterráneo.El Estado Mayor de la Marina estudiaría la forma de ocupar las islas Azores, Canarias y Cabo Verde por una fuerza italo-alemana, como medida preventiva, impidiendo su ocupación por los británicos o posiblemente los americanos (14).El 13 de septiembre emprendió viaje a Berlín una amplia misión española encabezada por Ramón Serrano Suñer. El objetivo secreto de esta visita era conocido solamente por Franco y Serrano Suñer.Antes de la salida de Serrano tuvo lugar en San Sebastián una reunión bastante movida del Consejo de Ministros, a la que no asistió el ministro de Asuntos Exteriores, Juan Beigbeder.En ella, Franco y Serrano admitieron que la guerra no había seguido el corto plazo que se esperaba. Por ello, en vez de hacer una demostración de fuerza militar con el Marruecos francés, para lo que hasta entonces se habían estado preparando, era mejor tratar de obtener esta reivindicación por un acuerdo con Francia, tal como hicieron Rumanía y Hungría con Transilvania, notificándolo a las potencias del Eje para que diesen su visto bueno.La mayoría de los ministros se mostraron escépticos; pero pensaron que si Alemania estaba conforme, España obtendría Marruecos y Orán, en cuya reivindicación existía unanimidad. En realidad, un previsible fracaso de Serrano satisfaría a la mayoría de los ministros.Los ministros estuvieron de acuerdo en que Serrano Suñer no debía discutir ningún reajuste de relaciones con Alemania. Pero Franco y Serrano Suñer habían llegado a la conclusión de que la ofensiva aérea de Alemania contra Inglaterra acabaría en dos o tres semanas con la resistencia británica. Por ello debían estar preparados para poderse sentar en la mesa de los vencedores en el momento oportuno, y repartirse el botín.Serrano Suñer no podía ofrecer la cooperación militar de España hasta que no estuviese completamente segura la derrota de Inglaterra. Estaba autorizado, sin embargo, a dejar caer la cuestión de Marruecos y Orán para tantear el terreno y ver las posibilidades.Serrano Suñer llevó consigo una carta de Franco a Hitler fechada el 11 de septiembre en San Sebastián, en la que presentaba a su ministro. Este explicaría de forma más precisa lo que el general Vigón expuso en su visita a Berlín en el mes de junio. La carta expresaba en su último párrafo la firme fe en la inminente victoria final de las armas alemanas.El 17 de septiembre tuvo lugar la primera entrevista de Serrano Suñer con Von Ribbentrop.El ministro español compareció como representante del Gobierno español y agente personal del general Franco, que traía una misión especial.España quería participar en la guerra de una manera efectiva, pero sin precipitaciones. Reclamaba ayuda económica y militar, reivindicaciones territoriales en Marruecos, Orán y Río de Oro, y no un mero condominio sobre Gibraltar. En cuanto a los temas económicos, España estaba dispuesta a admitir un régimen de comercio excepcional con Alemania.Ribbentrop se congratuló de que España admitiese la posibilidad de entrada en guerra. Mas, para el ministro alemán, la victoria era absolutamente cierta e Inglaterra sería derrotada de inmediato. Por ello, Ribbentrop hizo caso omiso de las propuestas de su interlocutor, aunque indicó que España podría participar en la nueva organización de Europa y en la elaboración del nuevo mapa africano.Añadió que España debía ceder una de las islas Canarias y que Alemania necesitaba bases en Agadir y Mogador con un "hinterland" apropiado. Consideró demasiado elevadas las peticiones hispanas de ayuda económica y militar y ofreció a cambio unas proposiciones económicas que alarmaron al ministro español.Serrano pudo presentar mayor flexibilidad en temas económicos, pero no cedió en las demandas territoriales.Al final de la entrevista volvió a aparecer el tema de Gibraltar. Según Serrano Súñer, España entraría en guerra una vez instaladas cerca de Gibraltar diez baterías de 38 centímetros. Era un avance sustancial.Al día siguiente tuvo lugar la entrevista con Hitler. En ella, el asunto esencial fue Gibraltar.Para Hitler la conquista de Gibraltar no era tan difícil como la presentaba Serrano, ni la colaboración de España tan importante como para revisar a fondo las condiciones bajo las cuales podía luchar España al lado de Alemania y entrar en guerra inmediatamente.Se volvió a tocar también el asunto de Marruecos y la rectificación de fronteras. Además, Serrano Suñer propuso una alianza militar defensiva de Alemania, Italia