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Desarrollo


EL REY Por cuanto por parte de vos, el gobernador Alvar Núñez Cabeza de Vaca, vecino de la ciudad de Sevilla, nos hicisteis relación diciendo que vos habíades compuesto un libro intitulado Relación de lo acaescido en las Indias en la armada de que vos íbamos por gobernador. Y que asimesmo habíades hecho componer otro intitulado Comentarios, que tratan de las condiciones de la tierra y costumbres de la gente de ella. Lo cual era obra muy provechosa para las personas que habían de pasar aquellas partes. Y porque el un libro y el otro era todo una misma cosa, y convenía que de las dos se hiciese un volumen, nos suplicastes os diésemos licencia y facultad para que por diez o doce años los pudiésedes imprimir y vender, atento el provecho y utilidad que de ello se seguía, o como la nuestra merced fuese. Lo cual visto por los del nuestro Consejo, juntamente con los dichos libros que de suso se hace mención, fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula en la dicha razón; por la cual vos damos licencia y facultad para que por tiempo de diez años, primeros siguientes que se cuenten del día de la fecha de esta nuestra cédula en adelante, vos, o quien vuestro poder hubiere, podáis imprimir y vender en estos nuestros reinos los dichos libros que de suso se hace mención, ambos en un volumen, siendo primeramente tasado el molde de ellos por los de nuestro Consejo; y poniéndose esta nuestra cédula con la dicha tasa al principio del dicho libro, y no en otra manera.

Y mandamos que durante el dicho tiempo de los dichos diez años, ninguna persona lo pueda imprimir ni vender sin tener el dicho vuestro poder, so pena que pierda la impresión que así hiciere y vendiere, y los moldes y aparejos con que la hiciere. Y más incurra en la pena de diez mil maravedís, los cuales sean repartidos la tercera parte para la persona que lo acusare, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercia parte para la nuestra Cámara. Y mandamos a todos y cualesquier nuestras justicias, y a cada una en su jurisdicción, que guarden, cumplan y ejecuten esta dicha cédula y lo en ella contenido; y contra el tenor y forma de ella no vayan ni pasen, ni consientan ir ni pasar por alguna manera, so pena de la muestra merced, y de diez mil maravedís para la nuestra Cámara, a cada uno que lo contrario hiciere. Fecha en la villa de Valladolid, a veinte y un día del mes de marzo de mil y quinientos y cincuenta y cinco años. LA PRINCESA. Por mandado de Su Majestad, Su Alteza, en su nombre, Francisco de Ledesma. al serenísimo, muy alto y muy poderoso señor el INFANTE DON CARLOS, N.

S., Alvar NÚñez Cabeza de Vaca, adelantado y gobernador del Río de la Plata: paz y felicidad Habiendo salido el año de XXXVII de aquella larga y trabajosa peregrinación de la Florida, donde Nuestro Señor usó conmigo tantos y tan singulares beneficios, de los cuales para testimonio de su antigua misericordia, usada siempre desde el principio del mundo con los hombres y particularmente conmigo, y Dorantes, y Castillo Maldonado, que quedamos solos de CCC hombres que habíamos entrado en la tierra con Pánfilo de Narváez; y duramos guardados y librados de los muchos peligros que en aquella tierra tan remota y con aquella gente tan bárbara por espacio de X años nos acontescieron. Y para ejemplo de que otros hombres estén ciertos y seguros que la poderosa mano de Dios (que todo lo abraza) por cualquier parte del mundo los guiara y ayudara, di cuenta a Su Majestad en la breve relación que con estos Comentarios va: porque con sus amplísimo invicto nombre, tan extendido, temido y obedescido en la mayor parte de la tierra, vaya la memoria, testimonio y ejemplo de las mercedes que Dios hizo a su súbditos. Después, queriendo Su Altísima Majestad continuar conmigo sus maravillas, movió al emperador vuestro abuelo a que me enviase el año XL, con una armada al Fío del Paraná (que llamó Solís Río de la Plata), a socorrer la gente; y proseguir el descubrimiento de don Pedro de Mendoza (que dijeron de Guadix). En lo cual pasé muy grandes peligros y trabajos, como Vuestra Alteza muy particularmente verá en estos Comentarios (que con grande diligencia y verdad escribió Pedro Fernández, secretario del Adelantamiento y Gobernación, a quien yo los encargué), los cuales van juntos con mis primeros sucesos, porque la variedad de las cosas que en la una parte y en la otra se tractan y la de mis acontescimientos detenga a Vuestra Alteza con algún gusto en esta lección.

