Panorama cultural: de la fuerza del grupo al poder individual

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Datos principales


Rango

Calcolítico

Desarrollo


En el orden económico, se evidencia la intensificación y extensión de la economía productora, centrada en los cereales de secano, a costa de la puesta en cultivo de nuevas tierras, la deforestación por tala y quema de la masa boscosa e incluso la rotura de áreas marginales, antes desdeñadas. El hecho, sin saber hasta qué punto es efecto o consecuencia del aumento demográfico, redunda en beneficio de una mayor sedentarización y de una acumulación de excedentes. Con todo, el panorama no es homogéneo, y según la ecología y el relieve, se admite que la intensificación de la actividad ganadera (ovejas y cabras) fue otra alternativa, supeditada, en este caso concreto, a una movilidad estacional y a un aprovechamiento más intensivo de pastos. Estas particularidades económicas están ligadas a las modalidades adoptadas por los asentamientos, a la estructura social que consolida las diferentes respuestas y a la base ideológica que sustenta el orden y la reproducción del sistema, afianzado por las prácticas rituales y las manifestaciones artísticas que generan los símbolos distintivos, garantes de la integración colectiva y de la identidad cultural. En cualquier caso, importa destacar que la tierra fue un bien inestimable y, muy posiblemente, sujeto a conflictos. Es evidente que durante el Calcolítico asistimos a la ruptura de los parámetros que conferían, por encima de las diferencias, la igualdad de los grupos humanos, sea a nivel regional o en el seno interno de las comunidades.

La marcha socio-económica fue matizando la división del territorio y la ocupación del espacio refleja importantes diferencias en cuanto atañe a la estabilidad y tamaño de los poblados y a las costumbres funerarias. Sin embargo, uno de los caracteres distintivos del Calcolítico es la generalización de la arquitectura megalítica destinada a la construcción de tumbas monumentales y al enterramiento colectivo, por disposición de inhumaciones sucesivas. La moda de este ritual y de las tumbas megalíticas se había iniciado en la etapa anterior, durante el Neolítico, pero es a lo largo del tercer milenio cuando se generaliza esta costumbre, explicada funcionalmente como una forma de fortalecer los lazos de unidad entre los miembros de estas comunidades y de marcar la posesión y el control de la tierra o sus recursos, legitimando los derechos de descendencia, por su vinculación con los ancestros enterrados en los megalitos. Es precisamente en estos depósitos funerarios donde encontraremos las mejores manifestaciones del arte mueble calcolítico, como práctica ritual de ofrendar a los muertos un ajuar específico. Este cuidado y dedicación a los aspectos mortuorios, tanto en cuanto se refiere al receptáculo de su tumba como a la amortización de objetos y energía dedicada al ritual, no es parejo al conocimiento que tenemos sobre las viviendas. No obstante, sabemos que la morada en cueva tiende a abandonarse y aumentan la construcción y dispersión de cabañas al aire libre, con tendencia a la consolidación de pequeñas aldeas que, en las zonas más dinámicas y más beneficiadas por los cultivos, las técnicas agrícolas o los recursos naturales, abocarán hacia otra de las particularidades del Calcolítico en la Península Ibérica, el desarrollo de los primeros poblados fortificados, rodeados de varias murallas, bastiones defensivos e incluso fortines, ejemplo de las primeras muestras de una auténtica arquitectura defensiva en piedra.

La mayor precocidad y los ejemplos mejor documentados se fechan en la primera mitad del tercer milenio (hacia 2700 a. C.), mucho antes del Calcolítico precampaniforme. Provienen de dos áreas bien definidas: 1) El área meridional, comprendiendo la zona del Sureste y Valle del Guadalquivir. El foco se centra en el imponente yacimiento de Los Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería). Entre otros ejemplos de poblados fortificados podemos señalar también los de Almizaraque (Almería), los granadinos de Malagón y Cerro de la Virgen (Orce), Cabezo del Plomo en Mazarrón (Murcia), etc. 2) El área occidental, abarcando el estuario del Tajo, Algarve y aledaños del Guadiana. El foco de referencia para esta fachada atlántica es el yacimiento portugués de Vila Nova de Sáo Pedro, aunque sea Zambujal (Torres Vedras) el poblado mejor conocido.Las investigaciones, cada vez con más fuerza, confirman las diferencias regionales y también la existencia de un modelo de asentamiento jerarquizado cuyas redes controlan los diferentes recursos (tierras de cultivo, agua, pastos, sílex, rocas duras, minerales...) dispersos por un espacio más amplio, dominado por un centro principal, identificable con los poblados de mayor envergadura y con mayores defensas, predominantemente en altura. El trabajo de metal para abastecimiento doméstico no requiere gran aparato social, pero es en el seno de estas comunidades mejor defendidas donde se atestigua el conocimiento más antiguo de la metalurgia y la existencia de actividades más diversificadas.

