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Desarrollo


Solemne recibimiento que hicieron a los españoles en Chololla Los embajadores de Moctezuma dijeron a Cortés que, pues, todavía se determinaba de ir a México, se fuese por Chololla, a cinco leguas de Tlaxcallan; que eran los de aquella ciudad amigos suyos, y allí esperarían mejor la resolución de la voluntad del señor, si era que entrase en México o no; lo cual decían por sacarle de allí, que ciertamente sentía mucho Moctezuma de ver la paz y amistad tan grande entre los tlaxcaltecas y españoles, temiendo que de allí habría de resurgir cualquier mal golpe que lo lastimase; y para que lo hiciese le daban siempre alguna cosa, que era cebarlo para ir más pronto allá. Los de Tlaxcallan se deshacían de enojo, viendo que quería ir a Chololla, y diciendo que Moctezuma era un engañoso, tirano y fementido, y Chololla amiga suya, aunque desleal; y que podría ser que le enojasen cuando allá dentro lo tuviesen, y le hiciesen la guerra. Por eso, que lo mirase bien; y que si decidía irse, le darían cincuenta mil personas para que le acompañasen. Aquellas mujeres que dieron a los españoles cuando entraron, se enteraron de una trama que se urdía para matarlos en Chololla por medio de uno de aquellos cuatro capitanes; una hermana del cual lo descubrió a Pedro de Albarado, que la tenía. Cortés habló entonces con aquel capitán, y con palabras le sacó fuera de su casa, y le hizo ahogar sin ser sentido, ni sin otra alteración ni movimiento; y así, no hubo escándalo ninguno, y se atajó la trama.

Fue maravilla no revolverse Tlaxcallan habiendo muerto así aquel caballero tan principal en la república. Se hicieron pesquisas después en la casa, y se averiguó que era verdad que había enviado a Chololla Moctezuma más de treinta mil soldados, y que estaban a dos leguas en guarnición para el efecto, y que tenían tapadas las calles, en las azoteas muchas piedras, el camino real cerrado, y hecho otro nuevo con grandes hoyos, e hincados por él muchos palos en los que se mancasen los caballos y no pudiesen correr, y que los tenían cubiertos de arena para que no los viesen, aunque fuesen delante a descubrir. Lo creyó también porque no habían venido ni enviado los de allí a verle ni a ofrecerse a nada, como habían hecho los de Huexocinco, que allí cerca estaban. Entonces, pon consejo de los de Tlaxcallan, envió a Chololla algunos mensajeros a llamar a los señores y capitanes. Mas no vinieron, sino que enviaron tres o cuatro a excusarse por estar enfermos, y a ver lo que querían. Los de Tlaxcallan dijeron que aquéllos eran hombres de poco más o menos, y tal parecían ellos; y que no partiese sin que antes viniesen allí los capitanes. Volvió a enviar los mismos mensajeros con mandamiento por escrito de que si no venían dentro del tercer día, los tendría por rebeldes y enemigos, y como a tales los castigaría rigurosamente. Al día siguiente vinieron muchos señores y capitanes de Chololla a disculparse por ser los de Tlaxcallan sus enemigos y no poder estar seguros en su pueblo, y porque sabían el mal que de ellos le habían dicho; pero que no lo creyese, que eran unos falsos y crueles; y que se fuese con ellos a su lugar, y vería qué burla era todo lo que le decían aquéllos, y ellos cuán buenos y leales.

Y tras esto, se ofrecieron para servirle y contribuir como súbditos. Y todo esto hizo Cortés que pasase ante escribano e intérprete. Despidióse Cortés de los de Tlaxcallan. Maxixca lloraba de verlo ir. Salieron con él cien mil hombres de guerra. Fueron también con él muchos mercaderes a rescatar sal y mantas. Mandó Cortés que siempre fuesen aquellos cien mil por sí, aparte de los suyos. No llegó aquel día a Chololla, sino que se quedó en un arroyo, donde vinieron muchas personas de la ciudad a rogarle con mucha instancia que no consintiese a los de Tlaxcallan hacerles daño en su tierra ni mal en las personas. Y por esto Cortés les hizo volver a sus casas a todos, excepto cinco o seis mil, aunque muy contra su voluntad; y avisándole que se guardase de aquella mala gente, que no era de guerra, sino mercaderes y hombres que mostraban un corazón y tenían otro: y que no lo quisieran dejar en peligro, pues ya se le dieron por amigos. Al día siguiente por la mañana llegaron nuestros españoles a Chololla. Los salieron a recibir en escuadrones de más de diez mil ciudadanos, muchos de los cuales traían pan, aves y rosas. Llegaba cada escuadrón, pues venía a dar a Cortés la enhorabuena por su venida, y se apartaba para que llegase otro. Entrando por la ciudad, salió el resto de la gente saludando a los españoles, que iban en fila, maravillados de ver tal figura de hombres y de caballos. Tras éstos salieron luego todos los religiosos, sacerdotes y ministros de los ídolos, que eran muchos y dignos de ver, vestidos de blanco como con sobrepellices, algunas cerradas por delante, con los brazos fuera, y como orlas, madejas de algodón hilado. Unos llevaban cornetas, otros huesos, otros atabales; había quien traía braseros con fuego, quien ídolos cubiertos, y todos cantando a su manera. Llegaron a Cortés y a los otros españoles; echaban cierta resina y copal, que huele como incienso, e incensabanlos con ellos. Con esta pompa y solemnidad, que por cierto fue grande, los metieron en la ciudad, y los aposentaron en una casa, donde cupieron a placer, y les dieron aquella noche a cada uno un gallipavo, y a los de Tlaxcallan, Cempoallan e Iztacmixtlitan los pusieron a su lado y los proveyeron.

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