La arquitectura megalítica: a la búsqueda de una morada eterna
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Datos principales
Rango
Calcolítico
Desarrollo
El nombre de megalítico (con matiz diferente del término ciclópeo) hace referencia a una arquitectura de grandes piedras toscamente desbastadas (del griego niega: grande, y lithos: piedra). Es anterior y distinta a la denominada arquitectura talayótica en Baleares , mucho más moderna. El hombre megalítico se aplica a diversas categorías de estructuras funerarias y a otros monumentos de finalidad más discutida (menhires , alineaciones, cromlechs...), interpretados siempre en términos religiosos. Sin embargo, la denominación es reduccionista porque el concepto incluye a su vez otra serie de construcciones funerarias, no megalíticas, pero consideradas dentro del mismo fenómeno: estructuras funerarias en mampostería y falsa bóveda (denominadas tholoi), cuevas artificiales... coincidentes en su planta y destino con las sepulturas megalíticas en sentido estricto. La utilización de estas estructuras para enterramientos múltiples, así como la monumentalidad, son dos atributos compartidos, unificadores del concepto megalítico, obviando las divergencias en el aparejo o en la naturaleza de los materiales. A excepción de las denominadas cuevas artificiales (receptáculo fúnebre labrado en una roca relativamente blanda y adoptando un espacio equivalente al de las construcciones externas), todos estos panteones, sin importar morfología y dimensiones, se cubrían y ocultaban con un enorme túmulo de tierra o piedras, de disposición meticulosa y cuidada, normalmente marcando el perímetro por un anillo de piedras más pequeñas.
Así pues, el paisaje de los megalitos no sería la desnudez que hoy contemplamos en la ruina de estos monumentos, sino un montículo cuya planta puede oscilar entre 10 ó 30 metros y superar los 2,5 m de altura. Incluso es factible, y así lo avalan algunos testimonios, que el colorido externo de algunos de estos estímulos no quedara camuflado en el paisaje, sino que la propia tierra o la alternancia combinada de guijarros o piedras de distinta naturaleza, diera unas coloraciones especiales que realzaran inclusive la artificialidad de estas colinas fúnebres. La construcción de uno de estos monumentos requiere algún tiempo y la colaboración de un cierto número de personas, siempre en función de su magnitud, pero su arquitectura repite soluciones muy simples, tanto si se opta por el sistema arquitrabado, lo más general, o por la cubrición en mampostería y falsa bóveda por aproximación de hiladas (tholoi). Las piedras verticales (ortostatos), generalmente de granito o pizarra, dependiendo de la oportunidad local de la geología (en ocasiones se recurre al transporte de varios kilómetros) se sostienen merced a su afianzamiento en una pequeña zanja y al uso de piedras menores, a modo de calzas, favoreciendo la sujeción y el levantamiento de cada una de las losas. El encaje en la tierra y la dispersión del empuje en el acoplamiento mutuo al cerrar el perímetro, así como su leve inclinación hacia el centro de la cámara, son suficientes para permanecer en pie, desafiando los siglos.
Las tierras del montículo e incluso un anillo de piedras más pequeñas, alrededor de la cámara, sirven de plataforma y plano inclinado para el ascenso de la enorme piedra monolítica que actúa como techo de la cámara. La preparación del suelo puede ser por simple batido aunque en casos excepcionales se aprecia una especie de enlosado, más o menos tosco según la categoría del sepulcro. La cubrición del conjunto con las tierras del túmulo ocultarán a los ojos de los vivos el exterior del monumento, debidamente preparado para permitir las sucesivas inhumaciones, de acuerdo a las circunstancias. En la actualidad rara vez está conservado el túmulo, pero este elemento es consustancial a estas construcciones, unificadas externamente por su aspecto específico y valor simbólico del espacio consagrado al emplazamiento de la tumba, a veces marcado con la presencia de betilos, pequeñas columnas troncocónicas carentes de decoración y más raramente con auténticas estelas a modo de señalizaciones o hitos funerarios. Atendiendo a la morfología se distinguen tres tipos primarios: - El dolmen, palabra bretona que significa mesa. El esquema básico es una cámara simple, circular, poligonal, ovoide..., cubierta con una sola piedra (excepcionalmente techada con madera y ramajes). - La tumba de cámara y corredor. Se añade al tipo anterior un pasillo de acceso, normalmente más bajo, también adintelado. En el caso de que se trate de un tholos, se construye con aparejo de mampostería en seco y la cubrición se cierra por aproximación de hiladas.
