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Desarrollo


CAPÍTULO III Entonces celebraron consejo nuevamente todas las tribus. -¿Qué haremos con ellos? En verdad grande es su condición, dijeron cuando se reunieron de nuevo en consejo. -Pues bien, los acecharemos, los mataremos, nos armaremos de arcos y de escudos. ¿No somos acaso numerosos? Que no haya uno, ni dos de entre nosotros que se quede atrás. Así hablaron cuando celebraron consejo. Y armáronse todos los pueblos. Muchos eran los guerreros cuando se reunieron todos los pueblos para darles muerte. Mientras tanto estaban Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam, estaban en el monte Hacavitz, en el cerro de este nombre. Estaban allí para salvar a sus hijos en la montaña. Y no era mucha su gente, no tenían una muchedumbre como la muchedumbre de los pueblos. Era pequeña la cumbre del monte donde tenían asiento y por eso las tribus dispusieron matarlos cuando se reunieron todos, se congregaron y levantaron todos. Así fue, pues, la reunión de todos los pueblos, todos armados de sus arcos y sus escudos. No era posible contar la riqueza de sus armas; era muy hermoso el aspecto de todos los jefes y varones y ciertamente todos cumplían sus órdenes. -Positivamente serán destruidos, y en cuanto a Tohil, será nuestro dios, lo adoraremos, si lo hacemos prisionero, dijeron entre ellos. Pero Tohil lo sabia todo y lo sabían también Quité, BalamAcab y Mahucutah. Ellos oían todo lo que proyectaban, porque no dormían, ni descansaban desde que se armaron de sus armas todos los guerreros.

En seguida se levantaron todos los guerreros y se pusieron en camino con la intención de introducirse por la noche. Pero no llegaron, sino que estuvieron en vela en el camino todos los guerreros y luego fueron derrotados por Balam Quitzé, Balam Acab y Mahucutah. Quedáronse todos en vela en el camino y nada sintieron hasta que acabaron por dormirse. En seguida comenzaron a arrancarles las cejas y las barbas; luego les quitaron los adornos de metal del cuello, sus coronas y collares. Y les quitaron el metal del puño de sus picas. Hiciéronlo así para castigarlos y para humillarlos y para darles una muestra del poderío de la gente quiché. En cuanto despertaron quisieron tomar sus coronas y sus varas, pero ya no tenían el metal en el puño ni sus coronas. -¿Quién nos ha despojado? ¿Quién nos ha arrancado las barbas? ¿De dónde han venido a robarnos nuestros metales preciosos?, decían todos los guerreros. ¿Serán esos demonios que se roban a los hombres? Pero no conseguirán infundirnos miedo. Entremos por la fuerza a su ciudad y así volveremos a verle la cara a nuestra plata; esto les haremos, dijeron todas las tribus, y todos ciertamente cumplirían su palabra. Entre tanto estaban tranquilos los corazones de los sacerdotes y sacrificadores en la cumbre de la montaña. Y habiendo consultado Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam, construyeron una muralla en las orillas de su ciudad y la cercaron de tablas y aguijones. Luego hicieron unos muñecos que tomaron forma de hombres, y los pusieron en fila sobre la muralla, los armaron de escudos y de flechas y los adornaron poniéndoles las coronas de metal en la cabeza.

Esto les pusieron a aquellos simples muñecos y maniquíes, los adornaron con la plata de las tribus que les habían ido a quitar en el camino y con esto adornaron a los muñecos. Hicieron unos fosos alrededor de la ciudad y en seguida le pidieron consejo á Tohil: -¿Nos matarán? ¿Nos vencerán?, dijeron sus corazones a Tohil. -¡No os aflijáis! Yo estoy aquí. Y esto les pondréis. No tengáis miedo, les dijo a Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam, luego les dieron los zánganos y las avispas. Esto fue lo que les fueron a traer. Y cuando vinieron los pusieron entre cuatro grandes calabazas que colocaron alrededor de la ciudad. Encerraron los zánganos y las avispas dentro de las calabazas, para combatir con ellos a los pueblos. La ciudad estaba vigilada desde lejos, espiada y observada por los agentes de las tribus. -No son numerosos, decían. Pero sólo vieron a los muñecos y los maniquíes que meneaban suavemente sus arcos y sus escudos. Verdaderamente tenían la apariencia de hombres, tenían en verdad aspecto de combatientes cuando los vieron las tribus, y todas las tribus se alegraron porque vieron que no eran muchos. Las tribus eran muy numerosas; no era posible contar la gente, los guerreros y soldados que iban a matar a Balam-Quitzé, Balam Acab y Mahucutah, quienes estaban en el monte Hacavitz, nombre del lugar donde se hallaban. Ahora contaremos cómo fue su llegada.

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