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Desarrollo


Los sacerdotes A los sacerdotes de México y de toda esta tierra los llamaron nuestros españoles papas, y fue que, preguntados por qué llevaban así los cabellos, respondían papa, que es cabello; y así les llamaban papas; pues entre ellos tlamacazque se dicen los sacerdotes, o tlenamacaque, y el mayor de todos, que es su prelado, achcauhtli, y es grandísima dignidad. Aprenden y enseñan los misterios de su religión de palabra y por figuras; mas no los comunican ni descubren a lo lejos, bajo gravísima pena. Hay entre ellos muchos que no se casan, por la dignidad, y que son muy notados y castigados si se acercan a mujer. Dejan crecer todos estos sacerdotes el cabello sin jamás cortarlo, peinarlo ni lavarlo, por cuya causa tenían la cabeza sucia y llena de piojos y liendres; pero los que hacían esto eran santones; pues los otros se lavaban la cabeza cuando se bañaban, y se bañaban muy a menudo; y así, aunque llevaban los cabellos muy largos, los llevaban muy limpios; aunque criar cabellos, de suyo es sucio. El hábito de los sacerdotes es una ropa de algodón blanca, estrecha y larga, y encima una manta por capa, anudada al hombro derecho, con madejas de algodón hilado por orlas y flecos. Se tiznaban los días festivos, y cuando su regla lo mandaba, de negro las piernas, brazos, manos y cara, que parecían diablos. Había en el templo de Vitcilopuchtli de México cinco mil personas al servicio de los ídolos y casa, según en otra parte dije; pero no todos llegaban a los altares.

Las herramientas, vasos y cosas que tenían para hacer los sacrificios, eran los siguientes: muchos braseros grandes y pequeños, unos de oro, otros de plata, y la mayoría de tierra; unos para incensar las estatuas, y otros en donde tener lumbre; la cual nunca se había de matar, pues era mal señal morirse y castigaban duramente a los que tenían encargo de hacer y atizar el fuego. Se gastaban ordinariamente quinientas cargas de leña, que son mil arrobas de nuestro peso, y muchos días había de entre año de quemar mil quinientas arrobas. También incensaban con los braseritos a los señores; que así hicieron a Cortés y a los españoles cuando entró en el templo y derrocó los ídolos; incensaban asimismo a los novios, a los consagrados, a las ofrendas y otras mil cosas. Perfuman los ídolos con hierbas, flores, polvos y resinas; pero el mejor humo y el corriente es el que llaman copalli, el cual parece incienso, y es de dos maneras: uno era arrugado, que llaman xolochcopalli; en México está muy blando, en tierra fría estaría duro; requiere nacer en tierras calientes, y gastarse en frías. El otro es una goma de Copalquahuitlan, buena, que muchos españoles la tienen por mirra. Punzan el árbol, y en punzarlo, sale y destila gota a gota un licor blanco que después se cuaja, y de ello hacen unos panecillos como de jabón que se traslucen; éste era su perfecto olor en sacrificio, y precisada ofrenda de dioses. De esta goma, mezclada con aceite de olivas, se hace muy buena trementina, y los indios hacen de ella sus pelotas.

Tienen lancetas de azabache negro, y unas navajas de a jeme, hechas como puñal, más gruesas en medio que a los filos, con las que sajan y sangran de la lengua, brazos, piernas, y de lo que tienen en devoción o voto. Es esta piedra dura en grandísisma manera, y hay otras de la misma clase de piedra, pero de muchos colores. Cortan las navajas por ambos lados, y cortan bien y dulcemente; y si esta piedra no fuese tan vidriosa, es como hierro, pero después salta y se mella. De estas navajas hay infinidad en el templo, y cada uno las tiene en su casa para sus sacrificios y para cortar cosas. Tienen asimismo los sacerdotes púas de metal, con las que se pican; y para coger la sangre que se sacan tienen papel, hojas de caña y metal; tienen pajuelas, cañas y sogas para tocar y pasar por las heridas y agujeros que se hacen en las orejas, lengua, manos y otros miembros que no son para decir. Hay en cada espacio de los templos que está de las gradas al altar, una piedra como tajón, hincada en el suelo y alta una vara de medir, sobre la cual recuestan a los que han de ser sacrificados. Tienen un cuchillo de pedernal, que llaman ellos tecpactl; con estos cuchillos abren a los hombres que sacrifican, por las ternillas del pecho. Para coger la sangre tienen escudillas de calabazas, y para rociar con ella los ídolos, unos hisopillos de pluma colorada; para barrer las capillas y placeta donde está el tajón tienen escobas de plumas, y el que barre nunca vuelve las nalgas a los dioses, sino que va siempre barriendo cara atrás. Con tan pocos ornamentos y aparejo hacían la carnicería que después oiréis.

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