En ocasiones se recurre a una solución mixta combinando ortostatos y mampostería. El esquema en forma de tholos se ejemplifica en la necrópolis megalítica correspondiente al poblado fortificado de Los Millares , con más de un centenar de tumbas. Posiblemente este tipo de sepulturas, así como la variante en cueva artificial, representan los tipos más modernos, como una modalidad propia del Calcolítico , frente a la cubierta plana originada ya durante el Neolítico. La llamada Cueva del Romeral (Antequera, Málaga) o la de Matarrubilla (Valencia de Alcor, Sevilla), en este caso auténtica cueva artificial, están entre los megalitos más monumentales. - Galería cubierta. Adopta planta trapezoidal, sin diferenciación neta entre cámara y corredor. La cubrición es adintelada y según la anchura se colocan pilares intermedios que sirven de sostén. La monumental Cueva de Menga en Antequera (Málaga) sigue esta morfología. Nichos, divertículos anexos, puertas perforadas para delimitar el paso a la cámara, pilares divisorios... así como las variantes adoptadas por la planta, dimensiones e incluso la naturaleza de las piedras, reflejan unas divergencias, ligadas posiblemente a las particularidades del grupo social y a matizaciones más locales, entendiendo que aunque el sepulcro sea siempre colectivo (desde unos pocos individuos hasta más de 50), no significa la igualdad ni la uniformidad en los sepulcros y ajuares, ni en los ritos mortuorios.
A las casuísticas apuntadas hay que añadir que la investigación ha puesto de manifiesto que la construcción de estas tumbas está ritualizada y las inhumaciones sometidas a una intensa manipulación de los cadáveres, lo que lleva a suponer que, en muchos casos, se trata de enterramientos secundarios después de haber practicado la descamación e incluso de haber coloreado de rojo los huesos. Cremación parcial, fuegos, depósitos votivos..., y otras actividades difíciles de encasillar en una normativa, no siempre apreciables cuando la tumba ha sido violada o su excavación es antigua, formaron parte del complejo ritual. Aparte del ajuar de cada individuo y de los materiales que propician los ritos, no es infrecuente evidenciar que este tipo de tumbas, sea en la puerta de entrada o en el interior de las paredes, se complementan con la ornamentación , desde el simple teñido de rojo hasta una recubrición de yeso, soporte de complicados dibujos geométricos (rojo, negro, blanco, amarillento...), simulando una especie de tapiz, pasando por grabados lineales más o menos profundos representando motivos solares, líneas onduladas, signos curvilíneos e incluso figuras humanas... Otro elemento omnipresente son las denominadas cazoletas, pequeñas cavidades, picando la superficie de la piedra, sin llegar a la perforación. En casos más excepcionales, se reconocen al exterior de las piedras desnudas dibujos comparables a la pintura rupestre , sin que quede claro hasta qué punto son sincrónicos a la construcción del monumento o han sido ejecutados con posterioridad, una vez desmoronado el túmulo. Las tumbas megalíticas se extienden por todo el territorio peninsular, llegando incluso a Baleares (dolmen de Ca Na Costa en Formentera). La incidencia es muy escasa hacia Levante, centro y meseta oriental (utilización de cuevas naturales). Por el contrario, el área pirenaica, fachada occidental, y Andalucía, documentan una enorme variedad y densidad de estos sepulcros cuya construcción se inicia con anterioridad al Calcolítico y se prolonga hasta el segundo milenio.
Así pues, el paisaje de los megalitos no sería la desnudez que hoy contemplamos en la ruina de estos monumentos, sino un montículo cuya planta puede oscilar entre 10 ó 30 metros y superar los 2,5 m de altura. Incluso es factible, y así lo avalan algunos testimonios, que el colorido externo de algunos de estos estímulos no quedara camuflado en el paisaje, sino que la propia tierra o la alternancia combinada de guijarros o piedras de distinta naturaleza, diera unas coloraciones especiales que realzaran inclusive la artificialidad de estas colinas fúnebres. La construcción de uno de estos monumentos requiere algún tiempo y la colaboración de un cierto número de personas, siempre en función de su magnitud, pero su arquitectura repite soluciones muy simples, tanto si se opta por el sistema arquitrabado, lo más general, o por la cubrición en mampostería y falsa bóveda por aproximación de hiladas (tholoi). Las piedras verticales (ortostatos), generalmente de granito o pizarra, dependiendo de la oportunidad local de la geología (en ocasiones se recurre al transporte de varios kilómetros) se sostienen merced a su afianzamiento en una pequeña zanja y al uso de piedras menores, a modo de calzas, favoreciendo la sujeción y el levantamiento de cada una de las losas. El encaje en la tierra y la dispersión del empuje en el acoplamiento mutuo al cerrar el perímetro, así como su leve inclinación hacia el centro de la cámara, son suficientes para permanecer en pie, desafiando los siglos.
