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Capítulo XLVI De cómo otro día por la mañana los españoles salieron a correr el campo, y de cómo se divulgó la nueva de ser preso Atabalipa por todo el reino Parece que con la prisión de Atabalipa los españoles estaban seguros de no tener guerra. Conocido esto, poníase gran recaudo en guardar su persona. Permitió Pizarro que tuviese sus mujeres, servicio de casa, porque se juntó parte de ello con él. Mostraba buen semblante, fingiendo más alegría que tristeza. Esforzaba a los que veía de los suyos, diciéndoles que, era usanza de guerra, vencer y ser vencidos. Como fue de día, luego, el sábado, mandó Pizarro que fuesen los caballos a correr el campo y llegasen hasta donde Atabalipa tuvo el real asentado; hiciéronlo así; hallaron grandes tesoros en piezas soberbias, muchas de gran precio, todo de metal de oro y plata fina; la ropa que se desperdició, si se guardara, valiera más de un millón y no poco más, sino mucho. Vieron gran golpe de armas que habían dejado; recogieron lo que pudieron; con ello volvieron a su alojamiento. No hacían enojo a los indios, porque ellos tampoco se ponían en arma; harto tenían que llorar su calamidad. Amonestábanles los nuestros que fuesen a ver a Atabalipa y a entender lo que mandaba; muchos iban. Pizarro, con las lenguas los consolaba, certificándoles que él no daría guerra si ellos no la diesen primero; aseguróles mucho tal razón. Llególe a Atabalipa nueva de cómo su hermano venía preso; rióse, cuando lo supo, diciendo que se reía de la vanidad del mundo, pues en un mismo día se hallaba vencido y lo mismo vencedor.

Pidió hablar con Pizarro; vino luego, consolándolo con buenas palabras que no tuviese pena, le dijo, ni dejase de comer; pues era gran señor, tuviese ánimo semejante; prometió de le tratar como a tal, avisándole que si alguna de sus mujeres y parientes estuviesen en poder de algún cristiano, se lo hiciese saber, porque se lo mandaría dar. Cobró aliento, con lo que Pizarro dijo, Atabalipa, y esfuerzo para ser más largo en querer entender por entero la intención de los cristianos, y así lo quiso preguntar a su capitán y no a otro ninguno, diciendo que holgaría le dijesen quién eran, de qué tierra habían venido, si tenían Dios y rey. Pizarro respondió que eran cristianos, naturales de España, gran provincia, y que creían y adoraban en Dios, todopoderoso en Cristo, creador y hacedor del cielo, mar y tierra, con todo lo que en ella hay, y que si él se volvía cristiano, recibiendo agua de bautismo, iría a gozar del cielo y vista de Dios, donde no, que sería condenado como todos los que morían sin claridad de la fe; díjole más, que eran vasallos del emperador don Carlos, gran señor. Admiróse con esto que oyó Atabalipa; no trató con Pizarro más de ello, ni de otra cosa por entonces, sino encargarle su vida, persona, mujeres, hijos. Como él fue preso, muchos de los indios huyeron a diversas partes del reino, como se ha dicho. Llevaron grandes tesoros robados de los reales. Zopezopagua y Rumiñabi con otros fueron la vuelta de Quito, robando mucho tesoro de los templos y de los palacios reales.

Es fama que escondieron más de tres mil cargas de oro y plata, que hasta hoy se está perdido. Hacían tiranías. Con tal vuelta, quedaron muchos por señores de lo que no era suyo, con poder y favor que tuvieron, matando a los naturales. Las vírgenes de los templos se salían y andaban hechas placeras; en fin, ya no se guardaban las buenas leyes de los incas; todo su gobierno se perdió; no tenían temor por no haber quien lo castigase; perdióse su dignidad, cayóse lo que tanto había subido, con la entrada de los españoles. Y, pues viene a propósito, diré de una señora natural, que dijo en mi presencia a fray Domingo de Santo Tomás, preguntándole cosas de los incas, dijo ella: "Padre, has de saber que Dios se cansó de sufrir los grandes pecados de los indios de esta tierra, y envió a los incas a los castigar, los cuales tampoco duraron mucho, y por su culpa cansóse Dios también de sufrirlos y venistes vosotros que tomastes su tierra, en la cual estáis, y Dios también cansará de sufriros y vendrán otros que os midan como medistes". Esto dijo esta india señora, un domingo por la mañana, porque veáis que ellos entienden que Dios castiga los reinos por los pecados. Vuelto al propósito hacen grandes exclamaciones los indios cuando cuentan los grandes males que pasaron por todas las provincias, preso que fue Atabalipa, no osaban ponerse en armas contra los cristianos, porque había mandado que no lo hiciesen, ni entendiesen, sino en servirlos. Como se derramó la fama de estar preso, causó grande admiración; espantábanse de ser poderosos ciento y sesenta hombres a lo hacer; muchos se holgaron y otros lloraban con gemidos de pena que recibieron.

Chalacuchima fue el capitán que más notable sentimiento hizo; quejábase de sus dioses, pues habían permitido tal cosa; encomendó la guarda de Guascar a los capitanes que le pareció y él fue al valle de Xauxa a sosegar los movimientos que tenían los Guancas, donde hizo notable daño. En el Cuzco, como llegó la nueva de la prisión de Atabalipa, alegráronse los anancuzcos; tenían tal acaecimiento por milagro, creían que Dios todopoderoso, a quien llamaban Ticiviracocha, envió del cielo aquellos hijos suyos, para que libraran a Guascar y lo restituyesen en el trono de lo que habían echado. Mandaron estar los templos como se estaban y las vírgenes en ellos, hasta que se entendiese la voluntad de aquellos a quienes llamaban Viracocha (nombre que les pusieron, según ellos dicen, por que los tuvieron por hijos de Ticiviracocha; otros dicen que porque venían por la mar como espuma, los llamaron así; escrito tengo sobre esto más largo, en lo de atrás), aguardaban a ver qué es lo que los cristianos harían de Atabalipa; nunca se pensó que lo mataran, ni tampoco el Atabalipa lo pensó. Y con tanto contaré en este lugar la salida que hizo de Panamá el mariscal don Diego de Almagro.

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