Que cierto no hay cosa que más deleite a los lectores que las variedades de las cosas y tiempos y las vueltas de la fortuna, las cuales, aunque al tiempo que se experimentan no son gustosas, cuando las traemos a la memoria y leemos son agradables. He acordado que como Nuestro Señor ha sido servido de llevar adelante conmigo su misericordia y beneficios, que sería cosa muy justa y muy debida que para el testimonio y ejemplo que arriba dije, yo también llevase adelante la memoria y alabanza de ellos y así como los primeros dirigí a Su Majestad, dirigir éstos a Vuestra Alteza, para quien Dios comienza a mostrar el señorío y predicación de tantas tierras y gentes, porque en abriendo los ojos de su niñez vea Vuestra Alteza cuán liberalmente reparte Dios su misericordia con los hombres. Y porque en esta nueva edad se comiencen a criar en Vuestra Alteza deseos de recoger con grande clemencia y amor, y costumbres cristianas, y leyes santas y piadosas, tantas gentes como Dios va sacando a la luz del Evangelio de Jesucristo, no permitiendo que estén más tiempo en las tinieblas y ceguedad y tiranía del demonio. Débese esto principalmente a Vuestra Alteza por haberse hecho el descubrimiento de que tractamos por mandado del emperador vuestro abuelo; y por ser negocio propio de reyes, cuyas fuerzas solas bastan para estas cosas, por dárselas Dios para ello muy cumplidas; y también porque así éstos como los escriptos y obras de todos se deben al grande ingenio y habilidad que habéis mostrado al mundo, el cual, todo espantado y atento, espera coger en vuestras siguientes edades de juventud, virilidad y senectud frutos de perfectísimo rey, las cuales todas Dios os concederá, pues os dio al mundo como rey necesario.

Y de ver esto cumplido ninguno duda, ni aun de los muy apartados de vuestra casa, que los que cada día veen, sirven y tratan a Vuestra Alteza ya lo han comenzado a gustar; y entre sí se congratulan siempre cuando veen vuestro excelentísimo ingenio tan fácil tratable y dispuesto (que de él hiciera la naturaleza un absolutísimo varón) encomendado a dos tan singulares artífices como don Antonio de Rojas, vuestro ayo y mayordomo, y Honorato Juan, vuestro maestro, escogidos ambos para sus oficios, por manos del emperador y rey príncipe (nuestros señores), entre todos los sabios y caballeros de sus reinos con tanta diligencia, cuidado y tiempo, como Sus Majestades debían tener en elegir personas tan suficientes; como para encomendarles la persona real, crianza y enseñamiento del mayor sucesor de la tierra eran menester. Porque don Antonio de Rojas y Velasco, además de su muy antiguo y muy ilustre linaje (que tan grande ornamento es para los que están tan cerca de los reyes), su grande cristiandad, y prudencia, y modestia, y experiencia en el servicio de las casas y personas reales, con todas las otras virtudes y gracias que son necesarias en caballero a quien tan importante negocio se encomendó, y la larga experiencia que Sus Majestades de su persona y costumbres tenían por haber servido tanto tiempo y en oficio de tanta calidad al rey príncipe, vuestro padre, y la buena cuenta que siempre de todo ha dado, constriñeron a Su Majestad que le apartase de sí y le encargase la crianza de su hijo.

Con el mismo celo eligieron Sus Majestades a Honorato Juan, a quien encomendaron el enseñamiento y erudición de Vuestra Alteza por tener conoscida su mucha cristiandad, virtudes y letras, de los muchos anos que en sus casas reales ha servido, y particularmente el rey príncipe. Nuestro Señor, en sus estudios, el cual, después de ser caballero muy conocido del antiguo linaje de los Juanes de Játiva; y de tener grande cumplimiento de bienes naturales, su ciencia en todo género de letras es tanta y tan cara, que todos los verdaderamente doctos de este tiempo: italianos, alemanes, franceses, flamencos, ingleses y españoles, han dado testimonio de su muy peregrino ingenio, y del mundo y hondo conocimiento que en los autores griegos y latinos, y en la filosofía natural y moral y disciplinas matemáticas, tiene. En todas las cuales, como si las hubiera deprendido en el tiempo de los antiguos (que ellas más florescieron) satisface escribiendo y hablando de ellas, con la sinceridad del estilo de los antiguos, a las particularidades que sólo en aquel su tiempo de aquellos lugares autores se podían satisfacer, con tanta llaneza y perspicuidad que los que le oyen y saben las entienden como si fuesen cosas muy vulgares y llanas y de entre manos, por lo cual su conversación es de gran gusto y utilidad para todos los que le oyen, y muy abundante de ejemplos y de erudición, porque hablando familiarmente trae cosas de autores muy aclaradas que en ellos eran muy dificultosas, y no menos ciencia que ésta tiene en los negocios humanos, en los cuales, por ser muy prudente, usa de la sustancia de las letras sin que ellas parezcan.