Las tierras del montículo e incluso un anillo de piedras más pequeñas, alrededor de la cámara, sirven de plataforma y plano inclinado para el ascenso de la enorme piedra monolítica que actúa como techo de la cámara. La preparación del suelo puede ser por simple batido aunque en casos excepcionales se aprecia una especie de enlosado, más o menos tosco según la categoría del sepulcro. La cubrición del conjunto con las tierras del túmulo ocultarán a los ojos de los vivos el exterior del monumento, debidamente preparado para permitir las sucesivas inhumaciones, de acuerdo a las circunstancias. En la actualidad rara vez está conservado el túmulo, pero este elemento es consustancial a estas construcciones, unificadas externamente por su aspecto específico y valor simbólico del espacio consagrado al emplazamiento de la tumba, a veces marcado con la presencia de betilos, pequeñas columnas troncocónicas carentes de decoración y más raramente con auténticas estelas a modo de señalizaciones o hitos funerarios. Atendiendo a la morfología se distinguen tres tipos primarios: - El dolmen, palabra bretona que significa mesa. El esquema básico es una cámara simple, circular, poligonal, ovoide..., cubierta con una sola piedra (excepcionalmente techada con madera y ramajes). - La tumba de cámara y corredor. Se añade al tipo anterior un pasillo de acceso, normalmente más bajo, también adintelado. En el caso de que se trate de un tholos, se construye con aparejo de mampostería en seco y la cubrición se cierra por aproximación de hiladas.
En ocasiones se recurre a una solución mixta combinando ortostatos y mampostería. El esquema en forma de tholos se ejemplifica en la necrópolis megalítica correspondiente al poblado fortificado de Los Millares , con más de un centenar de tumbas. Posiblemente este tipo de sepulturas, así como la variante en cueva artificial, representan los tipos más modernos, como una modalidad propia del Calcolítico , frente a la cubierta plana originada ya durante el Neolítico. La llamada Cueva del Romeral (Antequera, Málaga) o la de Matarrubilla (Valencia de Alcor, Sevilla), en este caso auténtica cueva artificial, están entre los megalitos más monumentales. - Galería cubierta. Adopta planta trapezoidal, sin diferenciación neta entre cámara y corredor. La cubrición es adintelada y según la anchura se colocan pilares intermedios que sirven de sostén. La monumental Cueva de Menga en Antequera (Málaga) sigue esta morfología. Nichos, divertículos anexos, puertas perforadas para delimitar el paso a la cámara, pilares divisorios... así como las variantes adoptadas por la planta, dimensiones e incluso la naturaleza de las piedras, reflejan unas divergencias, ligadas posiblemente a las particularidades del grupo social y a matizaciones más locales, entendiendo que aunque el sepulcro sea siempre colectivo (desde unos pocos individuos hasta más de 50), no significa la igualdad ni la uniformidad en los sepulcros y ajuares, ni en los ritos mortuorios.
A las casuísticas apuntadas hay que añadir que la investigación ha puesto de manifiesto que la construcción de estas tumbas está ritualizada y las inhumaciones sometidas a una intensa manipulación de los cadáveres, lo que lleva a suponer que, en muchos casos, se trata de enterramientos secundarios después de haber practicado la descamación e incluso de haber coloreado de rojo los huesos. Cremación parcial, fuegos, depósitos votivos..., y otras actividades difíciles de encasillar en una normativa, no siempre apreciables cuando la tumba ha sido violada o su excavación es antigua, formaron parte del complejo ritual. Aparte del ajuar de cada individuo y de los materiales que propician los ritos, no es infrecuente evidenciar que este tipo de tumbas, sea en la puerta de entrada o en el interior de las paredes, se complementan con la ornamentación , desde el simple teñido de rojo hasta una recubrición de yeso, soporte de complicados dibujos geométricos (rojo, negro, blanco, amarillento...), simulando una especie de tapiz, pasando por grabados lineales más o menos profundos representando motivos solares, líneas onduladas, signos curvilíneos e incluso figuras humanas... Otro elemento omnipresente son las denominadas cazoletas, pequeñas cavidades, picando la superficie de la piedra, sin llegar a la perforación. En casos más excepcionales, se reconocen al exterior de las piedras desnudas dibujos comparables a la pintura rupestre , sin que quede claro hasta qué punto son sincrónicos a la construcción del monumento o han sido ejecutados con posterioridad, una vez desmoronado el túmulo. Las tumbas megalíticas se extienden por todo el territorio peninsular, llegando incluso a Baleares (dolmen de Ca Na Costa en Formentera). La incidencia es muy escasa hacia Levante, centro y meseta oriental (utilización de cuevas naturales). Por el contrario, el área pirenaica, fachada occidental, y Andalucía, documentan una enorme variedad y densidad de estos sepulcros cuya construcción se inicia con anterioridad al Calcolítico y se prolonga hasta el segundo milenio.