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Desarrollo


CAPITULO XXII Llegan las Expediciones al Puerto de Monterrey, y se funda la Misión y Presidio de San Carlos. Satisfará lo que promete este Capítulo la siguiente Carta que me escribió el V. Padre, en que me comunica su llegada a Monterrey, y lo que en aquel Puerto se practicó. "Viva Jesús, María, y José= R. Padre Lector y Presidente Fr. Francisco Palou= Carísimo amigo y muy Señor mío: Día 31 de Mayo, con el favor de Dios, después de un mes y medio de navegación algo penosa, llegó este Paquebot San Antonio mandado del Capitán Don Juan Pérez, y dio fondo en este hermoso Puerto de Monterrey, el mismo, e invariado en substancia, y circunstancias de cómo lo dejó la Expedición de Don Sebastián Vizcaíno el año de 1603. Me fue de mucho consuelo, el que se me aumentó con la noticia que aquella misma noche tuvimos de haber ocho días cabales que la Expedición de tierra había llegado, y con ella el P. Fr. Juan, y todos con salud; y más cuando el día Santo de Pentecostés, tercero de Junio, juntos todos los oficiales de mar, y tierra, y toda la gente junto a la misma Barranquita, y encino donde celebraron los Padres de dicha Expedición, dispuesto el altar, colgadas y repicadas las campanas, cantado el Himno Veni Creator, bendecida el agua, enarbolada y bendita una grande Cruz, y los Reales Estandartes, canté la Misa primera que se sepa haberse celebrado acá desde entonces, y después cantamos la Salve a nuestra Señora ante la imagen de S. Illmâ. que ocupaba el altar, y en la Misa les prediqué.

Concluimos la función con el Te Deum cantado; y después allá los Señores hicieron el acto de posesión de la tierra en nombre del Rey nuestro Señor (que Dios guarde). Después comimos juntos en una sombra de la Playa, y toda la función fue con muchos truenos de pólvora, en tierra y en el Barco. A solo Dios sea toda la honra y gloria. En orden a no haber hallado este Puerto los de la Expedición pasada, y haber promulgado que ya no existía, no tengo que decir, ni por qué meterme en juzgarlo. Basta que en fin se encontró, y se le cumplieron, aunque algo tarde, los deseos a S.Illmâ. el Señor Visitador general, y a todos los que deseamos esta espiritual Conquista. Como el pasado Mayo se cumplió un año, desde que no recibí Carta alguna de tierra de Cristianos, puede pensar V. R. que en ayunas estaremos de noticias: con todo, sólo pido cuando haya ocasión el saber de V. R. y Compañeros, el como se llama nuestro Santísimo Papa reinante, para nombrarlo en el Canon de la Misa por su nombre; el saber si se efectuó la Canonización de los Beatos José Cupertino, y Serafino de Asculi, y si hay algún otro Beato o Santo, para ponerlo en el Calendario, y rezarlo, ya que parece estaremos despedidos de Calendarios impresos; si es verdad que los Indios mataron al P. Fr. José Soler en la Sonora, o Pimeria, y como fue; y si hay otro difunto de los conocidos, para encomendarlo a Dios como tal; y aquello solo que V. R. juzgue hacer al caso para unos pobres Ermitaños, segregados de la sociedad humana.

Lo que también deseo saber es de la Misión de España; de ella encargo mucho a V. R. y suplico se destinen dos Sujetos para estas Misiones, para con los cuatro que estamos ajustar los seis, y poner la Misión de San Buenaventura en la Canal de Santa Bárbara, tierra mucho más ventajosa que San Diego, que Monterrey, y que todo lo descubierto. Ya se han enviado dos veces bastimentos para dicha Misión, y ya que hasta aquí no se ha podido atribuir a los Religiosos no estar fundadas, no quisiera que se atribuyera cuando haya Escolta para ponerla. Verdad es que como el P. Fr. Juan, y yo estemos en pie, no se demorará, porque nos dividiremos cada uno a la suya, y será para mí el mayor de los esfuerzos el quedarme con el Sacerdote más cercano a distancia de más de ochenta leguas; por lo que suplico haga V. R. que no haya de durar mucho tiempo tan cruda soledad. El P. Lazuen desea mucho venir a estas Misiones, y así téngalo V. R. presente cuando se le ofrezca deliberar en destinar Ministros. Estamos cortísimos de cera para las Misas, así acá, como en San Diego, sin embargo vamos mañana a hacer fiesta y procesión del Corpus, aunque sea pobremente, para ahuyentar cuantos Diablillos pueda haber por esta tierra: si hay, lugar que venga alguna, nos hará muy al caso, y el Incienso que en otra ocasión pedí. V. R. no deje de escribir a S. Illmâ. la enhorabuena de este hallazgo del Puerto, y lo que bien le parezca, y no deje de encomendarnos a Dios, quien guarde a V.