y España.Como resultado de esta entrevista, un tanto teórica, hay que reseñar la propuesta de Hitler de ponerse en contacto con Franco en la frontera hispano-francesa y la carta de Hitler a Franco aclarando las confusiones que sobre el tema de Gibraltar existían.Serrano Suñer volvió a reunirse con Ribbentrop, chocando de nuevo las dos concepciones sobre Gibraltar, Marruecos y las posibles amenazas. España debía ceder una de las islas Canarias, una de las islas de Guinea Ecuatorial y la propia Guinea, a cambio de los territorios que se cediesen en Marruecos a España, así como Agadir y Mogador. Quedaron en volver a entrevistarse una vez que el ministro de Asuntos Exteriores alemán hablase con el Duce y Ciano en Roma.Mientras tanto, el ministro español envió un informe de lo tratado a Franco.Este, tras leer el informe, procedió a reiterar sus instrucciones comentando las posturas de Ribbentrop y Hitler en las entrevistas.Al recibir la carta de Hitler, Franco se dio cuenta de que Serrano Suñer había ido más lejos de lo convenido. La carta de Hitler, nada apremiante, señalaba que la entrada de España en guerra debía empezar con la expulsión de la flota inglesa de Gibraltar, para proceder después al ataque de la Roca. Pero Hitler dejaba a España decidir sobre la intervención.Sobre esta base, Franco envió nuevas instrucciones, subrayando que convenía estar dentro pero no precipitar las cosas, y manteniendo el protocolo que proponían los alemanes en los límites que previamente habían fijado. Franco dedujo de la carta de Hitler una aceptación implícita de guerra larga.En la carta de contestación a Hitler, Franco subrayaba previamente las reivindicaciones en Marruecos, consideraba innecesarios los enclaves propuestos y agradecía la propuesta de encuentro en la frontera española. El resto de la carta se desmarcaba claramente de cualquier intento de reajuste de relaciones.El 24 de septiembre, Serrano Suñer volvió a entrevistarse con Ribbentrop. Serrano hizo jugar el ataque inglés a Dakar, tratando de romper el escepticismo del ministro alemán sobre los peligros que corría España en Marruecos y la necesidad de una seria preparación, pero en vano. Pasó luego a la exposición de temas pendientes; el general Franco estaba de acuerdo con la carta de Hitler, salvo en el tema de las bases y las pretensiones económicas, que consideraba exageradas.Ribbentrop procedió a explicar la sugerencia italiana de una alianza entre Italia, Alemania y España con una duración de 10 años. Se fijaría la entrada en la guerra mediante una cláusula secreta. Habría dos protocolos suplementarios, uno sobre ayuda económica y militar de Alemania y otro sobre entregas de materias primas entre ambos países.Esta alianza daría seguridades de que, una vez conseguida la paz, el Marruecos francés sería transferido a España, reservándose Alemania ciertos enclaves.Serrano expuso la postura española ante la propuesta en tres puntos: decisión española de entrar en la guerra de inmediato, seguridades de ayuda material y militar a España y reconocimiento de las demandas territoriales de España.La posterior entrevista del ministro español con Hitler no cambió para nada la situación. Hitler manifestó que daría una respuesta oral o escrita a Franco en conversación con él. Serrano acogió esta idea como la única solución posible a los problemas surgidos en las entrevistas de Berlín.Esta actitud fue duramente criticada por los acompañantes de Serrano. El ministro cortaba todas las líneas de retirada (15).En todas estas entrevistas, los alemanes no hicieron ninguna propuesta de actividades militares conjuntas. El Alto Mando de la Wehrmacht había prescindido temporalmente del ataque conjunto a Gibraltar entre Italia, Alemania y España, centrándose en la anulación de Gibraltar como base (16).Serrano marchó a Roma a pedir el visto bueno italiano. Así lo reconoció el propio ministro en diversas ocasiones en 1945, y lo recogieron los documentos norteamericanos, británicos y franceses (17).Los italianos, que no habían reconocido el movimiento español en Tánger, tenían puestos sus ojos en las colonias francesas. Serrano procuró llegar a un acuerdo territorial. Ciano y el ministro español, inclinados sobre un mapa africano, trataron de repartirse la piel del oso. La disputa entre los dos ministros sobre Argelia llegó a los servicios de información aliados (18).El Duce dio muestras de comprensión. La intervención española sería decidida de común