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Datos principales


Desarrollo


Capítulo LIX De lo que más pasó a los españoles y a los indios hasta llegar a la campaña de Riobamba, donde habían hecho muchos hoyos para en que cayesen los caballos Los indios y capitanes que habían estado en Teocajas, por todas las vías, modos y maneras que podían pensaban qué remedio tendrían para matar a los españoles, pues eran tan pocos y ellos eran tantos. Miraban, por una parte, cuanto les convenía ponerse a todo peligro por los echar de la tierra, y que de ella no se hiciesen señores; por otra, creían que estaban acompañados de alguna deidad o que la virtud divina peleaba por ellos, pues siendo tan pocos bastaban a hacer tales cosas. Temíanlos a ellos y a sus caballos, no osaban burlarse como en Teocaja, mas después de lo haber bien considerado y platicado entre ellos determinaron de hacer junto a Riobamba una gran cantidad de hoyos hondables, por tal modo, que, aunque fuesen anchos para dañar a ellos y a los caballos, habían de estar cubiertos sutilmente con yerba porque no los viesen --hoy día están hechos estos hoyos; yo los vi cuando pasé por aquella parte en torno de todo lo más del camino--, pareciéndole que los españoles, siendo por ellos provocados a batalla, irían hasta dar con sus caballos en los tales hoyos, y así procuraban por aquella parte provocarlos a la pelea. Los españoles caminaron por su camino. Salían los indios a ellos haciendo alharacas. Belalcázar, como vio que los indios se juntaban y tantas gritas les daban, recogió sus compañeros, mandó quedar en la rezaga treinta caballos para que hiciesen rostro a los indios hasta que los que iban en la vanguardia hubiesen ganado una loma que tenían por delante, y así quedando los unos, caminaron los otros.

La grita de los indios fue mayor cuando los vieron dividir; tanto, que los treinta caballos enviaron al capitán que dejase socorro de más gente porque los indios venían a dar en ellos. Belalcázar respondió con una gran voz que si treinta de caballo no eran parte para se defender de los indios que se enterrasen vivos. Y como Zopezopagua y Ruminabi habían apellidado la comarca, había juntádose tanta gente que Belalcázar, dijo: "¡Válgame Dios!, ¿dónde ha salido tanta? ¿Pues, mana la tierra indios?". Y daban tantas voces salidas por tal tenor que era para haber espanto, y lo han los que son recién venidos de España a estas partes, hasta que conociendo esta costumbre, déjanlos ladrar sin tomar ninguna fatiga. Estando en la loma dicha, los españoles, bien cansados, ellos y sus caballos, acordaron de abajar a un llano de campaña que estaba cerca de una laguna. Los indios, como eran muchos, determinaron en su acuerdo de dar en los cristianos por tres o cuatro partes, pareciéndoles que los espantarían con los cercar; y así un capitán de ellos se puso en un collado, que estaba por encima de los mismos españoles, y otro con un golpe de gente, ocupó otro que estaba por un lado; los demás, tomaron la falda de la sierra que estaba junto al palude. Ruminabi y Zopezopagua andaban en Riobamba, poniendo ánimo y esfuerzo en toda la gente y se fueron a poner con otros principales en lo alto de la loma de Riobamba, de manera que tenían cercados a los poquitos cristianos y caballos que había, por todas partes, aguardando que los españoles irían para ellos, y en el lugar donde estaban los hoyos los matarían a todos.