R. muchos años en su santo amor y gracia. Misión de San Carlos de Monterrey, y Junio día de San Antonio de Padua, de 1770.= B. L. M. de V. R. afectísimo Amigo, Compañero y Siervo= Fr. Junípero Serra". En el mismo día que se tomó posesión del Puerto, y se dio principio al Presidio Real de San Carlos, se fundó la Misión con el propio nombre, y contigua a aquel una Capilla de palizada para Iglesia interina: asimismo una vivienda con las respectivas piezas o divisiones, para asistencia de los Padres y Oficinas necesarias, cercados ambos Establecimientos con una estacada para su defensa. Los Gentiles no se dejaron ver en aquellos días, porque desde luego les causó espanto la multitud de tiros de artillería, y fusilería que se dispararon por la Tropa; pero a poco tiempo empezaron a acercarse, y el V. Padre a regalarlos para conseguir su ingreso en el Gremio de la Santa Iglesia, y logro de sus almas, que era el principal objeto de sus designios. El día después de la fiesta del Corpus que refiere el V. Siervo de Dios en su Carta ya copiada se despachó un Correo por tierra con los Pliegos para S. Excâ. y el filmó Señor Visitador general, dándoles noticia de todo lo acaecido; y con el mismo me remitió su citada Carta, la cual recibió el día 2 de Agosto hallándose en la Misión de todos Santos en el Sur de California, quinientas sesenta leguas distantes del Puerto de Monterrey, que tantas anduvo el Correo en mes y medio, habiéndose detenido cuatro días en San Diego.

Los Pliegos para S. Excâ se despacharon por una Lancha a San Blas; pero habiendo el Comandante de la Expedición, en virtud de la orden que tenía, salido de Monterrey a 9 de Julio, y arribado a aquel Puerto a 1 de Agosto, llegó a México primero la noticia, por sus Cartas, que despachó inmediatamente, y recibió el Exemô. Señor Virrey el día 10 del expresado Agosto, quien mandó se celebrase tan plausible noticia con las devotas expresiones que se dirán en el Capítulo siguiente. El Teniente de Voluntarios de Cataluña Don Pedro Fages, quedó mandando el nuevo Presidio de San Carlos en Monterrey; y considerando ser muy poca la Tropa que allí existía, resolvió de acuerdo con el V. Presidente, suspender la fundación de la Misión de San Buenaventura hasta que llegase un Capitán con diez y nueve Soldados, que habían bajado a la antigua California por el mes de Febrero a conducir ganado vacuno; pero el Capitán con Tropa y ganado, no subió más que hasta San Diego, sin dar aviso hasta el siguiente año, en que lo hizo con un barco, como se verá adelante. No pudiéndose por este motivo dar principio a la Misión tercera, se aplicó nuestro V. Padre con su Discípulo Fr. Juan Crespí a la reducción de los Indios de Monterrey, procurando atraer con regalitos a los que lo iban a visitar; pero como no había quien supiese el idioma de ellos, se hubieron de pasar muchos trabajos al principio, y hasta que Dios quiso abrir puerta por medio de un muchacho Indio Neófito que habían traido de la antigua California, el cual con la comunicación que el V.

