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Los dibujos de El Bosco, unas cuantas decenas, constituyen un documento valiosísimo a la hora de reconstruir su método de trabajo, de creación de seres fantásticos que más tarde pasaban a poblar sus complejas escenas religiosas. Entre estos dibujos encontramos este ejemplo en el que tres figuras centrales de mayor tamaño están rodeados de figurillas más pequeñas. Hay una monja, cubierta por una especie de tenazas gigantes encima. A su lado, metido en una cesta, hay un hombre curvado, exhibiendo las nalgas, lo que se consideraba una alusión al pecado de la sodomía. Expulsa pájaros por el ano, al tiempo que un bufón le golpea con un instrumento musical, símbolo de la lujuria. Los pájaros que ha expulsado pueblan todo el papel mientras diversos niños desnudos los persiguen, atrapan y despluman. Se trata evidentemente de una escena complementaria que más tarde aparecería en algún lugar de sus cuadros, como un grupo que retrata el vicio de la lujuria.
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Las obras de El Bosco, pobladas de demonios y personajes grotescos, eran preparadas minuciosamente por un artista que siempre estuvo al servicio de los deseos de sus clientes. En este caso, el carácter de las figuras y las escenas dibujadas muestran de manera evidente que estaba trabajando en uno de los numerosos infiernos que pintó. En el dibujo apreciamos todo tipo de figuras híbridas, agresivas, devorando peces y hombres. Se trata de los tormentos eternos del infierno, que se completan o culminan en la escena de tortura central: varias figuras demoníacas asestan hachazos a un hombre desnudo.
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Escena medieval de caza, perteneciente al Libro de la Montería del rey de Castilla Alfonso XI.
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Se desconoce el tema exacto de esta escena mitológica, pudiendo tratarse de un momento de la historia de Júpiter e Io cuando el dios recupera a la ninfa convertida en carnero de la atenta mirada de Argos. Una figura masculina de potentes músculos y cubierto con una túnica se apoya en el animal de raza vacuna, recibiendo ambas figuras un potente foco de luz procedente de la izquierda para crear un acertado juego de contrastes. La pincelada es rápida y empastada, apreciándose claramente los trazos en el lienzo, siguiendo en la técnica y en el cromatismo al Goya maduro.