Introducción. Proceso y dialéctica de la aculturación

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Desarrollo


Proceso y dialéctica de la aculturación De algún modo, este proceso de aculturación tuvo su dialéctica, y ésta se configuró en torno del desarrollo de confrontaciones sociales e ideológicas. El mero enfrentamiento físico entre españoles y grupos indígenas cabe entenderlo como una realidad de conquista y de pacificación, pero nunca se dio una solución institucional fuera de las asunciones culturales e ideológicas, en cuanto éstas eran la condición para la implantación del Cristianismo. No sólo se trataba de vencer, sino que también era necesario convencer. A veces era indispensable negociar y pactar, evitar en suma la lucha frontal bélica, y en otras esto último, y en función de las capacidades de resistencia indígena se adoptaba la solución de conquista y ocupación. Estas fueron alternativas que se dieron con frecuencia y simultáneamente, pero en cualquier caso, la institucionalización de la cultura española, de sus organizaciones y de su ideología requería la implantación de sus propios grupos étnicos, y en especial la difusión del Cristianismo implicaba la presencia directa de los misioneros. Estos estuvieron mayormente orientados por el propósito de transformar la ideología religiosa indígena, pero también, y como resultado de su convivencia con los grupos nativos, los aculturaban en otros aspectos como, por ejemplo, los elementos de la tecnología, la organización social, cultígenos, animales, ciencia y conocimiento. La entrada de tales elementos podía hacerse a través de la observación, de la imitación, e incluso de la misma integración de los indígenas entre los españoles.

Sin embargo, desde la perspectiva de la difusión primera del Cristianismo, la aculturación suponía el dominio de los lenguajes indígenas por parte de los frailes y el entrenamiento de éstos en el uso del castellano, especialmente los más jóvenes. Si tenemos en cuenta estas circunstancias, la aculturación ideológica y religiosa constituyó desde el comienzo una dialéctica de contrastaciones filosóficas cuando se trataba de convencer a las jerarquías sacerdotales indígenas y a los jefes civiles de éstos; mientras que cuando se ejercía esta actividad directamente entre las masas, era conveniente, y así se hizo poco tiempo después de su llegada por los frailes, la predicación del Evangelio. Por añadidura, éstas serían dialécticas de diferentes niveles, ya que mientras las jerarquías y clases altas dominaban el ejercicio de la palabra filosófica y usaban el argumento complejo, especulativo, las masas sociales de base aparecían más susceptibles a la predicación y la demostración magicorritual. Por extensión, entonces, el proceso de aculturación no sólo fue una dialéctica entre españoles ##civiles y misioneros## e indígenas, sino que una vez implantado el Cristianismo en una parte de la población nativa, se inició el enfrentamiento entre los mismos indígenas, generalmente entre bautizados y los que para aquel entonces todavía no lo estaban, y asimismo entre generaciones viejas y generaciones jóvenes. En este sentido, Motolinia señala que gran parte de la resistencia que ofrecieron muchos grupos indígenas al Cristianismo y a los españoles era el resultado de la convicción que tenían de que los españoles permanecerían poco tiempo en México, pues en realidad les parecía que estaban de paso y que en poco tiempo abandonarían aquellas tierras.

Esta idea permaneció, sobre todo, en los primeros años, mientras que, por otra parte, los sacerdotes nativos solían instigar la resistencia contra los frailes, y señalaban a sus masas de fieles que todas las desgracias que ocurrían cabía atribuirlas a la difusión del mismo Cristianismo y al hecho de que sus dioses ancestrales estaban irritados por las conversiones y por los bautismos que se estaban prodigando. Las situaciones primeras fueron dramáticas, en varios sentidos. Por una parte, a las hambres que sucedieron inmediatamente después de la Conquista por abandono de los campos, bajas demográficas, dispersiones indígenas y desorganización social, se dieron también inundaciones y sequías que fácilmente podían extrapolarse y atribuirlas a la dicha irritación de los dioses míticos que, en este caso, tomaban venganza colectiva contra quienes abandonaban su devoción. Fundamentalmente, fueron tiempos de agobio que simultaneaban con grandes inundaciones en 1528. En esta incidencia, los frailes llevaron a cabo procesiones multitudinarias, y las lluvias cesaron. Con este resultado, y al frente de ellas con la cruz y con imágenes católicas, las masas indígenas instituyeron la costumbre de las procesiones como forma de conciliarse con la divinidad, y al entenderse estos buenos resultados como debidos a la mayor fuerza de los dioses (santos) cristianos, éstos triunfaron sobre los nativos y fueron adoptados. Además del crédito espiritual y moral dado por los indígenas a los frailes, pronto éstos fueron solicitados por las masas indígenas para que se les bautizara cuanto antes, y en muchos casos, quienes más influyeron en la petición de misioneros para sus comunidades fueron algunos señores tribales y locales que, previamente, habían sido bautizados y atraídos a la fe católica.