acuerdo, procurando que no fuese una pesada carga para España y dejando para posterior examen los aspectos prácticos de la cuestión. A su juicio sería importante que en la conferencia de la paz dos naciones latinas contrarrestasen la influencia alemana en Marruecos.Esta postura volvió a reiterarla el Duce en la entrevista del 4 de octubre en Brennero, con Hitler.Hitler manifestó que no estaba dispuesto a ceder a España el Marruecos francés por miedo a desestabilizar la situación en Francia; y se mostró de acuerdo en la cesión de Gibraltar (no un mero condominio).Mussolini expresó su conformidad e indicó que sería oportuno decir a Serrano que estaban de acuerdo en las reivindicaciones sobre Inglaterra y, en principio, en una modificación territorial con Marruecos, que se precisaría en el momento de la paz. España pasaba a ser un aliado no militar del Eje (19).Ciano informó de esta entrevista al ministro Serrano. Este volvió a España el 5 de octubre, y sin percatarse de los cambios ocurridos comenzó los preparativos para la entrevista con Hitler, que tuvo lugar el 23 de octubre en Hendaya.Previamente, Franco se había reunido con seis generales. Para éstos, Franco debía decir a Hitler que, antes de asentir a ser esclavos, todos los españoles de buena gana morirían luchando.
contexto
Aproximadamente a partir del año 1913 se produjeron una serie de circunstancias que colocaron en una situación crecientemente crítica a la monarquía constitucional, hasta el momento de su definitivo colapso en el año 1923. Desde el punto de vista político, a partir de 1913 desaparecieron las posibilidades de regeneración del sistema desde sí mismo. Ni siquiera los partidos políticos del turno enunciaron a partir de este momento esos propósitos y su creciente fragmentación contribuye a hacer que la vida política española fuera cada vez más complicada con el transcurso del tiempo. El momento inicial de este proceso tuvo lugar en 1913-1914 cuando, tras la muerte de Canalejas, se produjo la paralela división del partido liberal y del conservador. Este hecho coincidió aproximadamente con el estallido de la guerra mundial, un acontecimiento de envergadura que produjo un cambio sustancial en la vida pública española. A partir de este momento, los acontecimientos dominaron a los políticos en vez de suceder en sentido inverso. España era una potencia europea que en este marco geográfico desempeñaba un papel de segundo rango. Carecía de la potencia económica y militar suficiente como para presentarse como un aliado deseable a cualquiera de las grandes potencias europeas. La vinculación mediterránea de nuestro país y sus intereses en Marruecos ponían en contacto a la política exterior española con las de Inglaterra y Francia; por eso, las relaciones con estos dos países fueron más frecuentes y estrechas. Pero como se demostró en el tema de Marruecos, sus intereses no siempre coincidían con los españoles. La diplomacia franco-británica centró su objetivo ante el conflicto en evitar que España entrara en el área de influencia alemana. Por su parte, Alemania utilizó el acercamiento a España para atemorizar o dividir a sus adversarios. Hay que partir de estas premisas para entender la actitud española ante la Primera Guerra Mundial. Cuando se produjo el conflicto nuestra postura hubo de ser necesariamente de neutralidad, fundamentalmente por pura impotencia. La guerra mundial supuso para España un motivo más de enfrentamiento entre derechas e izquierdas, pero los gobernantes españoles supieron mantenerse en una efectiva neutralidad. Para las derechas, Alemania y sus aliados representaban el orden y la autoridad. En cambio, para las izquierdas, al lado de Francia e Inglaterra estaba "la causa del derecho, la libertad, la razón y el proceso contra la barbarie", como decía Alejandro Lerroux. Los políticos del turno se vieron afectados por la violencia de la polémica en el seno de la sociedad española. En el momento del estallido de la guerra, el jefe del Gobierno, Eduardo Dato, mostró una actitud de absoluta neutralidad e intentó que las polémicas en la prensa y entre la opinión pública no pusieran en peligro la actitud española. La neutralidad fue netamente positiva para España porque su mantenimiento le permitió un crecimiento económico importante. Si la política española se vio gravemente afectada por la guerra no fue menos importante el modo en que la sociedad nacional sufrió el impacto del conflicto bélico, hasta el punto