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Datos principales
Rango
Imperio Nuevo
Desarrollo
El acoplamiento de los hicsos a Egipto fue tan perfecto, que la Arqueología es incapaz de detectarlos. Sólo en los entrelazos de ciertos escarabeos -de los llamados precisamente escarabeos hicsos- se cree advertir el gusto de los intrusos por estos enrevesados motivos. Aunque las bases de su poderío se hallaban en el Bajo Egipto, éste se hizo sentir también en el Alto, muy a pesar de los tebanos -la Dinastía XVII- y de su tenaz resistencia. La organización que los hicsos imprimieron al Estado, en un régimen algo semejante al del feudalismo, facilitó la labor de reconquista emprendida por los tebanos, que culminó en la toma de Auaris y en la expulsión de los restos del ejército enemigo. La persecución de éste por territorio asiático y el establecimiento de una cabeza de puente en Sharruhen (al sur de Palestina) fueron los primeros pasos hacia algo no previsto al parecer por los tebanos: la presencia permanente de Egipto en el Asia Anterior, situación que acabaría con su proverbial aislamiento. Para los analistas egipcios, la expulsión de los hicsos significa el comienzo de una nueva época, lo que convierte a su promotor -Ahmose - en fundador de una nueva dinastía-la XVIII-, cuando en realidad él pertenecía a la XVII, cuya legitimidad nadie había puesto en duda. Lo curioso es que Ahmose no sólo inaugura una nueva época en la historia oficial de Egipto, sino también en la historia real y viva. En efecto, Egipto se vio inopinadamente inmerso en un mundo y en una época -la que se denomina época de las relaciones internacionales- con los que ni había soñado.
El afán de alejar a los asiáticos de sus fronteras, lo forzó a adentrarse tanto en Asia, que en un primer avance, lo hizo llegar hasta la cuenca del Orontes y, después, a comprometerse de tal manera en su presencia en Siria, que ya todo el Imperio Nuevo será una pugna con los mitannios, con los hititas y con los propios Estados de Siria , el Líbano y Palestina para no desistir de aquella empresa. Gracias a esta presencia en Siria, acompañada de otra no menos efectiva en Nubia, Egipto no sólo alcanzó los mayores dominios territoriales de su historia, sino también unos recursos económicos que hicieron de él la primera potencia del mundo en algunos momentos. No es fácil de explicar cómo los Estados-ciudades de Palestina y de Siria, que más adelante habrían de caracterizarse por su feroz resistencia a la dominación egipcia, aceptaron sin oposición la autoridad de Ahmose y de sus inmediatos sucesores. Una posible explicación sería la de que los egipcios se presentaban como restauradores de un orden ya existente con anterioridad, el de la confederación de los pueblos hurritas, si es que los hicsos figuraban en ella, encabezándola. El hecho es que la penetración egipcia no encontró resistencia digna de mención, y que sus agentes se invistieron de una autoridad que, al ser expulsados, los hicsos les habían transferido como señores de Egipto. En el orden interno, Tebas impuso ahora un fuerte centralismo, capaz de sofocar todos los intentos -y tales intentos no faltaron, lo mismo en otros cantones del país que en los dominios de Nubia- de restablecer el anterior régimen feudal.
Fue menester para ello reorganizar y modernizar la administración del Estado. La necesidad de abastecer a un Ejército y a una Marina permanentes llevó a la creación de un órgano parecido a un ministerio de alimentación, y así la complejidad de la nueva situación obligó a convertir la administración patriarcal, hasta entonces en uso, en una eficiente máquina de gobierno. Una estela de Amenofis II (1438-12 a. C.) se expresa en términos hiperbólicos a la hora de exponer las cualidades del rey: "nadie es capaz de tensar su arco; al galope de sus caballos, él es capaz de atravesar de un flechazo cuatro placas de cobre; él solo acciona los remos de su barco cuando toda la tripulación ha caído exhausta; el número de piezas cobradas en una cacería por él solo supera al de las cobradas por todo su ejército...". Jamás un rey había ponderado con este lenguaje unas cualidades de fuerza y habilidad físicas que se le daban por supuestas, sin menoscabo de otras mucho más estimables. Se diría que el ideal heroico de los hicsos había llegado a afectar a la imagen egipcia del rey. Cuando esta imagen se compara con la hasta entonces dominante del funcionario prudente y comedido, se percata uno de hasta dónde la vida espiritual egipcia se había visto afectada por la dominación de los hicsos. Otro tanto se observa en el terreno de la religión. La gente visita ahora edificios sagrados, como templos, pirámides y tumbas, no como antes, para rezar sus preces con devoto fervor, sino para contemplarlos con ojos totalmente profanos, más interesados en el goce estético que en el piadoso recogimiento.