Es notoria, por otra parte, la influencia de los frailes en la erradicación de la esclavitud prehispánica y de la que ejercían muchos españoles. En tales extremos, Motolinia informa cómo los frailes obligaban a ambos grupos a que restituyeran a la libertad a sus esclavos. Esto causaba agradecimientos entre las masas indígenas, ciertamente asombradas del poder que ejercían los frailes sobre los que en aquel entonces actuaban como señores de la tierra. En el terreno de las conversiones, los indígenas comenzaron a tener visiones y revelaciones ajustadas a la nueva cognición religiosa, y otros muchos se acercaban a los frailes para anunciarles curaciones de enfermedades a partir de haber invocado la protección de Cristo o de la Virgen María. El proceso de cristianización fue, pues, relativamente rápido. La cruz, asimismo, se convirtió en un medio terapéutico, pues los indígenas acudían a ella para sanarse, y en tal extremo muy pronto este signo se convirtió en vehículo de adoración, y en todas partes se llegaban los nativos a encontrar en la cruz alivio a su males, hasta el punto de que, en muchos casos, declaraban a los frailes el haber tenido visiones y sueños terapéuticos relacionados con su evocación. Por lo demás, los frailes se manifestaban indulgentes con las masas indígenas y duros con el poder civil y militar. Mientras, y al mismo tiempo, acudían flexibles a buscar el favor de las autoridades políticas. Su actividad era fanáticamente religiosa en sus convicciones, tanto como se manifestaban austeros y sencillos en sus modos de vivir.

Desde luego, eran muy flexibles en cuanto a su capacidad de adaptación, pues los sermones, nos dice Motolinia, se ajustaban en sus contenidos a los tipos de audiencia con que trataban. Por eso, tanto en su lenguaje como en sus actuaciones, los frailes entendieron muy pronto cuáles debían ser las tácticas a emplear para lograr la conversión de los indígenas. Los hijos de los señores fueron reclutados enseguida para ser enseñados en la doctrina cristiana y las humanidades, y sobre la base de conocer el poder político de sus padres, los frailes utilizaron a los hijos de éstos con ventaja. Así, por ejemplo, dado el ascendiente que los linajes de estos jóvenes tenían sobre las poblaciones indígenas, no sólo se bautizaron, sino que se convirtieron en agentes de la aculturación de sus propios vasallos, llegando incluso a enfrentarse con sus propios padres, basándose para ello en actos de afirmación de fe en el Cristianismo. Muchos de estos jóvenes hijos de caciques misionaron en diferentes partes de México y descubrían a los frailes las idolatrías, mientras coadyuvaban a la destrucción de imágenes indias. Hay casos, incluso, de causar la muerte de sacerdotes indígenas porque les increpaban por estar al servicio de otro dios. Las segundas generaciones fueron el medio principal de cristianización utilizado por los frailes, y así a medida que éstos iban bautizando, movilizaban a los indígenas para la edificación de iglesias. Como señala Motolinia, las iglesias se edificaron con las mismas piedras que antes sirvieron para construir los teocalli o templos indígenas.

Cuando esto ocurría, los frailes ya sabían hablar lenguas indígenas y ya habían educado primeras generaciones de muchachos pertenecientes a la nobleza nativa. Al hacerlo así, pronto consiguieron que las bases sociales indígenas comenzaran a desobedecer a sus señores tradicionales, y debido a la presión que ejercían los frailes sobre estos últimos, redujeron a una décima parte el número de servidores que se obligaban habitualmente a ser sus criados. La religión católica fue inteligentemente adaptada a las costumbres indígenas. Generalmente, en sus ceremonias éstos practicaban el canto, y así, al advertir esta inclinación, los frailes enseñaron a los indígenas las oraciones cantadas en idioma náhuatl. Esto se hizo con el Padrenuestro, el Avemaría, el Credo, la Salve y otras oraciones a las que los mismos indígenas ponían música, y lo mismo hicieron con los Mandamientos. A este fin, Motolinia describe cómo eran cantadas con gran entusiasmo estas oraciones y cómo a ellas dedicaban hasta cuatro horas diarias de su tiempo. Dicho entusiasmo llevaba a los indígenas a cantar las oraciones fuera de la misma misa, y como relata Motolinia, los niños se revelaron los más animosos en las demostraciones de los Mandamientos. Había, sin embargo, cierta tendencia por parte de los indígenas a reiterar ciertas celebraciones tradicionales, sobre todo las de siembra y cosecha, así como aquellas que tenían un carácter festivo y que se hallaban insertas en su calendario.