Aunque no sea a nivel de una especialización a tiempo completo, la elaboración de los metales lleva implícita la extracción del mineral, cuya materia prima puede hallarse a varios kilómetros del centro fundidor, encargado a su vez de canalizar los intercambios, acumular un excedente y propiciar la llegada de los productos más exóticos o localizados a mayor distancia. Pese a que el mecanismo se realice en un marco igualitario, el orden y la continuidad requieren un cierto dirigismo. Por ello sobresalen los núcleos de mayor población, que pueden alcanzar una media de 300 habitantes o llegar excepcionalmente al millar. En la dinámica interna de este tipo de poblados es donde se detecta, con el avance del tiempo, la ruptura del equilibrio comunal y el ascenso paulatino a una mayor complejidad social que dará sus frutos en el segundo milenio, con el agotamiento del megalitismo y la moda del enterramiento individual. Las prácticas funerarias del ritual colectivo y la monotonía de las viviendas unicelulares, lleva a la suposición de que durante el Calcolítico las comunidades fueron internamente bastante igualitarias, unidas por lazos de parentesco, pero necesitaron crear mecanismos específicos para asegurar la subsistencia y la reproducción social. El resultado de estos mecanismos, a lo largo del tercer milenio, llevará a una doble respuesta: a) Desarrollo de unas redes más amplias destinadas a mantener las relaciones económicas, fomentar las alianzas y fortalecer la cohesión social.

Con ello se pretendía asegurar, sobre todo entre las poblaciones de menor densidad y menos consolidadas, las carencias de determinadas materias o alimentos y paliar los riesgos de una economía poco diversificada.Se estima que la base de estos intercambios fue la reciprocidad. La participación e integración en actos religiosos (rituales y ceremonias) propiciarían la circulación de bienes a corta distancia y el entrecruzamiento de estas redes socio-religiosas daría lugar al movimiento y a un recorrido más largo. b) Mayor control de la producción, encauzada hacia los intercambios, generando diferencias en el acceso a los recursos y la desigualdad social. En este caso, de acuerdo a las teorías postuladas por C. Renfrew y otros investigadores, las acusadas diferencias entre determinados tipos de tumbas megalíticas y los ajuares amortizados, vinculados en su mayoría a las necrópolis correspondientes a los poblados más complejos, explicarían la formación de jefaturas simples, redistribuidoras, orientadas al grupo, que expresan su prestigio social mediante el uso y amortización, tras la muerte, de objetos más costosos en materia y en tiempo. Este tipo de jefaturas sería la impulsora del incipiente artesanado y del desarrollo de unos bienes más lujosos utilizados como distintivos del prestigio o del poder acumulado, superando los intereses generados por los lazos de parentesco o de sangre. En este panorama hemos de explicar las transformaciones detectadas a partir del Calcolítico Campaniforme: mayor, amplitud de las redes de intercambio e incluso de transporte directo a larga distancia, con circulación de objetos más raros y preciados en su tiempo, tales como el marfil y las cáscaras de huevo de avestruz, procedentes del norte de África, el ámbar y el azabache, la propia expansión de la metalurgia y los objetos de metal, la difusión de los decorados recipientes cuyo cuello acampanado da nombre a este nuevo fenómeno, etc.

Paralelamente se va extendiendo al enterramiento individual, al parecer, reservado a contados individuos cuyo ajuar, con tendencia normalizada, se concentra en unos pocos objetos poco frecuentes, pero de amplia resonancia espacial a partir aproximadamente del año 2200 a. C.: puñal de cobre con lengüeta, puntas foliáceas de este mismo metal y larga espiga, denominadas de Palmela por el yacimiento portugués óptimo, brazal de arquero, botones de hueso o de marfil, cerámicas de estilo campaniforme... e incluso mayor presencia de los ornatos en oro. Estos distintivos de prestigio, siempre de carácter masculino, son exponente de fuerza (armas) y del poder económico de unos pocos individuos, que ostentan jefaturas más personalizadas, auténticas elites responsables del cambio económico y social. Por ello, el avance del enterramiento individual significa la crisis del sistema y el punto final a una etapa sustentada, a nivel de comunidad, por el valor ideológico de los símbolos y la fortaleza que transmitía el ritual.

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