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Desarrollo


CAPITULO LX Denotas Hoyaras que el día séptimo se hicieron al V. Padre Junípero. Deseoso de manifestarme agradecido Discípulo a mi siempre amado y venerado Maestro, no me contenté con las honras que se le hicieron en el Entierro, sino que procuré repetirlas el día séptimo, anhelando más sufragios para su Alma, por si necesitase de algunos para recibir en el Cielo el premio de sus tareas Apostólicas. En cuanto insinué mis deseos, se dieron por convidados todos los Señores, así del Presidio, como del Barco. Y así el día 4 de septiembre concurrió a la Misión igual concurso de gente (si no fue mayor) de Comandantes, Oficiales, Soldados, Marineros e Indios según y como el día del Entierro, haciéndole los mismos honores con la Artillería, que ya dije en la primera función, que duraron con el doble de las campanas todo el tiempo de la función, que fue: Una Vigilia cantada con toda la solemnidad posible, y concluida canté la Misa, asistiendo de Ministros los mismos que el día del Entierro; y en el Coro asistieron los Padres Fr. Antonio Paterna, y Fr. Buenaventura Sitjar con los Indios Cantores instruidos por el Padre Difunto, y se concluyó la función con un solemne Responso. No faltaron en esta función lágrimas y suspiros, así de los Hijos Neófitos, como de los demás quo asistieron, dándonos a entender con sus lágrimas, lo muy querido que fue de los hombres el V. P. Junípero, y píamente creyendo todos que por sus heroicas virtudes, que en él experimentaron en su laboriosa, y ejemplar vida, fue, y es querido de Dios, de quien habrá recibido el premio de sus afanes Apostólicos.

Concluida la función, me presentaron un gran número de Escapularios que habían hecho de la Túnica del V. Padre, que ya dije regalé al Señor Comandante de Mar, para que la repartiese: los que bendije, advirtiéndoles que la veneración en que los habían de tener, era por ser de Sayal de N. S. Padre San Francisco, y con la bendición de la Iglesia: que el ser dichos Escapularios de la Túnica del Padre Junípero, les había de servir para que se acordasen de S. R. para encomendarlo a Dios, que le dé el eterno descanso: dijeron todos, que quedaban entendidos. Pero no quedaron todos contentos, diciéndome no habían participado de la Túnica, principalmente los de tierra, y así me pidieron alguna alhajita para memoria del Padre: y como no había qué darles más que Libros, no tenía con qué contentarlos; pero acordándome de una porción de medallas que tenía el V. Padre, con que solía regalar a los devotos, las saqué y repartí, de modo que quedaron todos contentos y consolados, y con memoria para acordarse del V. P. Junípero para encomendarlo a Dios. Sólo nosotros sus Súbditos nos quedamos con la triste pena y dolor de vernos privados de tan amable Padre, prudente Prelado, y tan docto y ejemplar Maestro, que como tan cariñoso Padre, era de todos sus Hijos amado, pues a todos sus Súbditos tenía consolados: como Maestro tan docto, descansábamos en sus altos dictámenes y prudentes reflexiones; y finalmente como tan ejemplar Maestro nos animaba a todos con el ejemplo de sus Apostólicos afanes, a trabajar con gusto y alegría en esta Viña del Señor que plantó su Apostólico celo en esta tan interna e inculta tierra, tan apartada de la Cristiandad, que se puede contar entre las remotísimas del centro de la Iglesia.

Éstas y demás acciones que quedan referidas en esta relación Histórica, todas de sí tan gloriosas, no nos darán lugar a que nos olvidemos del P. Junípero; y no sólo perpetuará su memoria en nosotros sus Súbditos, sino también en todos los moradores de esta Septentrional California. De modo, que si no temiera la nota de apasionado Discípulo, viendo a mi venerado Maestro que dejó en el otro Mundo todos los honores con la Borla de su Sabiduría, y se trasplantó en este Nuevo de la América, y que no tuvo sosiego hasta internarse a lo más Septentrional para vivir y morir in terram alienarum Gentium, olvidado del Mundo, solo a fin de explayar su Apostólico celo en la Conversión de los miserables Gentiles: me atreviera a decir de él, lo que Salomón dijo de aquel sabio Varón (Cap. 39.) Non recedet memoria ejus, & nomen ejus requiretur a generatione in generationem. No se apagará su memoria, porque las obras que hizo cuando vivía, han de quedar estampadas entre los habitadores de esta Nueva California, que a pesar de la voracidad del tiempo, se han de perpetuar en la conservación. Porque el que hace gloriosas acciones, aunque por sí como mortal es súbdito del tiempo para que lo consuma; pero no tiene el tiempo jurisdicción sobre las obras gloriosas, porque éstas con una como inmunidad inmortal, están exentas de la jurisdicción del tiempo. Acabó la vida el P. Junípero como súbdito del tiempo, después de haber vivido setenta años, nueve meses y cuatro días, y trabajando en el ministerio Apostólico la mitad de su vida, y en estas Californias diez y seis años, dejando fundadas en la antigua California, en la que vivió un año, una Misión, y en esta Septentrional y nueva California, antes sólo poblada de Gentiles, la dejó poblada con quince poblaciones, las seis de Españoles, o gente de razón, y las nueve de puros naturales Neófitos, bautizados por S.

