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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO IV Dos indios dan a entender que desafían a los españoles a batalla singular Tres días después de este hecho, en la misma provincia que llamaron de los Vaqueros, acaeció otro no menos extraño, y fue que, como el general y sus capitanes y soldados dejasen de caminar un día, por descansar del trabajo pasado de las jornadas largas que hasta allí habían hecho, vieron a las diez del día venir por un hermoso llano dos indios gentileshombres, compuestos de grandes plumajes, con sus arcos en las manos y las flechas en sus aljabas en las espaldas, y, como llegasen doscientos pasos del real, se pusieron a pasear cerca de un nogal que allí había, y no se paseaban ambos juntos hombro a hombro, sino pasando el uno por el otro para que cada uno de ellos guardase las espaldas al compañero. Así anduvieron casi todo el día sin hacer cuenta de los negros, indios e indias y muchachos, que con agua y leña por cerca de ellos pasaban. De donde vinieron los castellanos a entender que no lo hacían por la gente de servicio, sino por ellos, y dieron cuenta del hecho al gobernador, el cual mandó luego echar bando que no fuese soldado alguno a ellos, sino que los dejasen para locos. Los indios se pasearon hasta la tarde sin hacer otra cosa, como que esperaban los españoles que dos a dos quisiesen ir a combatir con ellos. Ya cerca de ponerse el sol, vino una compañía de caballos que había salido de mañana a correr el campo, los cuales tenían su alojamiento cerca de donde los indios andaban paseando y, como los viesen, preguntaron qué indios eran aquéllos.

Y, habiéndolo sabido y lo que sobre ellos se había mandado, que los dejasen para locos, obedecieron todos salvo uno que, por mostrar su valentía, quiso ser inobediente. Y diciendo "pese a tal, no será bien que haya otro más loco que ellos que les castigue la locura", se fue corriendo a ellos. Este soldado era natural de Segovia y se decía Juan Páez. Los indios, viendo que los acometía un castellano solo, salió a recibirle el que más cerca de él se halló, por dar a entender que habían pedido batalla singular. El otro indio se apartó y metió debajo del nogal, en confirmación de la intención que tenían, que era pelear uno a uno, y que su compañero, para un castellano solo, aunque a caballo, no quería socorro. Juan Páez arremetió al indio a toda furia por llevarlo de encuentro. El infiel, que le esperaba con una flecha puesta en el arco, viéndole llegar a tiro, se la tiró y le dio por la sangradera del brazo izquierdo sobre una manga de malla y, rompiendo la cota por ambas partes, quedó la flecha atravesada en el brazo, de la cual herida y del golpe, que fue muy grande, no pudo Juan Páez menear el brazo y las riendas se cayeron de la mano, y el caballo, que las sintió caídas, paró de golpe, que es muy ordinario de los caballos hacerlo así cuando las sienten caer, y también es aviso del jinete soltarlas de golpe cuando el caballo le huye y no quiere parar. Los compañeros de Juan Páez, que aún no se habían apeado, viéndole en tal peligro, arremetieron todos juntos a toda prisa por le socorrer antes que el enemigo lo matase.

Los indios, viendo ir tantos caballos contra ellos, se pusieron en huida a un monte que allí cerca había, mas antes que a él llegasen los alancearon, no guardando buena ley de guerra, que, pues los indios no habían querido ser dos contra un español, fuera razón que tantos españoles a caballo no fueran contra dos indios a pie. Con estos sucesos, aunque singulares, que por no haber acaecido otros mayores los contamos, caminaron los castellanos por la provincia que llamaron de los Vaqueros más de treinta leguas. Al fin de ellas se acabó aquella mala poblazón y descubrieron al poniente de cómo iban unas grandes sierras y montes, y supieron que eran despoblados. El gobernador y sus capitanes, escarmentados de la hambre y trabajos que pasaron en los desiertos que atrás dejaron, no quisieron pasar adelante hasta haber descubierto camino que los sacase a poblado y quisieron llevar prevenidos los inconvenientes que hubiese. Para lo cual mandaron que saliesen tres compañías de a caballo de a veinte y cuatro caballos y, por tres partes, fuesen todos encaminados al poniente a descubrir lo que por aquel paraje hubiese. Mandáronles que entrasen la tierra adentro y se alejasen todo lo más que les fuese posible y trajesen relación no solamente de lo que viesen, sino que también la procurasen de lo que más adelante hubiese, y para intérpretes les dieron indios de los más ladinos que entre los españoles había domésticos. Con esta orden salieron del real los setenta y dos caballeros y dentro de quince días volvieron todos casi con una misma relación, diciendo que cada cuadrilla había entrado más de treinta leguas, y hallado tierras muy estériles y de poca gente, y tanto peores cuanto más adelante pasaban; que esto era lo que habían visto y de lo de adelante traían peores nuevas, porque muchos indios que habían preso, y otros que los habían recibido de paz, les habían dicho que era verdad que adelante había indios, empero que no vivían en pueblos poblados, ni tenían casas en que habitasen, ni sembraban sus tierras, sino que era gente suelta que andaba en cuadrillas cogiendo las frutas, hierbas y raíces que la tierra de suyo les daba y que se mantenían de cazar y pescar, pasándose de unas partes a otras, conforme a la comodidad que el tiempo les daba para sus pesquerías y cacerías. Esta relación trajeron las tres cuadrillas, con poca o ninguna diferencia de la una a la otra. Alonso de Carmona, demás de la relación dicha, añade en este paso que les dijeron los indios que delante de aquella provincia donde estaban (al poniente) había muy grandes despoblados de tierra muy llana y muchos arenales donde se criaban las vacas cuyos eran los pellejos que habían visto, y que había mucha suma de ellas.

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