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Renacimiento7

Desarrollo


No se admite ya que el período clasicista del Cinquecento haya durado el medio siglo adscrito desde Vasari al Alto Renacimiento. Sólo comprendió propiamente, al menos en la Italia central, una veintena de años, de 1500 a 1520, el de la muerte de Rafael, uno de sus principales definidores, que ya había visto desaparecer a Bramante en 1514 y a Leonardo en 1519, otros dos pilares del estilo. Etapa ciertamente breve, pero que contó con personalidades pujantes y geniales que, junto con Miguel Angel, la convirtieron en luminoso momento estelar de la Historia y el Arte universal. Tampoco vivió hasta esa fecha el más decisivo mecenas y patrocinador del Renacimiento en Roma, el papa Julio II, que gobernó la Iglesia católica con voluntad de hierro entre 1503 y 1513. El sucesor, León X, perteneciente a la casa de los Médicis, ejercerá el pontificado hasta 1524, año en que ya el clasicismo había emprendido otros rumbos que se expandirán tras el crítico Saco de Roma en 1527. La coincidencia de los cuatro grandes determinó que Roma arrebatara a Florencia el papel conductor del Renacimiento desempeñado el siglo anterior. El papa Della Rovere logró atraer a Bramante, que acababa de abandonar Milán tras la ocupación francesa de 1499, encomendándole la ampliación del Palacio vaticano y la construcción de la nueva basílica de San Pedro.

Bramante pudo convertirse así en el auténtico creador del estilo clasicista en arquitectura y tuvo luego en Rafael su ilustre continuador. La estancia de Bramante en Lombardía al servicio de Ludovico Sforza anticipó algunas de las soluciones que el artista desplegaría en su actividad romana; en Milán contó con la compañía de Leonardo de Vinci, que se había ofrecido no sólo como pintor y escultor, sino además como constructor y asesor de arquitectura e ingeniería militar. Si Bramante es considerado, como apuntó Vasari, el verdadero continuador de Brunelleschi con su cupullone presidiendo en altura la catedral florentina y la ciudad entera, también heredó de Alberti el quehacer teórico de proyectar los diseños tras haber estudiado en los restos visibles de la Roma cesárea las apoyaturas que le permitirían erguir la cúpula como hito dominante de la urbe y arroparla con monumentalidad y elegancia estructural. A los arquitectos del Clasicismo tocará resolver dos tipos de edificaciones separadas por su destino religioso o mundano: de un lado, culminar templos iniciados en estilo gótico agregándoles la cabecera o construirlos de nueva planta donde por elección estilística se adoptarán planos centrados adecuados a la coronación cupular, como además de San Pedro del Vaticano se incluyen capillas sepulcrales o sacristías de plan central; de otro, palacios urbanos de magnificencia acorde con el nivel social de los comitentes, o villas suburbanas de recreo abiertas a jardines.

Ambas tareas ya las había acometido el Quattrocento, pero las diferencia la magnitud de la escala y el ropaje despojado y austero de sus estructuras, cuya belleza radicará en el desnudo arquitectural. La escultura clasicista estará más conectada con los modelos que la arqueología proporciona para los temas relacionados con la mitología; y en los motivos sacros, con una concreción piramidal, cerrada y estática, sin olvidar las aproximaciones al ideal humano actualizado por los estatuarios del Quattrocento. En cambio, la pintura, que no contó con antecedentes del mundo antiguo, tuvo que definir ex novo sus pautas monumentales. Quien revolucionó el que hacer pictórico con las novedades del sfumato y el claroscuro, sobre todo con la mentalización subjetiva del contenido, fue Leonardo, a quien Roma desaprovechó antes de su marcha a Francia. Tanto él como Rafael coincidieron en Florencia en la primera década del quinientos con Miguel Angel, por lo que la ciudad del Arno fue pionera en conocer el momento inicial del Clasicismo, si bien Roma, al contratar a los dos últimos como pintores y arquitectos, se consagrará como crisol definitivo. A los tres grandes maestros ha de contraponerse en Venecia el clasicismo colorista de Giorgione, también influido por Leonardo, y el primer Tiziano, como la otra visión italiana del estilo. En unos y otros será su más insistente motivación el retrato y la imagen sagrada, con amplio repertorio de pintura mural histórica o simbólica.

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