Y por provocarlos a ira hacían arremetidas, dando tan gran grita que no se oía otra cosa que sus voces, y como entre los españoles había algunos recién venidos de España --que acá llamamos chapetones--, temían lo que oían porque para ellos era cosa nueva. Donde los españoles estaban no tenían falta de maíz, que fue harto alivio para ellos. Inspirando en uno de los indios la gracia de Dios nuestro señor, les vino de su voluntad y contó lo que pasaba acerca de los hoyos, que eran tantos que cercaban un gran trecho. Tuvieron a mucho, aviso tan provechoso, dando por ello muchas gracias a Dios y tomando su acuerdo determinaron de dejar el camino que a Riobamba iba a salir por la parte donde los hoyos estaban (bien llenos de estacas con puritas agudas, y por encima sutilmente cubiertos con las pajas del campo), y caminar por la cumbre de unos collados algo ásperos por donde, aunque fue con algún trabajo y fatiga de los caballos, pudieron desechar los hoyos. Como los indios vieron tal novedad, daban voces como locos diciendo que de dónde le fue aviso a sus enemigos, pues era claro por recelo del peligro de ellos, habían dejado aquel camino. Mostrándose muy furiosos unos a otros, se quejaban de la fortuna suya, veniales pensamiento a creer los españoles que tenían alguna parte en la gracia de Dios, para salir adelante con sus intenciones. Trataron algunos, sobre que sería saludable remedio ofrecerles la paz, mas los tiranos Ruminabi y los otros lo reprobaron, diciendo que mejor era con la muerte descansar, y no verse con la vida ellos y sus mujeres e hijas en poder de tan malvada gente.

En esto, los nuestros poco a poco habían llegado a los tambos de Riobamba, asentados en una linda y muy hermosa campaña, y alojáronse allí, saliendo Belalcázar con treinta caballos a tener escaramuza con los indios, mas como habían cobrado gran temor a los caballos y los tristes no tienen armas defensivas que los guarezca del espada y lanza ni ofensivas más que sus dardos y honda aíllos, haciendo los pies ligeros, comenzaron de huir sin los osar aguardar. Hallaron algunos depósitos llenos de maíz, de donde Belalcázar dio la vuelta al real, dejando cinco caballos para que estuviesen en vela si los indios abajaban de los altos donde se había subido: y eran éstos Vasco de Guevara, Ruy Díaz, Hernán Sánchez, Morales Varela, Domingo de la Presa. Los indios, como vieron que cinco cristianos solos habían osado quedar en frontera con ellos, teniéndolo por gran ultraje y afrenta suya, echaron para que los sacasen a la pelea tres o cuatros hombres a los cuales salieron para los alancear y los metieron en un escuadrón donde había doce mil hombres de guerra y ellos no más de cinco, y pudieron tanto, que después de haber muerto algunos, y herido, los hicieron retraer y ellos pudieron volver seguramente a Riobamba, donde contaron al capitán lo que les había sucedido. Y mandó que todos los caballos saliesen, y lo mismo los hombres de espada y rodela y los ballesteros para ir a dar en los enemigos, los cuales, como vieron su determinación, perdiendo el ánimo, sin ningún brío, volvían las espadas con gran silencio; yendo todavía los poderosos y más principales de ellos a hombros de los suyos y anduvieron hasta llegar al río que pasa por Ambato --que creo el propio río tiene ese nombre-- donde mandaron hacer albarradas y fosos para tornar a tentar su fortuna contra los españoles que, aposentados en los grandes palacios de Riobamba, estuvieron doce días, siendo muy servidos de los Cáñares sus amigos.

Y pasados, salieron de allí muy en orden, habiendo enviado mensajeros Belalcázar a los indios, para que dejando las armas se gozasen con la paz, prometiendo de no les dar guerra ninguna; mas no pudieron acabarlo con los capitanes. Y como llegasen al río de suso dicho, defendieron el paso poco más de media hora; los caballos procuraron pasar como pudiesen para ganar el alto que los indios tenían, que también huyeron. En este tiempo, como en los pasados, los españoles, como los vieron ir de huida les fueron siguiendo, y habiéndose con ellos, ásperamente mataron tantos de los que alcanzaban, que era gran lástima verlos, porque los siguieron hasta Latacunga, donde había grandes aposentos, y de ellos habían sacado suma de tesoros. Restaba gente de guerra, la cual había hecho muchos hoyos al modo de los de Riobamba. No cayó ningún caballo ni cristiano, que fue ventura, pues, juntos los unos indios con otros huyeron, así los que venían por aquella parte como los que estaban yéndoles los españoles a las espaldas; muchos de los cuales abrían con las lanzas hasta enclavar los corazones que los agudos hierros. Y duró el alcance hasta que llegaron a un furioso río lleno de grandes piedras que echó un volcán de sí.

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