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Desarrollo


CAPÍTULO XV De la hacienda del Inga, y orden de tributos que impuso a los indios Era incomparable la riqueza de los Ingas, porque con no heredar ningún rey, de las haciendas y tesoro de sus antecesores, tenía a su voluntad cuanta riqueza tenían sus reinos, que así de plata y oro como de ropa y ganados, eran abundantísimos, y la mayor riqueza de todas era la innumerable multitud de vasallos, todos ocupados y atentos a lo que le daba gusto a su rey. De cada provincia le traían lo que en ella había escogido: de los chichas le servían con madera olorosa y rica; de los lucanas, con anderos para llevar su litera; de los chumbibilcas, con bailadores, y así en lo demás que cada provincia se aventajaba, y esto fuera del tributo general que todos contribuían. Las minas de plata y oro (de que hay en el Pirú maravillosa abundancia), labraban indios, que se señalaban para aquello, a los cuales el Inga proveía lo que habían menester para su gasto, y todo cuanto sacaban era para el Inga. Con esto hubo en aquel reino tan grandes tesoros, que es opinión de muchos que lo que vino a las manos de los españoles, con ser tanto como sabemos, no llegaba a la décima parte de lo que los indios hundieron y escondieron, sin que se haya podido descubrir por grandes diligencias que la codicia ha puesto para sabello. Pero la mayor riqueza de aquellos bárbaros reyes era ser sus esclavos todos sus vasallos, de cuyo trabajo gozaban a su contento. Y lo que pone admiración, servíase de ellos por tal orden y por tal gobierno, que no se les hacía servidumbre, sino vida muy dichosa.

Para entender el orden de tributos que los indios daban a sus señores, es de saber que en asentando el Inga los pueblos que conquistaba, dividía todas sus tierras en tres partes. La primera parte de ellas era para la religión y ritos, de suerte que el pachayachachí, que es el creador y el sol, y el chuquiilla que es el trueno, y la pachamama y los muertos y otras guacas y santuarios tuviesen cada uno sus tierras proprias; el fruto se gastaba en sacrificios y sustento de los ministros y sacerdotes, porque para cada guaca o adoratorio había sus indios diputados. La mayor parte de esto se gastaba en el Cuzco, donde era el universal santuario; otra parte en el mismo pueblo donde se cogía, porque a imitación del Cuzco, había en cada pueblo guacas y adoratorios por la misma orden y por las mismas vocaciones, y así se servían con los mismos ritos y ceremonias que en el Cuzco, que es cosa de admiración muy averiguada, porque se verificó con más de cien pueblos, y algunos distaban cuasi doscientas leguas del Cuzco. Lo que en estas tierras se sembraba y cogía, se ponía en depósitos de casas, hechas para sólo este efecto, y esta era una gran parte del tributo que daban los indios. No consta que tanto fuese, porque en unas tierras era más y en otras menos, y en algunas era cuasi todo, y esta parte era la que primero se beneficiaba. La segunda parte de las tierras y heredades era para el Inga; de ésta se sustentaba él, y su servicio y parientes, y los señores y las guarniciones y soldados.

Y así era la mayor parte de los tributos, como lo muestran los depósitos o casas de pósito, que son más largas y anchas que las de los depósitos de las guacas. Este tributo se llevaba al Cuzco, o a las partes donde había necesidad para los soldados, con extraña presteza y cuidado, y cuando no era menester estaba guardado diez y doce años hasta tiempo de necesidad. Beneficiábanse estas tierras del Inga, después de las de los dioses, e iban todos sin excepción a trabajar, vestidos de fiesta y diciendo cantares en loor del Inga y de las guacas, y todo el tiempo que duraba el beneficio o trabajo, comían a costa del Inga o del sol o de las guacas, cuyas tierras labraban. Pero viejos y enfermos, y mujeres viudas, eran reservadas de este tributo; y aunque lo que se cogía era del Inga, o del sol o guacas, pero las tierras eran proprias de los indios y de sus antepasados. La tercera parte de tierras daba el Inga para la comunidad. No se ha averiguado qué tanta fuese esta parte, si mayor o menor que la del Inga y guacas, pero es cierto que se tenía atención a que bastase a sustentar el pueblo. De esta tercera parte, ningún particular poseía otra cosa propia ni jamás poseyeron los indios cosa propria, si no era por merced especial del Inga, y aquello no se podía enajenar ni aun dividir entre los herederos. Estas tierras de comunidad se repartían cada año, y a cada uno se le señalaba el pedazo que había menester para sustentar su persona, y la de su mujer y sus hijos, y así era unos años más, otros menos, según era la familia, para lo cual había ya sus medidas determinadas.

De esto que a cada uno se le repartía, no daban jamás tributo, porque todo su tributo era labrar y beneficiar las tierras del Inga y de las guacas, y ponerles en sus depósitos los frutos; cuando el año salía muy estéril, de esos mismos depósitos se les daba a los necesitados, porque siempre había allí grande abundancia sobrada. Del ganado hizo el Inga la misma distribución que de las tierras, que fue contallo y señalar pastos y términos del ganado de las guacas y del Inga, y de cada pueblo, y así de lo que se criaba, era una parte para su religión, otra parte para el rey y otra para los mismos indios, y aun de los cazadores había la misma división y orden: no consentía que se llevasen ni matasen hembras. Los hatos del Inga, y guacas, eran muchos y grandes, y llamábanlos capaellamas. Los hatos concejiles o de comunidad, son pocos y pobres, y así los llamaban guacchallama. En la conservación del ganado puso el Inga gran diligencia, porque era y es toda la riqueza de aquel reino; hembras, como está dicho, por ninguna vía se sacrificaban, ni mataban, ni en la caza se tomaban. Si a alguna res le daba sarna o roña, que allá dicen carache, luego había de ser enterrada viva, porque no se pegase a otras su mal. Tresquilábase a su tiempo el ganado, y daban a cada uno a hilar y tejer su ropa para hijos y mujer, y había visita si lo cumplían y castigo al negligente. Del ganado del Inga se tejía ropa para él y su corte; una rica de cumbi, a dos haces; otra vil y grosera, que llaman de abasca. No había número determinado de aquestos vestidos, sino los que cada uno señalaba. La lana que sobraba poníase en sus depósitos, y así los hallaron muy llenos de esto y de todas las otras cosas necesarias a la vida humana, los españoles, cuando en ella entraron. Ningún hombre de consideración habrá que no se admire de tan notable y próvido gobierno, pues sin ser religiosos ni cristianos, los indios en su manera guardaban aquella tan alta perfección de no tener cosa propria, y proveer a todos lo necesario, y sustentar tan copiosamente las cosas de la religión, y las de su rey y señor.

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