Estas eran celebraciones difíciles de extinguir porque pertenecían a una tradición profundamente arraigada. Empero, los frailes supieron convertirlas en fiestas cristianas basadas en el sincretismo de los símbolos, más que de los signos. Incluso es cierto que debajo de una cruz cristiana era frecuente que los indígenas escondieran ídolos ancestrales, y como consecuencia, los frailes encontraban que los indígenas realizaban una doble religión. Por ello, los misioneros se veían obligados a contrarrestar estas tendencias usando de artificios dialécticos, tales como atribuir el fracaso de una cosecha al hecho de esconder ídolos enterrándolos bajo la cruz. En este sentido, si los indígenas atribuían doble fuerza mágica a la cruz combinada con ídolos ocultos debajo de ella, y si la cruz actuaba como protectora simbólica de dichos ídolos, al mismo tiempo los frailes procuraban confundir estas creencias indígenas relativas a la doble fuerza mágicamente obtenida, introduciéndolos a la sencillez de los sacramentos. Cuenta Motolinia que con la introducción de los sacramentos, los indios cesaron de tener visiones, y a partir de imponerse aquéllos, aumentaron también las capillas al aire libre porque los indígenas constituían auténticas muchedumbres en los templos, hasta rebosarlos. La religiosidad católica penetró con gran fuerza entre los azteca, y a este respecto Motolinia dice que era tanta la fe que demostraban aquéllos, que para hacerla más profundamente propia los indígenas se herían para de este modo conseguir que les entrara simbólicamente en su seno.

De hecho, los indígenas repetían, por lo menos, algunas costumbres prehispánicas formales como, por ejemplo, la tradición de celebrar ritos a medianoche y lavarse ##recordando actos de purificación## con agua caliente y ají después de la liturgia. En esta línea, el proceso de aculturación se fue ampliando desde una base ideológica a la línea de la organización social. Así, Motolinia describe cómo cuando se conseguían cristianizaciones en escala suficiente, se procedía a la organización de cofradías, pues éstas no sólo reforzaban la fe, sino que provocaban la solidaridad en torno a una advocación, por ejemplo, la de Nuestra Señora de la Encarnación. Asimismo, y en un contexto de profundización religiosa, los frailes instituyeron los Autos Sacramentales, piezas teatrales en las que representaban el drama de Adán y Eva en el Paraíso, con el pecado y el destierro de los protagonistas como punto de referencia, y por añadidura el Auto de la Conquista de Jerusalén. Cuenta Motolinia que en 1540 habíanse edificado ya 40 iglesias, y que éstas habían sido posibles gracias a que cinco años después de la Conquista los hijos de los señores indígenas habían establecido una colaboración con los frailes, incluso cuando los mismos padres continuaban siendo devotos de su propia religión. Cumplidas las primeras presentaciones públicas de los frailes, y obtenidas sus demostraciones de fuerza espiritual, se multiplicaron sus bautismos, de manera que en 1536, con unos 60 sacerdotes actuando sobre el territorio mexicano se habían alcanzado unos cinco millones de conversiones, mientras que en 1540, y según estimaciones de Motolinia, el número de bautizados alcanzaba la cifra de 15 millones.

No hay duda de que los franciscanos no fueron la única orden misionera que actuó en México, pues si éstos llegaron a México en 1524, después, en 1526, lo hicieron los dominicos, y en 1533 los agustinos. En 1526 se instituyeron ya en México la confesión y la penitencia católicas, y en este momento y debido a que los frailes no entendían bien de lenguas indígenas, éstos traían escritos sus pecados en códices que permitían entender claramente de qué se trataba. Estas campañas de cristianización incrementaban la demanda de misiones, hasta el extremo de que en 1540, año importante en la historia misionera, dice Motolinia que en Tehuacán pudieron concentrarse una multitud constituida por 12 naciones y 11 lenguas diferentes. Ya en este tiempo los frailes introdujeron en México la costumbre de la limosna, en tanto, pensaban, ésta permitía obligar a los más ricos a distribuir riqueza entre los más pobres. En conexión con este elemento, y mientras tanto, los frailes influyeron en instituir el testamento como forma de transmitir la herencia, pues hasta dicho momento se legaba por simple costumbre automática según el orden de nacimiento. Simultáneamente, esta nueva costumbre obligaba a reconstruir las obligaciones matrimoniales, pues no sólo se repudió la poliginia y se formalizó la unión conyugal monógama (1526), sino que también tuvieron que manifestarse readaptaciones en las distribuciones de herencia, de manera que si en un tiempo la ley mantenía una clara influencia civil, ahora tenía la religiosa.