de que ha llegado a afirmarse que éste tuvo una entidad y trascendencia capitales para el desarrollo del capitalismo español. Una verdadera riada de oro llegó a las arcas de los industriales y comerciantes españoles. El comercio exterior creció a un buen ritmo: basta con decir que si en los años de la preguerra nuestra balanza comercial tenía un saldo negativo de entre 100 y 200 millones de pesetas, ahora de manera brusca pasó a ser de unos 200 a 500 millones de saldo positivo. La razón era sencillamente que una serie de productos de exportación habían experimentado una gran demanda en el mercado extranjero y otros que hasta ahora no habían tenido más que un mercado nacional, debido a las circunstancias especiales de la guerra, resultaron rentables para otras naciones. Desde luego, el caso más característico fue el de la minería de hierro vasca, que vio multiplicarse por catorce su cifra de negocio, y el del carbón asturiano, que por sus difíciles condiciones de explotación se hallaba en clara desventaja frente a otros carbones europeos. A partir del inicio de la guerra la producción de carbón en España aumentó anualmente entre un 10 y un 20%, pasando el número de mineros en Asturias de 17.000 a 40.000 y los beneficios de la empresa Duro-Felguera se multiplicaron por ocho. Otra industria nacional afectada directamente por la guerra mundial fue la de los fletes. El aumento de la demanda mundial y las dificultades provocadas por el bloqueo submarino alemán tuvieron como consecuencia una inmejorable situación para las navieras. Entre 1918 y 1920 se crearon 56 nuevas empresas de este tipo y los precios de los transportes marítimos habían crecido tanto que los dividendos de algunas de esas empresas llegaron a ser del orden del 500%. Otros sectores crecieron quizá menos espectacularmente, pero su avance se mantuvo más tiempo. En términos generales puede afirmarse que toda la actividad económica española se vio muy estimulada por la Primera Guerra Mundial. Además, hubo dos hechos que, nacidos como consecuencia de la guerra, con el paso del tiempo se convirtieron en elementos vertebradores de la economía española incluso hasta el momento presente. En primer lugar, la guerra favoreció la nacionalización de la economía española en varios sentidos: así como antes del conflicto una parte importante de las empresas mineras y ferroviarias seguían en manos de capital extranjero, ahora el capitalismo español aprovechó la ocasión para rescatar una Deuda Pública exterior. Para la banca española y, en especial la vasca, la guerra mundial supuso el salto decisivo. A principios del siglo XX habían surgido algunos de los bancos más importantes; ahora aparecieron otros, pero la novedad más destacable consistió en el cambio del centro de gravedad de la banca española, su considerable progreso y su papel financiador de ahora en adelante de la industria nacional. Así como a principios de siglo el capital de la banca catalana era tres veces superior al de la vasca, ahora cambió por completo la situación debido en parte a que aquélla había sido incapaz de superar su organización familiar o cuasifamiliar que la llevaría a tener importantes dificultades en los años de la posguerra. Los recursos propios de la banca española se triplicaron, los ajenos se multiplicaron por cuatro y la cartera de valores por cinco, con unos beneficios que en ocasiones sobrepasaron el 20%. Además, la banca desempeñará un creciente papel en la industria a partir de este momento y desde luego esta vinculación entre ambas es un hecho que todavía perdura. Pero también la guerra mundial tuvo consecuencias menos positivas en lo relativo a los aspectos sociales. Aunque la producción de las materias alimenticias no se contrajo, sin embargo en España se produjo un súbito encarecimiento motivado porque parte de la producción salió a los mercados extranjeros, donde se podían conseguir unos mayores beneficios. Se ha calculado que los productos de primera necesidad experimentaron un alza del 15% durante la guerra. Los salarios crecieron también debido en parte a la fuerza creciente de los sindicatos obreros y porque los patronos consideraron mucho más rentable en aquel momento un alza de salarios que una suspensión de la producción. Sin embargo, por lo que parece, los salarios fueron por detrás de los precios, al menos hasta el año 1919, produciendo tensiones sociales que pesarían gravemente en el posterior desarrollo de los acontecimientos.