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Datos principales


Desarrollo


Capítulo XCII De cómo se hizo fundición en los Reyes, y Hernando Pizarro procuró que se hiciese el servicio dicho a su majestad, y de su partida al Cuzco; y salida del gobernador a visitar las provincias septentrionales Hernando Pizarro estaba ya en la ciudad de los Reyes, como se ha dicho atrás; mostraba gran deseo al servicio del emperador, representaba los grandes gastos que tenía, y como de todas partes de sus reinos le servían; diciendo más, que pues Dios había sido servido que en tiempo de su soberano reinado, por ellos hubiese sido descubierto tan rico reino como el Perú, que tenían obligación a le servir con algún presente. Murmuraban de estos dichos algunos de los que oían, decían que Hernando Pizarro, a costa de sus haciendas, quería ganar la gracia del rey, a quien bastaba darle los quintos, pues eran tan grandes, y habidos sin gastar sólo un real. Quejábanse también que Hernando Pizarro había dicho que había de traer grandes flaquezas y libertades para los conquistadores, y no veían nada sino su hábito de Santiago que traía en los pechos; no se trataba en esto en su presencia, porque a trueque de dineros no le querían desagradar. Y como Pizarro mandase abrir la fundición, comenzaron a meter en ella grandes partidas de oro y plata. Había hablado a sus amigos para que no rehusasen lo que Hernando había dicho, afirmándoles que el rey les haría a todos mercedes, y aun por ventura les daría los indios perpetuos. En la misma fundición daban, sin los quintos, a mil quinientos y a mil y a menos, cada uno conforme al metal que tenía dentro; avisando a las más ciudades del reino para que hiciesen otro tanto.

En Trujillo murmuraron porque estaba ausente; decían que no había negociado sino su encomienda, y hacerlos "pecheros". Los oficiales que tenían cargo de la hacienda real tenían razón de la suma, que montaba lo que se juntaba para este servicio. Llegó en este tiempo nueva cómo salió de Xauxa un tío de Mango Inga, llamado Tizo, que hizo daño en lo de Tarama y Bonbon; que tenía por encomienda, lo principal de ello, el tesorero Alonso Riquelme; el cual, como le tocaba, habló ahincadamente a Pizarro para que mandase a prenderlo y castigarlo. Pizarro, sin oír la excusa de Tizo, por complacer a Riquelme, mandó a un vecino llamado Cervantes que fuese a le prender. Súpolo Tizo y apartóse a los Andes a se esconder en la espesura de la montaña, enviando primero mensajeros a Mango, su sobrino, para que en pudiendo salir de entre las manos de los cristianos, hiciese junta de gente para les dar guerra. Pues como en los Reyes se hubiese hecho el servicio para el emperador, como se ha dicho, Hernando Pizarro habló con el gobernador para que le diese licencia para ir a la ciudad del Cuzco a procurar lo mismo. Respondióle que era contento y porque tuviese más mano en el negocio, mandó a su secretario Antonio Picado que ordenase una provisión para que fuese teniente y justicia mayor. Escribiendo a Juan Pizarro la causa que le movía a removerle el cargo, rogándole que por bien lo tuviese; y el cabildo escribió lo mismo. Y puesto que esto fue mucha parte para la ida de Hernando Pizarro al Cuzco con el cargo, tengo para mí ser lo principal temer lo que fue; que no volviese Almagro sobre la ciudad; y parecióle a Pizarro que estaría la tenencia de ella más segura en Hernando que no en Juan, por ser de más edad y autoridad.

Fueron con él Pedro de Hinojosa, Cervantes, Tapia y otros caballeros, de aquellos nobles mancebos extremeños que con él salieron de España, quedando otros en los Reyes, donde fueron bien tratados y favorecidos de Pizarro. Partido Hernando para el Cuzco, Pizarro determinó salir de Lima para visitar las ciudades de Trujillo y San Miguel, para ver cómo usaban sus tenientes de los cargos, y si los naturales eran bien tratados, y si procuraban su conversión, como su majestad lo mandaba; y dejando por su teniente a Francisco de Godoy, un caballero de Cáceres, se metió en una nao por ir más breve, acompañado de algunos criados suyos. Y salió de Callao, que es el puerto, a catorce días del mes de febrero de 1536 años; y por su persona visitó aquellas ciudades, oyendo algunas quejas, remediando los agravios, favoreciendo a los indios, honrando a los caciques, amonestando a los unos y a los otros se volviesen cristianos, haciéndoles entender la burla que era creer en dioses de piedra y de palo, y en los dichos del demonio: el cual, les certificaba, era un cobarde, sin fuerzas, tanto que solamente de temor de una pequeña cruz huía; y que lo probasen ellos y verían cómo les decía verdad. Sin todo esto, con las lenguas les decía que el sol y la luna no eran dioses, ni tampoco demonios, sino lumbreras resplandecientes que Dios crió para que siempre le sirviesen y diesen lumbre al mundo, que cumpliendo su mandamiento no paraban jamás de noche y día. Y que los cristianos que eran malos iban con los infieles al infierno y los buenos a la gloria.

Estas cosas decía Pizarro con buenas entrañas y voluntad: porque aún no era llegado el tiempo que por sus pecados, y de los que estaban en el Perú, se perdieron estos buenos comienzos por comenzar otros que los guerrearon ellos mismos, consumiéndolos en miserables batallas que la civilidad acarreó sin intervenir otra gente que hermanos contra hermanos, primos contra primos y amigos contra amigos; y tanta impiedad hubo entre todos que yo no quisiera hacerme testigo de tan grave caso. Los curacas con los indios se holgaban de oír cosas tan altas, y, si al principio con hervor de cristiandad y dando de sí buen ejemplo les predicaran verdaderamente, muchos están en el infierno dando gemidos a las orejas de Dios que se hubieran salvado, aunque también a los tales principios nunca hubo el orden que hay después porque no se dejan entender las cosas de veras. Escribió sus cartas a Quito, a Puerto Viejo y a Guayaquil, encargando a todos el servicio de Dios y del rey y el buen tratamiento de los naturales. Pidióle Diego Pizarro de Carvajal la jornada de la Palupa, que es por donde entró el famoso capitán Ancoalli, natural de Chanca por la parte de Moyobamba hacia el levante: graciosamente se la dio, mas por falta de aparejo se dejo por entonces de hacer aquella jornada. Pasado esto, Pizarro volvió a los Reyes, por tierra, donde fue bien recibido y daba prisa en mandar hacer la iglesia.

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