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Capítulo LII De cómo se repartió entre los españoles el gran tesoro que en Caxamalca se allegó por mandato del gran señor Atabalipa, y los nombres de todos los españoles que se hallaron en la prisión Porque mi opinión principal ha sido, con gran curiosidad, dar noticia cumplida de todas las cosas de acá, así a los que hoy son como los que vendrán; y no haya dejado libro de cabildo, ni archivo donde piense hallar alguna verdadera para mi ayuda; habiendo venido a mis manos en esta ciudad de los Reyes el proceso que se hizo en Caxamalca de estas cosas, donde estaban las partes, el cual estaba y está entre los registros del secretario Jerónimo de Aliaga, determiné de poner aquí los nombres de todos los ciento y sesenta que se hallaron en la prisión de Atabalipa, que son a quien acá llamamos "primeros conquistadores", pues nombré trece que descubrieron la costa. Bien pudiera señalar lo que cada uno hubo de parte, mas no quiero, por algunas consideraciones que miré; mas pondré lo que todos juntos llevaron, sin que haya un real más ni menos; y esto haré siempre, de con verdad satisfacer al lector, porque yo no tengo otro ornato ni elocuencia, ni lo quiero, ni para semejantes escrituras es menester. Volviendo al propósito son, los que se hallaron en Caxamalca, los siguientes: GENTE DE A CABALLO El gobernador don Francisco Pizarro, Hernando Pizarro, Hernando de Soto, Juan Pizarro, Pedro de Candía, Gonzalo Pizarro, Juan Cortés, Sebastián de Belalcázar, Cristóbal de Mena, Ruy Hernández Briceño, Juan de Salcedo, Miguel Estete, Francisco de Xerez, Gonzalo de Pineda, Alonso de Medina, Alonso Briceño, Juan Pizarro de Orellana, Luis Maça, Jerónimo de Aliaga, Gonzalo Pérez, Pedro Barrantes, Rodrigo Núñez, Pedro de Anades, Francisco Malaver, Diego Maldonado, Rodrigo de Chavez, Diego de Ojuelos, Gómez de Carranza, Juan de Quincoces, Alonso de Morales, Lope Vélez, Juan de Barbarán, Pedro de Aguirre, Pedro de León, Diego Mexía, Martín Alonso, Juan de Rojas, Pedro Castaño, Pedro Ortiz, Juan de Mogrovejo, Hernando de Toro, Diego de Agüero, Alonso Pérez, Hernando Beltrán, Pedro Barrera Baena, Francisco López, Sebastián de Torres, Juan Ruiz, Francisco de Fuentes, Gonzalo del Castillo, Nicolás de Azpe, Diego de Molina, Alonso Peto, Miguel Ruiz, Juan de Salinas (herrador), Juan de Salinas de la Hoz, Cristóbal Gallego, Rodrigo de Cantillana, Gabriel Feliz, Hernán Sánchez, Pedro de Páramo.

Estos eran de a caballo; y entre ellos repartieron conforme habían trabajado, porque unos llevaron más que otros: veinte y cuatro mil y doscientos y treinta marcos de plata. GENTE DE A PIE Los que entraron, que se hallaron sin caballos, son los siguientes: Juan de Porras, Gregorio de Sotelo, García de Paredes, Pedro Sancho, Juan de Valdivieso, Gonzalo Maldonado, Pedro Navarro, Juan Ronquillo, Antonio de Vergara, Alonso de la Carrera, Alonso Romero, Melchor Verdugo, Martín Bueno, Juan Pérez de Tudela, Iñigo Zalvio, Nuño González, Juan de Herrera, Francisco Dávalos, Hernando de Aldana, Martín de Marquina, Antonio de Herrera, Sandoval, Miguel Estete, Juan Borrallo, Pedro de Moguer, Francisco Pérez, Melchor Palomino, Pedro de Alconcher, Juan de Segovia, Crisóstomo de Hontiveros, Hernando Martínez, Alonso de Mesa, Juan Pérez de Osma, Alonso de Trujillo, Palomino (tonelero), Alonso Jiménez, Pedro de Torres, Alonso de Toro, Diego Escudero, Diego López, Francisco Gallego, Bonilla, Francisco de Almendras, Escalante, Andrés Ximénez, Juan Ximénez, Garci Martín, Alonso Ruiz, Lucas Martínez, Gómez Gonzales, Albuquerque, Francisco de Barajas, Diego Gavilán, Contreras, Herrera (escopetero), Martín de Florencia, Antonio de Oviedo, Jorge Griego, Pedro de Sanmillán, Pedro Catalán, Pedro Román, Francisco de la Torre, Francisco Gordancho, Juan Pérez de Zamora, Diego de Narváez, Gabriel de Olivares, Juan García de Santolalla, Juan García (escopetero), Pedro de Mendoza, Juan Pérez, Francisco Martín, Bartolomé Sánchez (marinero), Martín Pizarro, Hernando de Montalvo, Pedro Pinelo, Lázaro Sánchez, Miguel Cornejo, Francisco Gonzales, Francisco Moniz, Zárate, Hernando de Sosa, Cristóbal de Sosa, Juan de Niza, Francisco de Solares, Hernando del Templo, Juan Sánchez, Sancho de Villegas, Pedro de Ulloa, Juan Chico Robles (sastre), Pedro de Salinas de la Hoz, Antón García, Juan Delgado, Pedro de Valencia, Alonso Sánchez de Talavera, Miguel Sánchez.

