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Capítulo LX De cómo reventó un volcán o boca de fuego cerca de Quito y lo que pasó a los cristianos y a los indios Había en los tiempos pasados entre esta gente una opinión varia tenida por cierta, que fue que haciendo sacrificios en cierto oráculo de la comarca, donde un demonio daba respuestas; porque en todas las indias tenemos creído que hay en los hombres naturales esta costumbre de tener pláticas con el demonio, con el cual es también de saber que no todos hablan ni tienen tal privilegio; sino los que tienen por más santos y religiosos, son elegidos para ello; y verdaderamente yo creo que muchas veces éstos fingen desvaríos para tener crédito con los suyos, certificando que el mismo demonio en su cuerpo estaba revestido. Pasa, pues, el cuento del propósito, que uno de éstos, dijo: que supiesen que cuando un volcán, o boca de fuego, que estaba cerca de Latacunga reventase, entraría gente extranjera de tierra muy apartada a les dar guerra; los cuales serían tan poderosos que quedarían por señores de la suya. El demonio no puede afirmar lo que está por venir; pues está claro, los movimientos del tiempo están encerrados en la sabiduría de Dios, y ninguna criatura, aunque sean los ángeles, contra su voluntad, pueden certificar lo que ha de suceder; mas como el demonio es tan sutil, en tiempos dice cosas, por lo que ve que pasa, que concierta, aunque él hable "al adivinar". Y como vio que los españoles se movían a venir a este reino y conoció que el volcán quería reventar, por que le honrasen con sacrificios y anduviesen ciegos tras su engaño, parecióle que cuadraba esta razón para tener más crédito de afirmarles que cuando el volcán reventase entraría gente que los señorease en su tierra.

Y sucedió que cuando los españoles estaban en Riobamba este volcán, o boca de fuego, reventó con gran ruido que hizo, echando de sí tan gran pedrería, que es admiración afirmarlo. Destruyó muchas casas de indios, mató muchos hombres y mujeres; del fuego que había dentro, echó por los aires tanta ceniza con una especie de humo que no se veía según andaba esta ceniza, siendo la cantidad que ha dicho por todas partes. Caía tanto que los que no lo sabían creyeron que llovía ceniza del cielo, la cual cayó más de veinte días y la vieron los que venían con el adelantado don Pedro de Alvarado, como luego diré. Como este volcán reventó, dieron gran crédito los indios a lo que el oráculo había pronosticado. Luego entendieron en tratar de paz con los españoles; Ruminabi y Zopezopagua, con otros capitanes, lo estorbaban. Belalcázar llegó a Panzaleo, y aun más allá, hacia la parte de Quito, y fueron muertos y heridos muchos indios, de que recibió pena grande, y con acuerdo de los suyos determinó de hacerles mensajeros sobre la paz. Llamó a un indio natural, al cual, poniéndole una cruz en la mano, señal que usamos en la guerra con ellos, para los llamar de paz y para saber que el que trajere tal insignia puede venir seguro y volver, mandóle que fuese donde estaba Ruminabi y los otros, y de su parte les dijese que por qué holgaban de verse morir los unos a los otros y andar con tan grande desasosiego como andaban; que dejasen las armas y asentasen paz entre todos con honestas condiciones, cosa de que él mucho se holgaría, y de su parte no les sería hecha injuria con tanto que ante todas cosas diesen la obediencia al emperador don Carlos, y si quisiesen se volviesen cristianos; y serían todos amigos y compañeros, porque no pretendían de ellos más que esto; y haber el tesoro de Quito para repartir, como fue en Caxamalca.

Llegado el mensajero donde estaban los escuadrones de los indios, Ruminabi, como oyó la embajada, indignóse grandemente. Mirando contra los que con él estaban, dijo: "Mira con las cautelas que éstos nos quieren engañar y con qué palabras nos quieren convencer para sacarnos el tesoro que ellos piensan que hay en Quito, para luego matarnos y tomarnos nuestras mujeres y hijas para tener por mancebas; quién en Caxamalca vio el halago que los otros barbudos tan crueles hacían a Atabalipa; qué modos buscaron después para le matar tan afrentosamente, levantándole testimonios grandes. No plega a Dios nos fiemos de éstos que ni han dicho la verdad, ni la dirán; antes permitamos morir a sus manos y de sus caballos, que no que con nuestra voluntad nos tengan opresos y forzados a seguir desatinos y cumplir sus pretensiones". Todos loaron su consejo llamándole "hantud apo", que es nombre de gran señor, y con mucho enojo que tuvieron, de tener tal atrevimiento el mensajero, le mataron cruelmente, sin tener culpa ninguna. Súpose después de los que se pasaron y cautivaron lo que había dicho Ruminabi, y la muerte que dieron a este mensajero, como está dicho. Estando los españoles en el pueblo de Panzaleo, como los indios conocían el ansia tan grande que tenían por el oro, Lino de ellos dijo que ni podrían traer en los caballos ni en otros tantos lo mucho que había en el Quito; si por caso no sabía como ya lo habían alzado y escondido los que lo pusieron en cobro. Y porque es ya tiempo de volver a hablar de Pizarro, dejará la historia de tratar sobre esta materia hasta que sea tiempo.

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