R. y Padres Compañeros. Numerábanse cuando murió cinco mil y ochocientos los bautizados, que con los que bautizaron en la antigua California, pasaban de siete mil; y dejó confirmados en esta California a cinco mil trescientos y siete; y para conseguir este espiritual fruto, trabajó lo que queda referido. Estas acciones por sí tan gloriosas, no se consumirán jamás por el tiempo, antes por ellas quedará su Autor perpetuamente en la memoria de tollos: non recedet memoria ejus. Como ni parece que el Difunto Padre tiene en olvido esta espiritual Conquista, pues vemos se va cumpliendo la promesa que nos hizo poco antes de morir, que pediría a Dios por ella, y por todos los Gentiles para que se conviertan a nuestra Santa Fe Católica; lo que vemos se va cumpliendo, pues se va mucho aumentando el número de Cristianos en todas las Misiones, desde la muerte de su fervoroso Fundador. En Carta que escribí a todos los Misioneros, dándoles noticia de la muerte de nuestro V. Prelado, les referí para su consuelo, lo que poco antes de expirar me dijo y prometió, que no se olvidaría de nosotros, ni de pedir a Dios por la conversión de la inmensa Gentilidad, que dejaba sin bautizar, para que logren el Santo Bautismo. A lo que me respondió el R. P. Lector Fr. Pablo Mugartegui, Ministro de la Misión de San Juan Capistrano de las últimas del Sur, (que había sido su Compañero el año de 73 y 74 en el viaje de mar, y tierra desde México hasta el Puerto de San Diego, en cuyo tiempo conoció lo sólido de las virtudes del nuestro Venerable Prelado y amarlo Presidente).

"Veo lo que me dice de la promesa que nos dejó nuestro V. Prelado Fr. Junípero: Dilectus Deo, & hominibus, y Yo digo a V. R. que demos gracias a Dios, pues ya vemos en esta Misión cumplida la promesa de nuestro V. P. Presidente Fr. Junípero, pues en estos cuatro meses últimos hemos bautizado más Gentiles que en los años últimos, y atribuimos estas conversiones a la intercesión de nuestro V. P. Junípero, que lo estará pidiendo a Dios, como se lo pedía incesantemente en vida, y píamente creemos, que está gozando de Dios, y que con más fervor lo pedirá al Señor, de quien sin duda alcanzaría la conversión de los muchos que hemos bautizado en estos cuatro meses que se han cumplido desde su muerte; éstos son Indios que han venido de muy lejos, y son de distinto idioma que los naturales de esta Misión, pues ha sido preciso valernos del Intérprete de San Gabriel; y viendo que ellos por sí solos han venido de tan lejos a pedir el Bautismo, píamente creemos ser movidos de impulso interior, que les alcanzaría nuestro V. P. de Dios Ntrô. Señor Padre de las Misericordias, y Dios de todo consuelo, que en medio de la pena que nos causó la noticia de su muerte, nos consuela con el crecido número de hijos con que se va aumentando este espiritual rebaño." Lo mismo que me escribió dicho Padre Lector Mugartegui de su Misión de San Juan de Capistrano, creo podrían haberme escrito los demás Misioneros; pues viendo que el número de bautizados que había en las Misiones el día que murió el V.

Fundador era de cinco mil y ochocientos: el día último del mismo año de 84, según consta de los informes anuos que me remitieron los Padres Misioneros, era el número seis mil setecientos treinta y seis; por lo que sé que en los cuatro meses después de la muerte del V. Fundador, se habían bautizado novecientos treinta y seis, a cuyo número ningún año entero ha llegado desde que se empezó la Conquista, y me escribieron los Misioneros, que proseguía la Conquista con grande aumento, atribuyéndolo a la intercesión, y ruegos del V. P. Fundador, que en el Cielo pedirá a Dios por la conversión de toda esta inmensa Gentilidad; y según fuere el aumento de las Conversiones, se irá extendiendo la memoria de su principal Conquistador: que si juntamos a sus gloriosas acciones, lo heroico de sus virtudes (de que hablaré en el siguiente Capítulo) podremos cantarle el verso de David (Psal. III. vers. 7.) in memoria aeterna erit Justus, que como tan laborioso operario de la Viña del Señor, y tan ejemplar en sus operaciones, será delante de Dios eterna su memoria.

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