La Edad de Oro reinante en el albor del mundo y a la que todo faraón se afanaba por retornar se antoja ahora utópica a quienes proponen lo contrario: mirar hacia el futuro con la fe puesta en el progreso de la humanidad. El mundo es mucho menos complicado de lo que los sabios propugnan; hay que mirarlo con optimismo. Bien están el conocimiento y la razón; pero no hay que menospreciar el sentimiento y los afectos. Por mediación de éstos, se pueden alcanzar muchas metas fundamentales para el hombre. Este dualismo razón-sentimiento tuvo graves repercusiones de orden social, y al lado de los egipcios formados culturalmente en la escuela de Amón se encuentran otros muchos, a menudo en altos puestos y muy cercanos al rey, que se han educado en la escuela de la vida, las más de las veces empezando sus carreras como soldados del Ejército o como simples obreros, en las cuadrillas de los servicios del Estado. Desde el punto de vista de las realizaciones monumentales y artísticas, destacan como personalidades rectoras las de los faraones siguientes: la reina Hatshepsut (1503-1490 a. C.); Tutmés III (1490-1436); Amenofis III (1403-1364) y Amenofis IV (1364-1347).
El afán de alejar a los asiáticos de sus fronteras, lo forzó a adentrarse tanto en Asia, que en un primer avance, lo hizo llegar hasta la cuenca del Orontes y, después, a comprometerse de tal manera en su presencia en Siria, que ya todo el Imperio Nuevo será una pugna con los mitannios, con los hititas y con los propios Estados de Siria , el Líbano y Palestina para no desistir de aquella empresa. Gracias a esta presencia en Siria, acompañada de otra no menos efectiva en Nubia, Egipto no sólo alcanzó los mayores dominios territoriales de su historia, sino también unos recursos económicos que hicieron de él la primera potencia del mundo en algunos momentos. No es fácil de explicar cómo los Estados-ciudades de Palestina y de Siria, que más adelante habrían de caracterizarse por su feroz resistencia a la dominación egipcia, aceptaron sin oposición la autoridad de Ahmose y de sus inmediatos sucesores. Una posible explicación sería la de que los egipcios se presentaban como restauradores de un orden ya existente con anterioridad, el de la confederación de los pueblos hurritas, si es que los hicsos figuraban en ella, encabezándola. El hecho es que la penetración egipcia no encontró resistencia digna de mención, y que sus agentes se invistieron de una autoridad que, al ser expulsados, los hicsos les habían transferido como señores de Egipto. En el orden interno, Tebas impuso ahora un fuerte centralismo, capaz de sofocar todos los intentos -y tales intentos no faltaron, lo mismo en otros cantones del país que en los dominios de Nubia- de restablecer el anterior régimen feudal.
Fue menester para ello reorganizar y modernizar la administración del Estado. La necesidad de abastecer a un Ejército y a una Marina permanentes llevó a la creación de un órgano parecido a un ministerio de alimentación, y así la complejidad de la nueva situación obligó a convertir la administración patriarcal, hasta entonces en uso, en una eficiente máquina de gobierno. Una estela de Amenofis II (1438-12 a. C.) se expresa en términos hiperbólicos a la hora de exponer las cualidades del rey: "nadie es capaz de tensar su arco; al galope de sus caballos, él es capaz de atravesar de un flechazo cuatro placas de cobre; él solo acciona los remos de su barco cuando toda la tripulación ha caído exhausta; el número de piezas cobradas en una cacería por él solo supera al de las cobradas por todo su ejército...". Jamás un rey había ponderado con este lenguaje unas cualidades de fuerza y habilidad físicas que se le daban por supuestas, sin menoscabo de otras mucho más estimables. Se diría que el ideal heroico de los hicsos había llegado a afectar a la imagen egipcia del rey. Cuando esta imagen se compara con la hasta entonces dominante del funcionario prudente y comedido, se percata uno de hasta dónde la vida espiritual egipcia se había visto afectada por la dominación de los hicsos. Otro tanto se observa en el terreno de la religión. La gente visita ahora edificios sagrados, como templos, pirámides y tumbas, no como antes, para rezar sus preces con devoto fervor, sino para contemplarlos con ojos totalmente profanos, más interesados en el goce estético que en el piadoso recogimiento.
La Edad de Oro reinante en el albor del mundo y a la que todo faraón se afanaba por retornar se antoja ahora utópica a quienes proponen lo contrario: mirar hacia el futuro con la fe puesta en el progreso de la humanidad. El mundo es mucho menos complicado de lo que los sabios propugnan; hay que mirarlo con optimismo. Bien están el conocimiento y la razón; pero no hay que menospreciar el sentimiento y los afectos. Por mediación de éstos, se pueden alcanzar muchas metas fundamentales para el hombre. Este dualismo razón-sentimiento tuvo graves repercusiones de orden social, y al lado de los egipcios formados culturalmente en la escuela de Amón se encuentran otros muchos, a menudo en altos puestos y muy cercanos al rey, que se han educado en la escuela de la vida, las más de las veces empezando sus carreras como soldados del Ejército o como simples obreros, en las cuadrillas de los servicios del Estado. Desde el punto de vista de las realizaciones monumentales y artísticas, destacan como personalidades rectoras las de los faraones siguientes: la reina Hatshepsut (1503-1490 a. C.); Tutmés III (1490-1436); Amenofis III (1403-1364) y Amenofis IV (1364-1347).