Fr. Junípero le hacía tener con los Gentiles para el efecto, empezó a entenderlos, y a articular algunas cosas en aquella lengua; con lo que sirviendo de Intérprete, pudo explicarse ya a los Indios, que el fin de la venida a sus tierras era para encaminar al cielo sus almas. El día 26 de Diciembre del citado año se consiguió el primer Bautismo en aquella Nación Gentílica, y fue para el fervoroso y ardiente corazón de nuestro V. Padre de inexplicable júbilo, y con el tiempo se fueron logrando otros, y aumentándose el número de Cristianos, de modo que a los tres años después, subí yo a aquella Misión, y había ya en ella ciento sesenta y cinco; y cuando terminó su gloriosa carrera el V. Fundador Junípero, dejó bautizados mil y catorce, de los cuales habían ya pasado muchos a gozar de Dios en la vida eterna por los incesantes desvelos de aquel Apostólico Varón. Mucho ayudaron a estas reducciones, o por mejor decir fue el cimiento principal de tan importante Conquista, las singulares maravillas y prodigios que Dios nuestro Señor hizo ver a los Gentiles para que cobrasen amor y temor a los Católicos: temor para contenerlos, y que no con su muchedumbre se insolentasen contra el corto número de los Cristianos, y amor para que oyesen con afecto la Doctrina Evángelica que se les venía a enseñar, y para que abrazasen el suave yugo de nuestra Santa Ley. El P. Crespí en su Diario del segundo viaje de la Expedición de tierra al Puerto de Monterrey, dice en el día 24 de Mayo (como puede ver en él el Lector) lo siguiente: "Como a las tres leguas de andar, llegamos a la una del día a las Lagunas de agua salada de la Punta de Pinos, de la parte del Nordeste, donde en el primer viaje se puso segunda Cruz.

Antes de apearnos fuimos el Señor Gobernador, un Soldado, y yo, a ver la Cruz, para ver si había alguna señal de que hubiesen ya llegado allí los del barco; pero no se encontró ninguna. Encontramos toda la Cruz rodeada de flechas, y de varillas con muchos plumajes, hincadas en la tierra, que habían puesto los Gentiles; y una sarta de Sardinas, todavía medio frescas, colgadas de una vara al lado de la Cruz, otra con un trozo de carne al pie de la Cruz, y un montoncito de Almejas. Causóles a todos grande admiración aquello; pero ignorando la causa suspendieron el juicio. Luego que los recién bautizados comenzaron a explicar sus discursos en el Castellano idioma, y que el Neófito Californio comprendió el de éllos, declararon lo siguiente en distintas ocasiones. Que la primera vez que vieron a nuestra gente advirtieron en ella, que todos traían en el pecho una muy resplandeciente Cruz, y que cuando se volvieron de allí, dejando aquella grande en la Playa, fue tanto el temor que se les infundió, que no les permitía acercarse a tan sagrada Señal, pues la veían llena de lúcidos resplandores, cuando ausentados aquellos con que el Sol ilumina al día, prevalecían las sombras de la noche: advirtiéndola con tales creces, que les parecía elevarse hasta la suprema celsitud; pero que mirándola de día sin estas circunstancias y en su natural extensión, se arrimaron a ella; y procurando congraciarla para con ellos, para que no les hiciese daño alguno, le ofrecían en obsequio aquella carne, pescados y Almejas: y que causándoles admiración al ver que nada comía, le ofrecieron sus plumajes y flechas en significación de que querían paz con la Santa Cruz, y las gentes que allí la habían puesto. Esta declaración hicieron varios de los Indios (como llevo dicho) en distintos tiempos, y últimamente en el año de 74, que volvió de México el V. P. Presidente, ante quien la repitieron sin la menor variación de como lo habían hecho ante mí en el año anterior. Así lo escribió el Siervo de Dios, por materia de edificación, al Exemô. Señor Virrey, para fervorizarlo más, y empeñarlo al propio tiempo en el feliz logro de esta espiritual empresa. Del citado y otros muchos prodigios que ha obrado el Señor, se ha seguido la reducción de estos Gentiles con toda paz, y sin estrépito de armas. Bendito sea Dios, a quien sea toda la gloria y alabanza.

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