Juan García (pregonero), Lozano, García López, Juan Martínez, Esteban García, Juan de Veranga, Juan de Salvatierra, Pedro Calderón. Estos fueron de a pie, y entre ellos se repartió quince mil marcos de plata y onzas; llevando cada uno conforme a lo que había trabajado, y no todos por igual. Como repartió la plata, quiso el gobernador hacer lo mismo del oro, y para ellos mandó ordenar un auto que se sacó del original: a la letra dice: AUTO PARA REPARTIR EL ORO: Después de lo susodicho, en el pueblo de Caxamalca, en diez y seis días del mes de julio del dicho año de mil y quinientos y treinta y tres años, el dicho governador Francisco Piçarro por ante mí el dicho escrivano dixo: Que el oro que se avía avido basta oy, dicho día, y Atabalipa dado, está hecha fundición y número de todo ello e sacado el quinto de su majestad y derechos de quilatador, fundidor, marcador y costas que la compañía a hecho, que lo demás que quedava él quería hacer repartimiento entre las personas que se hallaron en ganarlo y averlo como su magestad lo mandava, atento lo que su señoría tiene dicho en el auto que se hizo en el repartimiento de la plata para dar a cada uno lo que el dicho oro a de aver como su magestad manda él quiere señalar y nombrar por ante mí, el dicho escribano, los pesos de oro que cada una persona a de aver y llevar según Dios nuestro señor le diere a entender, mirando su conçiencia y lo que Su Magestad manda". Esto hecho, como se hubiese hecho la fundición, y por la cuenta supiesen lo que montaba el montón que se había repartido, sacados los derechos y costas de esto y lo que la compañía debía y el escaño y otras joyas de gran peso sin lo que se hurtó que fue mucho, y sin los cien mil ducados que se sacaron para la gente de Almagro, se repartió lo demás entre el gobernador y sus compañeros, tomando él las partes de gobernador y capitán general y los capitanes y personas señaladas, y los demás conforme como habían trabajado.

Ya dije que pudiera poner lo que cada uno llevó y le cupo, pues lo tuve en mi poder; no quise, por lo que dije, en particular tratarlo, mas afirmo y cuento por cierto que se repartió entre éstos un millón y trescientos y veinte y seis mil y quinientos y treinta y nueve pesos; y al emperador vino de los quintos del oro doscientos y setenta y dos mil y doscientos y cincuenta y nueve pesos. Y echaban la ley a este oro como cosa de burla; porque mucho que tenía catorce quilates le echaban siete, y otro de veinte, le ponían diez; la plata, por consiguiente. Fue causa esta ceceguedad que muchos mercaderes, con solamente mercar oro y plata, enriquecieron grandemente; y por cierto afirmo más: que si los españoles no mataran tan breve a Atabalipa y quisieran recoger oro y plata y piedras preciosas, fuera ésta la décima parte de lo que se recogiera: porque los tesoros de los incas del Cuzco, Bilcas, Chile, Quito, Tomebamba, Carangue, estaban vivos, y de ello no vino nada, si no fue lo que sacaron de Curicanche, y las guacas estaban llenas de tesoros como contaré, no eran pocas, sino muchas y muy insignes; y esto pareció claro, porque andaban trayendo oro los indios, y como supieron la muerte de Atabalipa, los unos escondieron, otros se tomaron ellos mismos; otros hallaron los españoles, que pusieron donde les tomó la voz de la muerte de su señor. Repartióse tan breve el tesoro, según yo supe, fue causa los mismos españoles tener envidia unos de otros; porque los de Almagro daban voces que para qué estaban allí que querían pasar adelante a buscar de comer: y otras cosas que entre unos y otros pasaron, que bastaron a hacerse la repartición, que fue grande, y el rescate de Atabalipa fue de cómo tan gran señor dado; y que, con tiranía o sin ella, mandaba la más rica región y más llena de metales que, a mi ver, hay en el mundo.

Y cómo le mataron con tan poca justicia, habiendo primero sacádole su hacienda: muchas veces he oído discutir y tratar a grandes teólogos sobre si lo que el rey y los españoles llevaron fue bien habido, y no por hacer conciencia. No es materia para mí tratar de ello; los que lo hubieron, lo pregunten y lo sepan, que yo, si me cupiera parte, lo mismo hiciera. De estas partes dicen que fue lo que montó cada una: cuatro mil y ciento y veinte pesos de oro y ciento y ochenta marcos de plata fina; a los de a pie a unos daban una parte y a otros tres cuartones, y tales hubo que llevaron dos partes, dellos parte y media, conforme al servicio y calidad que tenían. Pues como entre tan pocos hubiese tantos dineros, andaban grandes juegos: vendíanse las cosas a precios muy excesivos; estando muchos bien proveídos de las señoras principales y hermosas, para tenerlas por mancebas: pecado grande, y que los que mandaban lo habían de evitar, porque la principal causa porque de los indios fueron aborrecidos fue por ver cuán en poco los tenían y cómo usaban con sus mujeres e hijas sin ninguna vergüenza. Dios ha hecho el castigo en los nuestros bien grande, y todos los más de estos principales han muerto miserablemente y muertes desastradas, que es de temer pensar en ello para escarmentar en cabeza ajena; y las escrituras para esto han de servir, para que gustemos con leer los acaecimientos, y nos enmendemos con los ejemplos, porque todo eso otro son profanidades y novelas compuestas más para agradar que para decir la verdad.

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