Aunque las visiones demoníacas constituían experiencias oníricas habituales entre los indígenas en la época prehispánica, en tiempos de un Motolinia ya maduro, dichas visiones tenían lugar con imágenes y figuras de ángeles por cuyas manos los indios eran conducidos al ciclo. En otros casos, y dada la capacidad visionaria de los indígenas, Motolinia menciona que en el acto de tomar la hostia se imaginaban un Niño Jesús resplandeciente, y a los frailes los veían como si llevaran puesta una corona de oro sobre la cabeza. Al mismo tiempo, el Cristo adulto era figurado como la llama certera de un gran fuego. Sin embargo, no todas las visiones tenían este carácter placentero, pues también cuenta Motolinia que los indígenas mencionaban terrores nocturnos basados en apariciones terribles de negros que actuaban contra ellos. Para quitarse estos terrores los indígenas utilizaban el nombre de Jesús invocándolo tres veces, y convencidos de su poder taumatúrgico pintaban, esculpían y reverenciaban su imagen dondequiera, mientras también lo rodeaban de rosas en actos de gran belleza y esteticismo ritual. La profusión del Cristianismo fue como un prendimiento colectivo, y a este tenor los frailes fueron considerados enviados directos de Cristo. En este sentido, eran adorados por los indígenas y sus pertenencias conquistaron muy pronto un sitio en las magias indígenas. Por ejemplo, eran muy solicitados los cordones de los cinturones frailunos por creer que poseían propiedades curativas.

Por eso, entonces, la dialéctica de este proceso contado por Motolinia fue singularmente espiritual, y aunque éste sería el núcleo de la Historia de Motolinia, no obstante se ajusta al hecho de que la relación de los españoles con los indígenas representó cambios decisivos en la vida social, económica, tecnológica e institucional indígena. En gran manera, los indígenas empezaron a contar según el calendario cristiano, esto es, de acuerdo con el nacimiento de Cristo. Asimismo sembraron nuevos cultígenos, trigo, frutales, legumbres, verduras, aprendieron a edificar con nuevos materiales, usaron animales de tiro y de monta, comenzaron a luchar contra los peligrosos tigres de la región con perros traídos expresamente de España, aumentaron la productividad económica, se aficionaron al transporte en carreteras, y enseñaron a leer, escribir, oficios, canto y música a muchachos escogidos inicialmente por su condición de clase y como parte de sus estrategias de penetración entre los indígenas. Al mismo tiempo, los frailes enseñaron nuevos oficios a los indígenas, entre otros, la pintura, el batimiento de oro, la curtiduría, la fundición, la platería, la herrería, la sastrería, la zapatería, la carpintería y la albañilería. Estas diferentes funciones fueron divulgadas, básicamente, por los frailes. Motolinia observó los procesos de esta aculturación y las condiciones en que ésta se produjo. El contexto es, como dijimos, extremadamente dialéctico.

Algunos dirían que es apasionante. Nosotros nos limitamos a indicarte al lector de esta obra que Motolinia representa ser uno de los más directos testigos de este proceso. En cierto modo, cabría añadir que Motolinia es ya un clásico, generalmente poco leído, excepto por los historiadores, y sin embargo debiéramos ampliar nuestro convencimiento de que la fuerza y verdad de su relato invitan a considerarlo como una de las fuentes de la historia mexicana más importante con que contamos. Y sobre todo, y especialmente, si dijimos que esta Historia abarca dos momentos, el prehispánico y el que llega hasta el tercer cuarto del siglo XVI, también debemos añadir que como protagonista de la segunda parte, Motolinia debe ser considerado como uno de los más ilustres decidores de historias de este tiempo. El lector encontrará justificadas las palabras y las advertencias de Motolinia cuando decía: sin los misioneros España probablemente no hubiera permanecido ni fructificado en las Indias. Claudio Esteva Fabregat Junio de 1985

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