Todo lo cual Vuestra Alteza experimentará en sus estudios y ya se comienza a ver en su aprovechamiento, y así, libre de la dificultad y aspereza de los principios por ser enseñado por maestro de tantas letras, prudencia y juicio, llegará suave y fácilmente al colmo de la cristiandad y ciencia que su dócil y excelente ingenio va y Sus Majestades desean y estos reinos han menester. Tales personas como éstas, y de las tales dotes de ingenio y ánimo convenía que a Dios diese con el tiempo que dio a Vuestra Alteza para que guiase en su persona y ánima y le compusiesen y adornasen de claras y de eternas virtudes, que os hagan rey cristiano sabio, justiciero, fuerte, verdadero, prudente, liberal, magnánimo, clemente, humano, manso, benigno y amable y aborrecedor de todo lo contrario, y obediente a Aquel que para tan grandes reinos y señoríos os crió, al que todos debemos dar infinitas gracias, pues vemos tienen asentada y firme la seguridad de estos reinos y entendemos claramente que su misericordia es con nosotros dándonos tales príncipes y sucesores, para los cuales ha descubierto tantas y tan nuevas provincias, abundantísimas de todos los bienes de naturaleza, que de innumerables pueblos y gentes y tan pobres de humanidad y de leyes malas y suaves, como son las del Evangelio que sus ministros con tanta diligencia y celo siempre procuran de enseñarle como elegidos por Dios para ejecutores e instrumentos de la predicación evangélica en todo el Occidente, donde acrecentando el reino del Evangelio se acrecienten sus reinos y señoríos, títulos y fama, la cual ha ganado inmortal por haber crecido en su tiempo y por su industria y cuidado la religión cristiana en el mundo, los españoles les debemos muchos por habernos hecho ministros y participantes de tan divina negociación y de tan singular merecimiento.

Y aunque la envidia trabaje de impedir y estorbar esta tan divina y necesaria obra, la clara virtud y merecimientos de tales príncipes nos defenderá dándonos Dios la paz, sosiego y tranquilidad que en tiempos de los buenos reyes abundantísimamente pueden dar. Y así, Vuestra Alteza, sucederán reinos sosegados y pacíficos, para que tenga lugar de restituir y renovar las virtudes y buenas letras y costumbres (en que vuestro grande ingenio parece que legítimamente ha de reinar), las cuales en tiempo de discordia se destierran y huyen. ¿Quién no espera esto de la misericordia de Dios que tales príncipes nos dio, y de los efectos de la virtud y santidad y magnanimidad del emperador vuestro abuelo, el cual (como el rey Iofias en Israel) limpió en el Occidente las abominaciones y falsos sacrificios del demonio, e introdujo y confirmó la libertad evangélica, y del rey príncipe, vuestro padre, cuya memoria, juntamente con la cristiana bienaventurada reina, su mujer (como dice el Eclesiástico del mismo rey Iofias), entrará en toda la composición como cosa cordial, y en toda boca será dulce su nombre como terrón de miel, por haber restituido la antigua cristiandad de su reino de Inglaterra a Dios, abriéndoles los templos (que las ceguedades y errores habían cerrado) con las llaves de la obediencia del Sumo Pontífice, y de la grande obediencia que Vuestra Alteza tiene a Dios primeramente, y a sus ministros, y amor y respeto a vuestro ayo y maestro, y de vuestro admirable ingenio, del cual vemos frutos en esta vuestra tierna y no madura edad, en que como en la primavera los campos, suelen los ingenios de los otros florescer, con tanta perfección y madurez como se suelen coger en los años fértiles y maduro tiempo de algunos muy claros y altos sentimientos.

Y viendo esto unos, y oyéndolo otros, todos están muy alegres y regocijados, y con la grande expectación que de Vuestra Alteza tienen comienzan ya a ver estos reinos tan abundantes de todo género de virtudes y letras, como Dios los hizo entre todos los del mundo señalados en cristiandad, y gente clarísima, y en todas las riquezas y bienes temporales, y la paz y sosiego y acrescentamiento que en vuestro tiempo ha de tener toda la república cristiana, y el grande temor y espanto que de las nuevas de Vuestra Alteza ahora tienen los infieles, y después tendrán de sus obras. Porque no se ha de esperar año que de tales y tan grandes principios han de salir semejantes pruebas y bienes, ni las obras de los reyes y príncipes se han de estrechar en angostos términos, sino extenderse por todas partes para el bien y provecho de todos. Y esto es lo que principalmente aconsejan y enseñan a Vuestra Alteza su ayo y su maestro (con la grande conformidad que en la cristiandad, virtud y amistad siempre tuvieron) cuando le crían e instituyen con preceptos de cristiandad, caballería y filosofía, porque saben que los que administraron sus reinos con estas tan seguras, firmes y perpetuas fuerzas, de muy angostos los dejaron muy anchos, y de muy sospechosos muy seguros, y de muy mudables muy firmes, y de muy varios muy constantes y permanescientes, y finalmente, de reyes mortales se hicieron inmortales. Mas los que sin ellas quisieron reinar, aunque con grandes fuerzas de riqueza y ejércitos, nos fueron poderosos para detener a sus contrarios, como no hiciesen en sus reinos grandes impresiones y estragos, ensangostándoselos muchos, y algunas veces mudándoselos del todo, dejando a ellos muy aborrecidos e infames. De los unos y de los otros verá Vuestra Alteza asaz ejemplos en las historias que leyere. Y como no hay cosa estable ni perpetua en el reino sino la que está atada con ligaduras de cristiandad, y principalmente de humanidad y liberalidad, que tan necesarias son en los reyes y tan amables los hacen y semejantes a Dios, del que sólo se ha de esperar la abundancia y perpetuidad de todas las cosas.

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